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El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Al leer Conversación en La Catedral, de las primeras novelas de Mario Vargas Llosa, uno queda impactado para siempre por la capacidad de su autor para exponer los misterios de la condición humana e insertarlos en la realidad latinoamericana de los años sesenta.

Pero no es al escritor de un libro como ese –publicado cuando su creador aún era un simpatizante de la Revolución Cubana, y considerado por muchos su obra maestra- al que se ha reconocido con el Premio Nobel.  

El lauro llega luego de sus amables crónicas sobre la invasión norteamericana a Iraq, publicadas primero en el cotidiano español El País y agrupadas luego en el volumen Diario de Iraq, y de obras recientes de ficción como la novela Travesuras de la niña mala, en la que el talento del autor no logra ocultar la intención de hacer una caricatura con la protesta social europea y los movimientos latinoamericanos de liberación nacional de los mismos años sesenta. Travesuras… cuenta una historia de amor imposible ambientada entre Europa y América que llega hasta tener escenas en Japón, y sale a la luz en el año 2006, precisamente en medio del ascenso al poder de gobiernos latinoamericanos que se declaran herederos de los movimientos de los sesenta.

Sin embargo, es con otro de sus libros del siglo XXI con  el que el narrador ha querido prestar el mejor servicio a la ideología dominante, como ha descrito con agudeza la novelista española Belén Gopegui, en un ensayo titulado Literatura y política bajo el capitalismo, publicado en diciembre de 2005:

Hablemos de un libro que se ha convertido en un estandarte de lo que sí debe hacerse, La fiesta del chivo de Vargas Llosa. A diferencia de lo sucedido con frecuencia en la época descrita por Francis Stonors Saunders en La guerra fría cultural, en estos momentos el capitalismo no necesita tanto explicitar sus demandas pero, si lo necesitara, habría formulado el encargo más o menos así: 

“Conviene que quien en su día defendió la literatura como una forma de insurrección permanente, y hoy está claramente al servicio del llamado neoliberalismo, escriba una novela sobre una dictadura latinoamericana. Conviene que se trate de una dictadura antigua, sobre la que ya se hayan cerrado teóricamente las heridas. 

Conviene distanciar esa dictadura de los Estados Unidos lo más posible aunque sin incurrir en mentiras gruesas puesto que hay hechos que ya son de dominio público.
 
Prestaría un gran servicio, desde el punto de vista de la escala de valores dominante, convirtiendo cualquier acto de resistencia en fruto de la inquina o la venganza personal. Se le sugiere, puesto que al fin y al cabo no le llevará mucho trabajo, haga de un personaje cercano a Trujillo un simpatizante de Fidel Castro. Alguien particularmente abyecto, por ejemplo el jefe de la policía política, el máximo torturador. Si la verdad histórica dice que ese hombre formó parte de una operación encubierta de la CIA contra Fidel Castro no la mencione, en este caso no es demasiado conocida.

No olvide la rentabilidad de sobrecargar su novela con violaciones, impotencia, miedo a ser acusado de “mariconería”, esto es, el cuerpo y en especial el sexo llevados a sus extremos más patéticos, morbo, a fin de cuentas, aun cuando recubierto de algún adjetivo barroco que permita a los lectores de clase media sentirse distintos y mejores que los lectores de novelas seriadas, y permita a la crítica traducir la palabra morbo por cosas como una penetrante mirada sobre el mal o una bajada a los infiernos. La economía, la política, la inteligencia, el interés, la capacidad de elegir, los argumentos que se emplean a la hora de ejercer esa capacidad, los trabajadores, los revolucionarios, los movimientos populares, todo esto debe estar ausente de su novela. 

Se trata de simplificar la condición humana hasta reducirla a dos o tres pasiones y traumas incontrolables.

El autor debe por último extremar sus críticas a Trujillo, que ya está muerto y bien muerto, para recuperar algo de la legitimidad que ha perdido en los últimos años sobre todo con respecto al público de América Latina. Se espera poder presentar al autor, un ideólogo del neoliberalismo, como crítico de un agente de los Estados Unidos; esto, unido a una gran campaña de promoción en América Latina, le conferirá nueva legitimidad, la que subyace en frases del tipo: “aunque no estamos siempre de acuerdo con sus artículos, como escritor es grande y llega hasta el fondo de las miserias humanas y de las dictaduras más crueles”.

Pero cómo llegó el autor de obras como La ciudad y los perros y Conversación en la catedral a convertirse en un eficaz manipulador al servicio de las peores causas. Quizá existan algunos indicios en la carta que el uruguayo Emir Rodríguez Monegal enviara al peruano Jorge Luis Recavarren, el 30 de Junio de 1967, sobre el futuro otorgamiento del premio Rómulo Gallegos a Mario Vargas Llosa, escribe Rodríguez Monegal: “como es casi seguro que le den el premio Rómulo Gallegos a Mario, él va a ir a Venezuela al Congreso de Caracas que se reúne a principios de agosto y al cual yo voy a ir también. Estoy casi seguro que si le dan el premio R.G. y si Mario acepta, los cubanos le van a escribir una de esas famosas cartas abiertas como la que le escribieron a Neruda. 

 Este es mi cálculo y por eso te pido que no provoques ninguna colisión entre Mario y nosotros. En este juego, querido Jorge Luis, no hay más remedio que tener paciencia”. Emir Rodríguez Monegal era el director de la revista Mundo Nuevo, que  según una documentada investigación de la argentina María Eugenia Mudrovcic fue una creación de la CIA para restar influencia a revistas latinoamericanas de izquierda como Siempre, Marcha y sobre todo Casa de las Américas

Se trataba de la primera edición del Premio Rómulo Gallegos, organizada por el gobierno pronorteamericano de Rafael Leoni en Venezuela, y -como anunciara el director de la revista financiada por la CIA- el lauro terminó en manos de Vargas Llosa. A partir de ahí,  comenzó el distanciamiento con Cuba, una acumulación creciente de reconocimientos y la correspondiente difusión internacional de sus pronunciamientos políticos.

Resulta entonces lógico que personajes como José María Aznar y Carlos Alberto Montaner, y periódicos como el diario madrileño El País y El Nuevo Herald de Miami  no hayan ocultado su felicidad por la decisión de la Academia Sueca. Aunque Montaner tenga una causa pendiente por terrorismo en Cuba como agente de la CIA,  

El Nuevo Herald haya sido premiado desde El País con el Premio Ortega y Gasset, Aznar esté totalmente identificado con las políticas norteamericanas, Vargas Llosa sea articulista de plantilla del diario madrileño y autor estrella de la Editorial Alfaguara –ambos propiedad del grupo mediático PRISA- no es aceptado decir que voceros oficiales del capitalismo elogian al nuevo Premio Nobel de Literatura que también lo es, pero no hay otra manera de describir la verdad de lo que está sucediendo.

Si el Nobel se está convirtiendo en un instrumento oficial del sistema para dar legitimidad a sus voceros – qué son sino Barack Obama, Vargas Llosa y un “disidente” chino-, la “prensa libre” no puede denunciarlo, sino etiquetar como “oficial” a quien sí lo hace.

Así ha actuado  la agencia española EFE al reseñar el texto del periodista cubano Manuel Henríquez Lagarde “El Premio Nobel se vuelve disidente”, en su blog Cambios en Cuba, rebotado por los portales de Internet Cubasí y Cubadebate. No debe sorprendernos, es la misma prensa que no se ha podido enterar en cuarenta años de la historia “no oficial” del Rómulo Gallegos, la CIA y Mundo Nuevo.

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