En los últimos días aparecieron dos magníficas notas que dan cuenta
de lo que en trabajos anteriores habíamos calificado como la
"descomposición moral" del imperio.
En una de ellas, Juan G. Tokatlian
(El País, 2 de Enero de 2012) habla del acelerado e irreversible avance
de la "poslegalidad", vocablo apto para referirse a la descarada
apelación a metodologías y formas de acción completamente reñidas con la
propia legalidad estadounidense por parte de la Casa Blanca y, por
supuesto, de la la Carta de las Naciones Unidas que se firmara en Junio
de 1945 en San Franciso y todo el tan espeso como inoperante andamiaje
de la legalidad internacional.
Arrasando con estas molestas limitaciones el indigno Nóbel de
la Paz que se sienta en la Oficina Oval de la Casa Blanca ordena
crímenes y asesinatos de ciudadanos extranjeros y norteamericanos, envía
aviones no tripulados -"drones"- para masacrar poblaciones indefensas
sin pagar costo alguno ante una opinión pública estupidizada por la
industria cultural del capitalismo mientras que, paso a paso, va
cercenando las libertades públicas establecidas por la Constitución de
los Estados Unidos pero que desde Ronald Reagan para aquí se ha venido
convirtiendo en letra muerta.
En esta misma línea Juan Gelman publicó también en la edición
del mismo día pero en Página/12 una nota en donde demuestra que el
"progre" Barack Obama ya superó el triste record de su infausto
predecesor en materia de atropellos a los estándares de la justicia y
derechos humanos.
Pese a sus encendidas promesas de campaña no cerró
Guantánamo; retiró parte de las tropas estacionadas en Irak (si bien
dejando un buen número de "asesores" cuyas funciones efectivas poco
tienen que ver con ese nombre) pero siguió guerreando en Afganistán y
extendió las hostilidades a Pakistán.
Además, tras las raídas bambalinas
de la OTAN Washington fue principalísimo actor, según lo reconoció el
New York Times, de la masacre y los crímenes perpetrados para "liberar" a
Libia. Si G. W. Bush pergeñó el rescate de los bancos su sucesor
profundizó esa política; si aquél había escrito el borrador del Tratado
EEUU-Colombia que autoriza la utilización de bases militares (por ahora
7, pero se puede aumentar esa cifra con una simple solicitud del
Departamento de Estado) en ese país sudamericano, fue Obama quien
ratificó el acuerdo poniendo su firma al lado de un personaje siniestro
como Álvaro Uribe.
Y en materia económica las políticas de rescate de
los delincuentes de cuello blanco y elegantes trajes Armani que pululan
en Wall Street -rescate hecho a costa de los deudores hipotecarios
norteamericanos- prosiguieron su curso triturando las ilusiones del
American dream: ya son dos millones de familias arrojadas a la calle, y
se espera que las víctimas de esta gigantesca estafa sean unos cinco
millones en los próximos dos o tres años.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿a quién puede
importarle la primaria republicana de Iowa?
¿Cuáles son las razones por
las que la prensa mundial le otorga tamaña trascendencia a un show
mediático como ese, despojado de toda sustancia democrática?
Basta leer
las declaraciones de los candidatos republicanos, a cual más retrógrado y
reaccionario exaltando los valores tradicionales y patrioteros de la
derecha norteamericana, para comprobar la profundidad abismal de la
crisis política de ese país.
Va de suyo que las opiniones de los
candidatos demócratas, comenzando por el propio presidente, no modifican
en lo más mínimo este diagnóstico.
Tal vez lo empeoren.
El disparate de
los candidatos republicanos, exhaustos luego del ejercicio democrático
llevado a cabo en Iowa, llegó tan lejos como para que varios de ellos
-especialmente Michele Bachmann, la (frustrada) esperanza del Tea Party
que cosechó un número irrisorio de votos- fulminaran con sus críticas a
Obama por ... ¡ sus políticas "socialistas"!
