***La selva amazónica se encuentra en estado de creciente asfixia como consecuencia del calentamiento global
Han transcurrido 32 años desde que se firmó el Acuerdo Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 1992. Sin embargo, el avance para detener el calentamiento global es prácticamente nulo.
Se ha permitido la gestación de una monstruosa emergencia climática que amenaza ahora la sobrevivencia a corto plazo del 40% de la población mundial localizada en la franja tropical del planeta, donde se encuentran los países más pobres del mundo.
Entre las víctimas más destacadas del incumplimiento de los acuerdos internacionales sobre el calentamiento global se encuentra el bosque amazónico.
Durante estos últimos 32 años no sólo se destruyeron 76 millones de hectáreas del bosque húmedo tropical más grande del mundo, vital para el equilibrio ecológico de todo el planeta, el doble de la superficie de Alemania, con otro tanto en diferentes estados de deterioro.
Mas gravé aún es que el remanente se encuentra en estado de creciente asfixia como consecuencia del calentamiento global acumulado hasta la fecha.
Lo que se predijo ocurriría de mediados a finales de siglo, si no se cumplía lo establecido en el Acuerdo Marco sobre el Cambio Climático de 1992, el Protocolo de Kioto de 1997 y el Acuerdo de Paris del 2015, está ocurriendo ahora.
Por incumplimiento de lo acordado, el calentamiento global se ha acelerado. Colapsan los glaciares en las altas montañas, en el Ártico y en la Antártida.
Se acelera el aumento de la temperatura media del planeta y se eleva el nivel del mar. Se acidifica el océano y reduce su contenido de oxígeno.
Colapsa la diversidad de especies con la que compartimos el planeta y peligra el bosque húmedo más grande del mundo: el Amazonas.
El Acuerdo de París destaca la necesidad de evitar a toda costa que el aumento de la temperatura superficial promedio del planeta alcance los 2°C para finales de siglo, tratando en lo posible de limitarlo a un máximo de 1,5°C para el año 2.100 con respecto al promedio de la época pre-industrial (promedio 1880-1900).
El 2023 registró un aumento de 1,4°C por encima del promedio de la época pre-industrial. Las temperaturas registradas durante los primeros 9 meses del 2024 indican que cerrará con un promedio anual superior al 2023, muy cerca de 1,5°C. El 2024 tiende a destronar al 2023 como el año más caliente de los últimos 120.000 años.
El temido límite de los 2°C, que se visualizaba hace menos de 10 años como el calentamiento máximo tolerable para finales de siglo, será irremediablemente remontado 50 años antes, para el 2050 a más tardar.
La temperatura superficial promedio del planeta en la actualidad es 15°C. Varía considerablemente, dependiendo de la latitud, de la altura sobre el nivel del mar y de la época del año.
En la franja tropical, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, la temperatura promedio al nivel del mar tiende a duplicar el promedio global.
En la mayor parte de Venezuela, a alturas cercanas al nivel del mar, en los Llanos, la costa, el sur del lago de Maracaibo y la mayor parte de Guayana, la temperatura anual promedia los 28°C.
Algo similar se registra en las zonas bajas de Colombia, Brasil, Indonesia, Malasia, India, Nigeria, Ghana, entre muchos otros países en desarrollo.
De mantenerse las tendencias actuales, para el año 2100, en menos de 80 años, se registraría un aumento promedio de 4°C.
En el extremadamente poco probable escenario en el que todos los países cumplan todas sus promesas ante el Acuerdo de París, para finales de siglo se registraría un aumento de temperatura de 3°C. Esta es la cifra a la que se refieren los medios de comunicación alrededor del mundo, sin destacar ni su condicionalidad ni su baja probabilidad.
Un aumento de 3°C en la temperatura superficial promedio global haría inhabitable la mayor parte de la franja tropical del planeta, en particular las regiones más cercanas al nivel del mar y más cercanas al Ecuador. La mayor parte de Venezuela sería inhabitable.
Un aumento de 3°C en la temperatura superficial promedio global implica un aumento de 5°C a 6°C en tierra firme de la franja tropical cercana al Ecuador y al nivel del mar.
La temperatura promedio de estas regiones de Venezuela, la mayor parte del país, se elevaría a entre 33°C y 34°C.
El máximo absoluto que puede soportar un humano en buen estado de salud es 35°C de bulbo húmedo, con 100% de contenido de humedad, en estudios de laboratorio.
Una persona tiende a soportar tales condiciones, durante un promedio de seis (6) horas, antes de que se registren fallas cardíacas y colapso de órganos, conduciendo a la muerte.
