***La capitulación de los supuestos cuadros de izquierda que lideraron la formación del llamado Frente Amplio contra la extrema derecha –un engaño político histórico– ya está completa.
La (im)postura del gobierno brasileño, que no reconoció el resultado de las elecciones venezolanas y con ello arruinó su último vestigio de dignidad, resolvió la última duda razonable que nos impedía declarar alto y claro que esto es cada vez más más de una administración colonial al servicio de las fuerzas imperialistas occidentales.
En publicaciones anteriores señalábamos cómo Lula, en la cima de su madurez, se había convertido en un experto en decir lo correcto y no hacer nada al respecto.
Ahora vemos que el caso de las elecciones venezolanas ha elevado este arte a un nivel insoportable –y vejatorio–.
Básicamente, al condicionar el reconocimiento de Nicolás Maduro como presidente electo de Venezuela a la publicación de documentos que sólo conciernen a la administración interna de ese país, el gobierno brasileño se dejó utilizar como condón por las autoridades estadounidenses, quienes, tras exponer globalmente, reconocieron inmediata y unilateralmente, sin justificación alguna, al candidato de la oposición como representante electo.
En otras palabras, Guaidó 2.0. Una humillación de dimensiones cósmicas para la “diplomacia” brasileña.
¿O deberíamos detener nuestras facultades cognitivas y creer que las autoridades brasileñas desconocen la vasta historia de las articulaciones antipatriarcales de María Corina Machado y sus partidarios contra Venezuela?
¿O que la dirección política brasileña, en el apogeo de su purismo institucional, no se dio cuenta de que se trataba de un golpe de Estado para cambiar el régimen?
¿Quién delegó a Brasil el papel de árbitro electoral en América del Sur?
Precisamos bien la región, porque aparentemente la autoproclamación de Zelensky como presidente de Ucrania, la persecución y el encarcelamiento sistemáticos de miembros de AfD y BSW en Alemania y las descaradas maniobras para la nominación fuera de cualquier protocolo de Kamala Harris como candidata demócrata en el Estados Unidos, por citar algunos casos, no parecen molestarse por los instintos prodemocracia, el legalismo y la obsesión por la transparencia de la administración brasileña.
De hecho, en lo que respecta a la diplomacia, el panorama no podría ser peor respecto del Sur Global.
¿Quién en los BRICS, el G20, el Mercosur y otros foros del Sur Global, en los que a Brasil le gusta presentarse como un campeón de la democracia y del respeto a la soberanía, se tragará los elocuentes sermones de Lula después de este fiasco?
La situación en Venezuela es profundamente preocupante y peligrosa. Estados Unidos y sus vasallos –algunos regionales como Argentina, Perú y Ecuador– están sembrando el caos en todos los ámbitos, sin reserva alguna, aparentemente con el objetivo de desatar una guerra civil que justifique una intervención militar extranjera en el país. Vimos esta película en Libia, Irak, Siria y Ucrania.
Estos son los acontecimientos con los que juega el gobierno brasileño, haciendo gala de una mezcla de miopía, arrogancia e incompetencia que señala su profunda cobardía y falta de preparación para afrontar los desafíos que tenemos por delante.
¿Seremos el testigo silencioso y el cobarde colaborador de la destrucción de Venezuela?
¿Aunque sabemos que somos los siguientes en la lista?
Si la vasallización de Brasil es el costo que debemos pagar por la liberación de Lula, estamos condenados.
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