España, Felipe González: La impudicia de un político indecente

España, Felipe González: La impudicia de un político indecente

De 1846 a 1940 entre 55 y 58 millones de europeos nos trasladamos a América

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****La capacidad de algunos medios de comunicación en comandita con la derecha a la hora de diseñar la agenda política es impresionante. La derecha impone su relato, su discurso

Quien nomina, domina. Por ello, se habla de lo que ella quiere, cuando quiere y de la manera que quiere. Para alcanzar el poder hay que imponer el relato. 

Y lo está consiguiendo. Sus temas: la fiscalidad (infierno fiscal, donde mejor está el dinero es el bolsillo del ciudadano); un gobierno con populistas, y apoyados por Bildu –herederos de ETA– e independentistas; la amnistía, el acuerdo de ERC con PSC. «España se rompe», la invasión de la inmigración. 

Ah, se me olvidaba, y Venezuela. Y la invasión de la inmigración. Y de estos temas se habla en el Parlamento y en los medios.

La sola presencia de una información y no de otra, marca ya una importante brecha sobre lo que el ciudadano piensa, hasta el punto de que se ha llegado a afirmar comúnmente que “lo que no está en los medios no existe”.Y la izquierda va a remolque, detrás con la lengua afuera, con los pies a rastras.

 Y dentro de esta dinámica la derecha ha convertido la cuestión migratoria en el mayor problema para los españoles. 

Y si quieren convencer que un día con sol radiante está lloviendo a cantaros, lo consiguen. Vaya que si lo consiguen. Muchos están convencidos. Es más difícil desintegrar un átomo que un prejuicio. 

Con la inmigración pasa lo mismo. Todos los días los telediarios y las portadas de muchos medios nos obsequian con imágenes de cayucos repletos de emigrantes africanos tratando de desembarcar en las Islas Canarias. 

Dan una visón parcial, cual si estuviéramos sometidos a una auténtica invasión. Determinadas opciones políticas, sobre todo de extrema derecha, aunque también de las derechas tradicionales, aunque en España ambas son ya lo mismo, vinculan emigración con delincuencia, colapso de nuestro Estado de bienestar, robo de los trabajos y abaratamiento de los salarios de los españoles, pérdida de nuestra identidad nacional… 

Muchos de estos mensajes se trasmiten sin contrastar. Mas, lo cierto, que día tras día calan en amplios sectores de la sociedad, y suponen un importante caladero de votos.

Por ello, resulta pertinente para desmontar estas falacias o mantras, recurrir a la investigación académica. 

Un buen ejemplo es el libro “Los mitos sobre la inmigración, 22 falsos mantras sobre el tema que nos divide” (mayo, 2024), de Hein de Haas, catedrático de Sociología en la Universidad de Amsterdam y profesor de Migración y Desarrollo en Maastricht. Lleva unos 30 años investigando sobre el tema. 

El libro debería ser leído por políticos, periodistas y la sociedad en general; además que es muy comprensible. Expondré algunas ideas del libro, cómo desmonta algunos de estos mantras, y para apuntalar tan necesario y loable objetivo incorporaré algunos otros datos e ideas propias.

La relevancia de la cuestión migratoria, para Hein de Haas, se explica porque es un tema ideal para desviar la atención. Frente a los problemas del trabajo, la vivienda, inflación; los inmigrantes sirven de chivo expiatorio por excelencia. Pero, además, este tema permite a los políticos presentarse como líderes fuertes. Es una fórmula bien conocida: si temes perder unas elecciones, la mejor manera de ganarlas es empezar una guerra. O crear un enemigo externo y fingir una invasión. El beneficio por lo tanto es doble: los Gobiernos dan la imagen de firmeza y evitan que se hable de lo que realmente importa.

