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Joe Biden encuentra su análoga neoliberal en Kamala Harris


Ambos son en esencia el mismo político, siempre en el lado equivocado de la historia.

Bueno, finalmente ha sucedido. Después de meses y semanas de discusiones, críticas, reverencias y ruidos, y varios plazos incumplidos, Joe Biden ha elegido finalmente a su compañera de fórmula: la antigua fiscal y actual senadora de California, Kamala Harris.

Lo que se puede hacer es observar la senda que ha recorrido Biden para llegar a este punto como anticipo de lo que nos espera si gana las elecciones. 

El proceso de selección de la vicepresidencia ha sido especialmente caótico porque había bandos distintos y antagónicos (desde informantes de Biden, hasta activistas progresistas, funcionarios demócratas y grupos de donantes principales), compitiendo por influir, persuadir y hasta amenazar a Biden para que eligiera a su favorito.

Hubo ávidos contendientes que subieron hasta lo más alto, se reunieron en privado con Biden, aparecieron en televisión con él, recaudaron fondos para su campaña con ansias y luego, de repente, cayeron en desgracia. 

En algunas ocasiones aplastó cruelmente sus esperanzas en directos de televisión y en otras ocasiones se hundieron bajo una tormenta de filtraciones que pretendían debilitarlos. En última instancia, con todo este caótico proceso, Biden terminó saltándose al menos tres de sus plazos autoimpuestos.

Biden es conocido desde hace tiempo por su falta de disciplina y por su indecisión

Sin embargo, esto dista mucho de ser algo exclusivo de la búsqueda de vicepresidente. Biden es conocido desde hace tiempo por su falta de disciplina y por su indecisión, algo que ha trasladado a la actual campaña, hasta el punto de casi haberse saboteado a sí mismo antes de empezar, por un comienzo atrasado que le hizo perderse los principales fichajes. 

Hasta el Times tuvo dificultades para encontrar los eufemismos que le permitieran adornar esas carencias, a las que se refirió como “procesos de decisión no lineares” y “costumbre de extender los plazos de tal forma que algunos demócratas se muestran ansiosos y molestos”.

O lo que es lo mismo, Biden dirigió una campaña que puede describirse de forma generosa como relajada, en la que su eventual resurgimiento y victoria en las primarias se debió casi en exclusiva a una coalición de medios centristas y al trabajo y sacrificio de los demócratas para arrastrarlo hasta la meta, incluso a pesar de él. 

No obstante, aunque no es seguro aún que este proceso caracterice la presidencia de Biden, ya hemos sido testigos de cómo la lucha entre las diferentes facciones del partido ha tenido como resultado que elija a Harris como vicepresidenta.

El posible ascenso de Harris a la Casa Blanca consolida lo que la nominación de Biden ya representaba: la derrota, al menos de forma temporal, de la izquierda del partido demócrata a manos de la facción corporativa del partido, y la fijación de sus élites por seguir adelante con la política superficial y corporativa de la era Obama, que se basa ante todo en rebajar las expectativas de la gente común y corriente.

De hecho, una de las razones de que fuera tan difícil imaginar que otra persona, aparte de Harris, fuera quien acabara liderando la lista es que ella encarna a la perfección al partido demócrata moderno, lo que también significa que casi todo lo que se va a escuchar sobre ella a partir de ahora no tiene nada que ver con quién es en realidad.

Incluso en un partido que hizo suyo el estilo de políticas inflexibles con la delincuencia como las que promovieron Biden y Clinton, Harris destaca por su crueldad

Harris está lejos de ser la “fiscal progresista” por la que lleva haciéndose pasar desde que presentó su candidatura en 2019, su historial no guarda ninguna similitud con otras personas que sí podrían ajustarse a esa descripción, como por ejemplo Larry Krasner o Keith Ellison. 

Incluso en un partido que hizo suyo el estilo de políticas inflexibles con la delincuencia como las que promovieron Biden y Clinton, Harris destaca por su crueldad: luchó por mantener a gente inocente en la cárcel, bloqueó las indemnizaciones a personas injustamente condenadas, defendió que los delincuentes no violentos permanecieran en la cárcel y siguieran trabajando como mano de obra barata, ocultó pruebas que podrían haber liberado a numerosos detenidos, intentó desestimar una demanda para terminar con el régimen de aislamiento en California y negó la operación de reasignación de género a presos transexuales. 

Un informe reciente detallaba cómo casi se la acusa de cometer desacato al tribunal por resistirse a una orden judicial que decretaba la liberación de presos no violentos, y que un profesor de derecho comparó con la resistencia del sur de EE.UU. a las leyes desegregadoras de los años 50.

A Harris le encanta reírse. 

Harris desternillándose como un malvado de dibujos animados al hablar de procesar a los padres por las ausencias repetidas de los niños en edad escolar es posiblemente una de las cosas más escalofriantes que se pueden ver en política. 

