 
Administración Obama y responsabilidad en el  conflicto
por   					   					  James Petras*A pesar de casi diez años de guerra,  incluidas una invasión y una ocupación, el ejército estadounidense, sus  aliados y las fuerzas armadas de los estados clientelistas están  perdiendo la guerra en Afganistán. 
Exceptuando los distritos centrales  de algunas ciudades y las fortalezas militares, la resistencia nacional  afgana, con todas sus complejas alianzas nacionales, regionales y  locales, controla el territorio, el pueblo y la administración.
Introducción
Esta guerra sin fin representa  el mayor sangrado para la moral de las fuerzas armadas estadounidenses,  socavando el apoyo civil dentro del país y limitando la capacidad de la  Casa Blanca para emprender nuevas guerras imperiales. 
El desembolso militar anual de miles de millones de dólares está agravando el déficit presupuestario desaforado e impulsando duros recortes impopulares en los programas sociales a todos los niveles gubernamentales.
No se vislumbra el fin, mientras el régimen de Obama sigue aumentando en decenas de miles el número de soldados desplegados y en decenas de miles de millones los desembolsos militares, pero la resistencia avanza, tanto militar como políticamente.
Confrontados con el creciente descontento popular y las demandas de  control fiscal por parte de un amplio espectro de grupos ciudadanos y  bancarios, Obama y el mando general han buscado una «salida parcial»  mediante el reclutamiento y entrenamiento de un ejército mercenario y  una policía afganos, a gran escala y largo plazo, bajo el mando de  oficiales estadounidenses y de la OTAN.
La estrategia estadounidense: cómo se crea una neocolonia afgana
Entre 2001y 2010, el desembolso militar estadounidense suma 428.000  millones de dólares; la ocupación colonial se ha cobrado más de 7.228  muertos y heridos (estadounidenses, N. de T.) hasta el 1 de junio de  2010. 
A medida que la situación militar estadounidense se deteriora, la Casa Blanca incrementa el número de soldados, aumentándose a su vez el número de muertos y heridos. Durante los últimos 18 meses del régimen de Obama, ha habido más muertos o heridos que en los ocho años anteriores.
La estrategia del Pentágono y la Casa Blanca se basa en el flujo  masivo de dinero y armas y un  incremento del número de sustitutos, señores de la guerra  subvencionados y expatriados títeres educados en Occidente. 
La «ayuda al desarrollo» de la Casa Blanca implica, literalmente, la compra de las lealtades efímeras de los líderes de los clanes. La Casa Blanca aparenta legitimidad celebrando elecciones, lo que acentúa la imagen corrupta del beneficiado régimen títere de Kabul y sus socios regionales.
En el terreno militar, el Pentágono emprende una «ofensiva» detrás de  otra, anunciando un éxito detrás de otro, seguida de una retirada y el  retorno de los combatientes de la Resistencia. 
Las campañas militares estadounidenses interrumpen el comercio, las cosechas y los mercados agrícolas, mientras que los ataques aéreos dirigidos a los talibanes y guerrilleros generalmente terminan matando a civiles que están celebrando bodas y fiestas religiosas o comprando en los mercados.
La razón del alto porcentaje de asesinatos de civiles es evidente para todos menos para los generales estadounidenses: no hay distinción entre «militantes» y los millones de civiles afganos, ya que los primeros forman parte esencial de sus comunidades.
El problema clave y decisivo de la ocupación estadounidense es que  Afganistán es un enclave colonial dentro de un pueblo colonizado. Los  Estados Unidos, sus títeres locales y los aliados de la OTAN forman un  ejército colonial extranjero y se considera a los policías y militares  afganos reclutados como simples instrumentos de la perpetuación  del gobierno ilegítimo.
Cada acción, violenta o no, se percibe e interpreta como la  trasgresión de normas y legados históricos de un pueblo independiente y  orgulloso. 
En la vida diaria, cada movimiento de la potencia ocupante es destructivo; nada se mueve sin el permiso del mando militar y policial dirigido por los extranjeros. Bajo amenaza, la gente finge cooperación con la potencia ocupante para luego dar asistencia a sus padres, hermanos e hijos en la Resistencia.