La resistencia depende de la edad, el estado de salud y el nivel de actividad que realice, entre otros factores.
En la práctica, el límite de sobrevivencia humana es considerable-mente menor, con un máximo de 29°C a 30°C para humedades relativas superiores al 75%.
El bosque amazónico es un complejo vivo, con múltiples componentes sorprendentemente entrelazados, apoyándose mutuamente en el viaje por la vida y en su permanencia en el tiempo.
Ha sobrevivido por millones de años, desde mucho antes de que apareciera en el vecindario el mono desnudo, hace menos de 20.000 años.
Hace aproximadamente cuatro (4) millones de años, la temperatura superficial promedio mundial era de unos 3°C sobre el promedio de la época pre-industrial y el nivel del mar se encontraba entre 20 y 24 metros sobre el que conocemos.
La concentración de CO2 en la atmósfera se encontraba entonces en 400 partes por millón (ppm), similar a la que se registra en la actualidad: 420 ppm.
Durante el apogeo del último período interglaciar, hace 125.000 años, la concentración de CO2 era de 300 ppm, la temperatura rondaba los 2°C por encima del promedio de la época pre-industrial y el nivel del mar se encontraba siete (7) metros por encima del que conocemos.
Luego se precipitó un evento cataclísmico: la concentración de CO2 se redujo casi a la mitad, pasando de 300 ppm a 180 ppm durante aproximadamente 100.000 años. La temperatura superficial promedio global cayó cerca de siete (7) grados centígrados, pasando de 15°C a 8°C.
El nivel del mar se precipitó hasta reducirse a ciento veinte metros (120 m) por debajo del que conocemos en la actualidad.
La mitad de América del Norte y la mitad de Europa quedaron cubiertas por masas de hielo de hasta 2.000 metros de espesor. Fue la última edad de hielo, hace 21.000 años.
Fue durante este período que los primeros humanos pudieron cruzar el estrecho de Bering y aventurarse por primera vez en el continente americano.
Luego vino un aumento progresivo en la concentración de CO2 en la atmósfera, pasando de 180 ppm a 280 ppm en aproximadamente 10.000 años. Cuando la concentración de CO2 se niveló alrededor de las 280 ppm, la temperatura se estabilizó alrededor de los 13,6°C. Fue el inicio del Holoceno, hace aproximadamente 11.000 años.
Durante estos últimos 11.000 años se ha mantenido un milagroso equilibrio dinámico en la concentración de CO2 en la atmósfera, promediando las 280 ppm, con una temperatura estable, alrededor de los 13,6°C, con una variación máxima de más o menos 0,5°C durante todo este tiempo.
Fue durante este breve período de equilibrio climático que floreció la civilización humana, desde que se descubrió la agricultura y se establecieron los primeros asentamientos humanos. La pirámide Djoser, la más antigua de Egipto, se construyó alrededor del año 2.600 antes de Cristo.
Lo que hoy es el Amazonas es el resultado de todos estos embates atmosféricos y climáticos, amoldándose continuamente para adaptarse a las condiciones ambientales predominantes de cada período.
Es en este contexto que debe evaluarse su alarmante situación actual. En apenas cien años (1920-2023), la concentración de CO2 en la atmósfera se disparó de 280 ppm a 420 ppm en la actualidad, principalmente por el consumo de combustibles fósiles: petróleo, gas y carbón.
La deforestación alrededor del mundo ha contribuido con cerca del 18% de las emisiones acumuladas de CO2 durante este período.
La concentración actual de CO2 en la atmósfera es la más alta que se ha registrado en al menos cuatro (4) millones de años.
Los resultados de una investigación reciente del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, Nueva York, indican que la última vez que se registró una concentración de CO2 de 420 ppm fue hace 14 millones de años (Columbia University 2023: .https://news.climate.columbia.edu/2023/12/07/a-new-66-million-year-history-of-carbon-dioxide-offers-little-comfort-for-today/
La temperatura superficial promedio global ha registrado un aumento de 1,4°C en los últimos 100 años, aunque la temperatura de equilibrio correspondiente a la concentración actual de gases de efecto invernadero en la atmósfera supere los 3°C, algo similar a lo que ocurrió hace aproximadamente 4 millones de años. Si se consideran los otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, particularmente el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O), la concentración actual efectiva es de 525 ppm de CO2-equivalentes (2023).
