Pablo Gonzalez

Ecuador: La guerra mediática pierde terreno

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Creo que fue el Canciller de la Nación, el que sugirió, en el seno de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA (CIDH - Estados Unidos) algo coherente y simple: se debería convocar a un referéndum popular y que el pueblo ecuatoriano decida: que la ley es para todos, menos para los dueños de medios de comunicación y sus periodistas.

A pesar de que los constitucionalistas dicen (cada vez que les conviene) que la fuente de todo mandato es el pueblo; digo yo, desde el pensamiento libre y que puede estar equivocado, que una resolución semejante sería evidentemente inconstitucional ya que las últimas constituciones que ha tenido el país (y que han sido varias) dicen que todos los habitantes del Ecuador SON IGUALES ANTE LA LEY. 
 
Es decir, primero habría que reformar este precepto constitucional para que pueda aplicarse una disposición semejante. 
 
Y esto para el supuesto que el pueblo, voluntariamente, decida que los dueños de medios de comunicación y sus periodistas estrella son especiales y tienen derecho a un trato diferente.

Me atrevo a pensar de manera tan contraria a la libertad de expresión que proclaman suya los tales medios, porque, en los últimos tiempos, como que los pueblos (no solo del Ecuador) de varios países, piensan distinto de los que les dicen cómo “deben pensar”. 
 
De otra manera, no se explicarían los triunfos electorales de Hugo Chávez Frías, de Evo Morales, de Daniel Ortega y del mismo Rafael Correa Delgado. 
 
Y creo que el triunfo rotundo y de primera vuelta de doña Cristina Fernández vda. de Kichner tiene algo que ver con esta actitud ciudadana, ya que, entre sus enemigos mediáticos e irreconciliables, estaban todos los que, hasta hoy, forman parte del clan del diario Clarín de Buenos Aires, otrora impulsor de la feroz dictadura militar de ese país (1976-1983)

Lo que vi y oí en la sala del CIDH también volvió a traerme a la mente la vieja anécdota del niño campesino, a quien, sus padres, cuando pastaba las ovejas, le advirtieron que estuviera atento al lobo feroz; y que gritara, con todas sus fuerzas, si este aparecía por el lugar. 
 
El adolescente quiso probar hasta qué punto iban a socorrerle, y, sin que haya ni la sombra del lobo feroz, empezó a gritar: ¡El lobo, ahí viene el lobo! Pronto tuvo a sus padres, a sus hermanos y vecinos, preguntándole: ¿dónde, dónde viste al lobo? 
 
Y de esta manera, le pareció al niño-campesino un juego bonito. Lo repitió tantas veces hasta que los familiares y vecinos ya no le tomaron en serio. Y, cuando en verdad llegó el lobo feroz, nadie acudió en su auxilio.
 
El lobo feroz terminó por tragárselo entero.

Me acuerdo de esta anécdota porque vivo en Ecuador, soy de los que husmeo por doquier buscando al lobo feroz; y no lo encuentro. Lo mismo le pasa a las y los millones de ecuatorianos (14 millones) que todos los días, a toda hora, hacemos y deshacemos nuestras cosas; y no hemos visto por lado alguno al lobo feroz acechándole a los pobrecitos periodistas que fueron a quejarse como plañideras de velorio, ante los miembros de la Comisión, de la OEA. Además, no hemos regresado a los tiempos del Ing. León, para tener este miedo

A propósito de esta Comisión (CIDH) y de otros organismos de esta calaña, mucha gente en América Latina los consideramos inútiles y fuera de tiempo. 
 
Habría sido muy bueno que actúen, por ejemplo, cuando en nuestro sufrido continente los lobos feroces perseguían a los que eran y los que no eran (los Batista, los Trujillo, los Somoza, los Pérez Jiménez, los Strossner) pero, en esos tiempos, la tal Comisión no apareció por parte alguna. 
 
Aparece, no contra la feroz dictadura de Pinochet (17 años) o contra la bestial dictadura argentina (en menos de 8 años mataron o desaparecieron a 30.000, todo un record) 
 
Ni siquiera actúa contra los horrores cometidos en Honduras (sólo en la época del Sr. Lobo, el verdadero, ya van como 16 periodistas desaparecidos) o contra el señor Álvaro Uribe y sus falsos positivos y las fosas comunes. 
 
