
***Ante la incapacidad de expulsar a los gazatíes en masa de forma inmediata, Israel parece decidido a obligarlos a entrar en una zona confinada, y dejar que el hambre y la desesperación hagan el resto.
Hace dos semanas, el periodista israelí de derechas Yinon Magal publicó lo siguiente en X: “Esta vez las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) tienen la intención de evacuar a todos los residentes de la Franja de Gaza y llevarlos a una nueva zona humanitaria que se organizará para estancias de larga duración; estará cerrada y se comprobará de antemano que todo el que entre en ella no es terrorista.
Esta vez las FDI no permitirán que una población rebelde rechace la evacuación. Toda persona que permanezca fuera de la zona humanitaria será sospechosa. Este plan cuenta con el respaldo de Estados Unidos”.
Ese mismo día, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, hizo una declaración por vídeo en la que insinuaba algo similar. “Residentes de Gaza, esta es vuestra última advertencia”, dijo. “El ataque de la Fuerza Aérea contra los terroristas de Hamás solo ha sido el primer paso. La siguiente fase será mucho más dura y lo pagaréis muy caro. Pronto se reanudará la evacuación de la población de las zonas de combate”.
“Si no se libera a todos los rehenes israelíes y no se expulsa a Hamás de Gaza, Israel actuará con una fuerza sin precedentes”, prosiguió Katz. “Sigan el consejo del presidente de Estados Unidos: liberen a los rehenes y expulsen a Hamás, y se les presentarán otras opciones, incluido el traslado a otros países para quienes lo deseen. La alternativa es la destrucción y devastación absolutas”.
El paralelismo entre las dos declaraciones no es ninguna coincidencia. Incluso aunque Magal no se enterara del nuevo plan de guerra de Israel directamente por Katz o por el nuevo jefe del Estado Mayor del ejército, Eyal Zamir, es razonable presuponer que le llegó por alguna otra fuente militar de alto rango.
En otro artículo premonitorio, Yoav Zitun, periodista del sitio web de noticias israelí Ynet, hizo hincapié en las declaraciones del general de brigada Erez Wiener tras su reciente despido del ejército por hacer un uso indebido de documentos clasificados.
“Me entristece que después de un año y medio ‘tirando del carro’, justo cuando por fin parece que hemos llegado a la recta final y que el combate va a dar el giro correcto (lo que debería haber ocurrido hace un año), yo no estaré al timón”, escribió Wiener en Facebook.
Israel se dispone a desplazar por la fuerza a toda la población de Gaza a una zona cerrada y posiblemente vallada
Tal y como señaló Zitun, Wiener no es un oficial cualquiera. Antes de su despido desempeñó un papel fundamental en la planificación de las operaciones del ejército en Gaza, donde presionó constantemente para imponer el pleno dominio militar israelí sobre el territorio. Si Wiener, que al parecer estuvo implicado en ciertas filtraciones al ministro de extrema derecha Bezalel Smotrich, dice que “el combate va a dar el giro correcto”, se puede deducir a qué tipo de giro se refiere. Esto también concuerda con las evidentes aspiraciones del jefe del Estado Mayor del ejército israelí, Eyal Zamir, así como con los detalles de un plan de ataque que supuestamente se filtraron al Wall Street Journal a principios del mes pasado.
Si se atan todos los cabos se llega a una conclusión bastante clara: Israel se dispone a desplazar por la fuerza a toda la población de Gaza –mediante una combinación de órdenes de evacuación e intensos bombardeos– a una zona cerrada y posiblemente vallada. Cualquiera que fuera sorprendido fuera de sus límites sería asesinado, y los edificios del resto del enclave probablemente serían arrasados por completo.
Sin ambages, esta “zona humanitaria” –tal y como dijo Magal tan amablemente– en la que el ejército pretende acorralar a los dos millones de residentes de Gaza, se puede resumir en tres palabras: campo de concentración. No se trata de una hipérbole; simplemente es la definición más precisa para ayudarnos a comprender mejor a qué nos enfrentamos.
El principio de todo o nada
De un modo perverso, el plan de establecer un campo de concentración dentro de Gaza puede reflejar que los dirigentes israelíes son conscientes de que la tan cacareada “salida voluntaria” de la población no es realista en las circunstancias actuales, tanto porque muy pocos gazatíes estarían dispuestos a marcharse, incluso bajo bombardeos continuos, como porque ningún país aceptaría una afluencia tan masiva de refugiados palestinos.
Los dirigentes israelíes son conscientes de que la cacareada “salida voluntaria” de la población no es realista
Según el Dr. Dotan Halevy, estudioso de Gaza y coeditor del libro Gaza: Place and Image in The Israeli Space (Gaza: lugar e imagen en el espacio israelí), el concepto de “salida voluntaria” se basa en un principio de todo o nada. “Considere esta hipótesis”, me dijo Halevy recientemente.
