El libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial, publicado por Ediciones IPS, compila una serie de artículos que fueron publicados en Ideas de Izquierda desde el año 2013 hasta la actualidad.
En ellos fuimos analizando, desde distintos ángulos, la configuración de las relaciones de poder en el sistema mundial capitalista y las principales transformaciones que estas atravesaron durante las últimas décadas. Lo hemos hecho en muchas ocasiones a través del comentario crítico de algunos de los trabajos más relevantes que se han publicado durante estos años sobre la cuestión.
A los artículos elaborados por quien esto escribe, se suman en la compilación distintas entrevistas que hemos realizado a quienes publicaron algunos de los trabajos más relevantes para entender las relaciones que imperan en el sistema mundial capitalista actual, así como intercambios polémicos que suscitaron algunos de los artículos. El hilo conductor en el recorrido por los distintos temas abordados está dado por una serie de coordenadas teóricas que vamos a discutir en esta presentación.
Imperialismo: la trayectoria de un concepto
Dos años después de estallada la I Guerra Mundial, en 1916, Vladimir I. Lenin publicó el célebre El imperialismo: fase superior del capitalismo, que como su título indica considera que ingresamos en una nueva época histórica. El texto de Lenin, que se convirtió desde entonces en el más clásico entre los trabajos “clásicos” sobre el tema, partía de una elaboración crítica de lo planteado por un autor marxista, (Rudolf Hilferding), y otro liberal, (John A. Hobson).
Estos eran, a su vez, algunos de los aportes más relevantes en un debate que el movimiento marxista internacional (para ese entonces casi exclusivamente europeo) había empezado a tener tímidamente a finales del siglo XIX, de la mano del fortalecimiento de las presiones chovinistas y el desarrollo de una carrera armamentística entre las potencias de la época [1].
La emergencia del imperialismo, cuya contracara era una presión redoblada para cooptar a los sectores más elevados de la aristocracia obrera en los países capitalistas desarrollados, ya en la primera década del siglo XX había empezado a dividir aguas en la socialdemocracia europea. El punto de quiebre definitivo fue en agosto de 1914, cuando todos los diputados del Partido Socialdemócrata alemán, que hasta 1914 había sido la principal referencia para los marxistas de todo el mundo, votaron a favor de los créditos que permitirán al gobierno del Káiser iniciar la I Guerra Mundial.
Los marxistas de comienzos del siglo XX (entre los que además de los autores mencionados debemos destacar a Rosa Luxemburg con La acumulación de capital y a Nikolai Bujarin con La economía mundial y el imperialismo) definían al imperialismo como una nueva fase o etapa en el desarrollo del capitalismo, es decir, que capitalismo e imperialismo resultaban conceptos íntimamente entrelazados. Hilferding, y Lenin partiendo de su elaboración, destacaban la transformación ocurrida en la empresa capitalista como resultado de la concentración y centralización del capital (las dos tendencias fundamentales señaladas por Marx): estábamos ante el surgimiento del capital financiero como resultado del salto cualitativo que registraba la gran industria, y del dominio que los grandes bancos adquirían sobre los directorios de las firmas [2].
El dominio de los bancos estimulaba, en opinión de Hilferding, la aceleración de dos fenómenos que identificaba como característicos del capitalismo en esta época. La primera era la “cartelización”, término que refiere a la asociación de empresas para proteger sus intereses comunes y limitar el enfrentamiento entre ellas, que se había convertido en moneda corriente en los principales sectores de la gran industria. El segundo fenómeno, registrado sobre todo en Alemania y EE. UU. desde finales del siglo XIX, era una aceleración de fusiones y adquisiciones que había dado lugar en numerosas industrias al surgimiento de grandes trusts, es decir, nuevas empresas de escala gigantesca que surgían de la integración de las preexistentes.
