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Irán y la humanidad y el día después

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Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Un inesperado giro de la situación internacional ha gestado una coyuntura política que hace recaer sobre Irán y su liderazgo (político y espiritual) una responsabilidad histórica que no buscó y para cuya solución probablemente no cuente con la experiencia y con las herramientas ideológicas y políticas apropiadas.

Diseñar un proyecto político compresible, definir tácticas y estrategias coherentes, forjar alianzas eficaces y elaborar consensos; así como deponer metas nacionales, aplazar objetivos y ganar tiempo en nombre de la humanidad y maniobrar bajo presión (interna y externa) para evitar una conflagración nuclear, de la cual será la primera víctima, es algo que requiere de una visión y de una madurez que tal vez el proceso persa aun no ha alcanzado.

En la historia política, lo mismo que en la historia natural se presentan accidentes y situaciones sin precedentes y no descritas en la literatura o en la teoría; este es uno de esos casos. El modo como los clásicos del liberalismo y del marxismo concibieron el desarrollo de la sociedad moderna no tiene nada que ver con la actual coyuntura en la cual, según presume Fidel Castro, una guerra nuclear global puede poner fin a la civilización o al menos a una parte de ella.

Obviamente, para los sobrevivientes de ese holocausto, el debate entre socialismo y capitalismo carecerá de sentido y en caso de que resurgieran, a los investigadores de próximos milenios les resultaría difícil adivinar qué ocurrió exactamente.

Seguramente les parecerá muy extraño que un planeta que sobrevivió a cincuenta años de Guerra Fría, a una confrontación ideológica y política antagónica entre sistemas sociales y superpotencias cuyas armas nucleares se apuntaron unas a otras durante medio siglo, haya sucumbido en un conflicto regional de menor entidad e identidad indefinida.

En la era moderna, iniciada con la llegada de los europeos al Nuevo Mundo, las grandes doctrinas sociales, principalmente el liberalismo y el marxismo, propusieron proyectos políticos basados en la lucha o la colaboración entre las clases sociales, la propiedad privada o social, el imperio del mercado o la planificación, el protagonismo de las masas, la democracia y el respeto a las libertades básicas universales establecidas por ley.

A pesar de sus grandes diferencias, se trataba de una lógica, que entre otras cosas, separaba la religión del poder político a la vez que reservaba espacios a la fe, las religiones y a las jerarquías confesionales a las cuales, de un modo u otro, respetaba en el ejercicio de un liderazgo espiritual, ajeno al poder temporal.

Nunca teórico o revolucionario alguno imaginaron que a la altura del siglo XXI el cambio social conllevaría en ninguna parte a revoluciones conducidas por las jerarquías clericales ni al establecimiento de estados teocráticos. Esa es la novedad introducida por el proceso político que en Irán encabezó el ayatola Jomeini y que condujo al derrocamiento del Sha, cuyo rasgo más espectacular, como bien subraya Fidel Castro, fue haberlo realizado sin disparar un tiro.

De algún modo, el proceso político iraní (llamado también revolución islámica) que junto a reivindicaciones sociales y políticas, implantó la ley islámica y confrontó vehementemente la penetración cultural de occidente y denunció sus estilos de vida, dio lugar a la proliferación de movimientos políticos de matriz islámica que han prosperado en Irán, Palestina, El Líbano, Yemen, Argelia y otros países, originando una confusa mezcla de política con religión, fenómeno que impide la clarificación ideológica y de clases.

Esa enorme y trágica confusión, sobredimensionada después del 11/S, ha dado lugar a especulaciones acerca de “conflictos o guerra de civilizaciones” a reacciones contrarias a los musulmanes, que injustificadamente en muchas partes de Europa y los Estados Unidos han sido tildados de violentos y primitivos, acosados, discriminados, excluidos e incluso perseguidos, favoreciendo a la reacción xenófoba y defensora del exclusivismo cultural de occidente.

Esas y otras circunstancias, sobre un fondo de atraso y opresión política y de acciones tan terribles como fue la partición de Palestina para entregar una porción a los judíos europeos y constituir en ella un nuevo Estado de matiz clerical, se sumaron prácticas que han tornado excepcionalmente violentas las luchas políticas en la región; cosa que dicho sea de paso es anterior al movimiento político encabezado por el ayatola Jomeini en Irán, a la existencia de otros movimientos islámicos y, por supuesto, al 11/S.

Esos procesos manipulados debido al control mediático que ejerce la reacción mundial, han contribuido al asilamiento del proceso iraní que no sólo ha sido demonizado por las elites gobernantes de occidente, sino incomprendido por elementos de la intelectualidad y la opinión pública, que no logran asumir como una opción de progreso y paz un proceso de perfil religioso.

No es que la presente crisis sea una novedad. En el pasado las hubo incluso peores como ocurrió durante la Guerra de Corea, (1950-1953), la Crisis de los Misiles en Cuba (1962) y naturalmente durante la Guerra Fría cuando la humanidad estuvo perennemente al borde de la guerra.

Con sus 22 millones de kilómetros cuadrados y sus 20 repúblicas federadas, la Unión Soviética, segunda economía mundial, formaba un gigantesco Estado que cubría la sexta parte del planeta, en el cual se proclamó la existencia de un sistema social nuevo que, a escala global, devino antagonista político e ideológico del capitalismo.

