En el contexto del 128 aniversario del natalicio del General de Hombres Libres, el presidente de la república Daniel Ortega Saavedra, en su alocución en el Centro de Convenciones Olof Palme, hizo la correspondiente referencia histórica de quien no solo derrotó, sino que expulsó a los marines yanquis de esta Nicaragua bendita que todos debemos cuidar porque simplemente es nuestra, porque es de aquellos que realmente la amamos y que en consecuencia nos hace legítimos nicaragüenses.
El presidente Ortega recordó claramente que el renacimiento de la Nicaragua que hoy tenemos y defendemos se origina en la triste y lamentable pesadilla que impusieron al país los que se lo trajeron al suelo en tres meses, en mayo, junio y julio de 2018, hasta que la paciencia llegó al límite y entonces, después del convencimiento que había que desmantelar la anarquía, se dio la orden de destrancar a la nación.
Poniendo en contexto nuestro presente hoy tenemos paz y tenemos patria en Nicaragua.
Mientras otros países de Latinoamérica, para quedarnos cerca y no ir tan largo, atraviesan situaciones de profunda inestabilidad, dado que el imperio se metió hasta la alcoba de algunos de sus gobernantes peleles, aquí decidimos no permitir ni el menor asomo de esas amenazas que a nombre de la democracia lo único que quieren es tomar el poder a través de golpes de estado, como sucedió aquí en 2018, como sucedió en Bolivia, Perú y Ecuador, como pretendieron en Brasil, Honduras y México y como incluso pasó cuando las hordas fascistas de Donald Trump asaltaron el capitolio en Washington y no estoy hablando de la década de los 70s y 80s cuando América Latina estaba tomada por gorilas uniformados al frente de los ejércitos pretorianos hechos a la medida del Pentágono como el que teníamos aquí con la Guardia Nacional defendiendo los intereses de la dictadura dinástica más cruel que tuvo nuestro continente, la de los Somoza, sino que estoy hablando de hoy, de las amenazas del 2023, de las nuevas estrategias de dominio que a nombre de la libertad y la justicia, nos quieren imponer la esclavitud.
Es sobrancero discutir si en Nicaragua vivimos en paz, si tenemos libertad, si nuestro sistema es democrático, si respetamos los derechos humanos, si hay espacios para aquel que piense diferente al actual gobernante.
Por supuesto que somos constructores de un sistema político moderno que revolucionó cualquier cosa que hayamos tenido antes porque es inclusivo y responde a la convicción que tiene a partir de principios que avanzan, que no se detienen y que están templados por la razón que asiste a un pueblo que decide que quiere y con quien quiere estar y de eso no hay la menor duda.
Hoy, sin embargo, una porción o reducto microscópicamente visible, hablando ahora “miércoles”, pero desde afuera, pues son esos que por traidores merecieron ser desnacionalizados, insisten en sus campañas, reducidas a las llamadas redes sociales, en negar la realidad que los nicaragüenses felizmente tenemos aquí y para sus efectos, sin más cancha protagónica que sus propios egos, hablan de reorganizar sus andadas, cuando hoy como nunca están más que dispersos en cualquier parte donde se encuentren.
Nadie para bolas a sus locuras. Ni entre ellos mismos, caníbales a cuál más, resisten la tentación de destriparse entre sí, pero no es solo por la insaciable sed de protagonismo que les caracteriza, a fin de afianzarse en el negocio oposicionista desde la cucarachera de Miami, sino porque saben que están conminados a vivir el destierro que el amo imperial les hizo sudar y con el agregado de saberse detestado por al menos el 80% de los nicaragüenses que sí tenemos patria.
¿Por qué los detestamos? Simplemente porque son invivibles. Son semillas muertas, estériles, que no producen nada, son los Atila que por donde pasan arrasan, son langostas depredadoras que no conocen la misericordia y devastan todo lo que encuentran en el camino y si acaso representan algo es la paz de los cementerios y es a partir de esa realidad que nada de lo generado por ese serpentero es que podemos olvidar y que vivan, pero lejos de aquí, porque después de las oportunidades que la tolerancia les brindó, incluso, cierta del grado de criminalidad que mostró el terrorismo, se les perdonó, pero volvieron a lo mismo.
Tiene razón el presidente Daniel Ortega en recordar que eso, que en carne propia sufrimos como una diabólica pesadilla, tan diabólica que fue bendecida y dirigida por un Cardenal, algunos obispos y sacerdotes, que eran del averno y no del Reino, es algo que ¡NO SE DEBE OLVIDAR!
Aquellas imágenes detestables y aborrecibles de ciudadanos que por ser sandinistas eran ofendidos con insultos irrepetibles, pintados de azul y blanco, soltados a correr al desnudo en medio de una lluvia de morteros sobre alguna calle céntrica en plaza pública, fueron parte de un terrorismo que jamás entendió la magnitud de la indignación nacional que su bestialidad criminal causó porque hablamos de algo que no solo fue un crimen de odio sino de un hecho inédito, que jamás se había dado en ninguna circunstancia de nuestros conflictos internos y que solo puede compararse con los del fascismo nazi.