Junto con esto, lo característico de este nuevo período histórico estaba para Lenin en la agudización de la competencia por el dominio del territorio mundial entre los grandes conglomerados capitalistas de los pocos países que registraban un elevado desarrollo capitalista, con intervención creciente de los Estados y tendencias guerreristas, que se manifestaba en una carrera armamentística cada vez más acelerada y un crescendo de conflictos bélicos que desembocó en la I Guerra Mundial.
El mundo, que entre finales del siglo XIX y comienzos del XX había presenciado una nueva ola de febril avance de las potencias europeas (y de EE. UU.) para asegurarse la primacía en todos los continentes, ya estaba “repartido”. La carnicería imperialista apuntaba a definir un nuevo reparto del planeta.
La I Guerra Mundial, como había adelantado –y apostado– Lenin que ocurriría, desembocó en levantamientos revolucionarios en toda Europa, empezando por el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, pero llegando a conmover también a Alemania. La conflagración concluyó dejando irresueltos los motivos que la impulsaron, aunque selló el avance de EE. UU. en detrimento de Europa. Será León Trotsky quien desde comienzos de la década de 1920 discutirá esta relocalización del centro de gravedad del sistema capitalista mundial, y sus consecuencias para Europa. Si bien Trotsky no elaboró un trabajo dedicado especialmente a la cuestión del imperialismo, la abordó sistemáticamente durante dos décadas, lo que quedó plasmado en numerosos libros y artículos.
Sus informes en los primeros congresos de la Internacional Comunista desarrollaron un método de abordaje integral de las relaciones entre las tendencias de la economía, la lucha de clases en cada país y las relaciones interestatales. Este método siguió informando la mirada de Trotsky hasta su asesinato, y le permitió entrever tempranamente las tendencias hacia una nueva matanza imperialista –y hacia nuevos alzamientos revolucionarios como resultado de la misma–.
La categoría de imperialismo tuvo sus idas y vueltas en las corrientes marxistas después de la II Guerra Mundial. Tras el triunfo de los aliados contra el eje, EE. UU. lideró la reconstrucción en el espacio mundial dominado por el capital –frente al cual se alzaba un espacio fuera del dominio capitalista gracias a que la URSS emergió también como victoriosa de la guerra y avanzó sobre Europa del Este, a lo cual se sumó en 1949 la revolución en China–. La integración militar de las potencias capitalistas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), encolumnadas detrás del imperialismo estadounidense contra la URSS, y la creciente interpenetración de capitales de esos países que tuvo lugar durante los años del boom de posguerra (un período de elevado crecimiento económico que se prolongó hasta fines de los años 1960) hicieron surgir los primeros debates sobre en qué medida las coordenadas de las teorías del imperialismo –en las que la disputa interimperialista juega un lugar central– se ajustaban a la nueva realidad en la que el espacio capitalista aparecía dominado por una sola gran potencia.
Paralelamente, durante esos años de posguerra, y en América Latina especialmente después de la Revolución cubana, el debate del imperialismo desde la mirada de los países oprimidos tuvo un vigoroso desarrollo, plasmado sobre todo en la corriente marxista de la dependencia, un conjunto heterogéneo de autores y enfoques, pero que coincidía en el diagnóstico de que los países coloniales y semicoloniales tenían bloqueado cualquier desarrollo significativo, y la condición para superar este bloqueo pasaba por romper con las relaciones de producción capitalista [3].