En el territorio Amazonas el aumento promedio de la temperatura superficial supera los 2°C en la actualidad. Cuando el aire se calienta, aumenta su capacidad de albergar humedad, su humedad de equilibrio. Para restaurar el equilibrio, al aumentar la temperatura la atmósfera absorbe más humedad de la selva Amazónica, de la biomasa superficial.
Los árboles a su vez absorben más humedad del suelo, en un esfuerzo por restituir su propio equilibrio y mantener el ciclo natural del agua. Por cada grado centígrado de incremento en la temperatura media global, la atmósfera al nivel del mar almacena 7% más humedad, en forma de vapor de agua.
Si la exigencia adicional de agua no es compensada con más lluvia, el sistema tiende a secarse en esa misma proporción.
El 2023 fue el año más caliente de los últimos 120.000 años. Vino además acompañado por El Niño, acentuado desde finales del 2023 hasta mediados del 2024, lo que normalmente implica sequías en el norte de América del Sur, incluyendo al Amazonas. El impacto lo complementa la coincidencia con un máximo solar.
La transpiración diaria de los árboles de la Amazonia y la Orinoquia es muy variable, desde 10 hasta 200 litros diarios. Circulan por internet especulaciones de hasta mil litros diarios por árbol. La transpiración depende de múltiples factores: especie, edad, diámetro, biomasa, proporción de albura, profundidad de las raíces, temperatura, época del año.
El promedio ponderado es de unos 70 litros por árbol al día. En la Amazonia y la Orinoquia se registra un promedio de 535 árboles de diferentes diámetros por hectárea, para un total de aproximada-mente 300.000 millones de árboles en 560 millones de hectáreas.
La transpiración promedia 21 kilómetros cúbicos por día (21.000 millones de metros cúbicos diarios).
El rio Amazonas es el de mayor caudal del mundo, con un promedio de 224.000 m3 por segundo, 19.000 millones de metros cúbicos diarios. La descarga diaria promedio de los bosques de la Amazonia y la Orinoquia hacia la atmósfera es equivalente a la del río más grande del mundo.
Esta gigantesca cantidad de agua que el Amazonas le inyecta a la atmósfera se convierte en ríos aéreos, desviados por las corrientes de aire para convertirse luego en lluvia en su zona de influencia. La tendencia a un creciente stress hídrico implica menos lluvias, afectando a la vez la producción agrícola, el transporte y el suministro de agua potable.
El aumento actual de temperatura sobre el bosque amazónico supera los 2°C, lo que implica que la atmósfera exige un 14% adicional de humedad en su tendencia para restituir el equilibrio.
Le exige así al bosque amazónico aproximadamente 3.000 millones de metros cúbicos (o toneladas) de agua adicionales cada día. Una demanda adicional diaria equivalente a la de 1.200.000 piscinas olímpicas cada día.
Esta monumental exigencia, consecuencia directa del calentamiento global, coincide en la actualidad con un prolongado período de sequía. Entre las consecuencias: una masa forestal bajo un agobiante stress hídrico, suelos más secos, aumento de la mortalidad de árboles y una significativa reducción en el caudal en los ríos.
Este es el escenario que tiende a prevalecer y acentuarse a medida que se incrementa el calentamiento del planeta.
El calentamiento global se ha convertido en la principal amenaza a la estabilidad ecológica del Amazonas, aunque la contribución de los países amazónicos al calentamiento del planeta sea muy limitada. El Amazonas sufre además los embates de la deforestación, la destrucción de su biomasa, particularmente en el sudeste y en el suroeste.
La deforestación se redujo a un par de millones de hectáreas en el 2023. La tendencia es hacia su reducción progresiva, aunque los incendios del 2024 parecen haber devorado más de 10 millones de hectáreas, principalmente en Brasil, Bolivia y Perú. Se estima que aproximadamente un tercio corresponda a formaciones boscosas, pero aún no se dispone de información fidedigna en este sentido.
El 2024 seguramente registrará una elevación excepcional en la superficie deforestada en el territorio Amazonas. Sin embargo, la tendencia es hacia su reducción progresiva.
Brasil, Bolivia, Perú y Colombia son signatarios de la Declaración de Bosques de la COP27 del Acuerdo de París, en la que 140 países se comprometieron a erradicar la deforestación para el 2030 a más tardar.
