Trabajadores del puerto de Suez se llenaron de rabia el pasado 24 de noviembre al descubrir la carga del barco Darina Danica. Siete toneladas y media de gas lacrimógeno encargado desde EEUU por el Ministerio del Interior para reprimir las manifestaciones que estos días se han producido en Egipto contra el régimen militar.
Según
las fuentes, estaba previsto que 21 toneladas de este material, que ha
generado una enorme polémica en el país a causa de las nocivas
consecuencias que tiene para la salud , llegaran a lo largo de esta
misma semana al país.
El material sería propiedad de la empresa
norteamericana Combined Systems, con sede en Pennsilvània.
Fruto de la represión policial y el uso de gases, en la plaza Tahrir,
epicentro de las protestas, la venta de máscaras anti-gas aumentó de
forma exponencial.
Los vendedores se situaban en las puertas de los
vagones del metro cairota describiendo, como si de una campaña
publicitaria se tratara, situaciones catastróficas.
“Lanzan coetes!”,
gritaba uno. “Protejase del gas tóxico prohibido por los americanos!”
sentenciaba su compañero.
En los improvisados hospitales de campaña de la plaza, este era un
tema recurrente de debate.
Los síntomas presentados por muchos afectados
eran distintos a los sufridos en enero, cuando se usaron bombas
similares para reprimir las protestas.
“En aquel entonces, con un poco de vinagre en la nariz o coca-cola en
los ojos, se calmaban los efectos” assegura el médico voluntario Hassan
Ahmed, “pero ahora los efectos son mucho peores”.
Jóvenes manifestantes preparan mezclas de agua y levadura que lanzan a
la cara de otros jóvenes para paliar los efectos de los nuevos gases.
“No sabemos qué es lo que nos lanzan exactamente, pero el personal
sanitario sospecha que muchos de los jóvenes han muerto por los efectos
nocivos de estos gases”, sostiene Hassan.