Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

La SIP, cartel de dueños de organos de prensa, creado por los servicios de inteligencia de EEUU

Cuba: El asesinato de los niños de Bolondrón


En nuestro país las bandas terroristas de alzados jamás atacaron un objetivo militar, porque no tenían razones para enfrentar frontalmente un proceso revolucionario que representaba los intereses del pueblo y no podían disponer de un programa de acción que justificara su proceder. Ante estas carencias se dedicaban a cometer acciones terroristas.

Estos grupos de hombres armados, movidos por un espíritu mercenario al servicio del Gobierno de Estados Unidos y la Agencia Central de Inteligencia, merodeaban por zonas rurales —donde solo disponían del apoyo de familiares y amigos— destruyendo todo lo que encontraran a su paso, especialmente lo que constituyera una obra de la Revolución.

A mediados de enero de 1963 el principal cabecilla de alzados en Matanzas Juan José Catalá Coste (Pichi) que respondía directamente a las órdenes de un agente de la CIA, intentaba ganar el protagonismo que necesitaba para continuar recibiendo apoyo material y financiero desde la Florida a través de las redes de espionaje y las organizaciones contrarrevolucionarias que actuaban dentro de la provincia


.Pichi Catalá lideraba la banda criminal.

El 20 de enero de 1963 Pichi Catalá le indicó a Francisco Hernández Suárez (Pancho el Gallego), que colocara una emboscada contra Pío Osvaldo Cepero Delgado, un oficial operativo de la Seguridad del Estado que atendía el municipio de Bolondrón y se desplazaba diariamente en un jeep por la zona donde actuaba su banda.

El cabecilla analizó la situación con sus subordinados y sus colaboradores llegando a la conclusión de que la acción sería muy riesgosa para ellos, debido a que el oficial del G-2 generalmente era acompañado por dos milicianos armados y los tres combatientes habían ganado cierta fama por estar siempre alertas y dispuestos a combatir. Ante esta problemática decidieron ejecutar una acción que no ofreciera riesgos.

En aquel encuentro el colaborador José Rodríguez Díaz (Cheo el Miliciano) tuvo la desvergüenza de proponer que mataran a su primo Gregorio Rodríguez, quien se destacaba por apoyar los planes de desarrollo económico y social en la zona. La idea fue aceptada por los bandidos inmediatamente.

Alrededor de las nueve y treinta de la noche del 24 de enero, los cuatro bandidos se dirigieron a caballo a la finca La Candelaria, barrio Galeón, municipio de Bolondrón, donde residía esta familia, y se acercaron a la casa con el pretexto de que indagaban por la dirección del administrador de una granja cercana.

Empezaron a gritar llamando a Gregorio y cuando su esposa abrió la puerta para averiguar quién vociferaba a esa hora, comenzaron a disparar. Gregorio recurrió a su escopeta de cartuchos para defender a la familia, pero no pudo hacer mucho frente al enorme poder de fuego de las armas automáticas de los atacantes.

En la agresión murieron los niños Fermín y Yolanda Rodríguez Díaz, de trece y once años respectivamente. Recibieron heridas graves la madre, Nicolasa Díaz, y sus hijas Felicia, de dieciséis años, y Josefita, de solo siete. 

Como ocurría generalmente, una vez consumado el hecho los atacantes huyeron para evitar un enfrentamiento con las Milicias.


El saldo del inhumano ataque dejó dos niños muertos y varios heridos de gravedad.

Durante las honras fúnebres, varios de los colaboradores de la banda tuvieron la desfachatez de asistir a los funerales, sin respetar la presencia de la madre herida y tendida en una cama junto a los pequeños féretros donde se encontraban los restos mortales de sus hijos.

Después del sepelio que constituyó una masiva demostración de duelo popular y apoyo a la Revolución, la familia y sus vecinos más allegados quedaron muy afectados por lo sucedido, pero los batallones de Lucha Contra Bandidos intensificaron las operaciones, lo que aceleró la captura de los asesinos.

El 22 de marzo Lidio Ortega Gómez (Chiquitico o Zapata) fue capturado herido en la finca Santa Catalina, barrio Río de Auras, en el municipio Juan Gualberto Gómez (Sabanilla).

El 24 de marzo, fuerzas de Lucha Contra Bandidos dirigidas por el capitán de las FAR Gregorio Junco realizaron una operación en la finca La Esperanza, barrio Tienda Nueva, en Bolondrón, donde resultaron muertos el cabecilla Francisco Hernández Suárez y los hermanos Roberto y Pedro Morales Pérez (Rompe Coco). La banda había sido liquidada.

El 22 de abril en la finca La Julia, barrio Río de Auras, municipio Juan Gualberto Gómez (Sabanilla), fuerzas de LCB bajo el mando del comandante Dermidio Escalona Alonso y el capitán Lizardo Proenza Sánchez aniquilaron la banda de Pichi Catalá, el principal cabecilla de toda la provincia, con lo que se le dio el tiro de gracia al bandidismo en esa región.

El bandido capturado herido y los nueve colaboradores que participaron de alguna forma en este hecho fueron procesados mediante la Causa 58/63 y sancionados a diferentes condenas desde veinte y treinta años de privación de libertad hasta la pena máxima.

A causa de las heridas recibidas, las dos niñas sobrevivientes padecieron de sus secuelas durante largo tiempo. 

Felicia fue lesionada gravemente en el vientre y tuvo que ser sometida a varias intervenciones quirúrgicas. Josefita también tuvo que ser operada en la cabeza, el cuello y uno de sus brazos, por lo que durante el resto de su vida ha enfrentado una sistemática descalcificación.

Este suceso, que pasó a la historia como el Crimen de los Niños de Bolondrón, constituye uno de los actos terroristas más abominables entre los cometidos por las 299 bandas de alzados fomentadas en las seis provincias de nuestro país por el gobierno de Estados Unidos y la Agencia Central de Inteligencia en los años sesenta del pasado siglo.

El 26 de julio de 1965 en Santa Clara, durante el acto conmemorativo por el XII aniversario del asalto a los cuarteles Guillermón Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz expresó: “Hay que decir que ni un solo asesinato quedó impune, hay que decir que ninguno de aquellos malhechores que ultimaron a brigadistas, a maestros, a obreros, a campesinos, logró escapar; hay que decir que la ley y la justicia cayeron sobre los culpables”.

Por Pedro Etcheverry Vázquez y Luis Rodríguez Hernández

Related Posts

Subscribe Our Newsletter