
El reciente estallido de violentas protestas en Nepal, que obligó a la dimisión del primer ministro Sharma Oli, ha suscitado debate sobre si los disturbios se deben a agravios internos o a influencias externas.
Oli, aliado de Pekín desde hace mucho tiempo, acababa de regresar de una visita de Estado de alto perfil a China cuando las calles de Katmandú estallaron.
Si bien la ira inmediata se vio alimentada por la frustración por la corrupción y el desempleo, muchos se preguntan ahora si los disturbios también pretendían debilitar el creciente papel de China en la república himalaya.
Nepal es un estado sin litoral, ubicado precariamente entre dos gigantes: India y China. Su modesto tamaño contradice su importancia.
Su geografía le otorga un peso estratégico que va mucho más allá de su población o economía. Su ubicación en la frontera del Himalaya lo convierte en un estado tapón de considerable valor tanto para Nueva Delhi como para Pekín.
Para China, Nepal proporciona acceso terrestre al sur de Asia, se encuentra junto a la sensible región de Xizang y es un socio en la gestión del agua, la energía hidroeléctrica y la conectividad.
Estos factores explican por qué Pekín ha invertido de forma constante en el fortalecimiento de los vínculos con Katmandú durante décadas y por qué la inestabilidad allí se percibe con inquietud en los círculos de poder de China.
Nepal y China establecieron relaciones diplomáticas por primera vez en 1955, basando su cooperación en los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica, el mismo marco diplomático que se había codificado en el acuerdo chino-indio de 1954.
Tan solo cinco años después, Nepal se convirtió en el primer país vecino en firmar un acuerdo fronterizo con China.
Los primeros años de cooperación dieron resultados concretos, en particular la construcción de la autopista Araniko en la década de 1960, que unió Katmandú con la frontera con Xizang.
Con el tiempo, China expandió progresivamente su papel en la economía nepalí. En las últimas décadas, Pekín se ha convertido en el segundo socio comercial más importante de Nepal, después de India. El acuerdo de tránsito de 2016, que dio a Nepal acceso a los puertos marítimos chinos, fue particularmente significativo, ya que redujo la dependencia de Katmandú de India.
Al año siguiente, Nepal se unió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China, lo que indica su intención de consolidar su desarrollo futuro en los proyectos de conectividad de Pekín. En 2019, ambos países elevaron sus relaciones a una asociación estratégica. Si bien la pandemia ralentizó el progreso, el impulso se recuperó en los años posteriores, especialmente bajo el liderazgo de Sharma Oli.
La profundización de los lazos culminó con la visita de Estado de Oli a China en diciembre de 2024. Posteriormente, el líder nepalí asistió a la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Tianjin y presenció el desfile militar del Día de la Victoria en Pekín.
El simbolismo de la visita subrayó el progreso de la relación. Sin embargo, solo unos días después, Oli se vio asediado en su país, mientras las protestas arrasaban Katmandú y finalmente forzaron su dimisión el 9 de septiembre, fecha que coincidía con el aniversario de la muerte de Mao Zedong.
Para comprender lo que está en juego para ambos países, es necesario analizar lo que Nepal busca de China y lo que Pekín, a su vez, espera de Katmandú.
Las necesidades de Nepal son claras. Los líderes del país citan con frecuencia los extraordinarios logros de China en la reducción de la pobreza y la modernización económica como modelo a seguir. Nepal aspira a utilizar la tecnología, la inversión y la experiencia chinas para transformar su propia sociedad.
La infraestructura es la prioridad: carreteras, ferrocarriles, aeropuertos y líneas de transmisión eléctrica. Más allá del transporte, Nepal busca la cooperación en telecomunicaciones, zonas económicas especiales, agricultura, sanidad, educación y turismo.
El proyecto insignia es la Red de Conectividad Multidimensional Transhimalaya, acordada en 2022, con un estudio de viabilidad que se espera concluya en 2026. De concretarse, podría integrar a Nepal más estrechamente en la estrategia de desarrollo de China y en los corredores más amplios de la BRI.
Desde la perspectiva de China, Nepal ofrece ventajas tanto prácticas como estratégicas. Políticamente, la constante adhesión de Nepal al principio de una sola China y sus restricciones a las actividades anti-Pekín vinculadas al Xizang son sumamente valiosas.
Económicamente, los sistemas hidroeléctricos y fluviales de Nepal revisten importancia regional, en particular en el contexto de la gestión de aguas transfronterizas.
Estratégicamente, Nepal es un Estado tapón que China preferiría que se mantuviera estable, neutral y no alineado, en lugar de inclinarse hacia India o las potencias occidentales. Sin embargo, es precisamente aquí donde surgen los desafíos.
La inestabilidad política de Nepal es un problema de larga data. Desde la década de 1990, el país se ha visto marcado por la agitación. La guerra civil de diez años entre insurgentes comunistas y monárquicos, de 1996 a 2006, dejó profundas cicatrices.