Se nota que esas gentes,
aspirantes todos ellos a heredar el trono imperial de la Casa Blanca, no
tienen la menor idea de lo que están hablando.
En su majestuosa
mediocridad no se dan cuenta de que si hay algo que impidió (¿o sería
más preciso decir "postergó"?) el hundimiento del capitalismo
estadounidense fueron las políticas del tandem Bush-Obama que
efectivamente pusieron en práctica un socialismo muy del agrado de la
burguesía: socializaron las pérdidas de los grandes oligopolios
financieros e industriales y las redistribuyeron meticulosamente en el
conjunto de la población.
Mientras tanto, los principales CEOs de esas
corporaciones afectadas por el "socialismo" de Bush-Obama seguían
ganando, una vez pagado los impuestos, más de diez millones de dólares
anuales como recompensa por sus brillantes negocios.
Reflexiones estas, en suma, acerca de la total intrascendencia
de estas primarias -y las que les seguirán en las semanas siguientes,
incluyendo un par de ridículos "super martes" que ya provocan la
estudiada excitación de la prensa norteamericana y sus voceros en la
periferia- que pueden extenderse sin forzar ningún razonamiento a las
elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
Porque, como dicen
algunos de los (pocos) politólogos críticos que hay en ese país, ¿a qué
viene tanta cháchara con elecciones en las cuales nada se elige y con
presidentes que nada presiden toda vez que el "gobierno permanente" que
realmente detenta las riendas del poder en sus manos: el complejo
militar-industrial y sus aliados, no ha sido elegido por nadie, no debe
rendir cuentas ante nadie, ni mucho menos podrá ser removido por el
sufragio popular?
No importa lo que el pueblo elija, ni el mandato que le
otorgue al candidato electo, porque los que verdaderamente mandan lo
hacen en virtud de realidades mucho más proteicas -los millonarios
negocios y negociados hechos bajo la complaciente mirada del gobierno y
de una dirigencia que depende de los donativos de los oligopolios para
financiar sus ambiciones políticas- que las débiles señales producidas
por el proceso electoral.
Además, a diferencia del "populacho" desinformado e impotente
que en proporciones cada vez menores acude a las urnas, la clase
dominante imperial sabe lo que es bueno para Estados Unidos y lo que hay
que hacer en cada momento.
Parafraseando aquella vieja fórmula de
mediados del siglo pasado que decía que "lo que es bueno para la
General Motors es bueno para Estados Unidos" sus personeros hoy saben
que "lo que es bueno para el complejo militar-industrial es bueno para
Estados Unidos," por lo menos para una dirigencia que piensa
exclusivamente en acrecentar los beneficios y perpetuar los privilegios
de ese 1 por ciento contra el cual se levantaron los indignados del
Ocupemos Wall Street.
A esa clase dominante del imperio el veredicto de las urnas,
sea en las primarias republicanas o demócratas, o en las elecciones
generales, le tiene absolutamente sin cuidado.
Su inserción en las
articulaciones decisivas del aparato estatal norteamericano no está
sujeto a escrutinio o control público alguno, y su dominio sobre la
clase política y los grandes medios de comunicación la colocan a salvo
de cualquier contingencia surgida en el terreno electoral.
Lo único que
le preocupa en relación a las primarias y las elecciones es seguir
alimentando la ilusión popular de que el país es una democracia,
evitando que la masa de la población llegue a pensar que el régimen
político imperante no es una democracia sino una abyecta plutocracia.
Sabe que de persistir esa creencia su dominio será poco menos que
inexpugnable.
El problema es que la ilimitada voracidad de esa burguesía
y la super-explotación a que somete al propio pueblo norteamericano más
pronto que tarde podría romper el hechizo y dar inicio a un proceso de
movilización y radicalización de imprevisibles consecuencias.
Por eso
hay que presentar al anodino ejercicio que tuvo lugar el pasado martes
en Iowa como si fuera una vibrante prueba de la salud democrática de
Estados Unidos.
Una mentira, no piadosa, sino maléfica hasta el tuétano.