Pablo Gonzalez

Un papa que abandona? : Desmontando panegíricos

Si un papa anciano y enfermo –el anterior– aguanta hasta el final en medio de una dura agonía, se le trata de mártir heroico. 
 
Si otro papa anciano y enfermo –el actual– renuncia invocando falta de fortaleza física, se le llama valiente y honrado. 
 
¿Qué tiene esa institución para salir siempre bien parada? 
 
¿Por qué abandona Benito 16?
 
 ¿Y qué nos espera a partir de ahora?

«Porque vino Juan que no comía ni bebía, y dicen: 
 
“Tiene un demonio." Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: 
 
"Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores." Pero la sabiduría se justifica por sus hechos» (Jesús de Nazaret).

¿Que un papa renuncia al puesto? 
 
Qué raro... No se ajusta a la tradición histórica. 
 
Los precedentes apenas existen y en su mayoría se asemejan bastante a destituciones de facto. 
 
Solo Celestino V, el ermitaño que accedió al solio por llenar un vacío que ya duraba dos años, renunció al parecer libremente a los cinco meses de ocupar el cargo (ver p. ej. el Diccionario de los papas de César Vidal). 
 
No se trataba, por supuesto, de alguien previamente poderoso ni con influencia en la Curia.

El máximo jerarca vaticano alcanza ese grado tras la invocación cardenalicia al Espíritu Santo
 
A partir de ahí, su potestad es internamente reconocida como suprema. 
 
Pero la influencia y el poder externos también son conocidos, aunque no siempre bien valorados.
 
 Un bocado demasiado apetitoso para que almas ambiciosas renuncien a él.


Una renuncia preparada con tiempo

Nuestro mayor respeto hacia Joseph Ratzinger en cuanto persona. Hermano nuestro, a fin de cuentas, por nuestra común condición humana. 
 
Aquejado, sin duda, por problemas de salud en buena parte asociados a su ancianidad. 
 
Los cuales harían más fácil entender que cualquiera dejase un cargo como el suyo... Salvo si recordamos que el suyo es el de papa. 
 
Y que los papas suelen morir con la tiara puesta.

Parece que llevaba tiempo preparando el terreno. En un libro suyo de 2010 advertía que «si el Papa se da cuenta claramente de que ya no es física, psicológica y espiritualmente capaz de manejar los deberes de su cargo, entonces tiene el derecho, y bajo ciertas circunstancias la obligación, de renunciar». 
 
Palabras similares a las que usó para expresar su renuncia hace una semana, cuando aludió a su «incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio» debido al deterioro de su «fortaleza», en particular «la del cuerpo».

Hay, sin embargo, otro hecho que llama la atención. Hace ahora treinta años que fue reformado el Código de Derecho Canónico (promulgado el 25 de enero de 1983).
 
 Reinaba entonces Juan Pablo II. Para entonces Ratzinger llevaba más de un año como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la moderna “Santa Inquisición”). 
 
Mencionamos esto porque el nuevo Código, por primera vez, recoge la posibilidad de que un papa abandone el puesto:
 
 «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.» 
 
No sería el entonces papa, Wojtyla, quien pusiese en práctica esa opción (sabemos que la suya fue la opuesta). 
 
En aquel tiempo, no habría muchos que sospecharan que lo haría su sucesor, segundo de Juan Pablo II durante buena parte del reinado de este.

Especulaciones engañosas sobre los motivos del abandono

Los anteriores son datos interesantes. 
 
Por otra parte, pese a las especulaciones de los últimos días (o a otras que se remontan más atrás), no parece que estemos ante un papa políticamente débil, ni en el ámbito interno ni en el externo al Vaticano. 
 
Se habla mucho de los obstáculos que habría venido encontrando B16 en su supuesta lucha por la transparencia en los asuntos económicos vaticanos (ver p. ej.). Como «un pastor rodeado de lobos feroces», lo describe algún medio.
 
 El periodista Eric Frattini publicó el año pasado un libro, Los cuervos del Vaticano, que ofrecía la típica imagen de un papa rehén de las luchas intestinas de la Curia. 
 
Además se recuerda, una y otra vez, que B16 se habría empeñado en resolver al fin los escándalos de pederastia en el seno de la ICR. 
 
