El arresto y la posterior detención del financiero y político francés Dominique Strauss-Kahn en Nueva York por imputación de delitos sexuales constituye un hecho desconcertante con implicaciones de gran alcance.
Strauss-Kahn, hasta la fecha en que escribimos estas líneas, es director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), probablemente la institución financiera internacional capitalista más poderosa, y prominente figura del Partido Socialista Francés, una de las agrupaciones políticas con vínculos empresariales más importantes del país.
Se esperaba que pronto anunciara su candidatura a la presidencia para los comicios de 2012 y las encuestas nacionales lo situaban por arriba de sus rivales, el presidente en funciones Nicolas Sarkozy y la candidata de la extrema derecha Marine Le Pen, del Frente Nacional.
Tanto por su postura de clase, sus privilegios y su imagen social, Strauss-Kahn representa todo aquello a lo que se opone World Socialist Web Site. Sin embargo, también es un ser humano con derechos democráticos, entre ellos el derecho a un juicio conforme a la ley y la presunción de inocencia hasta que se demuestre su culpabilidad.
En vista del tratamiento al que ha sido sometido Strauss-Kahn desde su arresto y la cobertura de los hechos por parte de los medios estadounidenses, dicha presunción no existe.
Ni nosotros ni nadie más, aparte del acusado y la parte acusadora (y, quizás, otras partes con intereses que permanecen en el anonimato), sabemos exactamente qué pasó en la suite de Strauss-Kahn en el Hotel Sofitel de Manhattan aquel domingo.
La información que conoce el público proviene del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York, del abogado de la supuesta víctima y de los medios de comunicación masiva; ninguna puede considerarse una fuente confiable.
Hasta ahora, nadie ha escuchado la versión de Strauss-Kahn. Por el contrario, ha sido sometido a un calculado proceso de humillación y deshumanización, como el aberrante “desfile del perpetrador”, cuyo obvio objetivo es condenar al acusado en el imaginario colectivo incluso antes de que se hayan formulado oficialmente los cargos.
La violación es un delito execrable y toda persona que resulte culpable de haberlo cometido ha de rendir cuentas por ello.
No obstante es un hecho, vergonzoso e innegable, que las acusaciones de conducta sexual inadecuada se han utilizado de manera implacable, y no solo en Estados Unidos, para destruir a personas concretas.
El caso que de inmediato viene a la mente es el de Julian Assange, fundador de WikiLeaks.
El hecho de que las acusaciones de violación y otras modalidades menores de conducta sexual inadecuada hayan cumplido fines políticos no significa que Strauss-Kahn sea víctima de una conspiración.
Sin embargo, habría que ser infinitamente crédulos para descartar por completo, antes de una investigación a fondo, la posibilidad de que Strauss-Kahn, una figura cuyas decisiones tienen importantes consecuencias políticas y financieras, haya caído en una trampa tendida con lujo de cuidado.
La vieja pregunta Cui Prodest (¿Quién se beneficia?) debe plantearse al investigar una acusación cuya consecuencia inmediata, independientemente del resultado final del caso, con toda probabilidad será la remoción del cargo al frente del FMI y la destrucción de la carrera política del posible futuro presidente de Francia.
¿A quién favorecería el traslado de Strauss-Kahn a una cárcel estadounidense? Sin duda, este es el tipo de pregunta que formularía el gran novelista francés Alexander Dumas, autor de El Conde de Montecristo.
No es el tipo de curiosidad que distingue al consejo editorial del New York Times. De hecho, en un ejemplo más de su afición por el periodismo sensacionalista, ayer el diario publicó no una ni dos, sino tres columnas (de Maureen Dowd, Stephen Clarke y Jim Dwyer) que se deleitan con la humillación de Strauss-Kahn, se refieren a la acusación de violación como si su veracidad no pudiera cuestionarse y de modo provocador incitan la animadversión de sus lectores hacia el acusado.
Las tres columnas apelan al desconocimiento del público de las garantías procesales y a sus instintos más primitivos. El grado de inmundicia de los tres textos se evidencia en el título que Clarke eligió para su columna: “Droit du Dirty Old Men” (El derecho de los viejos raboverdes).
