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Israel y Emiratos Árabes Unidos firman ‎los “Acuerdos de Abraham”‎


El tratado entre Israel y Emiratos Árabes Unidos viene a trastornar la retórica sobre el ‎Medio Oriente y hace asomar una posibilidad de paz israelo-árabe.
 Se interrumpe así el ‎proceso de ocupación progresiva de territorios árabes por los colonos israelíes y ‎se establecen relaciones diplomáticas entre Israel y el actual líder del mundo árabe. ‎Si nos tomamos el trabajo de analizar, sin prejuicios, una situación donde el miedo, ‎la violencia y el odio dan lugar a injusticias evidentes, veremos que la iniciativa del ‎presidente Trump desbloquea un conflicto que ya dura 26 años. Esa iniciativa le ‎ha valido incluso ser propuesto como candidato al premio Nobel de la Paz. ‎

La situación en el Medio Oriente está bloqueada desde la época de los Acuerdos de Oslo, ‎firmados en 1993 por Yitzhak Rabin y Yasser Arafat. Los Acuerdos de Oslo se completaron, ‎también en 1994, con el Acuerdo de Jericó-Gaza, donde se reconocen algunas prerrogativas a ‎la Autoridad Palestina y los Acuerdos de Wabi Araba, que proclamaban la paz entre Israel ‎y Jordania. ‎

En aquella época, el gobierno israelí pretendía separarse definitivamente de los palestinos. ‎Para ello estaba dispuesto a crear un seudo Estado palestino, que sin embargo no tendría varios ‎de los atributos que normalmente acompañan la soberanía, principalmente no tendría ejército ‎ni finanzas independientes. El laborista israelí Yitzhak Rabin había realizado previamente ‎experimentos en ese sentido en Sudáfrica, donde Israel abogaba por el apartheid. Los israelíes ‎también habían llevado a cabo otro experimento de ese tipo con una tribu maya, en Guatemala, ‎bajo las órdenes del general Efraín Ríos Montt. ‎

Yasser Arafat aceptó los Acuerdos de Oslo para hacer fracasar el proceso de la Conferencia ‎de Madrid, en 1991. En Madrid, los presidentes de Estados Unidos, George Bush padre, y de ‎la URSS, Mijaíl Gorbatchov, habían tratado de imponer la paz a Israel a cambio de sacar ‎a Arafat de la escena internacional, con el apoyo de los dirigentes árabes. ‎

A pesar de todo lo anterior, numerosos comentaristas afirman que los Acuerdos de Oslo podían ‎haber aportado la paz.‎

En todo caso, el hecho es que, 27 años después, no ha sucedido nada positivo en cuanto a ‎limitar los sufrimientos del pueblo palestino, mientras que el Estado de Israel se ha transformado ‎poco a poco desde adentro. ‎

Israel está dividido hoy en dos bandos antagónicos, como lo demuestra la composición de ‎su actual gobierno –el único gobierno del mundo que tiene dos primeros ministros. Por un lado ‎están los partidarios del colonialismo británico, tras el “primer” primer ministro, Benyamin ‎Netanyahu; del otro lado tenemos a los partidarios de una normalización del país y de sus relaciones con sus vecinos, reunidos alrededor del “segundo” primer ministro, Benny ‎Gantz [1]. Ese sistema bicéfalo es un reflejo de la incompatibilidad de ambos ‎proyectos. Cada bando paraliza al otro y sólo el tiempo pondrá fin al trasnochado proyecto de ‎conquista del Gran Israel, desde el Nilo hasta el Éufrates.‎

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos emprendió la aplicación ‎de la estrategia Rumsfeld-Cebrowski, tendiente a adaptar las fuerzas militares estadounidenses ‎a las necesidades de una nueva forma de capitalismo basada no ya en la producción de bienes ‎y servicios sino en la ingeniería financiera. Estados Unidos inició así una «guerra sin fin» de ‎destrucción de las estructuras mismas de los Estados en todo el «Medio Oriente ampliado» ‎‎(o «Gran Medio Oriente»), sin importar que se tratara de países amigos o enemigos [2].