Hein de Haas nos recuerda a los europeos-somos muy amnésicos- páginas de nuestra Historia. Entre 1846 y 1940 se estima que entre 55 y 58 millones de europeos se trasladaron a América. Sobre todo a finales del siglo XIX y a principios del XX, decenas de millones de europeos salieron del Viejo Continente para buscar oportunidades y libertad en el Nuevo Mundo, en países como Estados Unidos, Canadá, Argentina y Brasil, así como a Australia y Nueva Zelanda. Esa emigración masiva coincidió con el pico del imperialismo europeo, momento en que numerosos soldados, colonos, misioneros, administradores, emprendedores y trabajadores europeos se instalaron en colonias de África y Asia. –No es un tema baladí preguntarnos en base a qué derecho nos apropiamos de estas tierras. ¿Llevaba Colón algún visado cuando llegó a la isla de San Salvador? Porque si no lo llevaba era un inmigrante ilegal-.

Todo esto cambió sustancialmente a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. Los patrones migratorios se invirtieron y, de manera creciente, personas del resto del mundo empezaron a desplazarse a Europa Occidental. 

El fenómeno se inició con migraciones poscoloniales, es decir, con personas que se trasladaban desde antiguas colonias hasta Europa: desde el Caribe, el sur de Asia y África Oriental en el caso de personas de ascendencia india, hasta Gran Bretaña; desde el Magreb (Argelia, Túnez, Marruecos) y África Occidental (especialmente Senegal y Malí) hasta Francia; y desde Indonesia y Surinan hacia los Países Bajos. 

En Alemania, Austria, Suiza, Dinamarca y Suecia sin imperios coloniales, además de Bélgica y Países Bajos, esas emigraciones poscoloniales se vieron rápidamente incrementadas con el reclutamiento de trabajadores de Italia, España, Portugal, Grecia y la antigua Yugoslavia en las décadas de 1950 y 1960. Cuando ese recurso a la mano de obra de la Europa meridional se agotó, los Gobiernos y las empresas empezaron a reclutar a trabajadores turcos y del Magreb. 

Y en el momento actual, todos conocemos la procedencia de los emigrantes hacia Europa Occidental.

Hago un inciso sobre la emigración de los países del Sur de Europa hacia el Norte en los años 50 y 60. John Berger en su libro ‘Un séptimo hombre’, escrito en los años 70, un ensayo sociológico y reportaje periodístico -que también incluye poesía- describe la experiencia de esta emigración en Europa. 

A las palabras de John Berger se suman las fotografías de Jean Mohr que ilustran las condiciones de vida de los migrantes llegados del sur del continente en los años 50 y 60. “Un séptimo hombre parecía en su día una especie de intervención política en la sociedad y la economía, pensábamos que era un panfleto muy práctico” según Berger. En cuanto a la emigración española, en este mismo medio publiqué un artículo titulado Un documental sobre la emigración española prohibido por el franquismo, sobre un documental “Notes sur l’émigration. 

Espagne 1960”, realizado por el español Jacinto Esteva Grewe y el italiano Paolo Brunatto, dos estudiantes de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Ginebra en Suiza. Estaban interesados en descubrir las causas de la emigración española hacia el extranjero, con el objetivo de facilitar su inserción en la sociedad helvética. La respuesta de uno de estos emigrantes españoles era muy contundente: el hambre. Recomiendo a los españoles de hoy visionarlo, para que se les refresquen un poco las ideas.

Como también la lectura de un artículo impresionante de 1998 de Juan Goytisolo titulado ¡Quién te ha visto y quién te ve! Debería ser de lectura obligada en todos los centros educativos. Tiene plena actualidad. Es todo un aviso a los españoles, en el que describe la situación de la provincia de Almería en diferentes momentos de la dictadura franquista. Almería era entonces la Cenicienta de nuestras provincias. Una frase cruel, despectiva, abreviaba sus lacras y desdichas: «esparto, mocos y legañas”. En aquellos momentos se estaba produciendo el gran éxodo a Europa. 

