Pablo Gonzalez

Jim Morrison: Ángeles y marineros



Ángeles y marineros
chicas ricas
vallas de jardines
tiendas de campaña.



Sueños mirándose el uno al otro, suaves y lujosos coches. Chicas en garajes, desnudas, fuera para coger ropa y licor, medio galón de vino y seis paquetes de cerveza. Saltado, llevado a cuestas, nacido para sufrir, hecho para desnudarse en el páramo salvaje.

Nunca te trataré mal.
Nunca empezaré ninguna clase de escena.
Te diré en cada lugar y en cada persona en los que he estado.

Siempre un instructor en el campo de juego, nunca un asesino.
Siempre una dama de honor al borde de la fama o sobre ella.
Manipuló a dos chicas para entra en su habitación del hotel.
Una, una amiga, la otra, la más joven, una nueva desoconcida.
Vagamente mejicana o puertorriqueña.

Pobres muslos de muchacho y nalgas llenas de cicatrices del cinturón de su padre.
Ella intenta hablar.
Historias de su novio, de drogas, juegos adolescentes de muerte.
Chaval guapo, muerto en un coche.
Confusión.
Sin conexiones.
Ven aquí.
Te amo.
Paz en la tierra.
¿Morirás por mí?
Cómeme.
Este camino.
El fin.

Siempre te seré sincero.
Nunca saldré, ocultándote cosas, nena
Si solo me mostraras la Lejana Arden otra vez.

Me sorprende que la hayas podido despertar.
Él la azota ligeramente, irónicamente, con el cinturón.
¿No ha sido ya suficiente? Pregunta ella.
Ahora vestida y yéndose.
La chica española comienza a sangrar.
Dice que es su menstruación.
Esto es el cielo católico.

Tengo un antiguo crucifijo indio alrededor de mi cuello.
Mi pecho es fuerte y moreno.
Mentiras sobre sábanas, miserable, manchadas con una virgen sangrienta.
Podríamos planear un asesinato
O empezar una religión.
Jim Morrison

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