De los tres, el peor artículo se debe a la pluma de Maureen Dowd. En el transcurso de su larga estadía en el Times como columnista la autora nos ha regalado un sinfín de ejemplos de obsesiones lascivas (ver sus textos sobre el escándalo Clinton-Lewinsky), degradadas aún más por su incontrolable y subjetivo tono asqueroso.
Recientemente, antes de dirigir su atención al caso de Strauss-Kahn, Dowd celebraba el asesinato fuera de la ley de Osama bin Laden (“una victoria que nos hizo sentir otra vez estadounidenses”).
Su columna del 17 de mayo, “Powerful and Primitive” (Poderoso y primitivo) inicia así: “Ella lo deseaba y con ganas.
Es lo que desea toda joven viuda trabajadora y temerosa de dios que se rompe el lomo como criada en un hotel de Times Square para mantener a su hija adolescente, justificar su calidad migratoria y aprovechar las oportunidades que brinda Estados Unidos: un viejo sátiro enloquecido, anquilosado y arrugado que arremete desnudo desde el baño contra ella y la arrastra por la habitación al más puro estilo cavernícola”.
¿En qué pruebas se basa este escabroso párrafo?
¿Con qué información cuenta Dowd?
¿Acaso entrevistó a la parte acusadora? ¿Sabe siquiera lo que la supuesta víctima le dijo a la policía? Para esta columnista del Times la presunción de inocencia no existe. Por el contrario, se indigna ante la mínima sugerencia de que Strauss-Kahn podría ser inocente o, aún peor, que se le haya tendido una trampa.
Al igual que en todos los casos que han merecido la tinta de Dowd en los que hay imputaciones de conducta sexual inadecuada, la culpabilidad de la persona acusada opera como supuesto básico.
Dowd continúa: “La defensa francesa de Strauss-Kahn aduce absurdas teorías de la conspiración, igualito que los pakistanís cuando hablan de Osama. Incluso hay quienes afirman que fue víctima de una carnada sexual armada por los adláteres de Sarkozy”.
¿Imposible? ¿Por qué sería descabellado creer que Strauss-Kahn tiene poderosos enemigos con los medios para tenderle una trampa o, al menos, aprovechar la oportunidad del escándalo para darle la estocada política?
Excluir esa posibilidad no solo es absurdo en términos políticos, sino que cierra por completo una perspectiva crítica de investigación.
¿Es posible imaginar que los investigadores no preguntarían a Strauss-Kahn si había personas interesadas en ponerle una celada y, además, podían hacerlo?
¿O suponer que los investigadores no tienen razón para analizar a las personas asociadas a quien lo acusa?
Para entender la manera en que diversos poderes están aprovechando el escándalo basta con citar la nota de primera plana publicada el miércoles pasado en el Wall Street Journal con el título “Pressure Is Building on Jailed IMF Chief” (Crece la presión contra el director del FMI que se encuentra preso).
El artículo señala que el gobierno de Obama ha “enviado contundentes señales de que ya era hora de que el FMI retirara a Dominique Strauss-Kahn del cargo, ya que no puede seguir cumpliendo con las exigencias del puesto”.
No cabe duda que el arresto de Strauss-Kahn es, a los ojos del gobierno estadounidense, una oportunidad política.
Según el Wall Street Journal, en sus primeras declaraciones en torno al caso, el Secretario del Tesoro Timothy Geithner “exhortó a un reconocimiento formal del Consejo de que el segundo a bordo del FMI, el estadounidense John Lipsky, al frente del organismo desde el arresto de Strauss-Kahn, seguirá en el cargo como interino”.
Se entiende que la persona que reemplace a Strauss-Kahn tendrá importantes implicaciones de política, y ya ha iniciado una acre lucha entre los gobiernos europeos y el estadounidense en cuanto a la elección de su sucesor.
El Wall Street Journal apunta que Europa desea conservar a uno de los suyos en el primer puesto dentro del FMI, pero “Estados Unidos, como principal accionista del organismo, será fundamental en la determinación del resultado”.
Tal vez Maureen Dowd no esté especialmente informada de los muchos intereses cruciales en juego ante el reemplazo de Strauss-Kahn, pero los de arriba en el New York Times no son ingenuos.
