Pablo Gonzalez

Cayó el Klaus Barbie argentino en Bolivia

http://1.bp.blogspot.com/-4C4OXds0Gjo/TvwHfwojIpI/AAAAAAAAFjQ/CJKOziwWCCU/s1600/BARALDINI4.jpg

Pasado el mediodía del 24 de diciembre, una Suzuki Vitara ingresó al estacionamiento del aeropuerto internacional Viru Viru, de Santa Cruz de la Sierra. 

Su conductora, una señora de cabello rojizo, caminó con apuro hacia la sala de arribos. 

En el vehículo quedó un anciano de rasgos afilados y mirada gélida.

De a ratos, consultaba el reloj; de a ratos, se acomodaba la visera de su gorrita azul; de a ratos, asomaba la cabeza para observar el cielo. 

Su expresión era ansiosa. 

Aguardaba la llegada de un avión procedente de Buenos Aires; ahí viajaban su esposa y una de sus hijas. 

Con ellas pensaba pasar la Nochebuena. 

El tipo miró el reloj por enésima vez, cuando, de pronto, una voz sonó a sus espaldas:

–Apoye las manos al volante, y no se mueva.

Entonces sintió sobre la nuca la fría superficie de una pistola. 

Y no tardó en advertir que la Suzuki ahora estaba rodeada por efectivos de la Policía Nacional de Bolivia; los secundaban oficiales argentinos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). 

Uno escrutó la cédula del sujeto; estaba a nombre de Marco Antonio Aponte.

–Es falso –le dijo al comisario a cargo del operativo.
Otro agregó:

–No hay ninguna duda: es nuestro hombre.

Éste sólo alcanzó a exclamar:

–¡Es un error! ¡Es un error!

No obtuvo respuesta.

Ese sábado, el ministro de gobierno boliviano, Wilfredo Chávez, brindó una conferencia de prensa para informar sobre la detención del ex teniente coronel argentino Luis Enrique Baraldini, de 73 años, buscado allí por su participación en un complot terrorista y prófugo de la Justicia de su país por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. 

El viejo represor fue luego exhibido ante las cámaras.

Aún lucía la gorrita azul.

El jinete de los niños. Su imagen fue transmitida por todos los noticieros bolivianos. Ello hizo que Anna Infantas, una periodista especializada en temas de interés general, no saliera de su asombro.

Es que el 22 de abril de 2007 ella publicó en el diario santacruceño El Deber un artículo intitulado “La salud sobre cuatro patas”. 

Se refería a un centro de equinoterapia situado en las afueras de la ciudad, sobre la carretera que conduce a Camiri, al cual acudían niños con dificultades motrices. 

El sitio era regenteado por una tal Rosana, de 31 años, y su papá, quien respondía al nombre de Luis Pellegri. Ambos eran argentinos. 

Ella solía presentarse como “educadora y experta en medicina alternativa”. 

Y él era un profesor de equitación muy prestigioso en Bolivia, al punto de haber sido comisario de pruebas en las competencias ecuestres del Country Club de Cochabamba, uno de los más selectos del país. 

Pero nada lo entusiasmaba tanto como la rehabilitación de sus pequeños alumnos. Al respecto, diría: “Trabajo mucho la relación con ellos: el beso y el cariño, con mucha buena onda. Y en un ambiente natural, donde se sienten libres”. Conmovedor.

Lo cierto es que –por alguna razón que la periodista Infantas desconocía– el centro de equinoterapia cerró sin previo aviso el 16 de abril de 2009. 

Desde entonces, nada se supo del afable profesor de equitación. Hasta la tarde de ese sábado, cuando la televisión local lo mostró al mundo. En realidad se trataba de Baraldini.

Siete lustros antes, éste no tenía necesidad de usar un apellido imaginario. Por entonces residía en un modesto chalet situado en la esquina de Mitre y Belgrano, de Santa Rosa, la capital pampeana. 

Y daba rienda suelta a su pasión por los equinos en el Club Hípico Maracó, al cual acudía cada mañana a bordo de un Chevy azul manejado por un suboficial del Ejército. 

Es que Baraldini era oficial de Caballería. A fines de 1975, prestaba servicios en el Regimiento 101, emplazado en la localidad de Toay. 

Casado con la señora Olga Ricci y padre de dos niñas –Rosana y Sandra Mabel–, ese hombre aún joven, extremadamente delgado y con cara aindiada gozaba de una excelente reputación entre sus vecinos, quienes, el 24 de marzo de 1976, asimilaron con sumo beneplácito su designación como jefe de la Policía de La Pampa.

Baraldini, quien sólo exhibía grado de mayor, alternó su cargo con la jefatura operativa de la Sub Zona 1,4. 

