Habíamos dicho recientemente respecto al programa nuclear de Irán que la
prensa comercial era incapaz de informar objetivamente acerca de lo que
realmente está ocurriendo y que siniestros poderes que se esconden
detrás de ciertas cancillerías occidentales en vez de buscar una
solución diplomática pacífica estaban proclamando nuevamente amenazas y
gritos de guerra.
Nuestro colega Pepe Escobar nos explica cómo se ha ido
tramando y manipulando esta historia.
Hay
que prepararse para una tanda de «inteligencia» satelital poco clara de
almacenes genéricos de todo Irán descritos frenéticamente como
segmentos de una línea de montaje de una bomba nuclear (¿Recordáis una
famosa «instalación nuclear secreta» en Siria no hace mucho? Era una
fábrica textil.)
Hay que prepararse para una tanda de diagramas burdos que muestran
artefactos sospechosos, o los contenedores que los ocultan, todos
capaces de llegar a Europa en 45 minutos.
Hay que prepararse para una tanda de «expertos» en Fox, CNN y la BBC
que diseccionan interminablemente toda esa operación clandestina
presentada como «evidencia».
Por ejemplo, el ex inspector de armas de la
ONU David Albright, ahora en el Instituto de Ciencia y Seguridad Internacional
(ISIS, por sus siglas en inglés), que ya ha logrado la hazaña de volver
de entre los muertos exhibiendo sus credenciales para «bombardead Irán»
completas con diagramas e inteligencia satelital.
Olvidad Iraq, es de 2003. Poneos en la nueva onda: acelerar en superdirecta hacia la guerra contra Irán.
Ahora es japonés
Ante todo, dejad de lado todo sentido común.
Si Irán estuviera desarrollando un arma nuclear, estaría desviando
uranio para hacerlo. El informe publicado esta semana por el Organismo
Internacional de Energía Atómica (OIEA) –por politizado que sea– lo
niega rotundamente.
Si Irán estuviera desarrollando un arma nuclear, los inspectores de
la ONU que trabajan para el OIEA hubieran sido expulsados del país.
Iraq no tenía un programa de armas nucleares en 2002. Y a pesar de
eso fue sometido a ‘“conmoción y pavor”’. La misma base lógica se aplica
a Irán.
Lo que Teherán puede haber realizado –si se ha de creer en la
información comprometida utilizada en el informe del OIEA– es una serie
de experimentos y simulaciones computarizadas.
Todos lo hacen, por
ejemplo países que han renunciado a la bomba, como Brasil y Sudáfrica.
Lo que indudablemente quiere el Cuerpo Islámico de Guardias
Revolucionarios (IRGC) –a cargo del programa nuclear– es un disuasivo.
Es decir, la posibilidad de construir una bomba nuclear en caso de
que enfrenten una amenaza inequívocamente establecida de cambio de
régimen provocada, con gran probabilidad, por un ataque e invasión
estadounidense.
Abundan las dudas sobre la competencia –o imparcialidad– del nuevo
jefe del OIEA, el manso japonés Jukya Amano. La mejor respuesta se
encuentra en este cable de WikiLeaks.
En cuanto al origen de la mayor parte de la autodescrita información «creíble» del OIEA, hasta el New York Times se vio obligado a informar de que «parte de esa información provino de EE.UU., Israel y Europa». Gareth Porter presenta el desenmascaramiento definitivo del informe.
Además hay que esperar una considerable presión sobre la CIA para que
reniegue de la crucial Estimación Nacional de Inteligencia (NIE), que
estableció –irrefutablemente– que Teherán ya había eliminado un programa
de armas nucleares en 2003.
Todo esto se complementa con los ladridos de los perros de guerra que ya se oyen.
Los subalternos europeos podrán ser suficientemente incompetentes
para ganar una guerra en Libia (lo consiguieron solo cuando el Pentágono
se hizo cargo de la inteligencia satelital).
Podrán ser suficientemente incompetentes para controlar el desastre financiero en Europa.
Pero Francia, Alemania y el Reino Unido ya han estado ladrando, pidiendo sanciones más duras contra Irán.