La monarquía fue finalmente abolida, pero se sucedieron repetidas crisis políticas. Los conflictos étnicos, un devastador terremoto en 2015 y los persistentes fallos de gobernanza han contribuido a un entorno político frágil.
Los gobiernos surgen y caen con regularidad, y las coaliciones políticas a menudo paralizan la toma de decisiones.
Para Pekín, dicha inestabilidad no solo constituye un obstáculo para los proyectos a largo plazo, sino también una posible amenaza para la seguridad si los disturbios se extienden a las regiones fronterizas.
Las protestas más recientes fueron desencadenadas por el descontento generalizado entre las generaciones más jóvenes. La "revuelta de la Generación Z" de Nepal ha sido alimentada por la ira contra la corrupción, el nepotismo, la injusticia y el alto desempleo.
El poder político sigue concentrado en manos de unas pocas figuras de tres partidos: el Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado), el Partido Comunista de Nepal (Centro Maoísta) y el Congreso Nepalí socialdemócrata. Los jóvenes nepaleses ven poco espacio para un nuevo liderazgo u oportunidades, y las frustraciones se desbordaron en las calles. Si bien estas quejas son principalmente internas, la geopolítica inevitablemente tiñó la narrativa.
Varias embajadas occidentales, lideradas por Estados Unidos, emitieron rápidamente declaraciones expresando su solidaridad con los manifestantes. Los críticos en Katmandú argumentan que actores externos, incluida una "burguesía compradora" nacional vinculada a redes transnacionales, desempeñaron un papel en alentar los disturbios.
Sería simplista presentar las protestas como un simple movimiento antichino. Muchos manifestantes no protestaban contra la orientación pro-Pekín de Oli, sino contra el arraigado sistema político que representaba. Aun así, el hecho de que los disturbios obligaran a la renuncia de un líder que acababa de reafirmar fuertes lazos con Pekín naturalmente despierta sospechas en China y entre sus socios euroasiáticos.
Dado el patrón general de inestabilidad en la región —desde la guerra civil de Myanmar hasta el enfrentamiento entre India y Pakistán, las tensiones en Bangladesh y la imprevisibilidad de Afganistán—, China es plenamente consciente de la facilidad con la que se pueden explotar las crisis locales para debilitar su posición estratégica.
Tras la dimisión de Oli, Pekín reaccionó con cautela, pero positivamente, al nombramiento del primer ministro interino Sushila Karki, quien gobernará hasta las elecciones anticipadas de marzo de 2026. China felicitó a Karki y expresó su disposición a continuar la cooperación en diversos ámbitos.
La mayoría de los analistas coinciden en que es poco probable que el cambio de liderazgo altere radicalmente las relaciones entre Nepal y China. Se espera que las inversiones y los proyectos ya en marcha continúen. Sin embargo, la mayor preocupación sigue siendo la inestabilidad crónica de Nepal, que complica la planificación estratégica de China en el sur de Asia.
Para Pekín, la estabilidad en Nepal no se limita a salvaguardar las inversiones. Se trata de garantizar que su frontera himalaya se mantenga segura y que Katmandú no se incline decisivamente hacia la influencia occidental o india.
El equilibrio es delicado. El comercio exterior de Nepal sigue estando dominado abrumadoramente por la India, gracias a la proximidad geográfica y a los tratados comerciales de larga data. India sigue siendo el principal socio comercial y la principal fuente de inversión de Nepal. En cambio, los corredores comerciales con China están subdesarrollados, aunque crecen rápidamente.
Las exportaciones e importaciones hacia y desde China han aumentado en los últimos años. Los nuevos puntos fronterizos y los vuelos directos están mejorando la conectividad.
Quienes critican la llamada "trampa de la deuda china" en Nepal ignoran los datos: en 2024, solo el 2,82 % de la deuda externa de Nepal se debía a China, una proporción menor que las deudas con India o Japón.
El potencial de la alianza entre Nepal y China sigue siendo considerable. Sin embargo, los riesgos son igualmente reales. Para China, Nepal representa tanto una oportunidad como una vulnerabilidad: un vecino cuya cooperación puede impulsar los objetivos de conectividad y desarrollo de Pekín, pero cuya fragilidad también podría abrir las puertas a la interferencia externa.
Los recientes disturbios en Katmandú sirven como recordatorio de cómo el descontento local, la rivalidad geopolítica y la inestabilidad histórica se entrelazan en el Himalaya.
Por ahora, Nepal sigue proclamando su compromiso con la no alineación y busca equilibrar sus relaciones con India y China. Su capacidad para mantener este equilibrio, a la vez que atiende las demandas de su inquieta juventud y resiste las presiones externas, determinará no solo su propio futuro, sino también la estabilidad del sur de Asia.
https://www.rt.com/news/625078-china-nepal-unrest-partners/