Con tal misión, llegó a afirmar que «las víctimas son nuestra prioridad»
 
Afrontar ese problema le habría ocasionado cuando menos un importante desgaste personal.

Se nos pinta así a un Ratzinger que encarnaría a una especie de solitario luchador ante el peligro; incluso a un “Robin Hood de los papas”, defensor de la justicia y de los oprimidos. «Ha sido un Papa revolucionario y limpiador», afirma Frattini a raíz de la renuncia papal. 
 
No parece un aserto muy serio, viniendo de alguien que parece haber estudiado de cerca el presente y el pasado del Vaticano (véase su interesante libro La Santa Alianza, cinco siglos de espionaje vaticano).
 
 La imagen cuadra poco con la trayectoria conocida del personaje. 
 
Da a entender que, en sus siete años de reinado, B16 ha procurado arreglar cosas que otros antes no enfrentaron. 
 
El problema es que Ratzinger era uno de esos otros.

Recordemos que el todavía papa es desde hace no pocas décadas un hombre destacado de la ICR. 
 
Ya tuvo un papel activo en el Concilio Vaticano II (años sesenta). En 1977 fue nombrado cardenal por Pablo VI. 
 
En 1981, como hemos indicado, Juan Pablo II le designó “Gran Inquisidor” (cargo que ocuparía hasta 2005, cuando ascendió a “Romano Pontífice”). 
 
Luego le encargó la elaboración del Nuevo Catecismo, misión que cumplió entre 1986 y 1992. 
 
Suya es también la extensa declaración Dominus Iesus (2000), en la que con lenguaje estudiadamente “ecuménico” (?) se reafirma la tradicional doctrina romanista de que la ICR es la “única Iglesia de Cristo” en sentido estricto y se condena el relativismo tal como lo entiende esa entidad político-religiosa.

No hablamos de tareas triviales. Durante casi 24 años, Ratzinger fue percibido como el número dos del Vaticano. 
 
No es inusual que se afirme que él y Wojtyla eran «almas gemelas» (ver 1 y 2), e incluso ver al primero como “cerebro” del reinado del segundo (1, 2 y 3). Alguien así es difícilmente asimilable a esta afirmación que encontramos en una sinopsis del citado libro de Frattini
 
«No sabía entonces [al ser elegido papa] que, al igual que sus predecesores, iba a encontrarse con un hueso duro de roer: el IOR (Instituto para las Obras de Religión) o Banco Vaticano.» 
 
Se trataba más bien de un estrecho conocedor de los entresijos de la Curia Romana, en la que su Congregación para la Doctrina de la Fe ocupa un lugar prominente.
 
 Era un personaje que controlaba el aparato.
 
 Eso incluye, sin duda (es inconcebible lo contrario), estar al tanto de las enormes irregularidades asociadas a las finanzas vaticanas.
 
 Recordemos que además estas vienen de lejos y que, como documentó David Yallop en su libro En el nombre de Dios, le costaron la vida a Juan Pablo I, tras lo cual nunca se ha procedido a una limpieza a fondo dentro del Vaticano. Todo lo cual es imposible que no lo tuviera en cuenta B16 desde el comienzo de su reinado (desde mucho antes, en realidad).

Pero es que además quienes presentan a Ratzinger como ese “Robin Hood” no aducen nada concreto que haya hecho y que sea realmente revolucionario.
 
 Todo lo más, mencionan cuestiones menores como algún cambio de nombres al frente de la Banca Vaticana (¿poner a un directivo opusdeísta procedente del Banco Santander al frente del IOR, como hizo B16 en 2009, puede tranquilizar a quien espera que se acabe con el blanqueo de dinero?). 
 
Nada rompedor de verdad, como hubiera sido sacar todos los trapos sucios e investigar hasta el final todos los chanchullos ya denunciados de antiguo por Yallop y muchos otros. 
 
No ha habido nada ni remotamente comparable a eso. 
 
Más que de valentía, como han hablado tantos, ¿no se podría hablar como mínimo de cobardía? 
 
Máxime si al renunciar ni siquiera es capaz de proclamar que lo hace porque no le dejan otra opción.

