El presidente turco Recep Tayyip Erdogan amenazó públicamente a la Unión Europea, augurando incluso los atentados perpetrados en 2015 y en 2016, en París y Bruselas.
Turquía escapa nuevamente a las consecuencias de sus actos, vinculados esta vez al conflicto en el Alto Karabaj, aunque ahora parece estar de nuevo en el colimador del Pentágono, deseoso de destruirla, como ha venido haciéndolo con los demás Estados del Gran Medio Oriente.
Precisamente ese es el problema. Si Turquía está hoy en peligro de ser blanco de una guerra no es porque se quiera eliminar su ideología racista sino con la intención de proseguir la «guerra sin fin» del Pentágono. Debemos tener bien claro quién es el enemigo.
Y no es el voluble presidente turco Erdogan, ni su país, Turquía con su aliado Azerbaiyán.
El verdadero enemigo es la ideología supremacista y racista del lobo de las estepas.
Turquía ya se ha convertido en un problema mundial, aunque Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia simplemente se niegan a aceptar esa realidad.
Explicaremos aquí por qué Turquía es un problema mundial.
El mundo abandonó las ideologías totalitarias porque ensangrentaban la humanidad. El fascismo, el nazismo, el comunismo [1] tuvieron cada uno su fase de pruebas y la historia los dejó de lado.
La única ideología totalitaria que aún perdura es el racismo turco, que adoptó formas diversas durante el siglo XX, como el racismo nacionalista (e islamista) de los Jóvenes Turcos de Mustafá Kemal Ataturk y de los Lobos Grises, y que en el siglo XXI ha adquirido igualmente fuertes características islamistas, bajo el régimen de Recep Tayyip Erdogan.
Esta ideología totalitaria perpetró el genocidio iniciado contra las poblaciones cristianas de Anatolia, que alcanzó su punto culminante entre 1914 y 1923 [2].
Todo el mundo sabe lo que sucedió en aquella época, sobre todo en Estados Unidos ya que diplomáticos estadounidenses como Henry Morgenthau y George Horton describieron en sus informes y en libros los sangrientos acontecimientos de entonces.
Esos acontecimientos se conocieron también en Inglaterra que, después del Armisticio de Mudros, había tomado el control de la capital del Imperio Otomano, Constantinopla, y obligado el sultán –a pedido de los armenios– a instaurar tribunales militares para juzgar a los instigadores del genocidio.
Cuando los nacionalistas se sublevaron en Turquía, después de las primeras condenas a muerte y de su aplicación contra los instigadores del genocidio, Inglaterra trasladó los acusados a Malta, donde continuaron los procesos.
Pero cuando el Reino Unido «se puso de acuerdo» con Mustafá Kemal, Londres puso fin a aquellos procesos, intercambiando los acusados por 4 oficiales británicos que las fuerzas de Mustafá Kemal habían arrestado en la ciudad de Van.
En todo caso, toda la documentación de los procesos que se desarrollaban en Malta se encuentra hoy en Reino Unido, y los británicos conocen mejor que nadie lo que realmente sucedió en aquella época.
Reino Unido tuvo un papel clave en la redacción del Tratado de Lausana, que determinó la fundación de la República de Turquía. Los británicos adoptaron por demás a Mustafá Kemal como su favorito.
Según los detractores turcos de Mustafá Kemal, que lo describen como un agente del imperialismo británico, este personaje –primer presidente de la República de Turquía– en realidad violó el célebre Juramento Nacional [3] ya que cedió Kirkuk y Mosul a los británicos, abolió el califato y desislamizó Turquía, creando allí un «Estado laico». Por consiguiente, el Imperio Británico, que como resultado de un acuerdo con Mustafá Kemal y Ismet Inonu había adquirido una gran influencia en Turquía, no pudo o no quiso determinar las responsabilidades en cuanto al genocidio perpetrado contra los griegos, los armenios y los asirios.