En las ciudades alemanas, francesas, belgas, suizas, holandesas, millares de españoles identificables por su indumentaria, maletas y avíos se apiñaban en las estaciones de trenes y autobuses en busca de direcciones y contactos. La economía europea necesitaba brazos. Asistentas de hogar, albañiles, peones, camareros, obreros no especializados trabajaban en unas sociedades en crecimiento. Y hoy, en El Ejido, la fuerza más votada ha sido VOX, con casi el 30%, cuyo programa es claramente racista y xenófobo. ¡Qué contraste! ¡Qué de vueltas da el mundo!

Un argumento muy extendido, otro mantra, entre los españoles es que cuando íbamos a Europa llevábamos permiso de trabajo. Lo que no es cierto en gran parte. Al respecto es muy interesante el libro “Mineros, sirvientas y militantes”, editado por la Fundación Primero de Mayo de la historiadora Ana Fernández Asperilla, que ha estudiado la primera oleada de emigrantes españoles a Bélgica. 

Hubo un Acuerdo Hispano-belga de Emigración de 1956, porque Bélgica precisaba mineros con urgencia y, además, mano de obra que aceptara unas condiciones de trabajo duras. Había firmado un acuerdo con Italia en los años 1947 y 1951. Sin embargo, la alta siniestralidad (llegaron a perecer 800 italianos en el fondo de las minas en apenas 10 años) provocó que Italia suspendiera el convenio. «Lo que no quiso el Gobierno de Italia para sus trabajadores, lo aceptó el Gobierno de Franco para los españoles».

 El agregado laboral de España en Bruselas señalaba en un informe de 1 de enero de 1964: «La emigración clandestina española en Bélgica sigue aumentando de un modo alarmante, ya que un 60% al menos de nuestros compatriotas que llegan viene al margen del Convenio». 

El acuerdo entre España y Bélgica fue el primero de una serie de tratados similares con Alemania, Suiza, Holanda o Francia. La emigración irregular de españoles se generalizó. El Instituto Español de Emigración (IEE) cifró en un millón de españoles que entre 1959 y 1973 salió a Europa. Ana Fernández suma las cifras de irregulares y sus cálculos ascienden a dos millones.

Retorno a la exposición de Hein de Haas. Desmonta otro mantra. Los niveles actuales de migración internacional no son excepcionalmente altos ni van en aumento. De hecho, se han estabilizado. Según los datos de la División de Población de Naciones Unidas, en 1960 eran 93 millones los migrantes internacionales. En 2000 eran 170 millones. Y en 2017, 247 millones. A primera vista, parece un incremento drástico. Mas, la población mundial ha crecido a un ritmo más o menos igual. En, 1960 éramos 3,000 millones; en el 2000, 6.100; y en el 2017, 7.600. Es decir, que sobre la población total, el porcentaje de migración se ha mantenido estable, en el 3%.

Hein de Haas, va desmontando otros mantras sobre la inmigración. No es una huida desesperada de la pobreza. Quienes emigran proceden de países con ingresos medios, como Marruecos. Las personas más pobres y más vulnerables -los que tienen más motivos para la desesperación- no suelen contar con los recursos para migrar, y mucho menos a través de largas distancias ni a países lejanos. 

Por ello, la mayoría de los migrantes internacionales ni proceden de los países más pobres ni pertenecen a los estratos de población más pobres de sus países de origen. Si uno es vendedor ambulante o limpiador en Manila, Ciudad de México o Casablanca, sus posibilidades de migrar al extranjero son prácticamente nulas. Un ejemplo de este hecho podría ser el siguiente. 

Un reciente estudio llevado a cabo por Dovelyn Rannveig Mendoza, muestra que los trabajadores nepalíes que desean trasladarse a la Unión Europea deben pagar aproximadamente 7.000 euros a las agencias de contratación. Teniendo en cuenta los niveles salariales de Nepal, se trataría del equivalente a 4 años de salario para trabajadores de bajos ingresos, y 1 año con un nivel de salario medio. Teniendo en cuenta los niveles del PIB per cápita en Nepal como punto de referencia, equivaldría a que un ciudadano europeo pagase 150.000 euros por gastos de contratación. 