Venezuela es la excepción. En lugar de comprometerse a detener la destrucción de sus bosques naturales para el 2030, presentó en la COP27 un documento oficial en el que le informa a la comunidad internacional la destrucción de un millón de hectáreas de bosques naturales del 2021 al 2030, a una tasa promedio de 100.000 hectáreas anuales y dejando la puerta abierta para continuar la destrucción más allá del 2030 (Actualización de la Contribución Nacionalmente Determinada de la República Bolivariana de Venezuela para la lucha contra el Cambio Climático y sus Efecto. Josué Alejandro Lorca Vega, Ministro del Poder Popular para el Eco-Socialismo. Noviembre 2021, pg. 79. https://unfccc.int/sites/default/files/NDC/2022-06/Actualizacion%20NDC%20Venezuela.pdf ).)
Con frecuencia se hace referencia a la deforestación como la principal amenaza a la sobrevivencia del bosque amazónico. El impacto visual y comunicacional de sus imágenes es manipulado, junto con el de la minería, para dar a entender que la deforestación es la amenaza existencial por excelencia a la sobrevivencia de todo el Amazonas.
Se pretende también para hacer creer que la deforestación ha convertido al Amazonas en emisor neto de CO2, una amenaza para toda la humanidad.
Estos mensajes son reiteradamente amplificados por redes sociales y medios de comunicación, así como por redes de ONGs al servicio de sus financistas, normalmente localizados fuera de la región, principalmente en Estados Unidos y Europa.
Si asumimos un escenario negativo, poco probable, en el que se mantenga una destrucción promedio de los bosques de la Amazonia de dos (2) millones de hectáreas anuales durante los próximos 10 años, la destrucción total para el 2034 sería de 20 millones de hectáreas, el tres por ciento (3%) de la superficie actual del bosque amazónico.
La sobrevivencia del otro 97% no se encuentra amenazada por la deforestación, sino por el calentamiento global. Los principales responsables de la gestación de esta amenaza planetaria pretenden evadir sus responsabilidades para superar las consecuencias, en la misma proporción en la que contribuyeron con su gestación.
El bosque amazónico cubre en la actualidad 560 millones de hectáreas. La deforestación en el 2023 fue inferior a 2 millones de hectáreas, el 0.36%. La deforestación es un fenómeno perverso y destructivo. Debe erradicarse, para el 2030 a más tardar, tal y como fue ya decidido por los países de la región donde se registran las tasas más elevadas de destrucción: Brasil, Bolivia, Perú y Colombia.
Sin embargo, la deforestación no debe manipularse para desviar la atención del devastador impacto del calentamiento global sobre esta inmensa selva, ni para convertirlo artificialmente en un emisor neto de CO2. Si el Amazonas hubiese perdido su capacidad de servir como uno de los principales sumideros de emisiones y se hubiese convertido en emisor neto de CO2, las consecuencias ambientales serían de proporciones cataclísmicas.
En la actualidad los bosques mitigan cerca de 10,2 gigatoneladas de CO2 por año, aproximadamente el 15% por los bosques boreales, el 20% por los bosques templados y el 65% restante por los bosques tropicales.
La franja tropical abarca cerca del 40% de la superficie global, con una población actual de aproximadamente 3.400 millones de personas. Es también la región donde se encuentra la mayoría de los países más pobres, endeudados y dependientes, tanto económica como tecnológicamente, de los países industrializados.
Las condiciones climáticas en las que los humanos han preferido establecerse corresponden al 15% de la superficie emergida del planeta, donde se encuentra en la actualidad cerca del 80% de la población mundial.
Para finales de siglo, estas condiciones climáticas preferenciales se desplazarán hacia latitudes y altitudes mayores, provocando el desplazamiento forzado de miles de millones de personas provenientes del trópico, prioritariamente hacia el hemisferio norte.
Masacres masivas y guerras lucen inevitables si no se concretan medidas efectivas para reducir y mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Esto implica una drástica reducción en el uso de combustibles fósiles y detener la deforestación a la brevedad posible.
Venezuela alberga gigantescas reservas de petróleo y gas: 300.000 millones de barriles de petróleo, las reservas más grandes del mundo, y 6,4 billones de metros cúbicos de gas, la segunda más grande de todo el continente americano, después de Estados Unidos.
Los hidrocarburos constituyen elementos fundamentales en las perspectivas del desarrollo económico de Venezuela, así como en el de otros países petroleros y gasíferos del mundo.
Las opciones de aprovechamiento de estos inmensos recursos en los próximos 50 años se ven amenazadas por sus implicaciones ambientales, aunque la contribución de Venezuela al calentamiento global acumulado hasta la fecha sea relativamente insignificante.