Para buena parte de la producción teórica realizada desde enfoques marxistas, la teoría del imperialismo fue cayendo en el olvido en tiempos adversos para las clases subalternas, después de la derrota/desvío de los procesos revolucionarios de los años 1960/1970, con la “restauración burguesa” [4] y el auge de la globalización. Fred Halliday se quejaba de que el debate de la globalización, tópico trajinado hasta la obsesión por las ciencias sociales en las últimas décadas, se caracterizó por “la ausencia, o supresión, en los marcos de la discusión ortodoxa, de dos términos analíticos centrales para el análisis de este proceso”, capitalismo e imperialismo [5]. El economista marxista indio Pratap Patnaik retrataba este cambio de clima en un artículo del año 1990:
Yo abandoné Cambridge, Inglaterra, donde enseñaba economía, en 1974, y retorné a Occidente, en esta oportunidad a los Estados Unidos, luego de un período de 15 años. Cuando me fui, el imperialismo ocupaba tal vez el lugar más prominente en cualquier discusión marxista, y en ningún lugar se escribía y discutía más sobre la cuestión que en Estados Unidos, hasta tal punto que muchos marxistas europeos acusaban al marxismo norteamericano de estar empañado de tercermundismo […] Obviamente, ese no es el caso hoy. Los marxistas más jóvenes parecen perplejos cuando el término es mencionado [6].
Curiosamente, el clímax de ese momento se alcanzó con un libro cuyo título sugería lo contrario: Imperio, publicado en 2000 por Michael Hardt y Tony Negri, llevaba al extremo la idea de desterritorialización de los esquemas de poder global. Hardt y Negri construyen la teoría de un imperio sin centro. “EUA no constituye –y, en realidad, ningún Estado-nación puede hoy hacerlo– el centro de un proyecto imperialista”, decían [7].
Las tesis de este libro extrapolaban unilateralmente algunos rasgos que habían caracterizado el accionar imperialista durante la primera década desde el colapso de la URSS. Eran tiempos de globalización en auge e impulso por parte de EE. UU. de las intervenciones multilaterales. Pero con la llegada de George W. Bush al gobierno, de la mano de un gabinete poblado de figuras neoconservadoras, EE. UU. haría ver claramente sus intenciones de continuar siendo el “centro de un proyecto imperialista”. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 realizados por Al Qaeda fueron aprovechados para desplegar una agenda de intervenciones unilaterales que ya estaba previamente diseñada, iniciada en Afganistán y continuada en Irak.
Después de esta nueva avanzada militarista unilateral de EE. UU. (que marcó un giro respecto de lo que fueron los años ‘90, durante los cuales casi todas sus incursiones militares se dieron bajo el paraguas del respaldo de la “comunidad internacional”, haciendo votar resoluciones de las Naciones Unidas que las avalaran), volvió al primer plano el debate sobre el imperialismo. De estos años son los trabajos de David Harvey El nuevo imperialismo y de Ellen Meiksins Wood El imperio del capital, entre otros.
Pero este retorno no significa que hubiera mucho consenso sobre la pertinencia de la categoría para caracterizar las relaciones interestatales. Los altos grados de coordinación logrados por EE. UU. para responder desde 2007, y sobre todo desde 2008 con la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, a la crisis iniciada entonces, que dio lugar a la peor recesión desde 1930 (hasta que apareció el covid y produjo un hundimiento aún mayor), dieron nuevos bríos a quienes afirmaban que la coordinación entre las potencias, y no su rivalidad, es lo que da la tónica a las relaciones interestatales en el momento actual del capitalismo.
Pero no es este el único aspecto que favoreció que la relevancia de la categoría para caracterizar el orden capitalista mundial fuera puesta en tela de juicio. En igual o mayor medida contribuyó el desplazamiento que venimos observando del centro de gravedad de la acumulación de capital hacia Asia, y hacia China en particular.
Si este fue un producto de las políticas de apertura y globalización empujadas por EE. UU., junto al resto de las potencias europeas y Japón, a través de organizaciones multilaterales donde tienen un peso dominante, y el resultado fue una degradación, al menos relativa, del peso de estas potencias en términos de poderío económico, ¿en qué medida podemos caracterizar estos lineamientos como imperialistas? Para muchos autores, incluyendo a David Harvey, el ascenso de este “bloque de poder en la economía global” que conforman China, Corea del Sur, Taiwán, Singapur y otros países, no puede explicarse bien desde las categorías de la teoría del imperialismo.
Estos son algunos de los fundamentos por los cuales buena parte de lo que podríamos definir como el pensamiento social crítico pone en duda la relevancia de la categoría de imperialismo en la actualidad.