Daniel Estulin, todo un “crítico” del Sistema (incluso del Vaticano), tampoco se ha quedado atrás a la hora de encomiar el gesto de renuncia papal.
 
 Atribuye esta a una «lucha a muerte entre la masonería y la fe católica» y añade que el Vaticano es «uno de los principales enemigos de algunas de las sociedades secretas más poderosas del mundo». 
 
Abona así la vieja idea victimista de que los masones odian a muerte a la ICR, tesis cultivada a menudo por los propios portavoces de esta (ver aquí un análisis basado en ejemplos aún recientes). 
 
Por supuesto, Estulin no ofrece la más mínima prueba de sus afirmaciones.

Al margen de ello, es conocido que la masonería vaticana constituye una de las corrientes de la Curia desde hace muchos años (otra, poderosa sobre todo desde Juan Pablo II, es el Opus Dei). 
 
El hecho está bien documentado en los libros de los “Discípulos de la Verdad” (etiqueta usada por autores que sin duda conocen esos ambientes por dentro) Mentiras y crímenes en el Vaticano y A la sombra del papa enfermo. 
 
Pero no sería tanto una corriente infiltrada como una tendencia perfectamente asimilada (o sea, que sus miembros serían tan vaticanos con todas las de la ley como los ajenos a la misma) y tenida en cuenta a la hora de llegar a consensos decisorios y electivos. 
 
De hecho, hay en tiempos cercanos antecedentes de dirigentes masones de la Curia vinculados al papa. 
 
Tal fue seguramente el caso del arzobispo y delincuente Marcinkus (ver 1, 2 y 3), por quien veló nada menos que el propio Wojtyla, el mismo que había nombrado al Opus “prelatura personal” suya.

No más creíble es la leyenda de B16 como “limpiador” de los escándalos de pederastia.
 
 Está sobradamente probado, pese a los esfuerzos censores de la ICR (reflejados p. ej. en la Wikipedia), que el propio Ratzinger, junto con JPII, se dedicó a encubrir tales casos, cumpliendo así el derecho canónico de la ICR. 
 
Especial interés tiene el artículo del filósofo y periodista italiano Paolo Flores d'Arcais, publicado hace escasos años, en el que resumía la responsabilidad de Wojtyla y Ratzinger en dicho encubrimiento, y además lo hacía citando (involuntarios) reconocimientos vaticanos (ver también). 
 
Una responsabilidad que requirió que Obama, el emperador, garantizase la inmunidad de B16 para que este no fuese llamado a declarar, al menos como testigo, por un tribunal estadounidense.

Primeras conclusiones

Con semejante currículum, B16 solo habría sido realmente “revolucionario y limpiador”, como lo pinta Frattini, si hubiera empezado por confesar sus propias culpas. 
 
Pero no lo hizo –¡aunque todavía está a tiempo!–, y tal omisión constituye la auténtica medida de su sinceridad en este asunto, así como una señal de hasta dónde está dispuesto a llegar el Vaticano en las reparaciones correspondientes (lo que no obsta para que se hayan pagado cuantiosas indemnizaciones, forzadas por la enorme magnitud adquirida por los escándalos).
 
 ¿De veras se ha priorizado a las víctimas?

Nuestras reflexiones previas delatan la superficialidad de muchos “análisis periodísticos” a la hora de enjuiciar a B16 en el ocaso de su reinado, así como al indagar en las claves de su renuncia al puesto. 
 
Esos textos parecen motivados más por una reverencia mal entendida que por el respeto a la verdad y la justicia. Aún hemos de ver, sin embargo, cuál puede ser la verdadera razón de la renuncia de Ratzinger. 
 
Lo haremos, Dios mediante, en la segunda y última parte de este artículo (donde habrá que hablar de la importancia de B16 en la política internacional de nuestros días; un factor sorprendentemente relegado –en el mejor de los casos– por los “análisis” susodichos).

Quizá en la renuncia papal (casi) nada es lo que parece... 
 
Tal vez solo sea el primer movimiento visible de una estrategia más compleja hacia el Gobierno Mundial de la Era Neorreligiosa...
 
Acaso Joseph Ratzinger, aunque deje de ser papa, no se vaya del todo realmente...