¿Otras cosas que le hayan hecho gracia a Harris?

 La idea de construir escuelas en lugar de cárceles y la noción de legalizar la marihuana. Cinco años después volvió a reírse, en esa ocasión cuando se estaba postulando para presidenta y recordó con cariño sus días de fumar porros para embelesar a una audiencia más bien joven. Supergracioso fue también que su oficina hubiera condenado a casi 2.000 personas por delitos relacionados con la marihuana cuando trabajaba como fiscal de distrito en San Francisco.

La falta de sensibilidad que Harris muestra hacia los pobres e indefensos solo es comparable a la simpatía que siente por los ricos y poderosos. Lo más destacado fue cuando Harris desestimó la recomendación de su propia oficina para procesar al banco de rapiña del actual secretario de Hacienda, Steve Mnuchin (que más tarde hizo una donación a su campaña para el Senado), y luego supuestamente intentó ocultar su pasividad.

A pesar del estatus de California como el epicentro de las estafas de ejecución hipotecaria, la Fuerza de Ataque contra el Fraude Hipotecario de Harris procesó menos casos de estafas de consultores en ejecuciones hipotecarias que muchos otros fiscales de distrito de otros condados. En lugar de utilizar su despacho para frenar el crecimiento de los monopolios tecnológicos, algunos correos a los que tuvo acceso hace poco el Huffington Post muestran cómo les hacía la corte, a cambio de lo que recibió un considerable apoyo financiero de Silicon Valley.

Hace poco se ha decretado como inapropiado hablar de su ambición, aunque la verdad es que a Harris, al igual que a Biden, a Obama y, tristemente, a la mayoría de los políticos, le motiva por encima de todo su propia trayectoria profesional.

 Solo hay que ver estos vídeos de una Harris con 44 años explicando en agosto de 2008 (cuando la pobreza, la guerra y una crisis inmobiliaria en ciernes atenazaba a EE.UU. y a su estado en particular) qué es lo que cambiaría después de ocho años de una presidencia con ella a la cabeza: que “estaríamos dispuestos a abrazar la idea de que realmente poseemos una increíble cantera de talentos”, que Estados Unidos tendría “una población de gente que estaría informada no solo sobre su gran historia, sino también sobre historia internacional” y que “decidiríamos con orgullo que todos somos, como estadounidenses, patriotas”, que llevarían, todos, banderas en las solapas.

O lo que es lo mismo, que no tenía ni idea.

Por ese motivo, si Harris no es en realidad una progresista con ambiciosos compromisos políticos, ¿qué aporta realmente a la candidatura? Los medios alineados con el partido demócrata han mencionado su ascendencia mixta, india y jamaicana, porque confían que estimulará a los votantes de color en noviembre, y su inflexibilidad y agresividad, que anticipan que desplegará contra Trump y, sobre todo, contra el vicepresidente Mike Pence en su eventual debate.

Tras abandonar la carrera presidencial, casi todos los expertos declararon su sorpresa por el fracaso de Harris a la hora de conseguir el apoyo de los votantes negros

Pero es difícil compatibilizar esas dos cosas con la realidad. En contra de lo que afirma el extraño mundo de los consultores y medios liberales, la población afroamericana y latina no vota a quien sea solo porque comparte su color de piel o sus raíces nacionales. 

Tras abandonar la carrera presidencial, casi todos los expertos declararon su sorpresa por el fracaso de Harris a la hora de conseguir el apoyo de los votantes negros; apenas si consiguió inscribirse en su propio estado cuando terminó todo. 

Al final se retiró de la carrera antes de que se celebrara ninguna primaria y se ahorró el bochorno de dar un espectáculo en Iowa –y los siguientes estados– como el que dio Biden en las primarias de 2008.

En lo que respecta al segundo elemento, la débil actuación de Harris en las encuestas vino acompañada de una vacilante campaña en la que se vio a la antigua fiscal decepcionar en los debates y alejarse de sus propias posturas.

 Tras copatrocinar en 2017 el proyecto Medicare for All de Bernie Sanders, se unió a este para ser uno de los dos únicos candidatos demócratas que defendieron en un debate, que se celebró junio de 2019, la abolición de los seguros privados de salud, antes de dar rápidamente marcha atrás el día después y decir que no había entendido bien la pregunta.

Luego presentó su propio plan de salud nacional que ampliaba el papel de los seguros privados en la sanidad y añadía un absurdo período de transición de diez años, o dos mandatos presidenciales y medio.

Otro tanto sucedió en el momento más memorable de Harris en un debate: atacar a su actual compañero de ticket por el papel protagonista que tuvo en el movimiento racista antibusing [el transporte de desegregación es la práctica de asignar y transportar estudiantes a escuelas dentro o fuera de sus distritos escolares locales en un esfuerzo por reducir la segregación racial]. 

