
***El término “democracia” es uno de los más llevados y traídos en el debate político contemporáneo. Estados Unidos y sus aliados occidentales lo han usado ampliamente para descaracterizar a sus enemigos con la acusación de dictaduras o regímenes antidemocráticos.
Esta acusación desconoce por un lado la realidad política concreta de los países cuestionados y, por el otro, impone implícitamente una concepción unidireccional de lo que es la democracia, entendida según el modelo de democracia burguesa estadounidense.
En la geopolítica contemporánea, desde la perspectiva occidental, la democracia es entonces un arma política, usada a conveniencia contra sus rivales y cómodamente dejada de lado con sus aliados.
Así, mientras a las férreas monarquías del Golfo Pérsico, dirigidas por clanes familiares, como los Saud, no se les hace ningún cuestionamiento en este tema, se acusa de dictadura a Venezuela, país que ha celebrado decenas de elecciones desde la asunción del presidente Hugo Chávez en 1998.
No se trata entonces, en realidad, tampoco de asimilar un sistema electoral al estilo norteamericano, sino de votar “bien” e incluso de no votar, siempre y cuando se plieguen a los intereses del hegemón imperialista.
Esta lección aprendieron recientemente los rumanos, que vieron sus elecciones anuladas por esa alta cumbre democrática que es la Unión Europea (muchos de cuyos estados miembros, por cierto, son monarquías constitucionales) por considerar que el candidato ganador no era el “correcto” y que Rusia había metido sus turbias garras en el proceso. La última acusación, por supuesto, sin pruebas.
Esta contraposición entre democráticos y antidemocráticos por parte de Occidente, se origina en una concepción estrecha del concepto de democracia, la cual por demás se entiende, como ya apuntábamos, exclusivamente en la lógica de funcionamiento de la democracia burguesa.
Desde esta concepción estrecha, la democracia es entendida fundamentalmente como participación política. Sin embargo la democracia es una noción mucho más amplia, que incluye además el acceso equitativo a bienes y servicios que garanticen la plena realización del ser humano. Democracia no es solo votar y ser electo, es también acceso a la salud, la educación, a oportunidades de desarrollo personal.
Es cierto que, si damos un vistazo a la práctica histórica del socialismo, por ejemplo, la participación política ha sido muy desigual, y que en muchas sociedades la burocracia ha secuestrado el aparato estatal, distanciándolo del control popular, pero en esto no se diferencia de la denominada democracia burguesa.
La democracia burguesa sustituye la participación real por el simulacro de participación, donde la charada política multipartidista oculta de la vista pública, en un acto de prestidigitacion, los verdaderos intereses que detentan el poder en los Estados, donde también existen cuerpos burocráticos al margen del control popular.
Dando un vistazo al pasado reciente, podemos afirmar entonces que el gran problema del «socialismo realmente existente» es que no logró superar verdaderamente muchas de las formas políticas del Estado burgués. No fue más participativo políticamente, pero sí fue más democrático desde el punto de vista social.
El estado de bienestar construido por los países europeos occidentales luego de la Segunda Guerra Mundial fue un resultado del prestigio de la experiencia socialista en la URSS, país que a pesar de sus errores había sorteado indemne la Gran Depresión y había emergido como claro vencedor en la guerra. Muchas conquistas que se introdujeron en Europa después del 1945 ya eran realidades comunes en la URSS desde mucho tiempo antes.
Entonces, construir un proyecto democrático pasa por superar las limitaciones históricas de las cuales el concepto ha sido expresión. La democracia griega era la democracia de los ciudadanos libres y, como tal, se asentaba sobre las mujeres, los esclavos y los extranjeros.
La democracia burguesa es la democracia del capital, en la cual es posible cambiar los individuos o agrupaciones de individuos que detentan la administración política del Estado, pero no es posible modificar las relaciones de propiedad y, muchísimo menos, las relaciones de producción.
La socialdemocracia es la expresión política de ese límite. Mirando su historia vemos como una serie de partidos que suscribían una perspectiva revolucionaria se transformaron, luego de la Primera Guerra Mundial, en los albañiles del sistema.
Ellos distribuyen una pequeña parte de la riqueza generada en forma de políticas públicas, para aliviar las contradicciones del modelo de producción capitalista, pero son incapaces de plantearse ni por un segundo la transformación de este modelo. Son en cierta forma la expresión de los límites de una izquierda cuya conciencia está atrapada en la lógica del capital y es incapaz de plantearse una superación efectiva del sistema.
Entonces, más allá de la democracia burguesa y la democracia como arma política, cabría preguntarse, ¿cuál es el proyecto democrático a construir entonces? La Comuna de París de 1871 da una valiosa respuesta a esta pregunta. La fecha de este acontecimiento pudiera hacer a algunos pensar que estamos ante un ejercicio de arqueología política, pero esto es una perspectiva ingenua. Podrían darse dos argumentos.