Sugeríamos hace escasos días que el abandono papal ya estaba preparado. 
 
El mediático acontecimiento, aunque no necesariamente su protagonista, había sido previsto (legislado) treinta años atrás.
 
 El propio Benito 16 había expresado esa posibilidad en 2010. 
 
Añadíamos que la renuncia llegó seguida de “análisis” periodísticos sobre la supuesta debilidad política del papa, pero sin la menor prueba solvente de esta. 
 
Tampoco faltaron, ni faltarán, los panegíricos por su afán “limpiador” y regenerador de la Iglesia Católica Romana (véase este del creyente “crítico”, pero majete, José Manuel Vidal, que en su emotiva despedida a B16 llega a extremos como el de llamar a B16 «un Papa crucificado» que «acepta con gallardía la cruz del chivo expiatorio de la pederastia clerical sobre sus hombros ancianos»). 
 
Aunque en algún medio a Ratzinger se le quiera enfrentar, «por el control del dinero», con su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, resulta que otro texto del mismo diario reconoce y documenta cómo el propio papa mantuvo a su número dos a toda costa.

Insistimos, pues, en que no existe evidencia alguna de que el viejo Panzerkardinal haya perdido jamás el control del aparato. 
 
Sus dotes como teólogo, su tan traída y llevada timidez, en absoluto están reñidas –lleva décadas demostrándolo– con su habilidad para guiar férreamente la nave administrativa vaticana en aspectos esenciales. 
 
Ni, por supuesto, con su capacidad de cálculo.

Joseph Ratzinger es un tipo muy listo.
 
 Como buen papa y buen curial de toda la vida. 
 
Nada más conocerse públicamente su renuncia a la “Santa” Silla, disciplinados obispos y religiosos de todas partes corrieron a saludar su “valiente” decisión. 
 
Así la calificó el obispo de Bilbao
 
Y el arzobispo de Tlalnepantla (México). Y el obispo de Talca (Chile).
 
 Y el arzobispo de Sevilla. Y los obispos de Míchigan
 
Y el boliviano de Oruro
 
Y el cardenal, también mexicano, Norberto Rivera
 
Y el ex portavoz vaticano Joaquín Navarro-Valls
 
Y el obispo de Orlando (Florida). 
 
Y al menos varios de Texas
 
Y los costarricenses
 
Y el cardenal Cañizares. Y... Y... Y... 
 
En muchos de esos casos, hablando también de la “humildad” y la “falta de egoísmo” implicadas en tal decisión.

De haber habido una consigna, quizá la coincidencia no habría sido mayor... Pero, ¿por qué “valiente”?
 
 Cuando hace falta valor es porque se enfrenta un peligro o una amenaza u oposición serias. 
 
Ya hemos visto que no existen elementos de juicio para pensar así respecto al entorno del papa.
 
 ¿Se subraya solo la valentía de haber renunciado a un puesto tan destacado y habitualmente vitalicio? 
 
Tal referencia implica dejar mal a los papas anteriores, en particular a Wojtyla (que, mucho peor de salud, resistió dramáticamente hasta el final). Incluso quizá al propio Ratzinger, pues podría entenderse que tuvo que luchar contra su propio afán de poder y de perpetuarse...

Tanta afirmación de “valentía” y virtudes morales, suscrita también por muchos cronistas y comentaristas (católicos o no), y avalada por “críticos” como Estulin y Frattini, tiene por efecto subliminal presentar a Ratzinger como una víctima de las intrigas de la Curia y de otros poderes relacionados con el Vaticano. 
 
¿Se trata de un efecto buscado también por la supuesta víctima?

Él subrayó que se iba libremente, cumpliendo así el requisito canónico.
 
 Pero en una comparecencia posterior advirtió sobre la necesidad de que se abandone el “egoísmo” en la ICR. 
 
Los cronistas contaron que llamaba a la “renovación” y que volvía a «arremeter duramente contra el poder» (?), lo que sería una «clara referencia a las luchas de poder que se libran en la cúpula de la jerarquía católica».
 
 Desde luego, el complemento interpretativo de los grandes medios le viene de perlas al Vaticano.