¿Globalización, imperio, o (nuevo) imperialismo?
Dentro de lo que podríamos llamar, siguiendo a Razmig Keucheyan, el hemisferio izquierda del arco ideológico [8], encontramos hoy tres posicionamientos ante esta cuestión. En primer lugar, quienes sostienen que la globalización constituye un punto de quiebre cualitativo y que, en concordancia con este salto en la integración de los procesos económicos, el poder también se trasnacionalizó. En esta corriente podemos ubicar el vaporoso imperio de Hardt y Negri, y también a toda una serie de teóricos que hacen eje en el avance de los procesos hacia la conformación de una clase capitalista y un Estado trasnacionales, como William I. Robinson, William K. Carroll o Ernesto Screpanti. Con salvedades, Rolando Astarita también se ubica en este espectro de quienes enfatizan el cambio epocal de la globalización en un sentido emparentado con estos autores, aunque sin necesariamente suscribir a todas sus conclusiones.
En segundo lugar, podemos ubicar a quienes reconocen la presencia de centros de poder geográficamente distinguibles, que actúan para imponer un determinado orden, en el sentido de que no es todo reducible al mandato del capital, pero que, al mismo tiempo, enfatizan que los Estados juegan este rol en beneficio del capital social global, sin que ninguna competencia entre ellos (ni que hablar rivalidades estratégicas) juegue un rol significativo. Con variaciones, estos hacen suyo el término imperio, pero con él refieren a una política de poder territorial bien definida, en las antípodas de lo que apuntan Hardt y Negri. En esta línea podemos ubicar en primer lugar a Leo Panitch y Sam Gindin, quienes afirman en La construcción del capitalismo global.
La economía política del imperio estadounidense que, desde la posguerra, EE. UU. domina el planeta integrando de forma subordinada a las demás potencias (y al resto de los países) bajo su imperio informal. También Ellen Meiksins Wood y Perry Anderson (como podemos leer en sus textos “Imperium” y “Concilium”) sostienen con matices posturas afines a esta noción de que EE. UU. está constituido como un “imperio” que, al menos hasta tiempos recientes, no afrontó desafíos considerables a su poderío.
Finalmente, en una tercera mirada, distintos autores sostienen la necesidad de caracterizar las relaciones que dominan el sistema mundial capitalista como imperialistas, algunos de ellos proponiendo alguna forma de “nuevo imperialismo”. Una de las intervenciones más clásicas con este término corresponde a David Harvey que, en 2003, cuando tuvo lugar la guerra de Irak, escribió un libro titulado nada menos que El nuevo imperialismo. Desde entonces, sin embargo, Harvey destacó en varias oportunidades su insatisfacción con la “rigidez” de las categorías de la teoría del imperialismo, afirmando que “no funcionan demasiado bien en estos tiempos” [9]. Por eso nos parece que sería engañoso incluir a Harvey en este tercer enfoque o, al menos, hacerlo de forma no problemática. Otros autores que sí podemos incluir dentro de esta corriente heterogénea son Peter Gowan, Claude Serfati y Alex Callinicos.
Claudio Katz viene tomando posicionamientos afines a los postulados de algunos autores de este espectro. También podríamos contar a John Smith, autor de Imperialismo en el siglo XXI, dentro de este conjunto. Pero hay que decir que en la mayoría de los casos la elaboración de estos autores adopta la categoría y su vigencia en solo una de las dos dimensiones de las que esta busca dar cuenta en las elaboraciones “clásicas”. Por ejemplo, Callinicos se enfoca exclusivamente en la cuestión de las rivalidades interimperialistas, sin otorgar mayor relevancia a la expoliación de los países imperialistas sobre el resto del mundo, que no es negada de plano pero sí relativizada en extremo.
