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Las élites del Reino Unido han intentado restar importancia al escándalo de las bandas de seducción de menores

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****El primer ministro británico, Keir Starmer. © Getty Images/Peter Summers

No es una historia sobre lo políticamente correcto ni sobre el oportunismo de derechas. Es una historia sobre la justicia negada.

Por Nadezhda Romanenko

Durante años, el escándalo de las bandas de seducción de menores en Gran Bretaña ha sido una herida abierta en la conciencia de la nación. 

Es una tragedia que vio a jóvenes vulnerables, a menudo de entornos desfavorecidos, sometidas a abusos sexuales sistemáticos y tráfico por parte de bandas organizadas. 

Y, sin embargo, la actividad criminal extrema ha sido minimizada repetidamente por funcionarios de alto rango y sectores de los medios de comunicación, que han tratado de ocultar la gravedad de los crímenes bajo un velo de corrección política y preocupaciones sobre la politización. 

Sin embargo, la marea ha cambiado y la dirección del Partido Laborista de Keir Starmer ahora se enfrenta a un ajuste de cuentas.

Este cambio radical en el escrutinio público ha sido catalizado, entre otras cosas, por Elon Musk. Sus críticas de alto perfil a Starmer por supuestamente no haber enfrentado el escándalo de frente han reavivado el debate en torno a las bandas de secuestradores, volviendo a poner el asunto en el punto de mira del público. 

La intervención de Musk, aunque polarizadora, ha sido imposible de ignorar. Al acusar a Starmer de priorizar la conveniencia política por sobre la justicia para las víctimas, Musk ha puesto de relieve los fracasos de la élite política y judicial del Reino Unido.

La era de la ofuscación ha terminado

Durante años, los intentos de abordar el escándalo de las bandas de secuestro de menores se han visto obstaculizados por una combinación tóxica de fracaso institucional, miedo a estigmatizar a las comunidades minoritarias y renuencia a afrontar verdades incómodas. 

El hecho de que muchos de los perpetradores fueran de origen paquistaní se ha eludido a menudo en los relatos oficiales, y algunos comentaristas han llegado al extremo de acusar a quienes plantearon este aspecto de albergar agendas de extrema derecha. 

Estas acusaciones han sido una herramienta conveniente para desviar las críticas, lo que ha permitido a los funcionarios desestimar las preocupaciones legítimas como mera fanfarronería política.

Pero esa confusión ya no puede sostenerse. La magnitud de los abusos, las fallas sistémicas que permitieron que se propagaran y los testimonios desgarradores de las víctimas son demasiado abrumadores para ignorarlos. 

El escándalo de las bandas de seducción de menores no es una cuestión de etnia o religión, sino de rendición de cuentas. 

Los perpetradores explotaron el aislamiento y las prácticas culturales de sus comunidades para evadir la detección, pero el verdadero fracaso recae en las instituciones –la policía, los servicios sociales y los ayuntamientos– que hicieron la vista gorda.

La posición de Starmer bajo fuego

El historial de Keir Starmer en este tema ha sido objeto de un escrutinio cada vez mayor. Durante su mandato como Director de la Fiscalía Pública, se plantearon preguntas sobre la gestión de los casos de bandas de seducción de menores por parte de la Fiscalía de la Corona. 

Más recientemente, como líder del Partido Laborista, Starmer ha sido acusado de intentar eludir los llamamientos a favor de una nueva investigación nacional sobre el escándalo. Su renuencia a actuar con decisión ha sido interpretada por los críticos como un intento de evitar alienar a bloques clave de votantes o avivar las tensiones raciales.

La intervención de Musk ha amplificado estas críticas. 

Al cuestionar públicamente el compromiso de Starmer con la justicia para las víctimas, Musk ha vuelto a poner el tema en la agenda, exponiendo las deficiencias de las investigaciones anteriores y la falta de transparencia en torno al escándalo.

 La respuesta despectiva de Starmer –que calificó esos llamados a la rendición de cuentas de alinearse con narrativas de extrema derecha– no ha hecho más que echar leña al fuego. Es una táctica que ya no se sostiene ante la creciente ira pública.

La corrección política como escudo

La renuencia del Reino Unido a afrontar de frente el escándalo de las bandas de secuestro de menores se debe en parte a un temor bien intencionado, pero en última instancia equivocado, de parecer racista o xenófobo. Esta vacilación ha sido explotada por los perpetradores y facilitada por instituciones que prefirieron evitar ser el centro de atención. 

El resultado ha sido un fracaso durante décadas en la protección de los niños vulnerables y en la exigencia de responsabilidades a los abusadores.

Este fracaso no es sólo un defecto moral, sino sistémico. 

La renuencia a reconocer los factores culturales en juego –sin vilipendiar a comunidades enteras– ha permitido que los abusos sigan sin control. También ha creado un vacío que los grupos de extrema derecha han estado muy ansiosos por llenar, utilizando el escándalo como arma para promover sus propios intereses. 

Esto ha enturbiado aún más las aguas, permitiendo a los funcionarios desestimar críticas legítimas como retórica extremista. Pero los hechos siguen siendo los mismos: hubo abusos sistemáticos y se permitió que florecieran debido a la cobardía institucional.

Un ajuste de cuentas que debió haberse hecho hace tiempo

El escándalo de las bandas de seducción de niñas en Gran Bretaña no es una historia sobre corrección política ni oportunismo de derechas. 

Es una historia sobre justicia negada. Es una historia sobre niñas traicionadas por los mismos sistemas que se supone que deben protegerlas. 

Y es una historia que exige rendición de cuentas: de los perpetradores, de las instituciones que no actuaron y de los políticos que han tratado de restarle importancia.

La dirección laborista de Starmer se encuentra ahora en una encrucijada. La opinión pública ya no acepta excusas ni evasivas. 

Los llamamientos a favor de una investigación nacional exhaustiva sobre el escándalo de las bandas de seductores son cada vez más fuertes y la presión para actuar con decisión va en aumento. 

Los intentos de Starmer de eludir el asunto presentándolo como un tema de debate de extrema derecha han fracasado estrepitosamente.

 La verdad es que la justicia para las víctimas trasciende las divisiones políticas. No es una cuestión de izquierda o derecha; es una cuestión de bien y mal.

El camino a seguir

El Reino Unido no puede permitirse repetir los errores del pasado. El escándalo de las bandas de seducción de menores debe afrontarse con honestidad y transparencia. Esto significa reconocer los factores culturales e institucionales que permitieron que los abusos prosperaran, sin recurrir a chivos expiatorios ni a evasivas. 

Significa exigir responsabilidades a quienes están en el poder por sus errores, por muy incómodo que pueda resultar. 

Y significa garantizar que las voces de las víctimas sean finalmente escuchadas y se tomen medidas al respecto.

El escándalo de las bandas de prostitución ha sido destapado y no se puede volver a cerrar. Ya pasó el tiempo de las excusas. Hay que hacer justicia.

https://www.rt.com/news/610824-uk-grooming-gangs-downplay/

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