Los dos casos mencionados, el del Amazonas y el de Venezuela, son sólo ejemplos de los impactos sobre países en desarrollo de políticas implementadas por países industrializados para su exclusivo beneficio, transfiriendo gratuitamente los costos ambientales a toda la humanidad.
El CO2 es el principal gas de efecto invernadero, responsable por el 70% del calentamiento global acumulado hasta la fecha. Sus efectos como agente de calentamiento se extienden por siglos. Proviene en la actualidad en un 90% del consumo de combustibles fósiles.
El 10% restante corresponde a la deforestación.
Dos tercios (67%) del calentamiento global acumulado hasta la fecha por consumo de combustibles fósiles es responsabilidad de una élite minoritaria de la población mundial: el 16%, habitantes de países industrializados.
Los que menos han contribuido al calentamiento global, el mundo en desarrollo, en su mayor parte localizado en el trópico, sufren sus más severas consecuencias.
Los que más han contribuido rehúsan reconocer sus responsabilidades en la gestación de la crisis climática que azota a toda la humanidad.
Los países amazónicos deben coordinar posiciones con otros países tropicales y en desarrollo, incluyendo a China, India, Indonesia, Malasia, Nigeria, Congo, entre tantos otros, para exigir ante la próxima COP29 del Acuerdo de París, a celebrarse en Noviembre 2024 (Bakú, Azerbaiyán), que se cumplan los compromisos suscritos en tres acuerdos internacionales: el Acuerdo Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992, el Protocolo de Kioto de 1997 y el Acuerdo de Paris 2015:
· El reconocimiento de las responsabilidades de cada país en la gestación de la crisis climática que amenaza a toda la humanidad, con especial crudeza a los países tropicales. Este es un principio conocido como “responsabilidades comunes pero diferenciadas”
· Transferencia de recursos financieros y tecnológicos, de los países industrializados a los países en desarrollo, para viabilizar el cumplimiento de sus compromisos para la mitigación de emisiones y la adaptación de la población a los inminentes e inevitables impactos del calentamiento global.
· Transferencia de recursos económicos y tecnológicos para la descarbonización de la economía, para la transición energética hacia fuentes renovables de energía.
· Una distribución equitativa del escaso presupuesto de emisiones disponibles hasta finales del siglo 21 sin exceder el límite correspondiente a un aumento máximo de temperatura de 2°C. En el caso del CO2, ese presupuesto fue establecido en el más reciente informe del IPCC (AR6) en 400 giga-toneladas para el período 2021 al 2100 (65% de probabilidad).
Se ha reducido a apenas 240 giga-toneladas para el período 2025-2100. Las emisiones actuales de CO2 superan las 40 giga-toneladas anuales.
El presupuesto disponible para el resto del siglo se agotará en apenas seis (6) años.
Sólo el costo de las medidas de adaptación de los países en desarrollo al calentamiento global fue estimado en la COP28 en US$ 400.000 millones anuales. Mientras que la oferta de asistencia ofrecida hasta la fecha por los países industrializados se limita a US$ 100.000 millones anuales, tanto para mitigación como para adaptación en países en desarrollo.
El costo de la transición energética mundial se estima en US$ 150 billones de dólares (US$ 150 E12) durante los próximos 30 años, un promedio de US$ 5 billones anuales (COP27, 2021).
El 60% corresponde a países en desarrollo: US$ 3 billones/año. Los países industrializados deberían contribuir con aproximadamente el 67%, $ 2 billones anuales, en proporción con su contribución a la gestación del calentamiento global acumulado hasta el presente. Su oferta en este sentido es prácticamente nula. Sugieren que los países en desarrollo acudan al sistema bancario internacional y se endeuden por generaciones para superar un problema global, causado en su mayor parte por otros.
La transición energética es una necesidad derivada del calentamiento global. Sus costos deben ser cubiertos en proporción con la contribución de cada país a la gestación de esta amenaza planetaria. Los países en desarrollo deben coordinar posiciones para negociar una transición energética justa y equitativa, de acuerdo con el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas del Acuerdo de París.
La principal amenaza sobre los bosques de la Amazonia y la Orinoquia es el calentamiento global. En el peor de los casos, la deforestación pudiera destruir el 3% de los bosques de esta región en los próximos diez (10) años. De mantenerse las tendencias actuales, el 97% restante podría desestabilizarse más allá del punto de no retorno como consecuencia de un calentamiento regional promedio superior a los 3°C en el mismo período.
La superación de esta amenaza a la seguridad de toda la humanidad depende del cumplimiento inmediato de lo suscrito por todos los países del mundo en el Acuerdo de París.