El presidente de Francia, François Hollande, hizo campaña prometiendo que haría aprobar legislación para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo, y se está preparando ahora para cumplir su promesa.
Hace pocos días, luego de grandes manifestaciones de gente que —según ellos mismos— ama a los homosexuales pero quiere que sigan siendo ciudadanos de segunda —pero los aman profundamente, ojo—, Hollande sugirió que podría dejar que cada alcalde de cada ciudad de Francia decidiera según su conciencia si casaría a parejas del mismo sexo o no.
Ante el furor que desató, tuvo que desdecirse.
El ida y vuelta es una mancha en su curriculum político pero terminó, al menos, del lado que correspondía.
¿Cómo se decidió Hollande a respetar su promesa de campaña sin medias tintas ni compromisos indebidos? Aparentemente el “lobby gay” lo amenazó.
¿Cómo se decidió Hollande a respetar su promesa de campaña sin medias tintas ni compromisos indebidos? Aparentemente el “lobby gay” lo amenazó.
Probablemente un grupo comando formado por hombres musculosos, vestidos de spandex rosa y cuero con tachas, irrumpió en su oficina tirando abajo la puerta y lo amenazaron con someterlo sexualmente. El lobby gay es terrible.
Los fanáticos cristianos, sean católicos o evangélicos, aman hablar del lobby gay. Es posible que incluso fantaseen con él, en la forma en que yo lo he presentado hipotéticamente.
Los fanáticos cristianos, sean católicos o evangélicos, aman hablar del lobby gay. Es posible que incluso fantaseen con él, en la forma en que yo lo he presentado hipotéticamente.
El lobby gay tiene el poder de torcer la voluntad de casi cualquiera, incluso el presidente de un país del Primer Mundo elegido por más de la mitad del voto popular.
El lobby gay controla la Casa Blanca, Hollywood, las Naciones Unidas, las escuelas públicas británicas…
La gente común y normal (o sea heterosexual) sólo apoya a los candidatos del lobby gay porque les han lavado el cerebro, luego de privarlos en la niñez de ese muro infalible contra las influencias homosexuales y otras perversiones que solían proveer el catecismo obligatorio y la educación segregada por sexos bajo el férreo control de curas y monjas.
Ya en serio, ¿por qué no permitir a un funcionario que haga objeción de conciencia si no desea oficiar una ceremonia que contraría sus creencias?
Ya en serio, ¿por qué no permitir a un funcionario que haga objeción de conciencia si no desea oficiar una ceremonia que contraría sus creencias?
En primer lugar, porque si la ceremonia es civil, las creencias religiosas deben quedar afuera; lamentablemente, explicar esto no sirve de nada porque los creyentes devotos del cristianismo, como los del islam, son inherentemente integristas, totalitarios: la religión no es una parte separada de sus vidas civiles.
Esto es inconveniente pero razonable.
En segundo lugar: porque un funcionario que no puede cumplir con una tarea debe renunciar a su puesto; una objeción de conciencia es un acto excepcional, no un pase libre para no hacer lo que no me cae bien.
En tercer lugar, y esto sí va al fondo del asunto porque es de la esencia de lo que significa objeción de conciencia en el derecho: no se puede utilizar la objeción de conciencia como si fuese un derecho para quitarle a un tercero un derecho suyo.
Si tengo derecho a casarme con otra persona (del sexo opuesto o del mismo, de otro color de piel y ojos o del mismo, más alta que yo o más baja que yo) en el lugar donde resido, entonces ningún funcionario puede negarme ese derecho amparándose en sus creencias.
Puede, teóricamente, rehusarse si otro puede suplirlo; pero el espíritu de toda ley que admita una objeción de conciencia es que el derecho del tercero no se vea afectado en lo más mínimo.
Por eso no sirve decir “yo no voy a hacerlo pero otro puede en mi lugar” si de hecho esta suplencia obligada retrasa u obstaculiza el derecho de otro, como sin duda es el objetivo de estos pretendidos objetores franceses.
Si tengo que rogarle a un funcionario subalterno que haga algo que su jefe no desea y por lo cual puede tener problemas en su trabajo; si tengo que irme a otra ciudad o pasar por varias oficinas; si tengo que esforzarme para ejercer un derecho que no debería ser más que un trámite, entonces la objeción de conciencia es una trampa, un engaño a la legalidad.