Los hombres reclutados cogen el dinero y entregan sus armas a la Resistencia. Los informadores en los pueblos son agentes dobles o son identificados por sus vecinos y llegan a ser objetivo de los insurgentes.
Los colaboradores afganos, los aliados más cercanos de Washington, se  ven como traidores corruptos, gobernadores transitorios que siempre  tienen las maletas hechas y los pasaportes estadounidenses a mano por si  tienen que huir cuando les toca hacer lo mismo a los estadounidenses.  Todos los programas, los fondos de «reconstrucción», las misiones de  formación y los «programas cívicos» han fracasado en su propósito de  ganar la lealtad del pueblo afgano, antes, ahora y en el futuro, porque  se les ve como parte de la ocupación militar estadounidense que está  fundamentada en último término en la violencia.
Diez razones de por qué ganará la Resistencia afgana
Una misión fallida: la incapacidad de construir un ejército mercenario afgano eficaz y de confianza
Una auditoría realizada por el Gobierno estadounidense publicada en  este mes de junio echó por tierra la afirmación del régimen de Obama de  que está consiguiendo construir un ejército mercenario afgano efectivo y  una policía afgana capaz de reforzar el actual régimen clientelista de  Kabul. 
El informe, basado en un análisis detallado e investigaciones sobre el terreno, argumenta que el Pentágono de Obama se apoya en «pautas tristemente inadecuadas al inflar las habilidades de las unidades afganas que Obama describió como cruciales para la operación» (Financial Times, 7 de junio de 2010).
En otras palabras, Obama  sigue jugando al engaño que ejerció durante la campaña electoral  con sus falsas promesas de «cambio» y el «final de las guerras» y que  continuó con el rescate de Wall Street en nombre de la «salvación de la  economía». Luego siguió con el envío de 30.000 soldados más a Afganistán  y el incremento del gasto militar y policial hasta los 325.500 millones  de dólares, aproximadamente un 132% más que el último año del Gobierno  de Bush (Servicio de Investigación del Congreso, FY 2010 Presupuesto  complementario para las Guerras de junio de 2010).
Las falsas afirmaciones de progreso del Gobierno de Obama se basaron  en criterios técnicos y burocráticos más que en el actual rendimiento y  comportamiento combativos del ejército mercenario afgano. 
Los informes de progreso del mando militar se basaron en cuántos cursillos se habían impartido, la duración y el alcance del entrenamiento y la cantidad y calidad de los equipos y armas proporcionados a los soldados afganos.
A medida que se incrementaba el número de unidades afganas en  formación, de cero a 22 entre 2008 y 2009, el Pentágono afirmó que el  progreso había sido extraordinario. Para corregir los errores, el  Pentágono solicitó a los comandantes que realizaran «valoraciones sobre  el terreno» –que también fallaron porque los oficiales tenían gran  interés en inflar el rendimiento de los mercenarios afganos bajo su  mando con el fin de procurarse las promociones y las medallas al mérito-
El régimen de Obama proyecta incrementar el número de soldados  afganos de 97.000 en noviembre de 2009 a 134.000 en octubre de 2010 y  171.000 en octubre de 2011, un aumento del 75% en dos años (Servicio de  Investigación del Congreso, página 13). El mismo incremento está  previsto para la policía: de 93.800 en noviembre de 2009 a 134.000 en  octubre de 2010, un 43% más.
La afirmación de Obama de que [la gestión de] la guerra se está  entregando gradualmente al ejército afgano entrenado por Estados Unidos  se desmiente totalmente con otros dos hechos básicos. La Casa Blanca ha  solicitado 1.900 millones de dólares –el doble del importe de 2009 bajo  el Gobierno de Bush- para la construcción militar de nuevas bases e  instalaciones, previendo una «presencia a largo plazo» (que el estafador  Obama afirma que no significa una «presencia permanente»).
En segundo lugar, utilizando el engaño habitual del régimen de Obama,  el Secretario de Defensa Gates y el Almirante Mullen, Presidente del  Estado Mayor Conjunto, ahora afirman que la promesa hecha durante la  campaña de Obama de empezar a retirar a los soldados en julio de 2010 en  realidad significa «cuando iniciemos la transición... no la fecha de  retirada», basada a su vez en «las condiciones sobre el terreno... un  proceso de varios años» (véase el testimonio de Gates ante el Comité de  las Fuerzas Armadas del Senado del 2 de diciembre de 2009).