El autor engloba dentro de una corriente “tercermundista” –que en su opinión es errónea– a todo el conjunto de teóricos marxistas de la dependencia que, desde los años 1970 hasta la actualidad, desarrollaron una concepción en la que “el imperialismo es la dominación económica y política sistemática del Sur Global por los países ricos del Norte, una condición que incubó lo que [André Gunder] Frank llamó el ‘desarrollo del subdesarrollo’”, lo que “impedía cualquier progreso económico en los países de la ‘periferia’” [10]. Para Callinicos, “basta pronunciar la palabra ‘China’ para indicar lo que está mal con este entendimiento ‘tercermundista’ del imperialismo –aunque 20 años atrás, ‘Corea del Sur’ también habría bastado–” [11].
En ningún momento se adentra Callinicos en una mayor distinción entre corrientes y autores para delimitar aquellos enfoques de la “relación Norte-Sur” que puedan resultar más esquemáticos y parciales, de la importancia de considerar las problemáticas teóricas de las que buscaban dar cuenta, más allá de sus aciertos y errores. Por eso, el análisis de cómo varios de los mecanismos identificados por algunas teorías marxistas de la dependencia actuaron y continúan haciéndolo hoy, queda relegado a un segundo plano, en el mejor de los casos.
La posición de Callinicos es la respuesta a la tendencia opuesta, que efectivamente caracterizó a algunos exponentes de la teoría de la dependencia, a identificar imperialismo simplemente con opresión del Sur Global, sin introducir en el análisis las rivalidades interimperialistas y desligando la cuestión de la liberación de los pueblos oprimidos y la lucha del proletariado en los países imperialistas, cuestiones que verdaderamente el imperialismo separa pero que la lucha revolucionaria contra el capitalismo y el imperialismo debe unir, si aspira a triunfar.
Esta separación la podemos encontrar en numerosos autores, desde Arghiri Emmanuel y su clásico El intercambio desigual, hasta la actualidad [12]. John Smith, uno de marxistas pioneros en analizar desde una perspectiva marxista las consecuencias de la formación durante las últimas décadas de las Cadenas Globales de Valor a través de las cuales el capital trasnacional reorganizó la producción, internacionalizándola, si bien no llega a los extremos de Emmanuel, pone en su análisis un énfasis casi excluyente en la superexplotación que realizan las multinacionales de los países más ricos de la fuerza de trabajo del Sur Global, y presta poca atención a la reconfiguración que tuvo en paralelo la explotación de la fuerza de trabajo en los propios países imperialistas.
Nuestro enfoque
La competencia y el conflicto –potencial o efectivo– entre los países imperialistas, y la expoliación del conjunto del planeta llevada a cabo por las empresas trasnacionales y las finanzas globales son dos dimensiones que, lejos de oponerse o separarse, deben ser abordadas de manera integral como parte de una comprensión del imperialismo contemporáneo. Creemos que ambas dimensiones deben ser pensadas de forma conjunta para elaborar una teoría del imperialismo que dé cuenta de cómo la economía mundial hoy está moldeada como una totalidad jerarquizada, como resultado de la acción articulada del capital global y los Estados más poderosos. Este es el abordaje desde el cual desarrollamos las elaboraciones que se encuentran en esta publicación.
A lo largo de los artículos de esta serie, entramos en polémica con los planteos de los autores que defienden las tres posiciones que hemos mencionado, delineando a partir del debate una mirada enfocada en algunos núcleos de problemas. Lo hacemos, volviendo muchas veces a los mismos textos y autores para discutir, a partir de ellos, aspectos en cada caso relacionados pero diferentes.
El libro está organizado en tres partes. La primera aborda la cuestión del alcance y los efectos que ha tenido la llamada internacionalización productiva, que es a nuestro entender el aspecto verdaderamente novedoso que encerró durante las últimas décadas la llamada globalización. Esta internacionalización dio nuevos contornos al desarrollo desigual, haciendo que por primera vez en más de un siglo los centros más dinámicos de la acumulación de capital se encontraran no en los países más ricos, sino en lo que, desde el punto de vista del “centro” imperialista, aparecen como la periferia. Es fundamental calibrar adecuadamente en qué medida esto puede representar o no un cambio en la trayectoria del capitalismo imperialista, en la cual los procesos de acumulación en todo el planeta quedaron subordinados a la concentración de la apropiación de los beneficios de la misma por una ínfima minoría, permitiendo al mismo tiempo que los Estados imperialistas reafirmaran su posición de liderazgo.