La emigración aumenta a medida que los países pobres se hacen más ricos. En primer lugar, la migración es costosa, sobre todo si se han de recorrer grandes distancias. En segundo lugar, la migración requiere ciertas ambiciones y aspiraciones, y estas suelen aumentar cuando los jóvenes van a la escuela y tienen mejor acceso a la información.

El desarrollo, por lo tanto, tiende a aumentar las capacidades y aspiraciones de las personas para migrar. Por eso no es casualidad que los países de emigración más importantes, como por ejemplo México, Marruecos o Turquía, sean países de ingresos típicamente medios. De hecho, la pobreza extrema impide que las personas migren. Solo cuando los países pasan a la categoría de países de altos ingresos la emigración tiende a disminuir y la inmigración a aumentar, como ocurrió por ejemplo con España a partir de los años 80.

No nos roban puestos de trabajo, ya que realizan los que nosotros rechazamos. ¿Quiénes cuidan a nuestros ancianos y niños, cogen las fresas de Huelva, los tomates en los invernaderos de Almería, nos sirven el café o la caña en la terraza de un bar de la Gran Vía madrileña, limpian las escaleras de nuestras comunidades de vecinos, traen nuestros paquetes de Amazon o las pizzas, trabajan de peones en la construcción? 

No hay más ciego, que quien no quiere ver. Mas, da igual. Se impone la voz de muchos cuñados y sabelotodos vociferantes en las barras de los bares, que seguirán con la matraca de inmigración igual a delincuencia, oKupación, ayudas sociales… 

Aquí ya nadie convence a nadie. No abaratan los salarios, si son bajos se debe al modelo neoliberal. No erosionan el Estado de bienestar. Es más, lo apuntalan con los cuidados a nuestros ancianos y niños; y con sus cotizaciones a la Seguridad Social (SS) mantienen en parte nuestras pensiones. El año 2023 de los 184.000 millones de euros de cotizaciones a la S.S, de los extranjeros fueron 18.000 millones. Y hasta julio de 2024, de estos ya habían alcanzado los 11.3000 millones. 

Cubren mes y medio de nuestras pensiones, ¿los pensionistas votantes de Vox renunciarán a la pensión de ese mes y medio, que sufragan los emigrantes? No disparan los índices de delincuencia. Su causa es la segregación y la pobreza. No pueden resolver a medio plazo los problemas de los países envejecidos. Los recién llegados en unos años adoptan los mismos comportamientos demográficos, con la misma o parecida tasa de natalidad que los autóctonos. Y los emigrantes que llegan de la Europa Oriental, de los antiguos países del socialismo real ya tienen una tasa de natalidad muy baja, vinculada a su formación educativa.

Quiero detenerme con unos datos de ahora mismo sobre la aportación de los emigrantes a la economía aragonesa. Aparece un reportaje en El Periódico de Aragón, de 2 de octubre de 2024, firmado por Alberto Arilla, que aporta datos contundentes para algunos patriotas despistados y malpensados.

500 millones de euros. Es el valor estimado del superávit fiscal que dejó la población extranjera en Aragón en 2023, según un informe que la Fundación Basilio Paraíso ha presentado este martes en la Cámara de Comercio de Zaragoza. Esta es tan solo una de las muchas conclusiones que se extraen de la investigación, realizada junto al instituto universitario ESI, en la que se acaba con algunos de los estereotipos principales que existen respecto al valor que aportan los inmigrantes a la economía española y, en este caso, aragonesa. 

«Hay partidos que utilizan esta cuestión porque les da votos y, mientras siga siendo así, seguirán echando leña al fuego con bulos y datos que no son reales», ha afirmado al respecto el profesor Marcos Sanso, uno de los principales responsables del estudio, que va más allá y también detalla algunas propuestas para mejorar su integración. El peso de la inmigración en Aragón se ha multiplicado por cuatro en las dos últimas décadas. Una situación que va a continuar y que, según las previsiones, incluso va a acrecentarse. 