En lenguaje corriente, «iniciar la transición» no es «partir».  Significa quedarse, combatir y ocupar Afganistán durante decenios.  Significa enviar a más soldados y construir más bases. Significa gastar  otros 400.000 millones de dólares durante los próximos 5 años. Y  significa doblar el número de soldados estadounidenses muertos y heridos  durante los próximos 3 años, de más de 7.000 a 14.000.
Los criterios de éxito al «afganizar» la guerra se desmienten al  «americanizar» cada vez más las bases, las tropas de combate y los  desembolsos. La razón es que los datos correspondientes al ejército  afgano son tan falsos como las promesas de Obama. 
El personal estadounidense contratado crece porque los títeres políticos afganos son tan corruptos, ineficaces y odiados por su propio pueblo que Washington tiene que arroparlos con «monitores», «asesores» y «operarios», quienes a su vez son absolutamente incapaces de conectar con las necesidades y prácticas de las comunidades. Este incremento de «ayuda» estadounidense ha causado más corrupción, más promesas incumplidas y mayor animosidad por parte de los posibles beneficiarios.
El problema fundamental es que ésta es una guerra estadounidense, y  es la razón por la que las unidades afganas padecen bajas de un 50%  debido a una tasa de deserción de al menos un 20%, cifra reconocida por  los oficiales militares estadounidenses (Investigación del Congreso,  página 14). Es decir, los afganos reclutados cogen el dinero y las armas  y vuelven a sus pueblos, barrios y familias y, no pocos, haciendo uso  de su entrenamiento militar, se unen a la Resistencia Nacional.
Teniendo en cuenta estos altos niveles de desafección entre los  afganos reclutados, incluso entre los oficiales, no sorprende que la  Resistencia posea tan buenos conocimientos sobre los movimientos de los  soldados estadounidenses. Dado el grado de desafección, no sorprende que  algunos de los colaboradores en inteligencia estadounidense sean  agentes dobles o vulnerables a ser descubiertos y ejecutados.
Ante un programa de reclutamiento de mil millones de dólares con  altas tasas de deserción y el hecho de que los reclutados se vuelven  contra sus mentores, la Casa Blanca, el Pentágono y el Congreso se  niegan a reconocer la realidad: que la fuente de resistencia popular son  las ocupaciones imperiales. En cambio, piden más gente para entrenar,  más fondos para los «programas de entrenamiento» y más contratistas de  mercenarios «transparentes».
La realidad es que a pesar de una mayor ocupación por parte de los  estadounidenses y los crecientes desembolsos militares, la Resistencia  crece, rodea las grandes ciudades, escoge como objetivo las reuniones en  el centro de Kabul y las bases militares estadounidenses repartidas por  todo el país. Es evidente que los Estados Unidos han perdido la guerra  políticamente y están a punto de perderla militarmente.
A pesar de la tecnología militar más avanzada, de los aviones  teledirigidos, de las fuerzas especiales, del incremento en el número de  soldados en formación, de los asesores, de las ONG y de la construcción  de más bases militares, está ganando la Resistencia.
La Casa Blanca está ganando la hostilidad de la gran mayoría de los  afganos al incrementar los millones de desplazados, asesinados y  mutilados. 
Los asesinatos de civiles están convirtiendo a los militares reclutados en desertores y soldados «en los que no se puede confiar», algunos de los cuales se pasan al «otro bando» como combatientes comprometidos. Igual que en Indochina, Argelia y otros lugares, un ejército resistente guerrillero, popular, altamente motivado y profundamente implantado dentro de la cultura nacional-religiosa de una población oprimida se muestra más resistente, duradero y victorioso que el ejército imperialista, extranjero y provisto de alta tecnología.
La guerra Afgana de Obama, de «dominio o ruina», más pronto que tarde  arruinará a los Estados Unidos y pondrá fin a esta presidencia  vergonzosa.
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| James Petras James Petras es profesor emérito de sociología en la universidad de Binghamton (New York). Intelectual emblemático de la izquierda estadounidense, es autor de numerosas obras | 

 
 