Estados Unidos no figuraba entre los negociadores del Tratado de Lausana, así que no lo firmaron y, según la bibliografía turca, Washington se negó hasta 1927 a reconocer la República de Turquía, precisamente a causa de los crímenes habían cometido miembros de los Jóvenes Turcos y partidarios de Mustafá Kemal y por considerar que se trataba de un Estado surgido como resultado de crímenes contra la humanidad. En aquella época prevalecían en Estados Unidos el pensamiento de Woodrow Wilson y los valores universales humanistas.
Pero, después de la Segunda Guerra Mundial y de la creación de la OTAN, Estados Unidos se apropió la influencia geopolítica que el Reino Unido había en Turquía, «olvidó» entonces aquellos crímenes y pasó por alto las políticas genocidas y de limpieza étnica que Turquía siguió aplicando [4].
El presidente de Azerbaiyán, Ilam Aliyev, se exhibe ante los cascos de soldados armenios que combatieron en el conflicto del Alto Karabaj.
Así ha transcurrido más de un siglo marcado por esa ideología, una ideología de cero tolerancia ante todo lo que no es turco y musulmán, una ideología aún sigue perpetrando limpiezas étnicas y tratando incluso de modificar las características de todo un pueblo.
El sistema de poder en Turquía es tan duro e inflexible que no permite que se ponga en duda la ideología racista del nacionalismo turco, la cual, aunque sigue siendo portadora de la ideología de la yihad –la guerra santa en nombre del islam– ha comenzado a tomar progresivamente, bajo el régimen de Erdogan, las características de una ideología islamo-fascista.
En Turquía, todos los partidos asumen esa ideología, con excepción del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), políticamente de izquierda y surgido del movimiento político kurdo. O sea, la asumen hasta los partidos de izquierda, que aunque no la defienden abiertamente tampoco la cuestionan.
Si algunos creían que lo anterior podía ser una afirmación exagerada, es posible que ahora, luego del reconocimiento por parte de Estados Unidos del genocidio perpetrado por los otomanos contra los armenios, se den cuenta de que las cosas son exactamente como las describo.
Todos los partidos turcos condenaron a Estados Unidos por haber reconocido el genocidio, exceptuando sólo el HDP, que exhortó el gobierno y el Estados turcos a reconocer ese vergonzoso crimen.
Y, como si de algo natural se tratara, todos los partidos turcos condenaron entonces al HDP, incluso el partido reformista de Alí Babacan, que prometía entre otras cosas una solución para el problema de los kurdos –uno de sus altos responsables llegó dirigirse a los kurdos diciendo: «Ustedes también correrán la misma suerte, para terminar».
Si se estudian las declaraciones de los políticos kurdos sobre el genocidio, es imposible no sentir horror. Son un llamado al salvajismo y la barbarie.
El propio consejero del presidente Erdogan para los temas históricos, Murat Bardaksi, declaraba en el pasado que los archivos muestran que 950 000 personas murieron en las deportaciones de armenios y que se trataba de un genocidio.
Ese universitario es hoy consejero del presidente Erdogan y es imposible que no le diga la verdad, así que Erdogan sabe lo que sucedió.
Todos los políticos y universitarios turcos también conocen muy bien la verdad sobre la planificación del genocidio contra los armenios por parte de los neoturcos y de los partidarios de Mustafá Kemal.
Sin embargo, defienden apasionadamente algo que constituye un crimen contra la humanidad e incluso achacan la responsabilidad… a las propias víctimas.
El hecho es que, cuando alguien defiende de manera tan absoluta un crimen tan deleznable es porque está dispuesto a cometer otros crímenes que amenazan la «pureza» de la nación turca y de la sociedad musulmana sunnita de Turquía.
Así que estamos hablando de un Estado que tiene como elementos constitutivos de su fundación la muerte y la destrucción, el genocidio y la limpieza étnica, de los que no logra deshacerse.
Lo que hoy sucede, mientras escribimos este artículo, en Afrin, Tall Abiad y Ras al-Ayn contra los kurdos es una copia al carbón de la política ya aplicada en otros genocidios y limpiezas étnicas.
Luego de haber utilizado una compañía británica de productos textiles para comercializar imitaciones de artículos de marcas internacionalmente conocidas, el turco-chipriota Ersin Tatar se refugió en el norte de Chipre, donde preside un gobierno de ocupación militar turca instaurado en el territorio de un país miembro de la Unión Europea.
