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Los descubrimientos de América (I)


Cristobal Colón y los viajes: nacimiento de la literatura hispanoamericana

El viaje de Colón hacia las Indias Occidentales, perfectamente organizado como empresa con una finalidad fundamentalmente política, económica y comercial, arrastra como consecuencia la aparición de una “herramienta cultural”, una nueva noción asociada a la modernidad: la idea de descubrimiento [Lucena] que empujó a viajar sin descanso en busca de una identidad posible más allá de la utopía.
En ese punto de la modernidad en expansión nace exactamente la literatura hispanoamericana, ligada indefectiblemente a dos coordenadas: la aventura del viaje y la ilusión europea de superioridad civilizadora.

El texto fundacional de la literatura hispanoamericana, como no podía ser de otra manera, está vinculado al viaje y es el Diario de Cristóbal Colón. 
Es la primera manifestación de una escritura que se esfuerza en dar fe de una realidad desconocida con unos instrumentos lingüísticos conocidos. 
Es decir, el primer intento de describir el Nuevo Mundo desde una mentalidad del Viejo Mundo, eurocentrista. 
Desde su doble faceta de viajero y escritor, Colón abre vías de acceso a América e inaugura un modelo de América para Europa que se repetirá a lo largo del tiempo.
 “Como navegante, lo abrió a exploradores y conquistadores; como escritor, lo descubrió para la imaginación de Europa, […]. 
De él proceden dos ideas que pronto llegaron a ser lugares comunes: América como tierra de la abundancia, y el indio como “noble salvaje” [Henríquez Ureña].

Viaje de Cristobal Colón

En su Diario de viaje del descubrimiento, Colón se muestra continuamente deslumbrado por el paisaje que aparece ante sus ojos.
 La descripción de la primera isla, Gaunahani, el mismo día de su desembarco, el 12 de Octubre, aunque bastante concisa, (quizás resumió Las Casas) nos da una idea de su sorpresa: 
“Puestos en tierra (los marineros) vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras”.
 Y al día siguiente con un poco más de calma: “Esta isla es bien grande y muy llana, y de árboles muy verdes, y muchas aguas, y una laguna en medio muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla”. 
Las sucesivas descripciones van ampliando la capacidad de su mirada y el tono superlativo e hiperbólico con que se expresa. 
Los naturales de las islas son vistos como seres sencillos, felices y virtuosos: “Ellos andan todos desnudos como su madre los parió y también las mujeres”. 
La desnudez fue una de las cosas que más le sorprendieron, como a todos los exploradores que llegaron tras él, acostumbrados a una Europa vestida con exceso. “son muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos, y muy buenas caras…No traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por filo y se cortaban con ignorancia.” 
Y como conclusión, ya el primer día, se aventura a certificarle a los Reyes Católicos: 
“Que en el mundo [creo que] no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos y tienen un habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa”. 
Sólo un año después del descubrimiento, en 1493, toda Europa pudo leer la versión traducida del castellano al latín por Leandro de Cosco (catalán) de la que se hicieron por lo menos ocho ediciones, además de una paráfrasis en verso italiano hecha por el teólogo florentino Giuliano Dati.

Cristobal Colón con un grupo de indios tainos

La imaginación de los europeos halló en estas descripciones la confirmación de fábulas y sueños inmemoriales. 
El mismo Colón había leído leyendas clásicas y medievales y, especialmente, las maravillas de Plinio y Marco Polo de donde fue sacando su idea de dónde se hallaban las tierras desconocidas y de cómo eran. 
De manera que cuando llega a América ya tenía una imagen clara de lo que iban a ser esas tierras desconocidas que él erróneamente identificaba con las islas y costas del extremo oriental de Asia. 
Lo que hace afirmar a algunos investigadores que Colón no descubre sino que verifica, e identifica lo que ve con lo que había leído.

El historiador mexicano Edmundo O’Gorman sugiere, por su parte, que América no fue descubierta sino inventada. 
Y fue inventada seguramente porque fue necesitada. Considera O’Gorman que el hombre europeo era un prisionero de su mundo, regido por el geocentrismo y la escolástica, dos visiones jerárquicas de un universo arquetípico, perfecto, incambiable aunque finito. 
El Nuevo Mundo viene a confirmar la necesidad de espacio del Viejo Mundo cuando se pierden las estructuras estables del orden medieval: el hombre se siente disminuido y desplazado del centro del universo y la tierra se ve empequeñecida por la tesis heliocéntrica de Copérnico.

Los viajes de exploración son, por lo tanto, causa y reflejo de esa necesidad expansiva del hombre europeo que Carlos Fuentes llama “hambre de espacio”. 
Fuentes adopta la idea de O’Gorman sobre la invención de América y la relaciona con la perspectiva de José Antonio Maravall, que ve el descubrimiento como una hazaña de la imaginación renacentista; y avanza respecto a ellos al introducir la idea de que el descubridor no sólo quiere descubrir la realidad; también quiere descubrir la fantasía. 
Dice Carlos Fuentes: “Todo descubrimiento es un deseo y todo deseo, una necesidad. Inventamos lo que descubrimos; descubrimos lo que imaginamos. Nuestra recompensa es el asombro.”
 Y como muestra basta recurrir al bestiario de Indias (que) “nos habla de manatíes con tetas de mujer, tiburones machos con miembros viriles duplicados, tiburones hembras que, míticamente, sólo paren una vez en toda su vida; peces voladores, leviatanes cuajados de conchas, tortugas que desovan nidadas de seiscientos huevos de tela delgada, playas de perlas inmensas bañadas por el rocío, vacas marinas y vacas corcovadas, salamandras, unicornios, sirenas, amazonas…El dorado”.

