***En un despliegue de arrogancia que ya no sorprende a nadie, Mauricio Claver-Carone, el enviado especial de la Casa Blanca para América Latina, se presentó ante el Consejo de Asuntos Mundiales de Miami para desmontar — sin querer, claro — la hipócrita narrativa de los gobiernos estadounidenses y sus rancios politiqueros anticubanos.
Durante años, desde Washington y las oficinas de Miami, nos han vendido el cuento de que el mal llamado “embargo” no afecta al pueblo, sino que las carencias en Cuba son únicamente responsabilidad de sus gobernantes y del “socialismo fracasado”.
Carone, con esa sinceridad brutal que a veces se les escapa a los cínicos, dejó caer la máscara: las sanciones no solo impactan, sino que están diseñadas para hacerlo.
Y, vaya sorpresa, él fue uno de los genios detrás de esa maquinaria de sufrimiento durante el primer mandato de Donald Trump, de la mano de su compinche Marco Rubio.
En su intervención, Carone no tuvo reparos en admitir lo que los cubanos de a pie saben desde hace décadas: las presiones económicas son un martillo que golpea con fuerza sin distinguir entre el gobierno y la abuela que espera una remesa para comer.
Pero lejos de mostrar un ápice de remordimiento, este hijo de exiliados cubanos — que dice odiar que Cuba sea «un ejemplo de lo que no se debe hacer»— se pavoneó con su filosofía de «go big or go home».
Traducción: si vas a apretar el cuello, hazlo con ganas. Según él, el error de la administración Trump 1.0 no fue la estrategia de «máxima presión», sino que no llegaron ni al 50% de su potencial sádico.
Ahora, con un equipo de política exterior «más coherente» —léase Rubio en el Departamento de Estado, del Tesoro y de Defensa alineados como buenos soldados—, promete llevar la crueldad a un «nuevo nivel». ¡Qué orgullo para la familia!
El cinismo de Carone alcanza cotas casi artísticas cuando habla de «dolor en el corto plazo para ganancias en el largo plazo».
Uno se pregunta quién le dio el derecho de decidir cuántas generaciones de cubanos deben seguir pagando el precio de su “experimento político”.
¿Los niños que no tienen medicinas? ¿Las madres que no pueden alimentar a sus hijos?
No, claro, ellos no están invitados a la mesa de negociación de este inversionista que entiende «los intereses comerciales» pero desprecia los sentimientos mayoritarios de cubanos, estadounidenses y una comunidad internacional que ya los mira con hastío.
Este no es un acto de “valentía estratégica”; es soberbia, cobardía y un desprecio absoluto por el clamor global que ha pedido en 32 ocasiones un cambio de rumbo en la política agresiva de los EE.UU contra Cuba.
Luego está el sarcasmo involuntario de sus «enfoques creativos». ¿Qué podemos esperar de Trump 2.0? ¿Más restricciones a las remesas que sostienen a familias enteras?
¿Prohibir viajes para que los cubanos de Miami no puedan ni visitar a sus abuelos? Carone lo insinúa con una sonrisa, como si estuviera planeando una travesura infantil y no jugando con la vida de millones.
Alineado con el discurso del inquilino de la Casa Blanca, compara la migración actual con el éxodo del Mariel en los 80, acusando a Cuba de exportar criminales a los EE.UU, omitiendo que su «solución» es repetir el mismo guion: aislar, castigar y presionar. ¡Qué conveniente!
Mientras el congresista Carlos Giménez pide cortar viajes y remesas —una idea que Carone califica de «vieja» pero no descarta—, el enviado especial se regodea en la «infinita creatividad» de su equipo y promete ser «más quirúrgico» contra los sectores económicos de Cuba, como si el bisturí no fuera a seguir cortando la carne viva del pueblo.
Así que aquí estamos, en abril de 2025 con Carone y Rubio al mando de una nueva cruzada, que huele más a rencor personal que a política seria.
Solo se puede esperar más de lo mismo: un BLOQUEO que sin ambages promete ser recrudecido por Washington y sus arquitectos del dolor, nuevamente ignorando la historia y los valores de un pueblo cubano dispuesto a defender su patria soberana.