En EE.UU., demócratas y republicanos por igual piden no solo
sanciones; en el caso de republicanos insanos, lo que claro está, es un
oxímoron, piden una nueva versión de ‘Conmoción y Pavor’.
Nunca se repite suficientemente cómo funcionan las cosas en
Washington. El gobierno de Benjamin Netanyahu en Israel dicta lo que
tiene que hacer al poderoso Comité de Asuntos Públicos EE.UU.-Israel (AIPAC) y AIPAC ordena qué tiene que hacer el Congreso de EE.UU.
Por eso el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara considera una
ley bipartidista que es esencialmente una declaración de guerra.
Según la ley ni el presidente Barack Obama, ni la secretaria de
Estado Hillary Clinton, ni, de hecho, ningún diplomático estadounidense
puede emprender ningún tipo de diplomacia con Irán, a menos que Obama
convenza a los «comités apropiados del Congreso» de que no emprenderla
significaría «una amenaza extraordinaria para los intereses vitales de
seguridad nacional de EE.UU.»
«Comités apropiados del Congreso» define por casualidad exactamente
al Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, que recibe sus órdenes de
marcha marcial de Bibi [Netanyahu] en Israel a través de AIPAC en
Washington.
Tratad de informar a alguno de los que ponen primero a Israel en el
Congreso de EE.UU. de cuáles serían las consecuencias inmediatas de un
ataque a Irán: el Estrecho de Ormuz cerrado en unos minutos, por lo
menos de 6 millones de barriles de petróleo que desaparecen en la
economía mundial (que ya está en recesión en el Norte industrializado),
que un barril de petróleo llegue a 300 o 400 dólares.
No importa; son incapaces de sacar la cuenta.
Preparaos bien y ateneos a la agenda
Se arremolinan los rumores sobre una reciente afirmación del Cuerpo
Islámico de Guardias Revolucionarios (IRGC), según la agencia noticiosa
Fars, de que bastan cuatro misiles iraníes para disuadir a Israel.
Esos misiles podrían –o no podrían– ser los misiles crucero nucleares
soviéticos Kh-55 de Ucrania y Belarús, con un alcance máximo de 2.500
kilómetros, que Irán puede haber comprado hace años en el mercado negro.
El IRGC, por supuesto, no dice nada. Solo alimenta la niebla de
(pre)guerra, ya que nadie sabe exactamente hasta qué punto Irán está
bien defendido.
Es un secreto a voces en Washington que el cambio de régimen forma
parte de los juegos de guerra del Pentágono por lo menos desde 2004.
La hoja de ruta favorita de 2002 de los neoconservadores todavía
vale: los objetivos son Iraq, Siria, el Líbano, Libia, Irán, Somalia y
Sudán, todos nodos cruciales en el «arco de inestabilidad» acuñado por
el Pentágono.
Imaginad a doctorandos en belicismo que examinan el tablero de
ajedrez. Iraq recibió debidamente su "conmoción y pavor" (a pesar de que
a EE.UU. lo está poniendo de patitas en la calle).
Siria es un hueso
demasiado duro que roer para la incompetente OTAN. El Líbano (Hizbulá)
solo se puede capturar si antes cae Siria. Libia fue una victoria
(olvidad una prolongada guerra civil), Somalia es contenible por Uganda y
Drones. Y el Sudán del Sur está en sus manos.
Eso deja –para los practicantes de la línea dura de la doctrina de
Dominación de Espectro Completo– la tentadora posibilidad de un ataque
exitoso a Irán como la máxima acción de destrucción creativa, volviendo a
barajar todos los naipes de Medio Oriente a Asia Central.
El “arco de
inestabilidad” definitivamente desestabilizado.
¿Cómo lograrlo? Es tan simple, piensan los belicistas. Convencer a
Obama de que en lugar de pulverizarle los conservadores besarán sus
zapatos y será canonizado como el «re-acelerador» de la economía de
EE.UU. si solo va y libra otra guerra.
¿Quién está a favor de Ocupad Irán, literalmente?