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Brasil quiere una presidenta

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Dilma Rousseff, de 62 años, candidata del Partido del Trabajo (PT) del presidente Lula apunta a convertirse en la primera mujer presidenta de Brasil el domingo 3 de octubre sin que sea necesaria una segunda vuelta electoral. 

De haber sido desahuciada en noviembre del año pasado por muchos analistas, apoyados en los sondeos de entonces, en que aparecía casi 20 puntos porcentuales por debajo de su rival José Serra, del neoliberal Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), cuando su candidatura aún no había sido proclamada oficialmente por el PT, Dilma ha pasado a aventajarlo en todas las encuestas y en la más reciente del instituto Sensus por 18 puntos, realizada entre el 20 y el 22 de agosto.

En esa consulta la petista tiene una intención de voto de 46 por ciento contra 28,1 de Serra, que se ha desplomado. Todavía a finales de mayo conservaba un 37 por ciento, fecha en que Dilma logró empatar la contienda. 

Pero su aceptación ha crecido a tal velocidad, sobre todo después que comenzó oficialmente la campaña en julio y la petista no sólo a ser conocida, sino reconocida como “la candidata de Lula”, que probablemente esa ventaja se haya ampliado cuando se publique este artículo. Por otro lado, Serra registró en la mencionada consulta un 40,7 por ciento de rechazo (personas que afirman que nunca votarían por él) lo que según el análisis de Sensus lo inhabilita de entrada para ganar la contienda. 

La razón por la que la candidata del PT era poco conocida es que por muchos años ha trabajado en cargos públicos no electivos, aunque acaso hayan influido también los hábitos de discreción adquiridos en su etapa de guerrillera durante la dictadura militar (1964-1985) pues ha ocupado puestos tan relevantes como ministra de Energía y Minas durante dos años y desde 2005 ministra jefa de la Casa Civil, equivalente a jefe de gabinete, un cargo en el que ha tenido una gran cercanía con Lula, desde el que restableció el orden en el trabajo del gobierno en la coyuntura de crisis política en que lo asumió a la vez que recibía la responsabilidad de planes estratégicos como el Programa de Aceleración del Crecimiento, que ha dado un gran impulso a la construcción de obras de infraestructura, así como el plan de viviendas populares Mi casa, mi vida. 

A Dilma se le reconoce como una funcionaria entregada a su trabajo, de fuerte personalidad y muy competente. Como guerrillera es recordada por su entereza ante la tortura durante los años que estuvo presa (1970-1973). 

Preguntada por la revista Carta Capital acerca de las acusaciones de haber sido terrorista durante los setenta respondió: “Esa acusación es contraproducente para quien no resistió. Siento mucho orgullo de haber resistido a la dictadura desde el primero hasta el último día, de haber ayudado al país a transitar a la democracia y de no haber cambiado de lado”. 

Aparte de los indiscutibles méritos personales de esta mujer la pregunta es qué impulsa a su candidatura a crecer continuamente. La respuesta está en los ocho años de gobierno de Lula, que arrojan un saldo muy positivo para el nivel de vida de la población brasileña, en especial la más desfavorecida, que el pueblo compara con los gobiernos neoliberales anteriores y en particular el de Fernando Henrique Cardoso, del PSDB. 

Mientras aquél lo apostó todo al ajuste fiscal y la lucha contra la inflación, Lula optó por el crecimiento económico, la redistribución de la riqueza, la integración latinoamericana y la diversificación del comercio internacional. Cardoso fue el socio de Estados Unidos en el ALCA y Lula el aliado de Chávez y Kirchner para impedirlo e impulsar organizaciones como UNASUR. Entre 2004 y 2008 la pobreza bajó en Brasil de 36,2 a 23,9 por ciento, pese a la crisis económica. 

En el primer semestre de este año, cuando cunde el desempleo en el mundo, el gigante suramericano ha creado 1.600.000 puestos de trabajo formales y se calcula que cerrará 2010 con 2.500.000. El crecimiento del mercado interno ha sido un dinamizador del impetuoso avance de la economía, lo que se atribuye también a la subida de los salarios mínimos y los más bajos. 

Mientras la derecha brasileña es partidaria de la subordinación a Estados Unidos y Europa, Lula ha actuado por rescatar la soberanía nacional, a favor de la paz y la multipolaridad, y junto a Turquía realizó un audaz intento fuera de la órbita de las grandes potencias por buscar una solución política a la peligrosísima amenaza de Estados Unidos contra Irán. 

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