Por algún motivo, la campaña de Harris ya tenía listas para vender las camisetas que conmemoraban el momento a las pocas horas de que acabara el debate, pero Harris no tardó en aclarar que ella también había defendido la misma postura sobre el busing que la que acababa de reprochar a Biden. 

Más tarde, Harris se quedó sin palabras cuando Tulsi Gabbard la criticó en un debate por su historial como fiscal. Para finalizar, su intento de desafiar a Elizabeth Warren para que exigiera a Twitter que prohibiera la cuenta de Trump quedó en agua de borrajas.

Cada vez está más claro que los planes de Biden son conformar un gobierno que será muy parecido al de Obama, si no más conservador

Pero no, el valor real de Harris para Biden es triple. Por una parte está su popularidad entre la clase donante, pues consiguió embolsarse cantidades enormes de dinero para su campaña procedentes no solo de las grandes tecnológicas, sino también de Wall Street, los seguros privados y las farmacéuticas, además de varios multimillonarios. Poco después de que Biden la eligiera, aparecieron algunos ejecutivos de Wall Street en la cadena CNBC y alabaron la sabiduría de la decisión, en particular porque demostraba que Biden no se estaba desplazando hacia la izquierda, como se había repetido en numerosas ocasiones.

Esto nos lleva al segundo elemento. Cada vez está más claro que los planes de Biden son conformar un gobierno que será muy parecido al de Obama, si no más conservador, aunque tenga al frente un abanderado menos popular y menos inspirador.

 Mientras que el propio Biden carece del carisma y la base popular necesarios para convertirse en el cuidador eficaz de un sistema disfuncional que se está desmoronando, ese sí es un papel que Harris (que cuenta con una fanática cohorte de seguidores y los atributos para hacer historia que le faltan a la candidatura de Biden) puede hábilmente protagonizar, mejor de lo que podría haberlo hecho una relativamente desconocida Karen Bass, o alguien con menor carisma y sin base popular como Susan Rice.

Con la campaña de Biden, que se está centrando en dejar ver y oír lo menos posible del disminuido candidato, podemos esperar que la mayor parte de la atención y la propaganda se consagre a promover a Harris. Lo que también podemos esperar es ver a Harris defendiendo cualquier medida reaccionaria que el presidente Biden no pueda justificar por sí solo.

Puede que Harris posea el carisma de Obama para movilizar a la base del partido y para venderles un programa político conservador, al igual que lo hizo el antiguo presidente. Pero eso también acarrea sus riesgos: seguiría siendo la presidencia de Biden y ella podría verse arrastrada por el peso de cualquier tipo de medida impopular que decida implementar el presidente.

Aunque por otro lado, ella estaría preparada para liderar el partido una vez que Biden desapareciera de escena, y conseguiría así neutralizar cualquier futura victoria del ala izquierda del Partido Demócrata y mantendría, tanto a la formación como a Washington, en manos de la élite corporativa.

Por último, Harris cumple el deseo de Biden de encontrar una vicepresidenta que esté en su misma sintonía. Si dejamos de lado las diferencias superficiales, Biden y Harris son en esencia el mismo político. 

Los dos han estado permanentemente en el lado equivocado de la historia; los dos persiguieron objetivos crueles y de derechas durante la mayor parte de sus vidas con el fin de avanzar en sus carreras profesionales; y los dos tienen la costumbre de tergiversar sus creencias e historiales. Es lo más apropiado: al fin y al cabo, Biden es uno de los creadores de la vieja escuela que dio pie a la política demócrata de favorecer a las corporaciones que Harris ha promovido durante toda su carrera.

Puede resultar absurdo o paradójico, pero mientras en Estados Unidos se vive un malestar social sin parangón, como consecuencia de la brutal represión policial, y mientras sus habitantes claman contra la histórica desigualdad económica y la dominación corporativa, el Partido Demócrata ha elegido como avatares a uno de los principales arquitectos de ese sistema y a una de sus soldados más entusiastas.

No obstante, tanto Harris como Biden, aunque este en menor medida, han demostrado una limitada, pero prometedora, propensión hacia los gestos de izquierda cuando se encuentran bajo presión. 

Las actuales condiciones sin precedentes, junto con el aún pequeño, pero creciente, poder de la izquierda en EE.UU., significan que los próximos cuatro años no están necesariamente condenados a ser una repetición de los años de Obama.

Veremos si eso marca la diferencia entre llevar a cabo el cambio sistémico que hace falta para evitar el desastre o realizar un mero “programa de condonación de la deuda estudiantil para los receptores de la beca Pell que funden una empresa que tenga sus actividades durante tres años en alguna comunidad desfavorecida”.

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Branko Marcetic es redactor de Jacobin y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden [El hombre de ayer: La causa contra Joe Biden]. Reside en Toronto, Canadá.

Este artículo fue publicado originalmente en Jacobin.

Traducción de Álvaro San José.


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