Hace un año que los revolucionarios tuaregs del MNLA entraron en escena para liberar su territorio, Azawad. Lograron expulsar a los ocupantes militares malienses, pero no vencer a los terroristas y a los islamistas tuaregs de Ansar al-Dine.
El conflicto en el norte de Mali es complejo.
No es solo una lucha a muerte entre separatistas o autonomistas tuaregs, entre terroristas yihadistas o militares corrompidos del Estado de Mali, apoyados por Francia y ciertos estados africanos.
Hay otros actores que mueven ficha desde sus despachos climatizados lejos de ese territorio infernal que es el Sahel con sus temperaturas insoportables.
Los tuaregs, con sus compatriotas maures, sonrhaïs y peul, aspiraban a un nuevo Estado independiente en África, democrático y laico en el inmenso desierto del Sahara, como lo hicieron los eritreos y los sudaneses del sur.
Luego admitieron el principio de la autonomía de Azawad en un Estado federal.
Se podría pensar que tendrían la simpatía y el apoyo de la opinión pública mundial y el aval de la comunidad internacional y de Occidente por haber osado a levantarse contra las dictaduras y el orden establecido en esta «primavera democrática de los pueblos» de África del Norte, iniciada por la revolución tunecina del jazmín y seguida por los egipcios, libios, sirios...
Desgraciadamente no se ha hecho lo mismo con los tuaregs.
Han sido aislados y objeto de una flagrante campaña de desinformación desde los medios franceses.
Peor, su revolución ha sido hurtada por los grupos salafistas, sostenidos por Argelia y el dinero de Qatar.
La cuestión a desentrañar es por qué los dos estados que a priori temen más la pujanza del terrorismo de Al Qaeda del Magreb Islámico, que tienen ciudadanos secuestrados por el grupo y que tienen enormes intereses económicos en la región, a saber, Argelia y Francia, han dejado a los tuaregs abandonados ante el peligro yihadista.
La respuesta es que estos dos estados priorizan sus intereses a los de los derechos humanos, incluido el derecho de los pueblos a la autodeterminación.
Durante la revolución libia del 17 de febrero, el Estado francés se alineó con los derechos del pueblo libio por encima de sus intereses económicos y los de sus multinacionales, como la petrolera Total, pero ha cambiado diametralmente de actitud cuando se trata de Azawad.
Nuestros hermanos imazighen, los «hombres azules», que han consagrado la libertad religiosa, no solo se enfrentan a grupos salafistas.
Tienen enfrente a grupos terroristas sutilmente manipulados por los servicios secretos militares argeli- nos, y cuyos dirigentes están bien protegidos en las instalaciones de la DSR en Argel.
Los generales argelinos que confiscaron el poder consideran que el peligro para sus intereses viene más del sur, desde el territorio tuareg, que de la región de la Kabilia bereber.
La DSR argelina, dirigida por los generales Mohamed Tawfik Medien e Smail Lamari, no quieren ni oír hablar de un Estado tuareg independiente, ni siquiera de una simple autonomía en su frontera sur.
¿Por qué los acuerdos entre la rebelión tuareg y las autoridades de Mali, bajo la supervisión de Argel, fracasaron estrepitosamente?
La primera razón es que un Azawad estable, bajo soberanía de Mali o independiente, permitiría la explotación petrolera de yacimientos que están a uno y otro lado de la frontera, siempre en territorio tuareg, aunque sea en el sur de Argelia.
La segunda razón es que Argelia, que defiende al Frente Polisario, está obsesionada por un corredor hacia el Atlántico de sus exportaciones petroleras y gaseras.
Y, a falta de una resolución de la cuestión del Sahara Occidental y del muro de separación erigido por Marruecos, los generales argelinos planean un itinerario alternativo que atravesaría el norte de Mali y Mauritania.
Es por ello que grupos del AQMI argelino han intentado desestabilizar el frágil Estado mauritano.
Para Argelia este podría ser el segundo Estado a caer en sus manos tras el «Estado Islámico de Azawad», donde los salafistas no han perdido un minuto para aplicar estrictamente la ley islámica.
La DSR no solo financia, aconseja e informa a sus mercenarios salafistas del Sahel, sino que les suministra tropas de refuerzo recrutándolas en los campos saharauis de Tinduf, al igual que hicieron con los mercenarios de Gadafi. Todo para evitar que el MNLA recupere Tombuctú, Gao y Kidal.
No es la primera vez en que la DSR se implica en juegos sucios. Fue el caso del atentado contra el hotel Atlas Asni de Marraquech, en 1994, obra de los servicios secretos argelinos, según confirmó su exagente Karim Moulay, hoy en Inglaterra.
La DSR estaría detrás del asesinato de siete monjes en Tibirine en 1996, o en el del célebre cantante amazigh kabileño Matoub Lounes.
Hassan Hattab, antiguo jefe del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) y protegido por Argelia, tendría muchas cosas que aclarar sobre esta muerte, que el régimen argelino utilizó para dividir a la Kabilia.
Si Argelia tuviera verdadero interés en destruir a estos grupos terroristas en el Sahel, ¡le bastaría con cerrar el grifo de combustible y gasoil controlando su bombeo en Tamanrasset!
El otro frente ante el que se topa el MNLA es la multinacional Areva.
Esta, que tiene una gran influencia sobre los gobiernos franceses, sean de derecha o de izquierda, acaba de destinar 1.500 millones de euros para explotar una nueva mina de uranio, que serviría para suministrar a casi la totalidad de las centrales nucleares francesas, a 100 kilómetros de Azawad.
A fin de cuentas, Areva lustra sus negocios con la sangre y el hambre de los tuaregs y enciende las lámparas y las calefacciones francesas con la explotación de sus recursos naturales.
Areva ha puesto toda la carne en el asador ante el Gobierno francés y esa es probablemente la razón que ha conducido al presidente Hollande a lanzar su guerra. Insiste en que no hay detrás ningún interés. Entonces, ¿por qué no ha intervenido en Siria y tiene tanta prisa para hacerlo en Azawad?
El presidente francés ignora que los únicos que podrían asegurar sus intereses en Mali y, por extensión, en Níger, son los rebeldes del MNLA que dirige Bilal Ag Cherif, y que se ha desplazado recientemente a París sin ser recibido.
Pero estos intereses franceses deben pasar por el reconocimiento del Estado de Azawad y del derecho a la autodeterminación del pueblo tuareg, en suspenso desde hace más de medio siglo. Desgraciadamente, Francáfrica sigue ahí.
En definitiva, y como dije en mi carta abierta al presidente americano, para terminar de una vez por todas con los grupos terroristas en Azawad y en el Sahel (y en la misma Argelia), hace falta una investigación internacional urgente sobre el juego sucio de los servicios secretos argelinos y llevar ante los tribunales a «todos« los responsables de los crímenes de la DSR, incluido sin duda el de In Amanas, y que acaba de acrecentar la cifra de víctimas.
Rachid Raha es Presidente de la Fundación Montgomery Hart de Estudios Imazighen