Si nos atenemos a las propias palabras del papa –que es probable previesen de antemano dicha ayuda periodística–, la traducción que parece imponerse es: 
 
“Yo puedo hablar contra el egoísmo y el afán de poder porque con mi retirada estoy dando ejemplo.
 
” Es decir, algo ideal para contribuir a represtigiar ante propios y extraños a una institución, y a un personaje (el propio B16), que arrastran tanto lastre (in)moral. 
 
Quizá en vista de ello resulte menos sorprendente encontrar, incluso en el campo alternativo, verdaderas apologías del papa, como esa de Rebelión titulada “Los teólogos no tienen vocación de poder”.

Por si todo ello no bastara, la humildad papal quedó reforzada cuando poco después se supo, a través de su biógrafo, que Ratzinger ha declarado: 
 
«Ya no se puede esperar mucho más de mí. 
 
Soy un hombre anciano. Las fuerzas me abandonan.
 
 Creo que basta con lo que hice hasta ahora.» 
 
Parecen las palabras de alguien que anuncia, incluso pide, retirarse tranquilamente para, acaso, afrontar la muerte en breve plazo.
 
 Pero esa apariencia, en alguien tan calculador, quizá no debiera dejarnos satisfechos.

La importancia política de Joseph Ratzinger

Al observador atento debiera llamarle la atención un dato de estos días posteriores a la renuncia papal: las reacciones a la misma han ignorado la dimensión política del personaje (algo que le encantará a este).
 
 Se le ha reducido a poco más que un administrador de la Curia, y encima bastante malo (su presunto idealismo haría de él alguien poco “práctico”); o, en el mejor de los casos, a un impulsor de cambios dentro de la ICR (en línea neotridentina a la vez que hacia unas mayores cotas de moralidad y transparencia). 
 
En todo esto late una concepción errónea, fundada en una vasta ignorancia, acerca de la naturaleza de la propia Iglesia Romana. 
 
No se acaba de comprender que estamos ante una entidad de carácter religioso pero, sobre todo, político. 
 
Y que, por supuesto, políticos son sus dirigentes; con mayor razón, el supremo.
 
 Pero, además, los tentáculos mediáticos del Vaticano, que van mucho más allá de los medios más obviamente afines, consiguen que la atención se fije en el presente y se olvide el pasado, incluso el todavía muy reciente. 
 
O que el énfasis en el primero permita una reinterpretación del segundo (ejemplo de ello es el ya mencionado panegírico de Vidal).

La propia naturaleza de esa entidad abona la confusión (por no decir que esta es su esencia). 
 
Experta en mezclar sistemáticamente lo religioso y lo político, lo público y lo privado, lo “temporal” y lo “espiritual”..., lo más noble y lo más inmoral, la ICR suscita un grado de desconcierto seguramente sin parangón, máxime por ser tan longeva (pero en absoluto trasnochada).
 
 Camaleónica, sinuosa, subrepticia, adicta al principio de sí contradicción, ha hecho del disfraz su rasgo más característico junto con el sagrado fin al que sirve aquel: el de acaparar Poder. 
 
El Gran Tapado es el mejor disfrazado, el que mejor tapa su Poder.
 
 Así, hasta críticos sinceros llegan a creerle débil. 
 
En este modesto blog hemos aludido no pocas veces a él, destapándolo en mayor o menor medida. 
 
Y hemos anticipado (ver p. ej. 1 y 2) que en los tiempos actuales tiende él mismo a destaparse cada vez más. 
 
Conviene tener esto muy en cuenta cuando se analizan los presentes acontecimientos vaticanos. 
 
Aún más si aceptamos que nos hemos adentrado en la Era Neorreligiosa, para la cual la ICR se encuentra muy bien preparada.

El descuido de esa dimensión política es tanto más grave en países como el nuestro, que han padecido la reiterada intrusión de Benedicto y sus huestes en los últimos años (fieles a una ancestral tradición, por lo demás). 
 
Siempre, claro, con su estilo confuso y solapado para evitar desenmascararse. 
 
Ahí queda el recuerdo de las teleapariciones del papa en la Plaza de Colón, o de sus amables visitas a nuestro país (con auténticos hitos en la siembra de cizaña y en la exhibición de papolatría). 
 
