Pablo Gonzalez

El “gigante” que se nos fue



Es desagradable hablar mal de alguien recién fallecido cuyo cadáver, por así decirlo, todavía está caliente. Pero aún desagrada más la falsificación y la repetición por inercia de la propaganda más grosera. Así que, metido en este conflicto de desagrados, es la lealtad al informe lo que debe prevalecer.


Puede que fuera un gigante por estatura, pero el recientemente fallecido Richard Holbrooke no pasaba de pobre diablo en lo moral. Sin embargo, en los medios de comunicación se le pinta como otra cosa. 

El vicesecretario de estado con Clinton, Strobe Talbott, ha dicho que Holbrooke, “encarnó lo mejor que un estadounidense puede hacer para mejorar un mundo peligroso”. En el New York Times, Roger Cohen dice que fue un “firme creyente en la capacidad de Estados Unidos para hacer el bien” y los comentarios españoles son del mismo tenor y se refieren al “gigante” que “negoció con el mal” (Milosevic).

Experto en Vietnam, banquero de inversión, embajador, negociador/instigador de la guerra balcánica, vicesecretario de Estado y representante especial para la guerra de Afganistán y Pakistán, Holbrooke fue un personaje a caballo entre el latrocinio de Wall Street y el agresivo intervencionismo mundial del Pentágono y el Departamento de Estado, con sólidas ligaduras biográficas con el aparato mediático encargado de embellecer a ambos.

Vietnam, Timor y Lehman Brothers

Su carrera comenzó en Vietnam a los 24 años. Fue uno de aquellos “Best and Brightest” que pusieron su talento al servicio de la infamia de Indochina. Sirvió en el delta del Mekong como responsable de “asuntos civiles” en una provincia de 600.000 habitantes. 

Su cometido se llamaba “programa de pacificación” en el marco del llamado “Programa Phoenix”, que consistió en el vaciado de población de las zonas rurales con reagrupamientos en “poblados estratégicos” y eliminación de cuadros de la guerrilla. 

Entre 1968 y 1972 ese programa (cuyo padre espiritual fue otro “gigante”, Samuel Huntington, autor del actual “conflicto de civilizaciones) asesinó a más de 25.000 supuestos cuadros del Vietcong y torturó a decenas de miles.

“El Programa Phoenix se describe a veces como una campaña de asesinatos, y se menciona frecuentemente como ejemplo de atrocidad humanitaria cometida por la CIA y organizaciones a ella vinculadas”, se lee piadosamente en Wikipedia.

Tras la derrota en Vietnam, Holbrooke fue Vicesecretario de Estado para Asia, de 1977 a 1981. En un libro de 1986, Elizabeth Becker explicó el papel que desempeñó en la defensa del régimen genocida de Pol Pot, después de que los vietnamitas invadieran Camboya para poner orden, en 1978. 

Era la época en la que Estados Unidos presentaba a Vietnam como agresor, con un coro de gente como Bernard Henri Levy y otros publicistas que iniciaban entonces su hoy continuada defensa humanitaria del imperio, denunciando desde París el "imperialismo vietnamita” contra Pol Pot. 

En 1977 se le encargó lidiar con Suharto en Indonesia. El dictador estaba masacrando a decenas de miles de personas en Timor Oriental y comenzaba a hablarse de derechos humanos. Holbrooke, básicamente, maquilló y recompensó aquella carnicería avalando nuevas ventas de armas.

De 1981 a 1993 trabajó en Wall Street como “banquero de inversión”. Fue vicepresidente de Credit Suisse First Boston, director ejecutivo de Lehman Brothers y vicepresidente de la empresa de inversiones Perseus LLC. También tuvo vínculos importantes con medios de comunicación, como editor de Newsweek y como marido, en terceras nupcias, de Kati Marton, una periodista que había estado casada con otro “banquero de inversión” y con un conocido presentador de la televisión ABC.