Es un hecho demostrado que el editor ejecutivo del diario, Bill Keller, coordina la cobertura de asuntos de importancia vital para el gobierno estadounidense.
En este caso, las incendiarias columnas de Dowd y otros autores contribuyen a incrementar la presión que busca la renuncia de Strauss-Kahn.
La opinión pública oficial francesa se muestra comprensiblemente consternada tanto por la manera en que se arrestó a Strauss-Kahn como por la decisión de las autoridades estadounidenses de hacerlo desfilar, esposado, ante los paparazzi.
Sin embargo, su tribulación solo indica lo poco que los europeos entienden de lo que se ha estado cocinando en Estados Unidos en las últimas décadas.
El periodista y filósofo de derecha Bernard Henry Lévy se queja legítimamente del escandaloso trato prodigado a Strauss-Kahn al afirmar que “lo lanzaron a los lobos” y señalar que “nada permite al mundo entero regodearse ante el espectáculo [...] del hombre esposado, con el rostro ajado tras 30 horas de detención e interrogatorios”.
Sin embargo, las figuras como Lévy, embelesadas por la propaganda del “libre mercado”, se han cegado a las condiciones sociales de ese país: el autor no se ha molestado en advertir que más de 2,2 millones de personas, en su mayoría tratadas con la misma o más crueldad que Strauss-Kahn, se encuentran hoy presas en la pesadilla para los derechos humanos que denominamos Estados Unidos.
La triste realidad es que el carácter despiadado y vengativo del sistema estadounidense “de justicia” únicamente sale a la luz cuando en sus garras cae una persona famosa.
La postura de Dowd y otros seres de su calaña como defensores de los pobres y oprimidos es pura hipocresía.
La columnista afirma que en el caso de Strauss-Kahn los estadounidenses “podrán sentirse orgullosos de que se hará justicia, sin importar la riqueza, la clase social o los privilegios [...]
Se trata de un episodio inspirador de nuestro país: una camarera puede ser escuchada dignamente mientras denuncia a uno de los hombres más poderosos del mundo”.
Basura. En el día a día, las camareras y el resto de la “ayuda” son invisibles para la clase media alta a la que pertenece Dowd.
Si bien gente como Lévy ha manifestado su preocupación, el establishment francés ha reaccionado con cobardía o, como en el caso de Nicolas Sarkozy, quien ve a un rival posiblemente eliminado, esgrimiendo cálculos políticos de corto plazo.
Sin duda, el miedo y la intimidación atraviesan a Francia (y a Europa) cuando se trata del comportamiento de Estados Unidos y sus operaciones como banda de mafiosos alrededor del globo. Washington exigió (y consiguió) la liberación del asesino de la CIA Raymond Davis de una cárcel pakistaní en marzo.
¿Acaso alguien puede imaginar a una gran figura política estadounidense sometida en París al trato que recibió Strauss-Kahn en Nueva York en total impunidad?
El asunto Strauss-Kahn plantea preguntas de enorme relevancia. El World Socialist Web Site insiste en la presunción de inocencia y otros derechos democráticos fundamentales.
No hay razón que justifique el negarle la liberación bajo fianza.
Quienes, desde la izquierda, creen absurdamente que la suerte de Strauss-Kahn no amerita la menor atención o debe encomiarse como merecido castigo por su fortuna personal y pecados políticos no entienden nada de garantías individuales en democracia.
Además, vale la pena subrayar que las convicciones socialistas no se basan en un espíritu vengativo de miras estrechas.
Ciertamente esperamos que una defensa competente, no acobardada por la tremenda presión para aceptar un arreglo en el que el acusado se declare culpable, se dedique a investigar los hechos.
Para las autoridades, sobre todo si están motivadas por objetivos políticos, el asunto ya tiene el tufo de la misión cumplida, entendida ésta como la destrucción de la imagen política de Strauss-Kahn.
Si nos concentramos en los hechos del caso tal como se han informado, hay razones de sobra, hoy más que nunca, para plantearnos preguntas de gran complejidad, más allá de toda duda razonable.