En dos décadas, la región se ‎convirtió en un infierno para sus habitantes. Afganistán y, sucesivamente, Irak, Libia, Siria ‎y Yemen son desde entonces escenarios de guerras presentadas como si fueran a resolverse en ‎sólo semanas pero que acaban durando indefinidamente y sin perspectivas de solución. ‎

Durante su primera campaña electoral, el hoy presidente Donald Trump prometió terminar las ‎‎«guerras sin fin» y traer los soldados estadounidenses «a casa». Con esa intención dio ‎carta blanca a su yerno y consejero especial, Jared Kushner. El hecho que el presidente Trump ‎cuente en su país con el apoyo de los cristianos sionistas y que Jared Kushner sea judío ortodoxo ‎ha llevado a numerosos comentaristas a presentarlos como amigos de Israel. Aunque ambos ‎tienen un obvio interés electoral en ser vistos como tales, no es ese su modo de abordar lo que ‎sucede en el Medio Oriente. 

El objetivo de Trump no es defender los intereses de Israel sino ‎los intereses de los estadounidenses, sustituyendo la guerra por las relaciones comerciales, ‎según el modelo de otro presidente estadounidense, Andrew Jackson (1829-1837), quien impidió el ‎exterminio de los indios –contra quienes él mismo había luchado antes como general–, aunque ‎sólo los cherokees firmaron el acuerdo que Jackson les proponía. Hoy en día, los cherokees se ‎han convertido en el pueblo originario más importante de Estados Unidos, aun a pesar del ‎tristemente célebre episodio del «Sendero de las Lágrimas». ‎

Durante 3 años, Jared Kushner viajó por todo el Medio Oriente y comprobó personalmente cuánto ‎miedo y odio se han desarrollado en esa región. Hace 75 años que Israel viola ‎sistemáticamente todas las resoluciones de la ONU en cuya aplicación debería estar implicado y ‎prosigue su lento e inexorable proceso de apropiación de territorios árabes. 

Como negociador, ‎Jared Kushner llegó a una conclusión: el Derecho Internacional es impotente allí porque –con la notable ‎excepción de George Bush padre y Mijaíl Gorbatchov– nadie ha querido aplicarlo realmente ‎desde el plan de partición de Palestina, en 1947. Debido a la inacción de la comunidad ‎internacional, su aplicación –si llegara a tener lugar en este momento– de hecho agregaría más ‎injusticia a la actual situación de injusticia. ‎

Kushner trabajó sobre numerosas hipótesis [3], como la de la unificación del pueblo palestino alrededor de Jordania o ‎la posibilidad de vincular Gaza a Egipto. En junio de 2019, Kushner presentó proposiciones para ‎el desarrollo económico de los territorios palestinos durante una conferencia organizada en ‎Bahrein sobre «el Trato del Siglo». Más que negociar algo, se trataba de cuantificar lo que cada ‎cual podría ganar con el establecimiento de la paz. 

En definitiva, el 13 de septiembre de 2020, ‎Kushner logró que Washington obtuviera la firma de un acuerdo secreto entre Emiratos Árabes ‎Unidos e Israel. Esto se oficializó 2 días después, el 15 de septiembre, mediante una versión ‎edulcorada [4].‎


Titular en el diario emiratí “The National”: «Israel congela la anexión de ‎territorios palestinos para establecer vínculos con Emiratos Árabes Unidos». La prensa emiratí ‎no presenta los hechos de la misma manera que la prensa de Israel. A ninguna de las dos ‎partes le conviene la franqueza. ‎

Y como siempre, lo más importante de todo lo firmado es la parte secreta: Israel se ha visto obligado ‎a renunciar por escrito a sus planes de anexión –incluyendo los territorios supuestamente ‎‎«ofrecidos» por Donald Trump en el «Trato del Siglo»– y a permitir que Dubai Ports World ‎‎(sociedad conocida como DP World) sea quien maneje el puerto de Haifa, de donde los chinos ‎acaban de ser expulsados. ‎

Este acuerdo corresponde a las ideas del “segundo” primer ministro israelí, Benny Gantz, pero es ‎un desastre para el bando del “primer” primer ministro, el colonialista Benyamin Netanyahu. ‎

