En esta representación de la batalla de Poitiers, que tuvo lugar en el siglo VIII, los musulmanes son presentados como bárbaros lascivos y violentos.
Tratándose de relaciones internacionales, muchas cosas parecen ser tan evidentes que no hay necesidad de recordarlas. Pero siempre es mejor decirlas. En la primera parte de este trabajo, el autor aborda ese sentimiento de superioridad que todos albergamos y nuestros prejuicios inconscientes sobre la “maldad” de nuestros interlocutores. En la segunda parte abordará el caso específico del Medio Oriente.
Todos somos humanos, aunque seamos diferentes
Es posible viajar a algún país lejano y limitarse visitar sus hoteles y sus playas. Y está bien que queramos broncearnos pero, en el plano humano, limitarse a eso es dejar pasar una oportunidad.
Cualquier país que visitemos estará poblado de personas iguales a nosotros, cuyo aspecto puede ser o no diferente al nuestro, pero con quienes pudiéramos establecer algún tipo de contacto. Si lo hiciésemos seguramente llegaríamos a establecer lazos de amistad con algunas de esas personas.
Generalmente, todo viajero trata de disponer de medios más importantes que los de la gente de los países que visita. Y es algo lógico porque el viajero quiere estar en situación de poder enfrentar cualquier problema que se presente durante su viaje.
Sin embargo, desde esa situación confortable, ¿se lanzará el viajero hacia lo desconocido y tratará de relacionarse realmente con las personas del país? Y, si llegara a hacerlo, ¿le hablarían esas personas libremente, confiarían sus logros, sus sueños y angustias a un rico viajero?
Lo mismo sucede con las relaciones internacionales. Siempre es muy difícil llegar a saber lo que realmente sucede en el exterior y entenderlo.
En las relaciones internacionales participan actores diferentes que están alejados de nosotros. Son hombres y mujeres cuyos traumas y han ambiciones no conocemos y que tenemos que compartir antes de llegar a comprenderlos.
Lo que es importante para esos actores puede no serlo a nuestros ojos. Pero es muy probable que ellos tengan razones para concederle importancia, razones que nosotros tendremos que descubrir si aspiramos a avanzar junto a ellos.
Cada uno de nosotros tiende a creer que sus propios valores son cualitativamente superiores a los valores de los demás… hasta que entiende por qué “el otro” piensa diferente. Los griegos veían a los extranjeros como “bárbaros” y todos los pueblos, independientemente de su nivel de educación, tienden a creer lo mismo. Ni siquiera es una forma de racismo sino simple ignorancia.
Lo anterior no quiere decir que todas las culturas y civilizaciones sean iguales entre sí y que uno quiera o pueda vivir en cualquier lugar. Hay lugares donde la gente tiene la mirada turbia y otros donde las miradas son luminosas.
El desarrollo de los medios de transporte nos ha dado la posibilidad de poder viajar a cualquier parte en muy poco tiempo.
En cuestión de horas podemos proyectarnos hacia un mundo totalmente diferente y vernos sumergidos en él, pero seguimos pensando y actuando como lo hacíamos en casa.
En el mejor de los casos, quizás hayamos leído algo sobre esos “extranjeros” antes de irnos a su mundo, pero antes de tenerlos frente a nosotros no podremos saber si lo que leímos es cierto o si el autor no percibió las cosas realmente importantes.
Pero tampoco es absolutamente necesario viajar a un país para entender a sus habitantes. Ellos también pueden viajar. En ese caso, tenemos que tener cuidado en no equivocarnos de interlocutor porque los hijos que dicen haber tenido que huir de sus padres y los critican fuertemente, a menudo tienen más de mentirosos que de héroes.
Y no son obligatoriamente malas personas sino que se esfuerzan por decirnos lo que ellos creen que nosotros queremos oír y hasta puede suceder que, cuando ya los conocemos mejor, acaben modificando su versión inicial.
En todo caso, siempre tenemos que ser extremadamente cuidadosos con lo que dicen los “exiliados” políticos –no podemos creer que el iraquí Ahmed Chalabi en Londres será igual que el francés Charles De Gaulle que se exilió en la capital británica.
De Gaulle disponía de un verdadero respaldo popular mientras que Ahmed Chalabi llegó a Londres huyendo de Irak… perseguido como estafador, y mentía en todo. Charles De Gaulle liberó Francia de la ocupación nazi pero Chalabi abrió las puertas de su país a la invasión extranjera.