Es fácil deducir que el odio cancerígeno y terminal que padecen las miserias humanas, ahora lejos de aquí, es producto de la frustración, de la incapacidad, de la desunión, de sus propias contradicciones y del reconocimiento del inmenso rechazo que tienen de parte del pueblo nicaragüense, no a sus errores y desaciertos sino a la marcada estupidez que les caracteriza porque quisieron imponer no convencer, insultar no conversar, agredir no competir y nada de eso ni ayer, ni hoy ni nunca estuvo, está o estará en el radar de la paz.
Esta gentuza nunca tuvo la capacidad de entender que somos mansos no mensos; que el que odien a Daniel Ortega porque está más fresco que una lechuga, hasta bailarín resultó el hombre, y que además está en las preferencias de todos los nicaragüenses, lo dicen repetidamente las encuestas, pero se percibe en el pueblo, no solo por lo que es sino por lo que ha hecho, no les confiere ni derecho ni razón para extender ese mismo odio contra la Nicaragua a la que ofenden y ultrajan todos los días con sus brutalidades y que al final se les vuelve contra ellos mismos porque el efecto de cada una de sus estupideces no son otra cosa que coces contra el aguijón.
Aquí siempre hablaremos de tolerancia y por ella hemos puesto una y otra vez la mejía; Nuestras rogativas han sido siempre por la paz, nuestros llamados han sido reflexivos, a pesar del cinismo de quienes destruyeron al país, nuestra mirada desde el presente ha sido hacia adelante; a pesar de las piedras en el camino no vimos hacia atrás para no convertirnos en estatuas de sal; a las calumnias, difamaciones y canalladas, salidas incluso de algunos obispos y sacerdotes, nuestra respuesta ha sido la de seguir construyendo, la de privilegiar, en medio de las limitaciones presupuestarias, la seguridad social del país y todo eso nos dio dando un resultado tan evidente y palpable que los enemigos de Nicaragua se revuelcan de rabia, echan espuma por sus fauces, sus propias maldiciones los poseen y como nada les sale bien entonces quieren probar si nuestra tolerancia, la de aquellos nicaragüenses que aborrecemos al terrorismo, llegaría al extremo de dejarnos matar por quienes son el origen del mal causado, por quienes creen que la democracia es que se les permita destruir el país solo para hacerse de un poder que quiere ver a Nicaragua como una estrella colgada en la bandera del Tío Sam.
Estas miserias humanas creyeron burlarse burla del inmenso espíritu de tolerancia que tenemos los que sí amamos a este país con la mirada puesta en un futuro que sea de todos y para todos, sin distingo de colores políticos o ideológicos, pero estos perdieron en el teatro absurdo donde sobre las tablas exhibieron una brutalidad única, que no tienen competencia histórica, que rebasa todos los límites de la estupidez y que vale para ser estudiada como la evidencia más palpable de la degradación humana.
Nunca nadie les dijo que no tenían derecho a protestar o a ser opositores, porque de siempre lo hicieron y lo fueron, pero de eso a convertirse en la mano criminal que destruyó hospitales, saqueó centros comerciales, robó medicinas a los enfermos o la merienda escolar de los niños y niñas que reciben la educación gratuita es otra cosa.
Que sean enemigos del gobierno y odien a Daniel Ortega porque cívica y electoralmente no puedan contra él es una cosa, pero otra es que por eso hayan cerrado las calles, negaran el derecho constitucional del pueblo a circular por donde se le pegue la gana y que por lo mismo se les ocurrió hacer de las universidades cuarteles terroristas desde donde torturaron y coordinaron el asesinato masivo contra militantes, simpatizantes o aliados sandinistas como si estar del lado correcto de la historia fuera un pecado ante la asonada destructiva contra el país que quemó instituciones estatales y privadas que dejaron a cienes de miles en el desempleo, gracias a esos supuestos empresarios de aquello que fue el COSEP, todos hipócritas, que fueron los culpables de la perdida de 27 mil millones de dólares
Estos salvajes siguen en las mismas creyéndose en el derecho de destruir al país y ahora más descaradamente que antes pidiendo se intensifiquen las sanciones y agresiones contra nuestro país, pero saben qué ahora que continúen diciendo “miércoles” desde afuera, porque desde adentro ya no podrán hacer nada porque no perteneces aquí, sino que son parte de una gusanera en Miami que no está dispuesta a comer cucarachas, que no mantiene a vividores de la politiquería que no se representan ni así mismos y que más bien deberían buscar cómo trabajar, por primeva vez en su vida, porque la mayoría de esos supuestos “salvadores y libertadores” se la pasaron o pegados a la teta presupuestaria del estado o a la teta financista de la embajada americana.
Esa miserias humanas que se pinta valientitas, pero que con cualquier mirada que les hacen se deshidratan aterrorizadas en sus propias heces, imaginaron absurdamente que lo que fue nuestra tolerancia resultó en una muestra de miedo y debilidad y nunca les pasó por la ahuecada cabeza de estas especies zoológicas, que la inmensa magnanimidad que caracteriza a los que somos parte de esta propuesta social, la revolución, duélale a quien le duela, y menos aún del por qué la sabiduría es la particularidad que acompaña a la casi unanimidad de este país, se convirtió en una realidad que hoy abraza una Nicaragua sandinista que resurge como el Ave Fénix después de haber sido arrasada por esos que siguen en las mismas sin entender aquella máxima de que cada quien cosecha lo que siembra y que, quien a hierro mata a hierro muere. Recuerde “ESO NO SE DEBE OLVIDAR”.
Por: Moisés Absalón Pastora.