Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

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Europa contra el mundo



Resulta que el proceso del siglo no será después de todo el de Osama bin Laden. 
 
Enfrentará por una parte a “Ofelia”, una inmigrante musulmana de África Occidental en EE.UU., una viuda de 32 años que se sustenta con su hija adolescente trabajando como mucama en un hotel de cinco estrellas de Manhattan. 

Por la otra, estará Dominique Strauss-Kahn (DSK), el francés judío de 62 años, ex jefe del Fondo Monetario Internacional, ex vencedor virtual de las elecciones presidenciales francesas de 2012 y ex peso pesado del capitalismo avanzado. 

Y hablamos de una metáfora de la actual guerra civil inherente al capitalismo avanzado o –en realidad– de la vida como la conocemos, donde el poder tiene usualmente la razón y la democracia se reduce a un simulacro.

Durante unos pocos días hemos podido creer en la noción de que la historia posibilitaría algún tipo de justicia poética en forma de que el FMI –gracias a una trabajadora africana musulmana– esté dirigido por un tecnócrata del mundo en desarrollo en lugar de que el Fondo nombre a otra de las antiguas caras europeas de siempre. 

Parece que ya no será así. 

Las hermanas feas
Todos, en Washington y más allá, saben que las “hermanas feas”: el FMI y el Banco Mundial, se diseñaron como instrumentos para que Occidente establezca la ley para los mercados emergentes, y que todo el proceso se asiente en un colchón de terciopelo supuestamente “neutral” o “multilateral”. 

Numerosos economistas que han trabajado para las hermanas feas durante las últimas décadas han terminado en posiciones muy destacadas –desde ministerios a Bancos Centrales– en todo Medio Oriente, Asia y Latinoamérica. 

Esto explica –entre otros absurdos– por qué siempre han insistido en invertir las reservas de sus países en deudas emitidas por EE.UU. o naciones de la Unión Europea. Bueno, porque es “seguro”. 

Al mismo tiempo, todos se han tragado la ficción de que el FMI era un “socio creíble” para sus gobiernos. Pues no lo era; el único “socio creíble” del FMI ha sido siempre el Tesoro de EE.UU. 

Antes de la crisis financiera global de 2008 provocada por Wall Street, la credibilidad del FMI era risible. 

No solo por la forma en que manejó la crisis financiera asiática de 1997-1998, en la que casi destruyó economías enteras, desde Tailandia a Indonesia, con su temido ajuste estructural que no hace distinciones.

No solo por la forma en que trató a Brasil y Rusia. 

Y no solo porque hizo todo lo posible por destruir a Argentina después de que ésta cesó los pagos a finales de 2001. 

En ese páramo político comenzó a distinguirse DSK, un super hábil economista, abogado y negociador. Aprovechó de inmediato el comienzo de la discusión de la crisis de 2008 en el G20 en lugar del G8 y así incluyó a las poderosas voces de los mercados emergentes. 

En 2010 incluso convenció a los europeos del FMI para que compartieran algunas de esas oscuras cuotas de la dirigencia con algunas economías emergentes. 

Y no hablemos de la parcialidad. EE.UU. tiene nada menos que un 16,8% de los derechos de voto; Europa un impresionante 35,6%. Alemania, el Reino Unido y Francia, entre los tres, tienen más del 15,5%. China tiene solo el 3,6%. Brasil, que representa a nueve países suramericanos, solo tiene el 1,3%. 

Cuando alguien tan impecablemente progresista como el Premio Nobel Joseph Stiglitz elogia tu trabajo, sabes que realmente el FMI está cambiando. Sitglitz no tardó en reconocer que DSK estaba tratando de implementar un nuevo modelo, con menos énfasis en las privatizaciones al estilo del Lejano Oeste y la mano dura contra los sindicatos. 

Es como si el FMI hubiera visto la luz, al estilo de los Blues Brothers; en el análisis de Stiglitz: “fortalecimiento de la negociación colectiva… reestructuración de las políticas tributarias y de gastos para estimular la economía mediante inversiones a largo plazo, e implementación de políticas sociales que aseguren oportunidades para todos”. 

No es de extrañar que lo que trataba de hacer DSK no fuera exactamente del gusto de grandes sectores de las elites financieras occidentales.

Solo una semana antes de su espectacular caída, posiblemente autoinfligida, dijo en la Universidad George Washington: “el péndulo oscilará del mercado al Estado” e instó a “una nueva forma de globalización para impedir que la ‘mano invisible’ de los mercados débilmente regulados se convierta en un ‘puño invisible’”, 

Los banqueros vuelven a ganar
 
La mayoría de los franceses está convencida de que a DSK le tendieron una trampa. 

Es algo que los franceses tienen que resolver tumbados en su diván colectivo. Sea lo que sea lo que ocurrió en la suite del Sofitel cercano a Times Square, el hecho es que el dirigente post-DSK del FMI (con un salario anual de 521.000 dólares más inconmensurables prestaciones), no será, ni por asomo, tan revolucionario. 

La canciller alemana Angela Merkel, el neonapoleónico presidente francés Nicolas Sarkozy, el primer ministro italiano Silvio “bunga-bunga” Berlusconi y el presidente de la Comisión Europea (CE) José Manuel Barroso se apresuraron a subrayar que el próximo jefe del FMI debería ser europeo. 

Muchos lo justificaron invocando desvergonzadamente las actuales reglas torcidas, después de todo, la UE es el mayor “contribuyente” al FMI.

Es esencial señalar que todos estos apologistas varían entre conservadores y ultraconservadores.

No les preocupa gran cosa el mundo en desarrollo; la prioridad son los paquetes para economías europeas dolientes como Grecia y Portugal; es decir, cómo reembolsar a los grandes bancos europeos en detrimento de la gente trabajadora local. 

No importa que China haya insistido en que el nuevo dirigente debería proceder del mundo en desarrollo. No importa que haya numerosos candidatos competentes, desde el turco Kemal Dervis al sudafricano Trevor Manuel, del mexicano Agustín Carsten al indio Montek Singh Ahluwalia. 

De modo que finalmente podría ser Christine Lagarde, de 55 años, otra vez Francia (ha dirigido el FMI durante 26 de los últimos 33 años).

Otra espléndida metáfora: una europea que trata de frenar la vertiginosa decadencia de Europa después de que Grecia amenazó con abandonar el asediado euro y tuvo que ser contenida, por la fuerza, por los poderosos bancos europeos que le prestaron esos euros para comenzar. 

Bueno, por lo menos esta vez sería una mujer, una ex campeona de natación sincronizada aficionada a los elegantes trajes de Chanel; ex jefa del despacho jurídico Baker Mackenzie de Chicago; ex Mejor Ministro de Finanzas en Europa en 2009, según el Financial Times; y sobre todo, alguien en quien Washington y Wall Street confían para que no presente “exóticas” ideas de redistribución de riqueza. 

Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Para contactos escriba a: pepeasia@yahoo.com.

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