**“La primera vez que me engañes, será culpa tuya.
La segunda será culpa mía”.
Proverbio árabe.
Estafa o no, queramos o no, las redes sociales existen. Son la evolución de los medios de comunicación con los que siempre el capitalismo (heredero en esto de la Iglesia, las monarquías y de todas las formas de poder anteriores) ha tratado de subyugar a la humanidad.
Su éxito siempre dependió de la tendencia a manejarlos como monopolio, pero en la medida en que los medios evolucionan tecnológicamente más eficientes son en el control social, pero también más proclives a escaparse de su manejo exclusivo, a su monopolización.
Sucedió con los juglares, los libros, los periódicos, la radio, la televisión y, en este tiempo, internet.
Es decir, los medios, el arma más eficiente de control social, se fueron convirtiendo en armas de doble filo, cuya expresión más cortante son las actuales redes sociales.
Las redes sociales nacieron en la matriz del internet para la comunicación entre grupos con intereses comunes y ese atributo nunca se ha perdido, muchos las seguimos usando así.
Pero sobre su novedad, aceptación y alcance, sumados a la exacerbación del protagonismo y la posibilidad con ello de obtención de ganancia fácil, los dueños tejieron su uso controlado, adictivo e inmensamente rentable económica y políticamente, uso que tanta desgracia nos viene ocasionando.
Es decir, las pusieron en función de la supervivencia del capitalismo, matizando los atributos actuales del sistema.
A nadie escapa entonces los fines estratégicos de las redes sociales.
Desde mantener a generaciones conflictivas ocupadas, dopadas, en esclavitud de nuevo cuño; establecer patrones de consumo y utilizar nuestros datos para orientarnos hacia los productos seleccionados; influir en las decisiones de toda naturaleza mediante técnicas de comunicación sutiles y eficientes, tecnológicamente creados –algoritmos, los llaman–, hasta utilizar tu apego a ellos o tu labor intelectual para proyectos como la inteligencia artificial, etapa superior de los objetivos virtuales que tiende a empoderar aún más a trasnacionales y sus expresiones políticas.
No obstante, el contenedor de las redes, internet, permitió el acceso a la información y allí no hubo límites.
Todo el conocimiento humano está disponible en internet, para bien o para mal de sus verdaderos dueños. La tecnología para manejarlas se hizo accesible y el secreto es sodeable con los mismos procedimientos tecnológicos.
Ante lo dicho y los hechos que estamos viviendo, en este escrito no se niega el interés que las redes sociales y sus dueños tienen en los recursos de Venezuela ni la amenaza que eso representa, ya expresada en ataques arteros, promoción de la desinformación, organización de disociados, ocultamiento y represalias contra la verdad.
Lo que promocionaremos es la política de la gata bocarriba: defenderse con uñas y dientes hasta las últimas consecuencias.
Asumir nuestra impotencia para erradicar las redes de nuestra sociedad, no significa dejar de hacerles difícil sus macabras tareas, que supone el uso intensivo de las mismas redes con claridad estratégica sobre la participación en ellas.
Además, promulgar la necesidad urgente de regularlas con la protección legal adecuada y las prohibiciones de rigor, como sucede en paises con estrategias soberanas.
En las redes sociales estamos la mayoría de pueblo venezolano, de todas las clases sociales, y la totalidad de las instituciones, pero el uso que le damos en muchas oportunidades benefician a sus dueños, por antonomasia nuestros enemigos.
Una actitud política debe ser diseñada para usar su segundo filo como arma para la defensa de nuestra patria y proyecto de sociedad.
Esto es posible pero para ello es necesario la creación de un código revolucionario del uso de las redes sociales que, como afirmé al comienzo, así sean «estafa imperial contra la humanidad», queramos o no, es una realidad virtual que taladra lo real.
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