La percepción es la “sensación íntima de una impresión material hecha por nuestro sentido o deducido por el olfato natural de toda persona que siente tener suficientes elementos para adelantarse a lo que vendrá y no necesariamente por ser adivino.
La percepción es una verdad que no necesariamente la palpamos o la vemos, que no es invisible, que no es el resultado de una especulación, sino algo deducido del análisis que habita en el ambiente, es un indicador que nos acerca a la afirmación sobre lo que sucede, pero que hasta el momento no se ha dicho, pero que es como un secreto a voces.
Hay situaciones que pasan que nadie necesita explicarlas para su comprensión, para adelantarnos a lo que puede suceder o para afirmar incluso lo que ya está sucediendo y puede ser tan cierto que incluso valen para tomar decisiones para propiciar un beneficio o para evitar un problema.
De la realidad podemos tener una conclusión cierta o equivocada por lo que, de la misma manera, tampoco podemos tomar la percepción como un valor absoluto, porque está se ve con diferentes lentes, pero generalmente nos lleva a pegar en el blanco cuando la materia prima que la construye es recurrente, sostenida o repetitiva y es entonces cuando cae a la medida aquel dicho popular de que tanto va el cántaro al agua que al final se rompe.
Dicho de otra forma, la percepción es una hipótesis interna de lo que sucede en el exterior. Por ejemplo, un individuo, cuyo perfil es el de un vago, que, por supuesto no hace nada y vive aislado del resto de su vecindario, pero eso sí, tiene buen celular, se reúne con otros que tienen su misma característica para beber drogarse o beber guaro día y noche, siempre tiene riales para gastar e invitar y solo sale por momentos y después vuelve agitado y nervioso para encerrarse en la cuartería, ¿qué es?
¿Me equivocaría pensar que es una buena persona, que tiene un familiar que lo mantiene y lo quiere mucho?
La percepción tiene materias primas que son infalibles con son la razón, la conducta, el individuo como tal, el contexto o el fin y todo eso se convierte en el idioma que nos comunica con el mundo exterior y los nicaragüenses tenemos una percepción, sin duda alguna, más aguda que otros pueblos porque venimos de vuelta de muchísimos eventos que muy pocos países han vivido, pero que para nosotros siempre son más que una pauta para estar como se dice al pie del cañón y siempre alertas ante las amenazas.
¿De los eventos desprendidos de abril de 2018, que nos dejaron cifras letales, morales, espirituales y económicas tristes y dolorosas, siempre nos estamos preguntando por qué pasó, lo merecía la nación, se puede justificar, lo requería el país para expulsar del gobierno a Daniel Ortega y al sandinismo?
Los que lo hicieron intelectualmente en calidad de cabecillas de aquel fallido golpe de estado dirán que sí porque a entender de estos en Nicaragua había y hay una “dictadura” que tiene que sacarse a sangre y fuego porque según el guion que les pusieron a leer no había otra más que derramar la sangre inocente porque electoralmente y cívicamente era imposible porque ni estuvieron ni estarán nunca preparados para ello.
Yo siempre digo que la Nicaragua que hoy tenemos es muy diferente y no es mejor que la que vivíamos antes de abril de 2018.
Para entonces todos los planetas se habían alineado de tal forma que hasta lo imposible nos salía a pedir de bocas. Por ejemplo el gran capital, enemigo natural de los procesos identificados con los más desposeídos cogobernó tanto con Daniel Ortega y el FSLN que la relación se constitucionalizó al extremo que la lucha de clases entre el rico y el pobre había desaparecido y todo marchaba de maravilla y los empresarios nunca hicieron tanto como en esos 11 años explayados entre el 2007 y el 2018 y de la misma manera la Conferencia Episcopal de Nicaragua mostraba grandes sonrisas porque decía que ahora sí la opción preferencial por los pobres se palpaba y los universitarios felices porque recibían más del 6% y todo aquel que lo quisiera se movilizaba, se expresaba, se organizaba y vivía una libertad plena donde solo pocos y además soberanos desconocidos afirmaban que aquí las cosas andaban mal.
Pero cómo podríamos estar mal si los negocios crecían, si los empresarios encontraban facilidades en el gobierno que les garantizaba el éxito, si los trabajadores se daban el lujo de renunciar a una plaza para buscar otra mucho más remunerada, además que dos veces al año gozaban de una actualización salarial y todo eso era parte de una realidad que los organismos financieros internacionales reconocían tanto que ubicaban a Nicaragua como una de las tres naciones con crecimiento económico sostenido de américa latina.
Pero además ni antes ni ahora ni el ejército ni la policía se lanzó contra el pueblo, aunque sí contra el narcotráfico y la delincuencia y eso condujo a que nuestro país llegara a ser considerado como el más seguro del continente lo que generó condiciones para que los capitales de inversión externa e interna hicieran crecer un turismo que recomendado por agencias y revistas de renombre engrandecían Nicaragua y sus esfuerzos por salir adelante y lavar una historia caracterizada por conflictos fratricidas que nos empobrecieron y que empezaban a quedar atrás por la política de reconciliación y unidad nacional diseñada y ejecutada por el Presidente Daniel Ortega, la vicepresidenta Rosario Murillo y el Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Dicho lo anterior, a propósito del tema de la percepción que del país de ayer y de hoy tenemos la mayoría de los nicaragüenses, lo que se nos viene a la mente es que los actos terroristas de abril de 2018 y los que insisten en seguir consumando bajo la sangrienta modalidad de los crímenes de odio, nunca fueron por la patria, pero sí por la plata lo que los hizo, los hace y lo serán siempre como tristes, vulgares y ordinarios mercenarios y asesinos del país.
La mazorca oposicionista, independientemente que sigla sea, se está desgranando y lo que queda es un elote solo que al final ni para rascarse servirá a quienes ya emprendieron la huida porque lo que observamos es que cada vez son más los que dicen renuncio, me voy, me aparto, eso no sirve, eso no existe, nunca funcionó, no representan a nadie, hieden a muertos, son dictadores, no piensan por ellos mismos, no hay propuestas, estamos divididos, no nos toman en cuenta o cualquier cosa que pinte lo que son; Miserias Humanas.
Nada de lo que hicieron fue por la patria, pero sí por plata. La acera del oposicionismo es solo para oportunistas que se dieron a hacer como “líderes” en la Paz Centro, como si se tratara de ollas de barro y cuando se empezaron a quebrar y el dinero comenzó a faltar y cuando solo los gamalotes intelectuales del criminal y fallido golpe de estado lo comenzaron a cobrar, entonces uno a uno comenzaron a salir de la letrina aunque por supuesto hediondos y llenos de caca, tufo que ni el Cristian Dior, ni el Paco Raban, ni el Roget de Gallet, les puede quitar porque a la cuadra se perciben como criminales, como terroristas que a cambio del dólar maldito del Tío Sam intentaron destruir al país, pero fueron tan incapaces que ni eso pudieron a pesar del poder satánico con el que evidenciaron su odio.
Que nauseas causa ver en las redes sociales la danza de cheques librados desde afuera a nombre de quienes en su demencia se ven disfrazados como candidatos, pero como candidatos del ridículo o igual verlos cobrando en los bancos de Costa Rica o recibiéndolos aquí a través de Organismos No Gubernamentales que menos mal muy pronto verán sus alas cortadas porque en el tiempo y en el espacio también siempre existirá la voluntad de decir con ñeques que hemos decidido que nunca más nos verán con cara de pendejos.
Por: Moisés Absalón Pastora.