En este artículo la autora rememora, a partir de su memoria activista, el golpe de Estado que derrocó a Dilma Roussef en 2016.
El día 31 de agosto de 2016 el Senado Federal aprobó, con sólo 20 votos contrarios, un golpe, no sólo contra una presidente democráticamente electa, una presidenta inocente, sino contra la democracia y contra el pueblo brasileño. Un golpe contra Brasil.
No obstante, todo empezó antes, el 17 de abril, cuando la Cámara de los Diputados, en una de sus más dantescas sesiones, admitió a trámite una denuncia contra la presidenta Dilma, por la cual el partido de Aécio Nieves, el PSDB, pagó aproximadamente 45 mil reales.
Días después de que la cámara hubiese aceptado la denuncia, el PMDB, en un acto realizado en el Congreso Nacional, lanzaba un nuevo programa económico y social para Brasil.
El programa llevaba por nombre “Un puente para el futuro – La Travesía social”. En ese acto participaron, además de los líderes del partido, su presidente, el entonces senador Romero Jucá, y el vicepresidente de la República, Michel Temer.
No está de más recordar que fue de Jucá la célebre frase “hay que sacar a Dilma mediante un gran acuerdo nacional, con el Supremo, con todo”.
La frase anticipaba a Brasil y al mundo las intenciones golpistas del partido del vicepresidente de la República.
El tal “Puente para el futuro” era el que interesaba al mercado, el eslabón que unía las fuerzas políticas que siempre defendieron los intereses económicos del capital, sobre todo del capital internacional.
Afirmaban que la solución a los problemas brasileños, pasaba por fuertes ajustes fiscales y por reformas estructurales, que serían muy duros para el conjunto de la población brasileña, pero que a partir de ahí, nuestro país volvería a desarrollarse, la economía crecería y se generarían miles de nuevos empleos, así como nuevas oportunidades de generación de renta.
Sabíamos que nada de eso ocurriría, como de hecho no ocurrió. Por el contrario, lo que hicieron fue llevar a Brasil a la destrucción.
Nuestra economía fue destruida, el patrimonio público dilapidado y las políticas públicas cesaron. Lo que crece en Brasil es el desempleo, el hambre y la miseria. ¡Está siendo un puente para el retroceso!
Hace cinco años asistimos por lo tanto, a una fuerte unión entre las fuerzas políticas, mediáticas, empresariales y judiciales en torno a un nuevo proyecto de Brasil, un proyecto entreguista y antipopular.
Lo que ellos querían era el retorno del neoliberalismo, o sea, el retorno de un proyecto que favoreciera al gran capital en detrimento de los intereses de la mayoría de la población.
Ocurre que esa decisión además de crear una herida, hasta hoy no cicatrizada, porque alcanzó duramente a nuestra democracia, generó una de las mayores crisis económicas, un profundo retroceso social y el empobrecimiento de nuestra gente.
Las consecuencias para el pueblo han sido durísimas, gravísimas.
Después de la aceptación de la denuncia contra Dilma por la Cámara de los Diputados, el proceso fue al Senado Federal, que tras su recepción constituyó la Comisión Procesante.
Me acuerdo cómo se fuera hoy del debate que realizamos en torno a la oportunidad o no de formar parte de la referida comisión.
Sabíamos que sería un escenario de mentiras y que el único objetivo sería legitimar una de las mayores farsas que nunca tuviera lugar en Brasil.
En nuestro debate prevaleció la opinión de que deberíamos formar parte de la comisión, aunque estuviera apenas existiera la más mínima posibilidad de victoria.
Y en la comisión, igual que en el pleno del Congreso, dimos batalla, con mucha fuerza y combatividad, la lucha por la narrativa. Y, sin lugar a dudas, ¡salimos victoriosos!
Fue sobre la base de los muchos documentos y pruebas que avalaban la inocencia de Dilma y sobre la falta de bases jurídicas que justificaran el impeachment, que desenmascaramos la farsa, el fraude, el golpe.
Ellos ganaron en el voto, hicieron posible el golpe, pero fuimos nosotros quienes vencimos el debate, quienes demostramos a Brasil y al mundo que aquello era una gran farsa, que no fue un impeachment, que fue un golpe.
El último día 31 de agosto fue un día de mucha tristeza para todas nosotras y todos nosotros, de mucha tristeza para Brasil, que desde hace cinco años atraviesa un sufrimiento sin fin. De todos modos, el 31 de agosto también fue un día para celebrar la esperanza.
La esperanza de que vamos a retomar el proceso de desarrollo nacional, de que vamos a rescatar a Brasil para el pueblo brasileño.
Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez
Vanessa Grazziotin es exsenadora de la República y miembro del Comité Céntrico del PCdoB.