Para eso está ahí la señora o señorita Catalina Botero, colombiana y muy leal a la “seguridad democrática” y a los llorones de Quito; y a la que el principal diario sipiano de Ecuador (El Comercio de Quito) dedica titulares amenazantes, en su edición del miércoles 25 de octubre/2011 (pag. 4-1)

A mí me parece que el Presidente (Rafael) Correa tiene razón cuando plantea una OEA pero sin Estados Unidos y sin Canadá. Yo digo, en estos tiempos, para qué gastar en esa Comisión (y en otras) si ya sabemos lo que van a decir o a lo que van a dedicarse. 
 
Esta posición la denunció, una vez más, el embajador de Venezuela ante la OEA. Que la financien los países interesados en sus informes y sus “estudios”. Pero, ¿por qué tenemos que seguir pagando por ellos y ellas, todos los miembros de la OEA, en especial, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y ahora Argentina?

A mí me parece que Juan Carlos Calderón tiene pleno derecho a decir lo suyo y lo que le corresponde a su coautor, el señor Cristian Zurita, por lo del libro “El Gran Hermano”. 
 
Personalmente le expresé mi felicitación por la denuncia, en el diario Expreso, ya que presumía que el hermano mayor del Presidente (el señor Fabricio Correa) utilizaba ese parentesco para lograr buenos contratos. Pero Calderón cometió un gravísimo error si, en el libro, aseguró, sin pruebas, que Correa estaba al tanto de las “travesuras” de su hermano Fabricio. 
 
Eso era como decirle corrupto al Presidente. Sobre el tema, voy un poco más allá: pienso que lo más grave habría sido que las instancias de control respectivas (en especial, la Contraloría) hubiesen detectado que, a través de este mecanismo familiar, se hubiese estafado al Estado, se hubiese estafado a terceros o se habría causado algún perjuicio a alguien. 
 
Y tal acusación ni se ha dicho ni se ha afirmado, aunque si se ha hablado bastante de la calidad moral del señor Fabricio Correa.

Pero, ¿qué derecho tienen a hablar a nombre de los periodistas ecuatorianos, el señor César Ricaurte y el señor Mauricio Alarcón Salvador? 
 
Los dos caballeros se presentaron a nombre de Fundamedios (una ONG, de la USAID-NED, en el Ecuador) que de acuerdo a su constitución debe dedicarse a “la observación social y estudio de medios” en el área andina.
 
De don César Ricaurte no se sabe dónde escribe, qué escribe y quién le paga por su trabajo; y a don Mauricio no se le ha conocido en ambientes periodísticos, ni en pelea de perros. 
 
Ellos, desde luego, tienen pleno derecho a hablar y representarse a sí mismos; pero no tienen ninguno, a nombre de los periodistas ecuatorianos, menos de los periodistas profesionales. 
 
También estuvo en la sede de la OEA (¿en calidad de invitado de piedra porque no dijo nada?) don Vicente Ordóñez, quien, en lo personal, tiene pleno derecho a decir y pensar como le dé la gana; pero, por simple moral y mientras siga siendo un empleado del diario El Universo, y por estatuto, no puede tomarse nuestro nombre, para respaldar una acción semejante.

Digo esto, porque los quejosos dejaron claro ante la CIDH que ven lobos por todas partes desde el momento en que un juez y magistrados penales, sentenciaron al señor Emilio Palacio (que las oficiaba de editor de opinión de El Universo) y a tres de los actuales herederos de este diario, a 3 años de cárcel, cada uno, y a cuarenta millones de dólares de multa. 
 
La sentencia fue expedida de acuerdo a viejas leyes vigentes en el Ecuador desde hace décadas (está pendiente una apelación de tercera y última instancia) pero, esta situación fue el detonante de la versión sipiana de que en este país “se irrespeta” la libertad de expresión (de los medios) y de que hay “un riesgo” para el ejercicio de tal libertad.