Descubierta, identificada, inventada o necesitada América será vista a lo largo de los siglos desde esta mentalidad eurocentrista, viaje y barcos mediante, modificando su imagen de acuerdo a las necesidades de cada época. 
Desde la idealización inicial y el creciente interés por lo exótico se llega al siglo XVIII, en el que la mentalidad científica empieza a poner obstáculos a la imaginación.
 La América inventada o imaginada pasa a ser dos siglos después una América real, forjada por las expediciones científicas que viajan a América y recorren el continente para observar, analizar y clasificar de forma empírica la fauna, la flora, la geografía y el hombre americano.

Entonces dominaba el concepto de “utilidad” práctica y los estudios científicos se orientaron sobre todo a la aplicación sobre la naturaleza. 
La corona española patrocinó una gran cantidad de expediciones con los mejores científicos españoles y del resto de Europa. 
Entre ellos hay que mencionar necesariamente la primera de estas expediciones, organizada en 1735 por la Academia de Ciencias de París y dirigida por La Condamine con el objetivo de averiguar la verdadera forma de la tierra.
 La Condamine es el primer viajero europeo, no español, que se adentró en tierras americanas y permaneció unos diez años en el Virreinato del Perú, hazaña que compartió con Jorge Juan y Antonio de Ulloa. 
Su relación trata de excluir ya lo meramente pintoresco y anecdótico, que venía dominando en una literatura que se generaba fundamentalmente en torno al concepto de lo exótico.
 También vuelve a la visión inicial de Colón sobre el indígena regido por valores positivos, por su rectitud de vida, de sanas costumbres y capacidad de trabajo, valores que habían sido deformados por cronistas posteriores a Colón.

No menos importante es la experiencia de Alexander Von Humboldt que, sin duda, es otro descubridor de América, sobre todo de su paisaje real. 
Es el más completo de los viajeros llegados hasta el momento [Estuardo Núñez].
 Su observación es ordenada y exacta gracias al empleo de métodos e instrumentos antes nunca aplicados.
 Sin embargo, además de la observación de fenómenos naturales, analiza los fenómenos sociales y se interesa por la condición del indígena desde su ideología liberal. 
Inútil e improcedente sería glosar aquí los 30 volúmenes de su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, pero hay que destacar que para acabar con las utopías, Humboldt creó el continente de la esperanza donde los europeos descubrieran un mundo en toda su frescura y su esplendor en contraste con las formas marchitas de Europa.

Aparte de la utilidad de los datos recolectados por estas expediciones, sus consecuencias son grandes para el rumbo que la literatura y la cultura continentales tomarían poco más adelante: pusieron de relieve (a veces con auténtica emoción) la grandiosidad y variedad de la naturaleza americana (lo que los neoclásicos y prerrománticos aprovecharían copiosamente), y subrayaron la identidad del continente como una realidad singular y esencialmente distinta de la europea. 
Esto último será un fermento que empezará a crecer en el espíritu de los criollos descontentos con la subordinación colonial que mantenían respecto a España. 
En efecto, poco después se produce el proceso de emancipación de la mayoría de los territorios americanos de la corona española y, como es natural, las consecuencias son muy diferentes en España respecto al resto de Europa.

España asiste impasible al distanciamiento de sus territorios americanos y los viajes hacia aquel continente se suspenden durante el siglo XIX. 
En Alemania, Hegel había considerado por primera vez en sus Lecciones sobre filosofía de la historia (publicada póstumamente en 1837) que América era el continente del porvenir, y por tal causa la deja excluida de sus consideraciones interpretativas de la historia, pues, según él, al filósofo no le cabe profetizar. 
Ahora, América desaparece para ser nuevamente descubierta poco después; pero no ya dentro del mundo natural, sino incorporada a la cultura y dentro del mundo de las realidades humanas, o sea de la Historia.

Los descubrimientos de América (II)


Referencias bibliográficas:

CERNUDA, Luis, Obra completa, Madrid, Siruela, 1994

COLÓN, Cristóbal, Los cuatro viajes. Testamento, (Ed. de Consuelo Varela), Madrid, Alianza Editorial, 1992

FUENTES, Carlos, Valiente mundo nuevo, Madrid, Mondadori, 1990

HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro, Historia de la cultura en la América Hispánica, México, FCE, 1961

LA CONDAMINE, Charles Marie de, Viaje a la América Meridional, Madrid, Espasa-Calpe, 1999

O’GORMAN, Edmundo, La invención de América, México, FCE, 1958
http://hemisferiozero.com/2012/08/04/los-descubrimientos-de-america-i/

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