Como no he tenido acceso a la parte secreta de los acuerdos, ignoro si en ella se estipula ‎claramente que Israel renuncia a anexar el Golán sirio –bajo la ocupación militar israelí ‎desde 1967– y las llamadas «Granjas de Shebaa», territorio libanés igualmente ocupado ‎por Israel desde 1982. Tampoco se sabe si se prevé algún tipo de compensación por el puerto ‎de Beirut –es evidente que su posible reconstrucción sería perjudicial tanto para Israel como ‎para las inversiones de Emiratos Árabes Unidos en el puerto de Haifa. Pero el presidente libanés, ‎Michel Aoun, ya anunció públicamente un proyecto inmobiliario para la zona de lo que fue el ‎puerto de Beirut. ‎

Para dar al tratado un aspecto aceptable para todas las partes, se decidió denominarlo ‎‎«Acuerdos de Abraham», o sea con el nombre del padre común del judaísmo y del islam. ‎La paternidad de esos acuerdos se atribuye, irónicamente y para regocijo de Benny Gantz, a la ‎‎«mano tendida» (sic) de Benyamin Netanyahu –precisamente su más feroz adversario. Y, ‎finalmente, Bahrein se asoció a dichos acuerdos. ‎

Esto último busca recalcar el nuevo papel que Washington atribuye a Emiratos Árabes Unidos en la ‎región, sustituyendo a Arabia Saudita. Como ya habíamos anunciado, en lo adelante ya no es ‎Riad sino Abu Dabi quien representa los intereses de Estados Unidos en el mundo árabe [5]. Los demás Estados árabes están siendo ‎invitados a seguir el ejemplo de Bahrein. ‎

El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, utilizó los términos más duros contra la ‎‎«traición» emiratí y encontró eco tanto en quienes siguen siendo hostiles a la paz –los ayatolas ‎iraníes– como entre quienes siguen preconizando los Acuerdos de Oslo y la solución de los dos Estados –en efecto, al oficializar sus relaciones diplomáticas con Israel, Emiratos Árabes ‎Unidos, ahora como nuevo líder árabe, da la espalda a los Acuerdos de Oslo. ‎

Pero el primer lugar en materia de hipocresía queda en manos de la Unión Europea, que sigue ‎proclamándose defensora del Derecho Internacional mientras lo viola en la práctica. ‎

Si el presidente Trump es reelecto y Jared Kushner prosigue su acción, los acuerdos entre Israel ‎y Emiratos Árabes Unidos quedarán en las memorias como el momento en que israelíes ‎y árabes recuperaron el derecho a hablar entre sí, como la caída del muro de Berlín marcó el ‎instante en que los alemanes del este recuperaron la posibilidad de hablar con sus parientes ‎del oeste. Por el contrario, si Joe Biden se convierte en presidente, se mantendrá el proceso ‎israelí de conquista de territorios árabes y se reanudarán las «guerras sin fin» en toda la región. ‎

Hace mucho que Israel y Emiratos Árabes Unidos habían estabilizado sus relaciones, sin tratado ‎de paz ya que nunca estuvieron en guerra. Hace una decena de años que Emiratos Árabes ‎Unidos compra en secreto armamento israelí [6]. Con el tiempo, ambos países incrementaron ese tipo de comercio, así como sus ‎contactos en materia de intercepciones de las comunicaciones telefónicas y de vigilancia en ‎internet. Además, ya existía una embajada israelí, bajo la fachada de una delegación de Israel ‎ante un oscuro órgano de la ONU con sede en los Emiratos. ‎

Sin embargo, los «Acuerdos de Abraham» vienen a cuestionar el discurso dominante en Israel y ‎en el mundo árabe y no dejarán de tener consecuencias en las relaciones internas de toda la ‎región. ‎


[1] «La descolonización de Israel está ‎en marcha», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 de mayo de 2020.

[2] ‎«El ‎proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de ‎‎agosto de 2017.

[3] Ver «Jared Kushner reordena el Medio Oriente» y «Jared Kushner y el “derecho a la felicidad” de los palestinos», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de diciembre de 2017 y 26 de ‎junio de 2018.

[4] Ver “Abraham Accords Peace Agreement”, Voltaire Network, ‎‎15 de septiembre de 2020 y «El presidente Donald J. Trump promueve la paz y la estabilidad en Medio Oriente», Estados Unidos (Casa Blanca), Rea Voltaire, 15 ‎de septiembre de 2020.

[5] «La primera guerra de la “OTAN-MO” ‎perturba el orden regional», por Thierry ‎Meyssan, Red Voltaire, 24 de marzo de 2020.


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