En esta parafernalia han intervenido, repetidas veces, los mismos perjudicados. Desde luego, la SIP-CIA y toda su red de medios (impresos, radiales, televisados y hasta de internet) el Grupo de Diarios de América (GDA) y, por supuesto, la prensa “pelucona” nacional e internacional. 
 
Pero, en puridad de verdad, no hay nada que se parezca a una arremetida contra los tales medios comunicacionales, que siguen declarándose independientes (comerciales o privados) y que son los únicos que ven al lobo feroz por doquier. 
 
Pero como en Ecuador les ha fallado toda su estrategia, recurrieron a las “instancias internacionales” para ampliar y mejorar de escenarios, el alboroto.

Cabe preguntarse: ¿es gratuita la animadversión de los grandes medios comunicacionales de Ecuador, frente al Presidente (Rafael) Correa y su revolución ciudadana? Ya estamos grandecitos para creer que toda esa actitud es casual y solo contra Correa. Viene de antaño. 
 
¿No fueron los medios comunicacionales los que dijeron barbaridades y medias contra la hoy desaparecida URSS? 
 
¿No fueron y son estos medios los que dicen cualquier cosa de Cuba revolucionaria? ¿Han difundido alguna vez los logros populares e innegables de esa revolución? ¿Han protestado por el criminal y genocida bloqueo que ejerce el gran imperio contra Cuba, desde hace medio siglo? 
 
¿No son acaso los medios sipianos los que le han abierto, en todo el continente, una guerra más que declarada contra Hugo Chávez y su revolución bolivariana? ¿y contra Evo Morales, el “indio cocalero ese” según los pelucones de Santa Cruz? 
 
¿Recibió o no la prensa sipiana la consigna de oponerse a cualquier gobierno que plantee cambios, rectificaciones, que debían haberse dado hace mucho, si el sistema neoliberal y la peluconería tendrían alguna idea de sobrevivencia?

El problema es que estos medios sipianos viven del sistema económico, político y social en vigencia, en nuestros países. 
 
El problema es que además deben reemplazar (descubrirse) en nuestros países porque, reducidos a su mínima expresión los viejos y corrompidos partidos políticos de derecha (algunos, de ultra-derecha) alguien (los medios comunicacionales) debía tomar su lugar. 
 
Y para eso se ha ensayado una especie de decálogo de la gran prensa burguesa: manipular, mentir, sesgar, silenciar, engañar, entretener, la información.
 
Porque la opinión, hace rato que todo el mundo sabe lo que dice y asegura. La información (la noticia) era lo único creíble, que quedaba.

Esta especie de decálogo del engaño (según Chomsky, Ramonet y otros) tiene mucho que ver con los objetivos (fines) de cualquier medio comunicacional. 
 
Nadie puede esperar que en la hojita dominical de la Iglesia se publiquen tesis o asertos del marxismo; o viceversa. Nadie puede exigirle a un periódico de la social democracia que haga publicidad de la democracia cristiana (¿o si?) 
 
Los medios comunicacionales, que se auto identifican como “independientes”, por ejemplo, están obligados a defender la sociedad de consumo; caso contrario, o disminuye la publicidad o le cortan. Por lo tanto deben recomendar a sus públicos que compren, compren y compren; y que se endeuden, se endeuden, se endeuden. Que para eso se han creado las tarjetas de crédito.

Le pongo punto final a este ensayo “comunicacional” repitiendo una también vieja sentencia popular: “no es tan fiero el león como lo pintan”

Para los asambleístas sipianos, que entienden poco o nada de lo que es la verdadera libertad de expresión, que la CIDH de la OEA (y la OEA misma) no son tan fieros como los quieren pintar. Además, doña Catalina (en fotos) es guapa. 

Por consiguiente, no pasa nada si les invitan o no. Como dijo el Presidente Correa: “no son (ni pueden ser) los oráculos de Delfos” 

Y lo que no dijo es la cantidad de veces que el famoso oráculo falló.

Y príncipes (o candidatos) y reyes y princesas y duquesas, ¿acaso no se cayeron porque le hicieron demasiado caso a los oráculos y adivinas?

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