Además, la gente cambia con la edad. Los pueblos también, pero más lentamente. Las características de un pueblo se forman a lo largo de siglos y hay que estudiar su historia profundamente para llegar a entenderlo, incluso aunque ese pueblo ignore su propio pasado, como los pueblos musulmanes que ven erróneamente las épocas anteriores a la aparición de su religión como “tiempos oscuros”.
Tenemos que saber que es imposible entender a un pueblo sin conocer su historia, no sus últimos 10 años, sino a lo largo de milenios.
Hay que ser muy arrogante para creerse capaz de entender una guerra yendo al teatro de operaciones sin haber estudiado profundamente la historia y las motivaciones de los protagonistas.
Lo que permite conocer a la gente es también eficaz para dominarla. Es por eso que los británicos formaron sus espías más célebres y sus diplomáticos en el British Museum.
Los «malos»
Lo que no entendemos a menudo nos da miedo.
Cuando una élite o una sola persona ejerce algún tipo de autoridad, dominio o incluso opresión sobre un grupo humano, sus pares, sólo puede hacerlo con alguna forma de asentimiento de estos.
Eso puede verse en las sectas. Si se quiere ayudar a los oprimidos, la solución no es adoptar sanciones que los afectarán a ellos mismos o tratar de eliminar a su jefe sino más bien refrescar la visión que tienen de las cosas, ayudarlos a tomar conciencia de que pueden vivir de otra manera.
Los grupos sectarios representan sólo un peligro relativo para el resto del mundo ya que se niegan a comunicar con ese mundo. Son peligrosos sobre todo para sus propios miembros porque pueden llevarlos a autodestruirse.
No hay dictadura que pueda imponerse a la voluntad de la mayoría, es simplemente imposible.
Ese es precisamente el origen del sistema democrático: la aprobación de los dirigentes por parte de una mayoría previene toda forma de dictadura.
En toda mi vida, el único régimen que oprimía a la mayoría de su población fue la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov. Pero este dirigente no tenía nada que ver con esa dominación y acabó disolviéndola él mismo.
Ese es el principio que Estados Unidos ha venido aplicando para organizar las «revoluciones de colores»: ningún régimen puede sobrevivir si la gente se niega a obedecerlo, se derrumba instantáneamente.
Así que basta con manipular a las multitudes durante un corto espacio de tiempo para provocar un «cambio de régimen». Por supuesto, es imposible predecir qué pasará después, cuando la gente despierte y vea que ha sido manipulada. Esas supuestas revoluciones duran sólo algunos días, no tienen nada que ver con un verdadero cambio social, algo que exige años, o al menos una generación.
Pero siempre es muy fácil describir un país lejano como una dictadura abominable para justificar una supuesta necesidad de acudir en ayuda de la población “oprimida”.
Aunque todos los hombres son razonables, también pueden dejarse arrastrar por la locura cuando dejan de lado la Razón en nombre de alguna ideología o de una religión.
Es algo que no tiene nada que ver con el proyecto específico de la ideología ni con la fe de la religión. Los nazis pretendían construir un mundo mejor que el mundo del Tratado de Versalles, pero no tenían conciencia de sus propios crímenes.
Así que los nazis desaparecieron y el mundo sólo retuvo de ellos cosas como los vehículos Volkswagen y la conquista del espacio –iniciada por Estados Unidos gracias a la colaboración del científico nazi Wernher von Braun.
Los islamistas (y no me refiero a los fieles de la religión musulmana sino a los militantes del movimiento político) creen ser servidores de la voluntad divina pero no tienen conciencia de sus crímenes y acabarán por desaparecer sin llegar a lograr algo.
La ceguera es un elemento común en nazis e islamistas y ambos grupos fueron fácilmente manipulados: los nazis fueron utilizados contra los soviéticos y los islamistas han sido utilizados por los británicos contra los movimientos independentistas.
Todas las religiones están expuestas al peligro de ser manipuladas, sin importar la naturaleza de su mensaje.
En la India, el yogui Adityanath –vinculado al actual primer ministro Narendra Modi– exhortó la multitud a destruir la mezquita de Ayodhya, en 1992, y 10 años después sus seguidores masacraron a los musulmanes del Estado indio de Gujarat, acusándolos de haber querido vengarse.