En consecuencia, también controlaba el centro clandestino de detención que funcionaba en la comisaría 1ª de Santa Rosa. 

Él, en persona, se encargaba de interrogar a los cautivos. 

Dicen que su voz resultaba más sobrecogedora que los choques de picana con los que solía matizar las preguntas. 

Se calcula que por aquellas mazmorras pasaron unas 300 víctimas; sólo media docena logró sobrevivir.

Uno de ellos, el psicólogo Esteban Tacnoff, aún recuerda que el mayor le preguntó si atendía guerrilleros. 

La respuesta fue negativa. Entonces, Baraldini impostó un rictus piadoso, y dijo: “Vos tenés mucha suerte: te vas a ir en libertad. Pero no te dediqués más a tu profesión; es subversiva. Dedicate a otra cosa”. Baraldini permaneció en La Pampa hasta 1979.

Al año siguiente pasó a ser el agregado militar de la embajada argentina en Bolivia. Sucedió en ese destino diplomático al mayor Jorge Mones Ruiz, con quien a través de los años –como se verá– compartiría muchos sueños e ilusiones.

De hecho, junto a él y otros 100 militares argentinos enviados a La Paz por el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, organizó el sangriento golpe del 17 de julio de 1980, en el que el general Luis García Meza –célebre por sus vinculaciones con el narcotráfico– derrocó a la presidenta Lidia Gueiler. 

En semejantes circunstancias, Baraldini haría buenas migas con otro artífice de la dictadura boliviana: el célebre criminal de guerra nazi Klaus Barbie, quien dirigía un grupo paramilitar junto al fascista italiano Stefano Delle Chiaie.

Dos años después, al colapsar el régimen militar, Barbie fue capturado por agentes de inteligencia franceses, quienes lo trasladaron a Lyon. Allí se lo juzgaría por sus atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial, al encabezar la Gestapo en esa ciudad. Baraldini, por su parte, regresó a Buenos Aires.

Restablecida la democracia argentina, fue detenido por su responsabilidad en 63 privaciones ilegales de la libertad y 18 casos de tortura. Pero en 1988 fue desprocesado en razón a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

El 3 de diciembre de 1990, junto a su compinche Mones Ruíz participó en el fragote carapintada liderado por Mohamed Alí Seineldín.

A Baraldini se le asignó la misión de tomar el Regimiento de Patricios, en Palermo. Por ello fue condenado, y permanecería tras las rejas hasta 2002, cuando el presidente interino Eduardo Duhalde lo indultó por “razones humanitarias”.

Al año siguiente, tras reanudarse las causas por crímenes cometidos durante la última dictadura, el juez federal Daniel Rafecas ordenó su detención.
Baraldini, entonces, puso los pies en polvorosa.

Cabalgata final. En la próspera Santa Cruz de la Sierra, él se sentía a sus anchas, puesto que sus añejos vínculos de camaradería con los uniformados bolivianos le endulzaron el exilio. Tanto es así que, en 2005, el veterano criminal fue condecorado por el Círculo de Oficiales del Ejército de Bolivia. 

Tampoco es un detalle menor que su hija, Rosana, se haya casado con el ex militar Raúl López, a quien el alcalde derechista Percy Fernández puso al frente de la Dirección de Seguridad Ciudadana del municipio.

Dicha suma de circunstancias hizo que la llegada de Evo Morales al poder, el 22 de enero de 2006, no le quitara el sueño. En esos días, el ex teniente coronel argentino ya se dedicaba de lleno a su escuelita de equinoterapia.

Sin embargo, el 16 abril de 2009 atendió una llamada telefónica que lo hizo palidecer. Luego prendió un televisor.

Los noticieros informaban acerca de un tiroteo con la policía en el hotel Las Américas, de aquella ciudad. 

Allí cayó el húngaro-boliviano Eduardo Rózsa Flores, junto a un rumano y un irlandés; en tanto, otros dos sujetos –un croata y un húngaro– fueron detenidos.

El quinteto integraba una célula terrorista de ultraderechaque planeaba asesinar a Evo Morales. 

El argentino Mones Ruíz formaba parte del complot. Y Baraldini no era ajeno al asunto.

A partir de entonces, abandonó para siempre el ejercicio de la equinoterapia.

Y también abdicó a su intensa vida social.

Las autoridades locales lo buscaban afanosamente.

Lo cierto es que pudo sobrellevar la clandestinidad gracias a la protección brindada por su yerno.

Ya se sabe que el espíritu navideño le jugó una mala pasada.

Tras ser expulsado de Bolivia, su nuevo domicilio es el penal de Marcos Paz.

Ahora deberá pagar sus crímenes.

Por Ricardo Ragendorfer

Related Posts

Subscribe Our Newsletter