El primero que la Comuna forma parte del ciclo político de la modernidad capitalista, aún no concluido y por tanto sus problemáticas y soluciones dialogan aún claramente con el presente.
El segundo que el aprendizaje de la historia, aún el de épocas lejanas, si se usan las herramientas revolucionarias de la concepción materialista de la historia, tal y como la entendían Marx y Engels, aporta lecciones de vital utilidad para la lucha práctica actual.
Surgida al calor del alzamiento revolucionario de la ciudad de París contra el corrupto régimen burgués de Thiers y frente a la ocupación prusiana del país, los comuneros debieron enfrentarse a dos altos encargos: qué hacer con el aparato estatal burgués y cómo dar respuesta a los reclamos sociales que animaban el alzamiento. En sus apenas tres meses de vida, dieron soluciones políticas radicales al problema.
Por un lado, frente al Estado burgués, avanzaron en su supresión práctica, convirtiéndolo de una herramienta de dominación clasista, a una estructura sometida completamente al control popular, con cargos electos por democracia directa y revocables en cualquier momento por la misma vía.
Terminaron con la profesionalización de la política y los privilegios económicos de casta, llevando el salario de un funcionario público a ser equivalente al salario promedio de cualquier obrero francés.
En materia de derechos, primaron las transformaciones orientadas a generar oportunidades y participación.
Desde el control obrero de las fábricas y la mayor participación de las mujeres, hasta la eliminación de los privilegios de la iglesia y la declaración de la educación como un derecho universal.
La noción griega de “isegoría”, entendida como la igualdad de criterio y opinión de todos los ciudadanos, se volvió una práctica real, con la diferencia de que en la breve vida de la Comuna, por primera vez en la historia política de la humanidad, todos eran ciudadanos y esta noción los englobaba a todos y todas.
Las sociedades burguesas contemporáneas han creados simulacros de esta participación. Espacios como las redes sociales funcionan como falsas ágoras donde, en principio, cualquiera puede opinar, pero el alcance de esta opinión está limitado por un sesgo algorítmico y político, que acaba en última instancia, definiendo el alcance este mensaje e, incluso, la permanencia o no del usuario en el espacio virtual.
No hay un libre intercambio de ideas y opiniones, sino el simulacro de este. En realidad, hay un monopolio que determina y condiciona qué opiniones, verdades e ideas son aceptable y cuáles no.
Frente a este predominio de la burguesía y sus estructuras de dominación, se han alzado y se alzan numerosos proyectos que buscan emprender caminos de desarrollo soberano frente al gran capital. Es el caso por ejemplo de China, presentado normalmente por la gran prensa occidental, como una dictadura de partido único.
Sin embargo, mirando más de cerca, vemos cómo en China hay numerosas oportunidades de participación política para sus ciudadanos y, lo que es más importante, cómo se ha creado un amplio sistema de protección social y generación de oportunidades de desarrollo humano, que en un corto plazo de tiempo ha eliminado la pobreza extrema del país, elevando los niveles de vida de más de 300 millones de seres humanos.
Así mismo, las oportunidades educativas convierten al país en uno los más destacadas en materia de capacitación y formación de la fuerza de trabajo.
Situaciones similares encontramos en Cuba y Venezuela, países más pequeños, bloqueados y sancionados, que han apostado, no obstante, por crear sistemas de inclusión social lo más amplio posibles. Aunque con diferencias en sus sistemas políticos internos, ambos países realizan elecciones con frecuencia para decidir diversas cuestiones políticas y ambos han generado modelos que fomenten un desarrollo humano pleno.
En el caso específico de Venezuela, se ha apostado sostenidamente por el modelo de desarrollo comunal como una alternativa para superar los límites del Estado burgués y construir un horizonte postcapitalista efectivo.
El proyecto del Comandante Chávez de un estado comunal continúa vigente y es impulsado por el presidente Maduro, quien recientemente amplió el apoyo económico a las comunas e impulsa una reforma constitucional que promueve el paso de una democracia participativa y protagónica, donde se gobierna en nombre del pueblo a la democracia directa, donde gobierna el pueblo mismo.
Y aunque en un gobierno como el venezolano el pueblo ha tenido siempre un alto grado de participación y protagonismo, esta propuesta implica dejar atrás de hecho las estructuras del viejo estado y comenzar a construir la plena democracia comunal, donde los productores de la riqueza detenten factualmente el poder político a todos los niveles, en contra del capital.
Frente al uso político y oportunista de la democracia como herramienta para impulsar bloqueos, invasiones y chantajes de todo tipo, sirva este ejemplo de democracia real, impulsada por un país del Sur Global, que debe además lidiar con todas las taras del subdesarrollo y el coloniaje.
Frente a esa democracia de traje y jets privados, debemos alzar la democracia del pueblo trabajador, que no es solo votar cada cuatro años por el político de turno, sino crear estructuras de participación política real, ampliar los derechos conquistados y generar oportunidades para el pleno desarrollo humano.
Fuente: José Ernesto Novaez Guerrero
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