En la segunda parte del libro abordamos la perspectiva del imperialismo norteamericano. Aunque en clara declinación, se mantiene como la potencia imperialista dominante, sacando una ventaja abrumadora a cualquier otro Estado imperialista en la mayor parte de los terrenos (militar, financiero, expansión internacional de capitales, peso mundial de su moneda, innovación, etc.). Definir cuál es el alcance de su retroceso y las perspectivas, y cómo responderá la clase dominante, es clave para determinar si vamos hacia una etapa de mayores choques. Discutir hacia dónde va el poderío norteamericano requiere, al mismo tiempo, entrar en el debate sobre en qué medida se ha transformado la naturaleza de las relaciones entre las potencias.
Están, como ya señalamos, quienes afirman que se encuentra en curso la conformación de una clase capitalista trasnacional y, con ella, la de un Estado trasnacional. También, quienes caracterizan que no hay tal trasnacionalización, pero sí una creciente interdependencia entre las clases capitalistas de EE. UU., Europa y Japón, que se traduce en una presión –favorecida activamente por las Secretarías de Estado y del Tesoro estadounidenses, al menos en los tiempos pre Trump– hacia una cooperación permanente de los Estados, subordinados a la principal potencia imperialista, para asegurar en todo el planeta la reproducción del capital, lo cual desterraría cualquier horizonte de conflicto de envergadura entre potencias.
Con ambas tesis polemizamos en numerosos artículos. La serie de artículos sobre EE. UU. también da cuenta de cómo se crearon las condiciones que hicieron posible la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE. UU., y el saldo que deja su administración. Como señalamos, a pesar del optimismo de la mayor parte de la élite estadounidense –ubicada en el bando “globalista” opuesto a Trump– y de los grandes medios afines con estas miradas, hay mucho de voluntarismo en la idea que con Biden podrá haber un fácil regreso a la “normalidad” pre Trump.
Un lugar destacado en la arquitectura imperialista, especialmente en las finanzas internacionales, lo ocupa Gran Bretaña, aunque su esplendor imperial esté enterrado bien lejos en el pasado. Las finanzas de Londres, ayudadas en numerosas dimensiones por la geografía, supieron reconvertirse para mantener el liderazgo en la canalización de capitales y el comercio de instrumentos financieros cada vez más complejos. Gran Bretaña nos habla también de la Unión Europea, de cuya crisis viene siendo el capítulo más destacado desde el voto mayoritario en favor del Brexit en el referéndum de 2016, pero decidimos incluirlo en esta segunda parte por las íntimas conexiones que mantienen la vieja potencia imperial y su sucesor al otro lado del Atlántico.
Finalmente, en la tercera parte del libro abordamos otra cuestión crucial en la discusión sobre el imperialismo contemporáneo: hasta dónde llega el desafío planteado por China para EE. UU. y el resto de las potencias y cuál es su naturaleza. Esto exige discutir, en primer lugar, en qué se ha convertido China después de décadas de aceleradas transformaciones iniciadas con las reformas de Deng Xiaoping a partir de 1978. ¿Se trata de un “socialismo con características chinas”, como afirman los líderes del PCCh? ¿Una formación ni capitalista ni socialista, como sostienen algunos autores? ¿Un “capitalismo de Estado”? ¿Cuáles son los criterios que podrían permitir una mirada equilibrada de una formación económico social de China, caracterizada por una trayectoria tan peculiar, en la cual la dialéctica revolución/restauración siguió un camino bastante diferente del de la URSS? Una vez zanjada –al menos provisionalmente– esta cuestión, podemos discutir en qué medida China es, o puede llegar a ser, una potencia imperialista; o si, en realidad, plantea un desafío al poder imperialista pero sin aspiración a constituirse en otra potencia, una idea que hace 15 años planteó Giovanni Arrighi en su célebre Adam Smith en Pekín, y que hoy repiten varios autores.