«Las instituciones deben trabajar en la sensibilización social, la sociedad tiene que entenderlo», ha asegurado el presidente de la Fundación Basilio Paraíso y de la Cámara de Comercio, Jorge Villarroya. En cuanto al mercado laboral, el estudio, que ha sido elaborado centrándose en los microdatos de la Encuesta de Población Activa, sostiene que el 15,4% de esta está compuesta por personas extranjeras, fundamentales para cubrir las vacantes en agricultura, empleo doméstico, comercio u hostelería. 

Es por todo ello que, según el informe, la contribución fiscal neta de los inmigrantes es positiva en la comunidad, debido especialmente a esa «alta participación» en el mercado laboral aragonés.

Tras estos datos como aragonés siento un profundo malestar que en mi tierra se oigan esos comentarios tan salvajes contra la inmigración.

Hein de Haas, en el capítulo final, señala que las democracias liberales están atrapadas en un “trilema migratorio” entre (1) el deseo político de controlar la inmigración; (2) los intereses económicos que buscan que haya más inmigración; y (3) la obligación de respetar los derechos humanos fundamentales de migrantes y refugiados. 

Estas metas políticas en conflicto parecen inconciliables, lo que explica por qué las políticas inmigratorias pueden resultan incoherentes y, por tanto, a menudo ineficaces, cuando no contraproducentes. Me parece que da en la diana.

Principalmente, los políticos han intentado resolver este trilema con una apariencia de control, recurriendo a una retórica de mano dura con la inmigración y tomando unas medidas sobre todo simbólicas, como la construcción de muros y vallas, y alguna que otra redada en los lugares de trabajo. Mientras, a la vez, facilitan la entrada legal de inmigrantes y, en la práctica, toleran la inmigración ilegal. 

Quizá tales políticas les sirvan determinados políticos para ganar votos, pero nunca han solucionado ningún problema, incluso lo han empeorado, al tiempo que las retóricas irresponsables fomentaban un clima en el que la extrema derecha se envalentonaba, y el racismo, la polarización y la intolerancia se expandían por doquier. 

Para contrarrestarlas, la próxima vez que un político se comprometa a atajar la migración ilegal, habría que preguntarle por qué permite que a los empleadores no se les castigue cuando contratan a trabajadores sin papeles y explotan a trabajadores migrantes, y qué políticas alternativas proponen para abordar la escasez de trabajadores. 

No deja de ser sorprendente, además de un ejercicio de hipocresía extraordinaria, que muchos empresarios, votantes de VOX, partido que habla de poner muros y vallas contra la inmigración ilegal, sean los que más se benefician de ella. Y mientras tanto no les importa encender los ánimos en la sociedad española con discursos antiinmigratorias, auténticamente salvajes y sádicos.

Otra manera de salir de este trilema de la migración, propuesta por políticos y expertos, es la migración temporal. Esto permitiría a los gobiernos cubrir las necesidades laborales urgentes y evitar los potenciales problemas de los asentamientos permanentes. 

No obstante, tales propuestas ignoran que muchos estudios sobre la migración han demostrado que esta no es la solución para la mayoría de los tipos de migración. Las migraciones temporales solo pueden funcionar en forma de empleos estacionales en casos muy concretos, como en la agricultura. 

Además, los empresarios en su gran mayoría no quieren la movilidad laboral y prefieren que los trabajadores experimentados y de confianza se queden. Por otra parte, los Gobiernos tienen dificultades para forzar el regreso, ya que si se cierran fronteras, los emigrantes temporales tienden a quedarse y no regresar.

Otra manera más radical de salir del trilema de la migración, propuesta por algunos liberales y economistas favorables a la inmigración, es la de fronteras abiertas.