Pacificador de Bosnia y Kosovo

En los Balcanes nuestro hombre forzó la partición de Bosnia de 1995. La “paz de Dayton”, cuyos laureles lleva Holbrooke, fue, fundamentalmente, un mérito de Slobodan Milosevic, como el propio Holbrooke reconoce en sus memorias de 1998 (To End a War). Diana Johnstone considera que aquel acuerdo no era muy diferente del que la Unión Europea había alcanzado en marzo de 1992 con las tres nacionalidades de Bosnia y que podría haber significado el fin de aquella horrenda guerra si no hubiera sido saboteado por el líder bosnio musulmán, Izetbegovic, que tenía el apoyo del entonces embajador de Estados Unidos, Warren Zimmermann. Johnstone dice que, “lejos de ser el gran pacificador de los balcanes, Estados Unidos animó primero a los musulmanes a luchar por una Bosnia centralizada y luego, tras casi cuatro años de carnicerías, apadrinó una Bosnia federal y debilitada”. 

El papel de la diplomacia de Holbrooke, dice esta autora, “consistía en demostrar que la diplomacia auspiciada por los europeos estaba condenada al fracaso. Su victoria fue una derrota de la diplomacia. 

El espectáculo de los bombardeos plus Dayton se diseñó para mostrar que sólo las amenazas o la utilización de la fuerza militar de Estados Unidos podían poner fin a un conflicto”. Tal lección contribuía a resolver una jugada esencial en la Europa de los noventa: afirmar la necesidad de una OTAN en Europa. Sin guerras, frías ni calientes en su suelo, el viejo continente podía liberarse de la tutela del Pentágono e incrementar su independencia.

Con Holbrooke de pacificador, EE.UU apoyó la ofensiva croata en la Kraina de 1995, la mayor “limpieza étnica” (de serbios) de todo el conflicto. 

A continuación, al no conseguir su objetivo de ser Secretario de Estado en la segunda administración de Clinton, en 1997 regresó a Wall Street, hasta que el Presidente le llamó de nuevo como enviado espacial para preparar la campaña de bombardeo de Serbia. 

Con el apoyo de los servicios secretos americanos y británicos a la guerrilla de la UCK, en la época en la que los dirigentes de aquella organización ya eran activos en el trafico de drogas y órganos humanos, como se ha conocido ahora, Holbroook transformó en “luchadores por la libertad” a quienes hasta 1998 Washington calificaba de “terroristas”.

Holbrooke fue uno de los padrinos de la mascarada de Rambouillet, el diktat contra Serbia que sirvió de excusa para la declaración de guerra, una guerra “humanitaria” concluida con la creación de un estado títere albanés-kosovar y la expulsión de decenas de miles de no albaneses con la sanción de la OTAN. 

El propio Holbrooke declaró confidencialmente a la prensa en Rambouillet: “hemos puesto la barrera expresamente demasiado alta para que los serbios no puedan aceptarla, necesitan unas bombas y eso es lo que van a recibir”. 

Terminada aquella faena, fue nombrado embajador ante la ONU, donde renovó las sanciones contra Irak, que en los doce años que van de la primera guerra (1991) a la segunda (2003) causaron la muerte de medio millón de niños iraquíes, según UNICEF.

De “AfPak”, al cielo

Con la victoria de George W. Bush, Holbrooke regresó a Wall Street, su eterna retaguardia. Fue miembro del consejo directivo de la aseguradora American International Group (AIG) en una época en la que la empresa mantuvo una importante actividad especuladora. 

Holbrooke abandonó AIG en junio de 2008, un mes después de que se conocieran los fraudes de esa compañía que quebraría en septiembre. 

Apostó por Hillary Clinton con la idea de realizar finalmente su sueño de ser Secretario de Estado y perdió de nuevo. Obama le nombró representante especial para el último desastre bélico del Pentágono con su nuevo concepto “AfPak”, que ha escalado la guerra extendiéndola a territorio paquistaní. 

Si hubiera vivido algunos años más, aun le habríamos visto al frente de alguna otra misión ejecutora relacionada con Irán, el siguiente escenario…

Fue un defensor de los intereses especuladores e imperiales de su país, es decir una mezcla de ladrón y malhechor del derecho internacional, lo que, en este mundo, le convierte en un gigante merecedor de la general apología.

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