“Pregúntale a Ofer Winter [el general militar que, en el momento de nuestra conversación, parecía que iba a ser el encargado de liderar la “Directiva de la Salida Voluntaria” del Ministerio de Defensa] si evacuar al 30%, al 40% o incluso al 50% de los residentes de Gaza se consideraría un éxito.
¿Le importaría realmente a Israel que en Gaza hubiera 1,5 millones de palestinos en lugar de 2,2 millones? ¿Posibilitaría eso las fantasías anexionistas de Bezalel Smotrich y sus aliados? La respuesta es, casi con toda seguridad, no”.
El libro de Halevy incluye un ensayo del Dr. Omri Shafer Raviv en el que expone los planes de Israel para “fomentar” la emigración palestina de Gaza tras la guerra de 1967.
El título I Would Like to Hope That They Leave (Me gustaría tener esperanzas de que se fueran) toma prestada una cita del entonces primer ministro Levi Eshkol. Publicado en enero de 2023 –dos años antes de que el presidente Donald Trump anunciara su plan de la “Riviera de Gaza”– refleja lo profundamente arraigada que está la idea de trasladar a la población de Gaza en el pensamiento estratégico israelí.
El artículo revela el doble enfoque israelí para reducir el número de palestinos en Gaza: en primer lugar, animándoles a trasladarse a Cisjordania, y de allí a Jordania; y en segundo lugar, buscando países en Sudamérica dispuestos a acoger a los refugiados palestinos. Si bien la primera estrategia tuvo cierto éxito, la segunda fracasó por completo.
Según Shafer Raviv, el plan acabó siendo contraproducente para Israel. A pesar de que decenas de miles de palestinos abandonaron Gaza en dirección a Jordania después de que Israel rebajara deliberadamente el nivel de vida en el enclave, la mayoría se quedó. Pero, sobre todo, el deterioro de las condiciones provocó disturbios –y, como resultado, la resistencia armada–.
Hasta el comienzo de la guerra, salir de Gaza era un proceso extremadamente difícil y costoso
Al darse cuenta de ello, a principios de 1969, Israel decidió aliviar la situación económica de la Franja permitiendo a los gazatíes trabajar en Israel, y, de este modo, redujo la presión para emigrar. Además, Jordania comenzó a cerrar sus fronteras, lo cual frenó aún más la huida palestina de la Franja. Irónicamente, algunos de los gazatíes que se trasladaron a Jordania como parte del plan de desplazamiento de Israel participaron más tarde en la batalla de Karameh que tuvo lugar en marzo de 1968: el primer enfrentamiento militar directo entre Israel y la incipiente Organización para la Liberación de Palestina, que enfrió aún más el entusiasmo de Israel por fomentar la emigración desde Gaza.
En última instancia, el servicio de seguridad israelí llegó a la conclusión de que era preferible contener a los palestinos en Gaza, donde podían ser vigilados y controlados, que dispersarlos por toda la región. Según Halevy, esta percepción ha guiado la política israelí respecto a Gaza hasta octubre de 2023, y explica por qué Israel no trató de obligar a los residentes a abandonar la Franja durante sus diecisiete años de bloqueo. De hecho, hasta el comienzo de la guerra, salir de Gaza era un proceso extremadamente difícil y costoso, solo al alcance de palestinos con dinero y contactos que podían llegar a las embajadas extranjeras en Jerusalén o El Cairo para obtener visados.
En la actualidad, la postura israelí respecto a Gaza parece haber dado un vuelco: del control externo y la contención al control total, la expulsión y la anexión.
Campamento de refugiados en Rafah a finales de 2023. / Mohammed Zaanoun
En su ensayo, Shafer Raviv relata una entrevista realizada en 2005 al general de división Shlomo Gazit, el artífice de la política de ocupación israelí posterior a 1967 y jefe de la Coordinadora de Actividades Gubernamentales en los Territorios (COGAT, por sus siglas en inglés) del ejército.
Cuando se le preguntó por el plan original de expulsión de Gaza, que él mismo ayudó a formular cuarenta años antes, su respuesta fue: “Cualquiera que hable de esto debería ser ahorcado”. Veinte años después, con el actual gobierno de derechas, el sentimiento predominante es que cualquiera que no hable de la “salida voluntaria” de los residentes de Gaza debería ser ahorcado.
Y sin embargo, a pesar del drástico cambio de estrategia, Israel sigue firmemente atrapado por sus propias políticas. Para que la “salida voluntaria” tenga el éxito suficiente como para permitir la anexión y el restablecimiento de asentamientos judíos en la Franja, cabría pensar que habría que expulsar al menos al 70% de los residentes de Gaza, es decir, a más de 1,5 millones de personas.
Este objetivo no es nada realista teniendo en cuenta las actuales circunstancias políticas tanto dentro de Gaza como en todo el mundo árabe.