 Existen evidencias de que una movilidad más libre puede ser beneficiosa y no conduce inexorablemente a que se convierta en masiva. Ha habido migraciones libres en épocas pasadas, entre México y Estados Unidos, entre Turquía y Alemania, entre Marruecos y España, que se han convertido en circulares, los trabajadores van y vienen, y es menos probable que fuerce a los migrantes a instalarse de una manera permanente. Confiar en que ocurra algo parecido en un futuro no parece realista. 

Además resulta difícil tener unas fronteras verdaderamente abiertas sin algún tipo de ciudadanía conjunta, que otorga a los residentes de un país los mismos derechos. En consecuencia, eslóganes como “abramos las fronteras” resultan tan poco prácticos como “cerremos las fronteras”, en cuanto guías concretas para políticas migratorias. La inmigración siempre va a necesitar algún tipo de regulación.

Si los Gobiernos fueran responsables en su pretensión de controlar o reducir los niveles de inmigración, esto debería reflejarse en implantar unas reformas económicas drásticas y volver a regular los mercados de trabajo, lo que a su vez exige un cambio fundamental en las políticas económicas y, quizá, también, una reducción del crecimiento económico. Dicho de otra manera, perseguir esta clase de reforma exige un planteamiento radical de algunos de los principios fundamentales que han guiado las políticas económicas y de mercado en el último medio siglo. ¿Aspiramos a vivir en unas sociedades en las que las parejas reciben dos ingresos, pero están tan ocupadas que deben delegar cada vez más las tareas del hogar en trabajadores migrantes? 

¿Queremos crear una sociedad en la que a las élites les sirve una nueva clase marginal conformada en su mayor parte por migrantes? ¿Deseamos externalizar cada vez más el cuidado de niños y ancianos, y dejarlos al cuidado de los trabajadores migrantes, o creemos que los Gobiernos deberían responsabilizarse de crear y subvencionar centros de atención? Ni que decir tiene que eso requiere pagar impuestos progresivos, pero como estamos constatando se está imponiendo cada vez la política fiscal de “donde mejor están los impuestos es el bolsillo de los ciudadanos”, porque los impuestos son un robo. 

El político que dice “los impuestos son un robo”, ¿se atrevería a decirlo a los padres cuyos hijos están siendo tratados en una planta de oncología de un hospital público? Vaya allí, dígaselo, si tiene agallas.

Acabo este largo artículo con unas de palabras de Eduardo Galeano:

Los emigrantes, ahora, Eduardo Galeano

“Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de su río. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.

No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano.

En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.

Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.

Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.

Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices.

Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo la tierra en el otro mundo adonde querían llegar.

Sebastiao Salgado los ha fotografiado, en cuarenta países, durante varios años. De su largo trabajo, quedan trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo.

Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.

La pobreza. Las estadísticas dicen que son muchos los pobres del mundo, pero los pobres del mundo son muchos más que los muchos que parecen que son.

La joven investigadora Catalina Álvarez Insúa ha señalado un criterio útil para corregir los cálculos:

-Pobres son los que tienen la puerta cerrada- dijo. Cuando formuló su definición, ella tenía tres años de edad. La mejor edad para asomarse al mundo, y ver.

La historia que no pudo ser Cristóbal Colón no consiguió descubrir América, porque no tenía visa y ni siquiera tenía pasaporte.

A Pedro Alvares Cabral le prohibieron desembarcar en Brasil, porque podía contagiar la viruela, el sarampión, la gripe y otras pestes desconocidas en el país.

Hernán Cortés y Francisco Pizarro se quedaron con las ganas de conquistar México y Perú, porque carecían de permiso de trabajo.

Pedro Alvarado rebotó en Guatemala y Pedro de Valdivia no pudo entrar a Chile, porque no llevaba certificados policiales de buena conducta.

Los peregrinos del Mayflower fueron devueltos a la mar, porque en las costas de Massachusetts no había cuotas abiertas de inmigración”.

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