
EL DÍA EN EL QUE EL GENOCIDIO COMENZÓ CON UNA LEY
5 de julio de 1950
Una ley simple:
“Todo judío tiene derecho a venir a este país como inmigrante”.
Pero el infierno, ya lo dijo alguien, está empedrado de buenas intenciones.
Porque mientras Israel abría sus puertas a cualquier judío del mundo —hubiera nacido en Varsovia, Brooklyn o Buenos Aires—, las cerraba con candado a quienes habían nacido y vivido en Palestina durante generaciones.

Desposeídas, desarraigadas, dispersadas.
Esperaban regresar. Tenían el derecho reconocido por la Resolución 194 de la ONU.
Pero ese derecho no valía nada frente al nuevo dogma fundacional:
una etnocracia construida sobre ruinas ajenas.
La Ley del Retorno no fue una política de acogida.
Fue una política de exclusión.
Un marco jurídico para convertir la limpieza étnica en norma.
Para legalizar lo que ya había comenzado con la expulsión, el saqueo y la demolición de más de 400 pueblos palestinos.

Pero no era un retorno. Era una colonización con papeles.
Y los desplazados de verdad —las mujeres que parieron en la huida, los campesinos que enterraron a sus muertos en el camino— aún siguen esperando.

Un sistema donde la nacionalidad se hereda según sangre, no según tierra.
Donde tu religión decide si puedes volver a tu casa… o morir en el exilio.
Hoy, 75 años después, esa ley sigue vigente.
Mientras los palestinos siguen en Gaza, en Líbano, en Jordania, en el exilio.
Y el mundo, una vez más, mira a otro lado.
Porque el genocidio no empieza con bombas.
Empieza con leyes.
Leyes como la del 5 de julio de 1950.
Tomado de la Revolución Española