La derecha mundial anda desatada ensalzando la invasión europea contra los pueblos originarios de Abya Yala como una forma de reafirmación racista, supremacista, imperialista. Ni las víctimas son mínimamente resarcidas, ni los victimarios sacian su cinismo.
El que justifica sus crímenes con argucias «inteligentes» da argumentos a todos los criminales, propugnando la impunidad de todas las atrocidades; en la práctica, crea una metodología de la exculpación para avivar en los imperialismos la sed de poder a costa de sangre ajena.
La derecha ideológica es profundamente (pro) colonialista. Desde su sillón en Londres o New York el consultor neoliberal cuestiona los nacionalismos (latinoamericanos) que frenan la sacrosanta globalización. Pero no le toquen su nacionalismo a los fascistas europeos, ahí sí que pegan el grito al cielo. Literalmente.
Ser un patriota en Venezuela, Cuba o Nicaragua es para ellos un arcaísmo tercermundista.
Nada dicen del exaltado patrioterismo españolista que reivindica el genocidio en la conquista de América como un hecho positivo.
Dicen que «civilizaron», nos obligaron a hablar de una supuesta «madre patria», misma que muchas personas en la propia España consideran mala madrastra.
Ni nos «descubrieron», ni «fundaron» nuestras ciudades, ni nos «civilizaron». Destruyeron civilizaciones, descubrimos su avaricia.
No somos «precolombinos» ni «prehispánicos». Somos pueblos originarios, descendientes de los que sobrevivieron el primer holocausto.
El bolivarianismo no es antiespañol. Somos anticolonialistas. El 24 de enero de 1821, Bolívar, haciendo gestos sinceros por la terminación de la guerra y la solución pacífica, escribe a Fernando VII: «La existencia de Colombia es necesaria, Señor, al reposo de Vuestra Majestad y a la dicha de los colombianos.
Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, pero no abrumada de cadenas. Vendrán los españoles a recoger los dulces tributos de la virtud, del saber, de la industria; no vendrán a arrancar los de la fuerza».
No fue entendida su pía intención, y tuvo España que sucumbir a la fuerza invencible de los pueblos en armas conducidos por el Genio de América.
Bolívar estaba muy claro sobre lo que estaba comentando, cada una de sus palabras llevaba el contenido exacto de su significado en nuestra historia.
En la Carta de Jamaica El Libertador Simón Bolívar conversa sobre el asunto moral de la conquista: «Tres siglos ha, dice usted, que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón.
Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos, sí constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades.
El filántropo Obispo de Chiapas, el Apóstol de la América Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractada de las sumarias que siguieron en Sevilla a los Conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el nuevo mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí: como consta por los más celebres historiadores de aquel tiempo.
Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que, con tanto fervor y firmeza, denunció ante su gobierno y sus contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.»
El sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez acuñó el término «catástrofe demográfica», para definir lo ocurrido con el desplome poblacional de ese territorio que los invasores europeos llamaron al principio «Las Indias».
En su libro «En busca de los pobres de Jesucristo», Gutiérrez resume las estadísticas de población estimadas por diversas escuelas antropológicas: «Los cálculos son muy variados.
Las estimaciones más bajas las dan Kroeber (8 millones 400 mil ), Rosenblat (13 millones 380 mil ) y Steward (15.500.000). Las más altas Dobyns (de 90 a 112 millones) y la escuela de Berkeley (100 millones). Sapper (37 a 48 millones) y P. Rivet (entre 40 y 45 millones) se sitúan entre las posiciones medias. W. Denevan presenta un estado de la cuestión haciendo un acucioso balance de los estudios dedicados al tema; después de una revisión de los criterios usados para calcular la población precolombina de las Indias, el autor opta por 57 millones 300 mil personas (con un margen de error que va de 43 millones a 72 millones).»
En su voluminosa investigación sobre el devenir de las luchas dominicas, el predicador llega a la siguiente conclusión: «Es claro que todo esto tiene un carácter de aproximación y que es necesario estar abierto a ulteriores precisiones y correcciones.
Digamos, eso sí, que ante los enfoques contemporáneos, con toda la imprecisión que ellos inevitablemente arrastran, la cifra de 20 a 25 millones de muertos que avanza Las Casas hacia 1552 para el conjunto de las Indias resultaría más bien mediana, teniendo en cuenta sobre todo que la caída demográfica se produjo mayormente en las primeras décadas que son las que Bartolomé conoció.
Su estimación resulta pues cercana, pero por debajo de ellas, a las conjeturas actuales; lo que es tanto más notable cuanto que en la época no se disponía de los medios que hoy se tienen para hacer esos cálculos.
Pero se trata, qué duda cabe, de un asunto sobre el que se seguirá discutiendo por mucho tiempo.»
Esos millones de muertos es lo que celebran en España y Europa con el fulano «Día de la Hispanidad».
Yldefonso Finol
http://nicaleaks.com/2021/10/13/derecha-revictimiza-a-pueblos-originarios-con-apologia-al-genocidio/?fbclid=IwAR2E-_ASYj1pasIVy8DckOMbQvO_gpZlt0FhSFLyWqYnMZZsQERh6bJ2QF8