La compilación, de acuerdo a estos ejes temáticos, no sigue un orden cronológico, aunque este es mayormente respetado dentro de cada una de las partes que integran el libro, con excepciones. En cada artículo se consigna la fecha de publicación. Tampoco están separadas las elaboraciones propias de las entrevistas que realizamos y los debates que pudimos entablar con algunos de los autores aludidos en nuestros artículos; creemos que la presentación conjunta de estos materiales contribuye a hacer inteligibles los hilos de la argumentación que pretendemos realizar, que se construye a través de estos diálogos.
Con los temas discutidos en este libro no pretendemos agotar todas las problemáticas de las que es necesario dar cuenta para tener una mirada completa del imperialismo contemporáneo. Sí buscamos, con esta compilación, aportar elementos para abordar una coyuntura sumamente fluida en la cual, todo lo indica, la trayectoria hacia rivalidades más exacerbadas seguirá marcando la tónica –entre EE. UU. y China, en primer lugar, pero junto con ellas al resto de las potencias, que ya son arrastradas a posicionarse, y lo serán aún más a medida que se agudice el conflicto–. Para quienes aspiramos a terminar con este sistema capitalista, basado en la explotación y en la opresión de todo el planeta, definir el estado de situación del imperialismo –que como señalaba Lenin es “reacción en toda la línea”– resulta una cuestión de primer orden para la actividad revolucionaria.
El libro podrá adquirirse a partir de esta semana a través de la página de Ediciones IPS.
NOTAS
[1] Daniel Gaido y Richard Day rastrean las discusiones que al respecto se desarrollaron en el seno de los partidos que integraban la II Internacional desde finales del siglo XIX en Discovering imperialism, Leiden, Brill, 2010.
[2] Para una propuesta de cómo entender al capital financiero hoy puede leerse François Chesnais, Finance Capital Today, Leiden, Brill, 2016.
[3] Esta corriente marxista de la dependencia no debe ser confundida con otros autores que discutían la cuestión de la dependencia desde miradas no marxistas (aunque en algunos casos se permitieran abrevar en conceptos de Marx), como eran Celso Furtado o Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto. Los autores dependentistas marxistas, entre quienes podemos mencionar a Ruy Mauro Marini y Theotonio Dos Santos, desarrollaron sus conceptos en polémica con las corrientes liberales, pero también con estos autores dependentistas que bregaban por políticas de desarrollo capitalista más autónomo.
[4] Albamonte y Maiello, “En los límites de la restauración burguesa”, Estrategia Internacional N.º 27, noviembre 2011.
[5] Fred Halliday, “The Pertinence of Imperialism”, en Mark Rupert and Hazel Smith (eds.), Historical Materialism and Globalization, Londres, Routledge, 2002, p. 76.
[6] Pratap Patnaik, “Whatever happened to imperialism?”, Social Scientist N.º 6-7 vol. 18, New Delhi, 1990.
[7] Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002, p. 15.
[8] Razmig Keucheyan, Hemisferio Izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.
[9] Ver una discusión sobre algunos de sus posicionamientos recientes en Esteban Mercatante, “Capitalismo y desarrollo desigual, ¿una desmentida al imperialismo?”, semanario Ideas de Izquierda, 05/08/2018.
[10] Alex Callinicos, Imperialism and Global Political Economy, Cambridge, Polity Press, 2009, p. 5.
[11] Ídem.
[12] Ver, por ejemplo, Zak Cope, The Wealth of (some) Nations. Imperialism and the Mechanics of Value Transfer, Londres, Pluto Press, 2019.