Toda una presión de alto nivel sumada a la de sus representantes patrios. 
 
Dejando seriamente condicionada la política española y reforzados los privilegios de la ICR.

En la esfera internacional y global, aunque no tan viajero como su predecesor, el papel de B16 no ha sido menos relevante.
 
 Recordemos que este gran político fue aupado al frente del Vaticano, cuyos hilos él mismo ya movía, a los pocos días de la adoración tripresidencial que tributó el Imperio al cadáver de Wojtyla.
 
 «Ese gesto –advertíamos– no implicaba sólo gratitud hacia el papa muerto, sino también compromiso con su sucesor.» 
 
Aunque usando el cuentagotas, las intervenciones visibles del todavía papa actual supieron estar por su parte a la altura de ese compromiso: de ahí su nada pacífica conferencia en Ratisbona alimentando la islamofobia; sus oportunas declaraciones reflejando “preocupación” por la «amenaza nuclear» en momentos en que el Imperio la señalaba en relación con Irán; sus excelentes relaciones con egregios genocidas que parecen sentirse magnetizados por él; o, lo más relevante, su “patita” mostrada para invocar la necesidad de un gobierno mundial –no ajeno a la propia autoridad papal– con la excusa de la crisis económica (ver también 1).

Su identidad con el Occidente atlantista en las grandes líneas de la política internacional parece absoluta. 
 
De ahí su actitud habitualmente acrítica respecto a las guerras “humanitarias” y a la “crisis” económica programada por la Elite Global del Sistema-Imperio. 
 
Una complicidad y un silencio que naturalmente no son gratis. 
 
El papado está bien situado ante los retos globales que, caos mediante, él mismo viene contribuyendo a crear.

¿Qué cabe esperar a partir de ahora?

Todo está mucho más medido y calculado de lo que nos dan a entender.
 
 Es la manera de actuar de Ratzinger y tiene sobrada experiencia.
 
 Él mismo dirigió todo el proceso del cónclave que, tras la muerte de Juan Pablo II, le acabó eligiendo como papa. Tampoco tendría nada de raro que ya estuviera designado el sucesor.

Durante el reinado de B16 se ha asistido a todo un récord en la “creación” de cardenales (90 en menos de ocho años; proporcionalmente, quizá como ningún otro papa).
 
 De los 117 cardenales que elegirán al nuevo jefe supremo, 67 han sido nombrados por él (los 50 restantes, por su compañero Juan Pablo II).

Sobre estas bases, no parece descartable que la renuncia de Ratzinger solo sea parte de una jugada maestra de mayor alcance. 
 
Toda ella al servicio, no tanto suyo (aunque seguramente él disfrute jugándola), como de su querida ICR. 
 
En esa institución se subordina todo, empezando por las personas (jerarcas también), al sacrosanto afán de poder. Si es necesario, con sacrificio personal incluido. 
 
Esto llega en ella a un grado desconocido en cualquier otra entidad de poder. 
 
De ahí su éxito diferencial.

El pronto ex papa es un anciano achacoso, pero, si nos atenemos a los datos disponibles, no sufre problemas perentorios de salud. Se le ha visto bien en sus últimas apariciones públicas
 
Parece conservar en lo básico sus facultades mentales. 
 
Cuesta mucho creer que en el convento de monjas del Vaticano donde vivirá la última etapa de su vida, se vaya a limitar a rezar. 
 
El próximo papa no será un muñeco de Joseph Ratzinger mientras dure este, pero sus comienzos y estrategias seguramente vendrán marcados por su antecesor en el cargo. 
 
También su perfil, puede que hasta su nombre y apellidos.

En algún momento, quizá incluso antes de liderar la ICR, Ratzinger se dio cuenta de que él no sería un papa definitivo. 
 
La edad ya le desbordaba y carecía del carisma suficiente.
 
 No quiso, por supuesto, perderse la gloria de asumir el papado, pero tampoco renunció con ello a un legado de mayor enjundia todavía.
 
Sería un papa de transición sí, pero no una transición cualquiera.
 