Lo que sucede actualmente en Kobane (la localidad de Ain el-Arab, en el norte de Siria), también contra los kurdos que habían expulsado de allí al Emirato islámico (Daesh) y a los terroristas yihadistas, los cuales perpetraron masacres con el apoyo de Erdogan y de su bárbaro Estado, es una repetición de las prácticas de pasado brutal y sanguinario del Estado turco.
Y las amenazas que los turcos han proferido sobre el asunto, dirigidas incluso a Estados Unidos, muestran que Turquía, dado el hecho que se mantiene impregnada de esa ideología racista, es un problema mundial.
Es un país que no sólo no ha renunciado a su pasado sanguinario sino que además lo perpetúa obstinadamente y cuyo sistema político apoya tales prácticas.
Es un país que arremete contra Estados Unidos, la primera potencia del planeta.
Es un país que, en lugar de inclinar la cabeza y arrodillarse ante el recuerdo de los millones de muertos que provocó, cuestiona hasta la existencia misma de la República de Armenia, afirmando que fue creada en tierras otomanas robadas.
Es un país que ha invadido militarmente Chipre, Irak, Siria, Libia y el Alto Karabaj.
Es un país que amenaza directamente a Grecia, con la «Patria azul» y la mayor flota de barcos de desembarco del mundo, que apunta claramente a la ocupación de las islas griegas mientras que la OTAN hace el papel de asno ignorante y declara que en esa zona no existe ningún problema.
Sí, ese país constituye una amenaza mundial ya que, debido a su extensión y a que puede arrastrar otros países musulmanes en esa locura política, amenaza decenas de países y pueblos y por ende es una amenaza para la humanidad misma.
Espero que después de la salvaje reacción del conjunto del sistema político, de los universitarios y de la sociedad turca misma ante el reconocimiento del presidente Biden sobre el genocidio que los otomanos perpetraron contra los armenios [5], los más escépticos de la comunidad internacional y en Grecia hayan quedado convencidos.
Aunque tengo mis dudas en cuanto al señor Irakleidis, las señoras Repousi y Giannakaki [6] y el señor Filis.
Nota del Autor: No creo que María Giannakaki haya enviado al embajador de Turquía en Atenas un telegrama de condolencias por el reconocimiento del genocidio. Y lo digo porque ella fue la pionera de lo más racista, prokemalista e inhumano en Grecia, esforzándose por evitar que se incluyera el genocidio contra los griegos de Anatolia en el proyecto de ley antirracista que criminalizaba la negación del genocidio.
[1] Observación del Autor. El hecho que mencionemos aquí las ideologías totalitarias no quiere decir que estas sean iguales entre sí. Simplemente, unas exaltaban el fascismo y el nazismo y otras el comunismo, catalogados todos como ideologías totalitarias.
[2] Killing Orders: Talat Pasha’s Telegrams and the Armenian Genocide, Taner Akçam, Palgrave Macmillan, 2018. Publicado en francés como Ordres de tuer: Arménie 1915, Taner Akçam, CNRS éditions, 2020.
[3] «Juramento Nacional turco», Red Voltaire, 28 de enero de 1920.
[4] «La Turquía de hoy continúa el genocidio armenio», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 30 de abril de 2015.
[5] «Joe Biden rinde homenaje a las víctimas del genocidio contra los armenios», por Joseph R. Biden Jr., Red Voltaire, 24 de abril de 2021.
[6] En los años 2000, María Repousi, bajo la dirección de María Giannakaki, redactó un manual escolar sobre la historia de Grecia que durante 2 años desató en el país una intensa polémica y acabó siendo retirado de las escuelas griegas. Aquel manual escolar restaba importancia a las masacres perpetradas contra los griegos por naciones que hoy son aliadas de Grecia. María Giannakaki es una historiadora de izquierda. Fue diputada de la Izquierda Democrática y posteriormente candidata por Syriza. Nota de la Redacción.
https://www.voltairenet.org/article212996.html