Tan poderosa llegó a ser la Unión Soviética que se planteó como meta superar económicamente a los Estados Unidos, a quien en ciertos momentos aventajó, además de en varios renglones económicos, en cantidad de ojivas, submarinos y cohetes intercontinentales, llevándole la delantera en áreas tan sensibles como la conquista del espacio.

Comparada con aquella confrontación global, sistémica e histórica que enfrentó a cientos de partidos políticos, miles de millones de personas y decena de estados de todas las latitudes y dimensiones, siglos después, el conflicto entre Irán y los Estados Unidos parecerá una anécdota.

Por razones geopolíticas ligadas a las reservas mundiales del más estratégico de los materiales de todos los tiempos: el petróleo, y porque el proceso político de los últimos sesenta años en la región del Medio Oriente sufrió primero un estancamiento, luego una remisión que ha conducido al alineamiento de la mayoría de los estados de la región con Estados Unidos, la confrontación del proceso iraní con el imperialismo norteamericano ha adquirido un inusitado carácter global.

Casi nunca se recuerda que el clima de violencia extrema y la irrupción de elementos confesionales en el acontecer político del Cercano Oriente se originó antes del fin de la II Guerra Mundial, cuando el movimiento sionista y la Agencia Judía, con la complicidad de Inglaterra (que ejercía el “mandato” sobre Palestina), conspiraron para introducir clandestina y masivamente judíos en Palestina, generando, antes de la partición, una época de enfrentamientos extremadamente violentos que asumieron una imagen de confrontación entre culturas y religiones.

La justificada amargura por la crueldad con que fueron tratados en Europa donde habían nacido y vivido, los judíos europeos sobrevivientes del holocausto salieron de los campos de concentración aplicándose a la edificación de Israel con la determinación de que nunca jamás podría repetirse su trágica historia.

Oscuras manipulaciones y circunstancias políticas legadas al fascismo, fueron reforzadas por la creencia de que la fe y la identidad cultural los hacían fuertes, convirtió a los fundadores de Israel en criaturas excepcionalmente violentas que con fieros instintos defendían el territorio conquistado.

Los árabes y los palestinos, económica, social y políticamente más atrasados por haber pasado del yugo otomano a la dominación colonial británica y francesa y que nada tenían que ver con la desdichada historia de los judíos en Europa que culminó en el holocausto hitleriano, en su propia tierra fueron objeto de una desmesurada violencia, a la cual respondieron de modo equivalente, algunos acudiendo también a la fe. Los resultados de semejante enredo desde hace años están a la vista.

Mucha gente parece haber olvidado que antes del triunfo de Jomeini y de que los movimientos islámicos asumieran elevadas cuotas de protagonismo político en la región, ciertos líderes judíos introdujeron en el Medio Oriente el terrorismo de matriz confesional.

La voladura del hotel Rey David en Jerusalén, el 22 de julio de 1946 ejecutado por el Irgún, fue el equivalente medio oriental de las Torres Gemelas, con la diferencia de que en 2006 el gobierno de Israel, con la presencia, entre otros, de Benjamín Netanyahu celebró el 60 aniversario de la masacre; el asesinato en 1948 del conde Folke Bernadotte, primer mediador del Consejo de Seguridad en Palestina, la masacre de la aldea palestina de Deir Yassin, el 9 de abril de 1948 por los grupos terroristas judíos cientos de otras acciones del mismo carácter, han convertido la violencia extrema en el principal y a veces el único recurso político en la región.

El Estado persa que ha existido como mínimo por 2 500 años, es literalmente anterior a Jesucristo y a Mahoma, ha soportado las invasiones de todos los imperios conocidos y fue él mismo un imperio, contribuyendo poderosamente al desarrollo de la civilización humana, tal vez ahora no logre sobrevivir a la más difícil alternativa de su milenaria historia.

No hace falta ser un experto para percatarse de que ni Irán ni ningún otro país o conjunto de países tiene posibilidades de sobrevivir al ataque masivo con medios convencionales y nucleares de Estados Unidos, la OTAN, Israel y de decenas de otros aliados ocasionales que oportunistamente se sumarán a la agresión. Sin medios suficientes para repeler semejante ataque, las opciones de Irán se limitan a inmolarse o a maniobrar para detener la agresión y ganar tiempo.

La pregunta del momento no es si Irán puede confrontar militarmente a la vez a Estados Unidos, la OTAN, Israel y decenas de otros estados; la interrogante es si es posible encontrar una alternativa a la inmolación y la destrucción de lo alcanzado por el pueblo iraní en dos milenios y medio de civilización y al sacrificio de la vida de 70 millones de personas.

Conozco ejemplos de revolucionarios excepcionales que ante escogencias históricas decisivas no vacilaron en maniobrar, para luego avanzar, recuperar lo perdido y convertir reveses en victorias. Tal vez si Irán mediante una combinación de inteligencia y firmeza logra detener la mano agresora, la humanidad podrá tener otra mirada sobre su proceso político y su revolución.

Ahí les dejo estas ideas escritas con prisa y respeto para las posiciones de los más débiles que reivindican derechos legítimos, están dispuestos a sacrificarse para dejar una bandera que sólo será virtual si existen quienes la levanten.

En reciente mensaje a Nelson Mandela, Fidel Castro que alerta vehemente acerca de la gravedad de la coyuntura, ha dicho que: “La humanidad puede aun preservarse…” Allá nos vemos.

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