 ¿Por qué iba a limitarse a ser cerebro en dos reinados pudiendo serlo en tres? Máxime si el tercero se le aparecía con tantas expectativas...

Estas semanas, los medios nos venden una imagen mítica de un papa que renuncia tras llegar a sentirse asfixiado por un ambiente demasiado hostil (y/o demasiado procaz, según las variantes más sensacionalistas). 
 
El cuadro de un hombre de fuertes convicciones y humildad genuina que prefiere la paz de un convento de clausura a la atmósfera enrarecida de la Curia, las altas finanzas y la alta política. 
 
Para mayor aderezo de la novela heroico-victimista, nos hablan de intrigas, masones y puñaladas traperas contra el “revolucionario limpiador”. 
 
Pero no dicen la verdad, pues, aparte de especular y exagerar sin apenas fundamento, omiten mencionar responsabilidades –incluso propias– que B16 nunca ha depurado.

¿Cómo será el nuevo papa? Habrá de estar adaptado a lo que Ratzinger llamó ya hace años la “era neopagana” (amor al dinero, placer, poder... pero también sed de Dios). 
 
Y, más específicamente, al momento actual de la historia que los Poderes Terrenales (con el propio papado, sobre todo entre bastidores) han venido modelando. 
 
Un momento caracterizado por el Caos creciente y programado. 
 
En el cual la neorreligiosidad será cada vez más determinante.

Lo de menos es que el nuevo líder sea italiano, negro o latinoamericano. 
 
Si se le prevé definitivo, habrá de ser alguien muy dinámico, incluso juvenil, que despierte ilusión en un mundo angustiado por la “crisis” y las guerras. 
 
Para lo cual convendrá que, además, irradie pureza –que no tenga la cara de malo de B16– después de tantos años salpicados por desórdenes financieros y escándalos de pederastia en el ámbito de la ICR; y fuera de este, por una confabulación para destruir la economía mundial a la par que en todas partes medran los corruptos y oportunistas.

Señaladamente, en España, laboratorio “privilegiado”, país en vanguardia de lo que viene. 
 
Ahí tenemos a sus dos principales diarios, mano a mano, erosionando lo poco que queda de “Régimen”: hoy Bárcenas, mañana Urdangarín, pasado otra vez Bárcenas, al día siguiente Corinna... Se impone un reajuste de la realidad nacional de acuerdo con el Sistema-Imperio. 
 
El campo de pruebas español seguro que aporta datos interesantes para posteriores experiencias, cada vez más globales.

Conclusiones

La renuncia de B16 es síntoma de que hay serios “movimientos telúricos” por detrás del escenario.
 
 De que se avecinan horas decisivas y el Vaticano quiere estar en primera línea para afrontarlas (léase, subordinarlas a sus intereses). 
 
Ahora seguramente los acontecimientos se precipiten, y no solo porque pronto habrá un nuevo papa. Inevitablemente, parte de ellos se nos escapan. 
 
Llaman la atención las prisas del propio Benedicto por celebrar el cónclave, adelantándolo si es preciso. La excusa aducida, un tanto pobre, sería evitar las “quinielas” sobre los candidatos a sucederle.

Mientras, y pese a todo, llevamos un tiempo de calma chicha.
 
 La prima de riesgo, bastante templada. 
 
La guerra contra Siria, igual de sanguinaria pero metida en un impasse porque las potencias díscolas siguen sin ceder y el Imperio aguarda al momento más propicio para dar el zarpazo decisivo.

Por supuesto, los gerifaltes políticos todavía fingen (también habrá algunos sinceros) que desean superar la “crisis”. Pero el plan de los de Arriba, cuyos mas visibles representantes son los del FMI, sigue siendo destrozarlo todo.

Es probable que Raztinger aún pueda contemplar todo esto, o buena parte de ello. Pero no lo es tanto que se limite a ser espectador. 
 
En el fondo, más que un paso atrás, con su renuncia estaría dando un paso al frente. Sea como fuere, su Vaticano ya está aggiornato otra vez para lo que se (nos) viene encima: el Nuevo Orden Mundial que será impuesto con la excusa del Caos que llevan tiempo sembrando.

http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2013/2/17/-un-papa-abandona-i-ii-desmontando-panegiricos

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