Es más, como señala Halevy, incluso discutir una propuesta de este tipo podría reabrir la cuestión de la libertad de movimiento dentro y fuera de Gaza. Después de todo, si la salida es “voluntaria”, en teoría Israel estaría obligado a garantizar que los que se marchan también puedan regresar.
En un artículo publicado la semana pasada en el sitio web de noticias israelí Mako, donde se describía un programa piloto en el que cien gazatíes se disponían a abandonar el enclave para realizar trabajos de construcción en Indonesia, se afirmaba explícitamente que “según el derecho internacional, todo aquel que salga de Gaza para trabajar debe tener permiso para regresar”.
Tanto si Smotrich, Katz y Zamir han leído los artículos de Halevy y Shafer Raviv como si no, es probable que comprendan que la “salida voluntaria” no es un plan de ejecución inmediata. Pero si realmente creen que la solución al “problema de Gaza” –o a la cuestión palestina en su conjunto– es que no queden palestinos en Gaza, entonces no será posible de una sola vez.
En otras palabras, la idea parece ser: primero, acorralar a la población en uno o más enclaves cerrados; luego, dejar que el hambre, la desesperación y la desesperanza hagan el resto. Las personas encerradas verán que Gaza ha sido completamente destruida, que sus casas han sido arrasadas y que no tienen ni presente ni futuro en la Franja. En ese momento, según el pensamiento israelí, los propios palestinos empezarán a presionar para emigrar y obligarán a los países árabes a acogerlos.
Obstáculos a la expulsión
Queda por ver si los militares –o incluso el gobierno– están dispuestos a llegar hasta el final con este plan. Es casi seguro que provocaría la muerte de todos los rehenes, lo que podría tener importantes repercusiones políticas.
Además, se enfrentarían con la fuerte oposición de Hamás, que no ha perdido su capacidad militar y podría ocasionar grandes pérdidas al ejército, como hizo en el norte de Gaza hasta los últimos días antes del alto el fuego.
En el ejército israelí hay una creciente preocupación ante las negativas tanto “silenciosas” como públicas a prestar servicio
Otros obstáculos a un plan de este tipo son el agotamiento de los reservistas del ejército israelí, por los que hay una creciente preocupación ante las negativas tanto “silenciosas” como públicas a prestar servicio; el malestar civil que están generando los agresivos esfuerzos del gobierno por debilitar al poder judicial no hará sino intensificar este fenómeno.
También se oponen firmemente (al menos por ahora) tanto Egipto como Jordania, cuyos gobiernos podrían llegar a suspender o cancelar sus acuerdos de paz con Israel. Por último, está la naturaleza impredecible de Donald Trump, que un día amenaza con “abrir las puertas del infierno” sobre Hamás y al siguiente envía emisarios a negociar directamente con el grupo calificándolos de “tipos bastante majos”.
En la actualidad, el ejército israelí sigue aplastando Gaza con ataques aéreos y apoderándose de más territorio alrededor del perímetro de la Franja. El objetivo declarado de Israel en su nuevo ataque es presionar a Hamás para que amplíe la primera fase del acuerdo, es decir, la liberación de los rehenes sin comprometerse a poner fin a la guerra.
Hamás, consciente de las limitaciones estratégicas de Israel, se niega a ceder en su postura: cualquier acuerdo sobre los rehenes debe estar vinculado al fin de la guerra. Mientras tanto, Zamir, que quizá tema de verdad que no le quede ejército para conquistar Gaza, ha guardado un llamativo silencio, evitando hacer declaraciones sustanciales sobre las intenciones del ejército.
Aun así, la presión combinada para llegar a un acuerdo –de la población de Gaza, que exige que termine esta pesadilla y se vuelve contra Hamás, y de la sociedad israelí, que está agotada por la guerra y quiere recuperar a los rehenes– puede que no conduzca a un nuevo alto el fuego.
El lunes 31 de marzo, el ejército israelí ordenó a todos los residentes de Rafah que se trasladaran a la llamada “zona humanitaria” de Al-Mawasi; en los medios de comunicación israelíes esto se presentó como parte de la campaña de presión sobre Hamás para que accediera a liberar a los rehenes restantes, pero bien podría ser el primer paso hacia el establecimiento de un campo de concentración.
Quizá el gobierno y los militares crean que una “salida voluntaria” de la población de Gaza borrará los crímenes de Israel, que una vez que los palestinos encuentren un futuro mejor en otro lugar, las acciones del pasado se olvidarán.
La triste verdad es que, aunque un traslado forzoso de esta magnitud no es factible en la práctica, los métodos que Israel podría utilizar para llevarlo a cabo podrían ocasionar crímenes aún más graves: campos de concentración, destrucción sistemática de todo el enclave y, posiblemente, incluso el exterminio total.