
La mayoría de los especialistas en la materia, afirman que la región de Mesopotamia, es donde se acunaron las primeras civilizaciones humanas.
Y esto no es casual, pues aquí, los factores fisiográficos (hombre y tierra), es decir, grupos humanos primarios ( tribus nómadas), con carácter, determinación e inteligencia, aprovecharon el relieve (llanuras y valles fértiles con abundantes pasturas),un clima benigno para la agricultura sostenible y la ganadería pastoril como actividades económicas voluntarias, inagotables reservas de agua debido a la existencia de dos grandes ríos (Éufrates y Tigris, además del canal resultante de su confluencia, llamado Shatt al-Arab), que descargan su caudal en el Golfo Pérsico, el cuál aseguraba vías rápidas y expeditas de comunicación con objeto de comercio, intercambio cultural o conquista militar.
Todo esto desembocó en la creación de un nuevo paradigma de organización socio-económica, política y cultural: El Estado antiguo.
Esta cadena virtuosa de circunstncias allanó el camino para que los principales pueblos asentados en el valle de Mesopotamia arribaran a lo que Alvin Toeffler llamara,” La primera ola” o Gordon Childe –más exactamente-, “La revolución neolítica”, evento básico para el surgimiento y consolidación, en primer lugar, de la impresionante cultura Sumeria y sus ciudades-estados (Ur, Uruk, Eridú, Lagash, Umma, entre otras), que competían entre sí por la primacía en la baja Mesopotamia.
Luego surgirían el imperio de Acad (el verdadero primer imperio supra-regional de la humanidad), Elam (donde se originaron las etnias semitas), Babilonia (paradigma del monumentalismo arquitectónico y la cultura), la gran civilización asiria y sus vecinos y a la vez contrincantes persas.
Todos ellos imperios que irradiaron al mundo antiguo la superioridad iluminadora y avasalladora de su cultura, su arte, su ciencia y tecnología y como lógico resultado de esta sumatoria: Su aplastante poderío militar.
En el transcurso de cinco milenios, estos imperios de manera sucesiva y manu militari intercambiaron su dominio sobre sus propias tierras, sobre la Península arábiga, el Medio y Cercano Oriente, algunas regiones del norte y oeste de la antigua Anatolia e inclusive, subyugaron y obligaron al tributo a grandes territorios de Asia central y el Mediterráneo oriental, llevando sobre sus navíos comerciales o sus carros de guerra (para eso inventaron la rueda), sus armas y herramientas de hierro, su agricultura cerealista innovadora, las matemáticas babilónicas(puras y aplicadas), su escritura, sus sistemas de leyes como el código Hammurabi; su medicina avanzada, su astronomía heliocéntrica, sus cosmovisión mitológica y religiosa, su arte constructivo, sus formas de organización, sus genes y hasta su cerveza.
Los jefes tribales de estas feraces y disputadas tierras, originaron dinastías de grandes y belicosos reyes fundacionales como Sargón, el estadista y legislador Hammurabi, el gran conquistador y constructor Nabucodonosor II, el sabio Asurbanipal, el bíblico Senaquerib, Ciro II, el Grande (fundador del gran imperio persa), entre otros, que con sus ejecutorias militares, su genio constructivo o talento de estadistas, aunadas a la convicción y bravura de sus respectivos pueblos y las calamidades y sacrificios de los vencidos, ayudaron a conformar un conjunto histórico de metro-sociedades, que más tarde influirían notablemente en el modelo de desarrollo de todas las subsecuentes civilizaciones del Asia Menor y en las mediterráneas clásicas (helénica y romana), que a su vez, han sido arquetipo cultural del mundo moderno.
Dicho en otras palabras, en estas regiones de profundos contrastes e inevitables particularidades, al cabo de milenios de historia y a golpe de arado, espada e ingenio, fueron forjadas las bases de la civilización humana globalizada de la que hoy somos parte.
Algo más de 2550 años atrás, el fastuoso imperio neo-babilónico, tan sólo sobrevivió un cuarto de siglo a su fundador, el gran Nabucodonosor II, conquistador de Jerusalén, a causa de los incompetentes y ominosos reinados de sus efímeros sucesores. Con poco esfuerzo, mucho ingenio y acostumbrada crueldad Ciro el Grande, el más poderoso de todos los reyes aqueménides del ascendente imperio persa, arrasó con la última de las grandes culturas mesopotámicas de la antigüedad.
El epicentro político y cultural del mundo antiguo se desplazó más al este del Tigris, fuera del valle de Mesopotamia, alcanzando en el esplendor de su apogeo, (durante el reinado de Darío I, El Grande) límites imposibles como el Mar de Aral, Afganistán, el Mediterráneo, el norte de África y la India. Doscientos años después de pleno dominio persa, el imperio entraba en crisis y entonces el más grande conquistador de Occidente, Alejandro el Grande, tumba al último rey aqueménide y abre paso con su espada al dominio de la cultura helénica clásica.
