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Nicaragua : LOS COMANDANTES (Cuento)


A mi nietecito, Frank Eduardo, en su primer cumpleaños.

Entre Rio Blanco y Siuna (que era el trayecto que yo más frecuentaba en los años noventa) las carreteras de todo tiempo estaban convertidas en verdaderos barriales. Los camiones y las pocas camionetas que se aventuraban a hacer ese tránsito infernal terminaban embancados en los “pegaderos” a veces durante días.

Los torrenciales aguaceros propios del noreste del país y el casi nulo mantenimiento de esa vía tan importante por parte de las autoridades gubernamentales de entonces, obligaban a los conductores a buscar rutas alternativas para evitar la trampa de esos atolladeros tan frecuentes, así que siguiendo el consejo de un desconocido lugareño me aventuré con mi 22-R a cortar camino a través de una comarca llamada “El toro”. Gravísimo error que me costó una semana de mi vida luchando por desenterrar del lodo a mi vieja y preciosa camioneta.

Con la ayuda de bueyes logré salir del atolladero y reemprendí mi camino, atento a algún lugar donde comer algo y descansar.

Y ahí estaba. Un rancho de varas rollizas con techo de láminas oxidadas de zinc y una gran enramada cubierta con palmas de corozo a la orilla del camino, donde varias personas sentados en troncos, taburetes o recostados en hamacas parecían componer y descomponer a gritos y carcajadas este mundo tan lleno de fracturas. 

Al divisarme, un hombre menudo, de ojos saltones y vivarás salió a mi encuentro.

-Je ve hecho leña patrón, dijo a manera de saludo. 

-Si hom, ando buscando un bocadito y un cachimbazo pa´ calentarme. Este camino está perro amigo.

-Puej paje y je acomoda, llegó mero-mero. Acaban de tirar unaj güillaj y también hay carnita de venada jecándoje y pal güergüero hay cujuja de primera jaca y guarón.

-¡Que rico! ¿Y cuál es su gracia mi hermano?

-Puej yo joy el mentado comandante cherepe, pa jervirle a ujté.

Inmediatamente me di cuenta que había llegado a una cantina de montaña llena de ex –contras. A leguas se notaban los bultos de sus revólveres 357, 38, pistolas automáticas, bayonetas y puñales bajo sus camisas. Como corresponde a esos lugares y situación, sin perder aplomo, me quité mi sombrero y saludé a todos sin ver a nadie a los ojos.

-¡Hola amigos, buenas tardes y que el Señor esté con ustedes!

Un “¡Hola patrón! ¡Paje pa dentro! “resonó en el arbolado y sucio patio.

-Y entonje ¿y a ujté como lo nombran? Inquirió sin rodeos el comandante cherepe. Iba a presentarme cuando el hombrecito agregó sin pausa: 

-Ujté por lo alto, chele y majón je me haje conojido. ¿Por cajualidá ujté no ej el mentado comandante guanacajtón?

Sopesé un poco la respuesta, pensé en las armas de fuego y puñales prensados en la cintura de esos hombres que para entonces estaban pendientes de mi respuesta. Preferí -por cautela- mentir y contesté afirmativamente, sabiendo que los desmovilizados de la contra en su mayoría gustaban, ahora que la guerra había terminado, llamarse a sí mismos “comandantes” y no “comandos” o “soldados” y porque siendo campesinos, en su mayoría procedían de lugares recónditos de la montaña y entre ellos casi nunca se conocían, a no ser coterráneos o haber sido realmente jefes destacados.

Los individuos que no estaban tan borrachos me extendieron sus rudas manos y su mejor sonrisa. Ya éramos amigos.

-Ese viejón que está echado empinándose el galón, es el mentado comandante garrobo. Me dijo el comandante cherepe señalando a un hombre negro, larguirucho de rostro pañoso, chato y enjuto que yacía en una hamaca de yute.

-Aquél gordito y chaparro marcado por la lepremontaña que ejtá jentado jobre la piedra, prosiguió mi improvisado guía, ej el mentado comandante chorcha y eje coloradote que ejtá bailando con la escoba, ej el mentado comandante viterra, pariente del finado y muy mentado comandante guapote.

-Ah! Cuantos hombres importantes hay por estos lados. ¿Y quién es el cristiano que está dormido sobre esa tuca de espavel con el sombrero sobre su cara? Me atreví a preguntar al comandante cherepe. 

-¿Y ejque ujté no lo conoje? ¡Ej el mentado comandante dejconojido! 

Hambriento y ansioso por comer carnita de guardatinaja, guardiola, tepezcuinltle o simplemente güilla como le dicen en estos parajes y enjuagar mi garganta con unos tragos, llamé a la cuarentona mujer atareada en escanciar el contenido de un galón entre los pocillos y guacales de los clientes.

-Señora, señora…intenté llamar su atención ya “armado” de mi respectivo guacalito.

-Esa es la mentada comandante chorro-diumo, precisó el comandante cherepe siempre solícito, mientras le silbaba a la mujer para que se acercara a atenderme.

-¿”Chorro de humo”? Seguramente, ella era la que operaba en la guerra algún lanzagranadas, ¿Verdad?

-¡Nooo! Quévajer! Me corrigió el comandante cherepe, ensayando una sonrisa que dejaban al descubierto sus dos solitarios y ensarrados clavijones caninos.

-Ej porque en la montaña hajta le jumbaba el pelo cuando corría de la champa diun comandante al outro, jiempre pa darle ju buen servicio. Ya jabe usté. Ahorita mero ej la querida del comandante garrobo, el bolo de la hamaca.

-¡Aaah bueno comandante!

Precisamente, cuando la fornida y nalgona comandante chorro de humo me traía -sobre unas hojas de bijagua- un generoso pedazo de carne y varios trozos de malanga cocida (ya me había empinado el primer huacalazo de guaro), se oyeron los gritos de un chavalero que jugaba en el fondo del solar colindante con un sajón cubierto de monte. 

-¡Se llevan la carne! ¡Se están robando la carne de venado que está oriándose en los alambres! Gritaban los chavalos.

-¡Que feo los modos desiombre! gritaba la comandante chorro de humo mientras disparaba una vieja escopeta 12 de mazorca hacia el montarascal, por donde ya se perdía la figura de alguien que corría desesperadamente.

Al mismo tiempo todos los presentes -muy alegres- descargaron todas las balas de sus revólveres y pistolas hacia el zanjón, contra los árboles, las piedras, hacía los potreros y el cielo en una parafernalia de gritos, chillidos, carcajadas y brincos qué despertó -arma en mano-al mismísimo comandante garrobo.

-¿Qué pasa comandante cherepe? Pregunté algo alarmado, mientras buscaba los veinte pesos del servicio y las llaves de mi chatarra para “pelarme” de aquel lugar. 

-No je priocupe mi comandante guanacajtón, el jocoteado ya va largo. Es maña dél.

-¿De quién?

-¡Puej quien va jer!, el único carajillo al que le gujta tocar luajeno por estoj ladoj:

-El muy mentado ¡Comandante tamarindo!

Edelberto Matus.

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