Sin embargo, los persas aún no lo habían dicho todo y algunos siglos después resurgieron como imperio, esta vez conducidos por la dinastía sasánida, reconquistando sus antiguos dominios, hasta que en el primer tercio del siglo quinto de nuestra era, el califato Omeya, impuso su conquista islámica, acabando así con el ciclo clásico de la historia antigua y el terco imperio persa.
Serian entonces los turcos, los que dominarían la escena del cercano y medio oriente, hasta la llegada de los imperios occidentales europeos (Gran Bretaña y Francia), ya entrado el siglo decimonónico.
En el siglo veinte, las dos conflagraciones mundiales y más tarde, los rejuegos de la geopolítica de las potencias occidentales en su confrontación con La Unión Soviética dentro de la llamada “Guerra fría” modelaron, según sus propios intereses, las fronteras de las actuales naciones islámicas del Cercano y Medio Oriente dejando (tal vez a propósito) las motivaciones de futuros conflictos territoriales, étnicos y religiosos.
Los actuales Estados confesionales, monarquías, emiratos, repúblicas son el resultado de miles de años de evolución política sobre las tierras que un día vieron nacer la Sociedad humana.
Los fértiles valles, el agua de sus ríos o las rutas comerciales dejaron de ser codiciados botines de guerra. Los yacimientos de hidrocarburos (que mueven el progreso que da riqueza y poder a las grandes Potencias imperiales contemporáneas), descubiertos bajo la arena del desierto de Irak, Irán, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes y otros Estados del área del Golfo pérsico, dispararon otro ciclo de conquistas, guerras y violencia en la región, esta vez bajo “el auspicio” de Estados Unidos, Europa occidental y potencias lejanas como Rusia y China Continental.
Las “petro-guerras”, eufemísticamente llamadas “guerras contra el terrorismo” y/o “primaveras árabes”, ya han modificado el mapa político del mundo musulmán, arrasado ciudades, confrontado a muerte a conciudadanos y vecinos, liquidado gobiernos y al final, tornándose una amenaza contra sus propios instigadores y lo que es peor: Poniendo en riesgo la paz mundial.
Toda la región se ha convertido en un polvorín presto a estallar, se han formado bloques de países exógenos dispuestos a enfrentarse militarmente o apoyar activamente a sus respectivos aliados en la zona de conflicto, los países del área gastan fortunas en una sofisticada carrera armamentista, fabricando sus propios sistemas de armas como Irán o comprándolas a Rusia y Estados Unidos, como es el caso de Siria, Arabia Saudita y los Emiratos árabes.
Buques de superficie, submarinos, aviones cazas y bombarderos, sistemas antiaéreos misilísticos, tecnologías UAC´s (“drones”) o sea vehículos furtivos y de ataque aéreos y navales no tripulados, sistemas de alerta temprana, sistemas propios de la guerra electrónica moderna, satélites y plataformas de vigilancia y control de operaciones militares desde el espacio y las ultramodernas armas hipersónicas, cañones de riel, etc., están prestos a utilizarse en una guerra que amenaza suceder en cualquier día.
La guerra mediática y las tácticas de la propaganda ofensiva empezaron hace ya meses y la primera metralla golpeo territorio sirios, iraquí, yemenita…Tres flotas norteamericanas están “resguardando” los accesos al Golfo Pérsico, esperando iniciar el ataque junto a Israel definitivo contra Irán.
Al mismo tiempo Rusia y China ensayan (abierta o subrepticiamente) sus arsenales para ripostar al lado de sus aliados y la ONU se declara incapaz de mantener el conflicto en los niveles del diálogo racional y se declara derrotada en lo que debería su principal razón de existir: La preservación de la paz mundial.
Occidente se enfrenta de la peor manera a su mayor crisis sistémica y a eventos no previstos de amenaza general a la salud púbica y tal pareciera que para romper la inercia del deslizamiento al precipicio está dispuesta a poner a prueba su propia “doctrina” de destrucción mutua asegurada (MAD) con respecto a sus principales oponentes globales, arriesgando su propia existencia en una guerra de suma cero.
Lo paradójico es el teatro escogido para este suicidio colectivo: El mismo lugar que vio nacer a las primeras civilizaciones humanas y que podría convertirse en la tumba de la misma.
Confiemos en que la razón, principal característica, atributo y herramienta de nuestra especie, se imponga en aquellos que se hacen llamar líderes mundiales.
Edelberto Matus.