En Myanmar, el monje budista Ashin Wirathu –quien no tiene ningún vínculo con el ejército birmano y mucho menos con la líder Aung San Suu Kyi– predica que hay que matar a los musulmanes.
La violencia humana no tiene límites cuando dejamos de lado la Razón. Quienes ponen en práctica esa violencia hacen de ello una especie de arte, se dotan de un estilo y conciben el crimen de forma espectacular. La crueldad en grupo no es un placer sádico solitario sino un ritual colectivo cuya finalidad es lograr que el espanto paralice a todos y los obligue a aceptar la sumisión.
El Emirato Islámico –también llamado Estado Islámico, ISIS o Daesh– creaba toda una escenografía del crimen y lo filmaba, sin vacilar en recurrir al uso de efectos especiales para acentuar el espanto.
Es poco probable que los nazis hayan tenido inicialmente la intención de matar prisioneros por millones.
Más bien pretendían explotarlos como fuerza de trabajo, sin preocuparse por sus vidas, y por eso perpetraron sus crímenes en secreto, haciendo desaparecer a sus víctimas en la noche y la niebla [1].
Por el contrario, durante la guerra civil rusa contra los ejércitos blancos, los bolcheviques decidieron acabar con las clases sociales favorables al zarismo. Pero aquella decisión no tenía nada que ver con su ideología sino con la naturaleza de la guerra civil, así que se limitaban al fusilamiento.
Habiendo abordado ya el tema de la igualdad entre los seres humanos y las diferencias entre las culturas, y luego de habernos recordado nuestra tendencia a desconfiar de aquellos a quienes no conocemos, el autor aborda ahora 4 elementos fundamentales a tener en cuenta en el Medio Oriente: el origen colonial de los Estados; el hecho que sus pueblos se han visto obligados a esconder a sus verdaderos líderes; el sentido del tiempo; y el uso político de la religión.
Una región histórica, víctima de una división artificial
Al contrario de todo lo que se da por sentado o por conocido, nadie sabe exactamente qué son el Levante, el Oriente Próximo o el Medio Oriente. La significación de esas denominaciones ha cambiado en función de diferentes épocas y situaciones políticas.
Sin embargo, los países que hoy conocemos como Egipto, Israel, el Estado de Palestina, Jordania, Líbano, Siria, Irak, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Yemen y otras monarquías del Golfo tienen varios milenios de historia común.
Pero su división política es reciente ya que data de la Primera Guerra Mundial y se debe a los acuerdos secretos negociados, en 1916, entre Mark Sykes (representante del Imperio Británico), Francois Georges-Picot (representante del Imperio Francés) y Serguei Sazonov (representante del Imperio Ruso).
El proyecto de tratado negociado entre estos tres diplomáticos había fijado la repartición del mundo entre las tres grandes potencias de aquella época con vista a la postguerra.
Debido al derrocamiento del zar ruso y al hecho que la guerra no se desarrolló conforma a lo previsto, aquel proyecto de tratado se aplicó sólo al Medio Oriente y a través de los británicos y los franceses, bajo la denominación de «Acuerdos Sykes-Picot» y su contenido fue revelado posteriormente por los bolcheviques, quienes se opusieron a lo pactado por los zaristas, principalmente cuestionando el Tratado de Sevres (1920) y ayudando a su aliado turco, Mustafá Kemal Ataturk.
Como resultado de todo lo anterior, los habitantes de esta parte del mundo constituyen una sola población que se compone a su vez de una multitud de pueblos diferentes entre sí, con presencia en casi toda la región y muy mezclados entre sí.
Cada conflicto actual es la continuación de batallas del pasado y es imposible entender los acontecimientos actuales si no conocemos los episodios anteriores.
Por ejemplo, los libaneses y los sirios de la costa mediterránea son descendientes de los fenicios, que dominaron el comercio en el Mediterráneo de la Antigüedad y acabaron siendo superados por los pobladores de Tiro (en el actual Líbano), quienes crearon la mayor potencia de su época, Cartago (en el actual Túnez). Cartago fue arrasada por Roma (en la Italia actual) y el general Aníbal Barca se refugió en Tiro (Líbano) y en Bitinia (Turquía).
Aunque no se tenga conciencia de ello, el conflicto entre la gigantesca coalición (autoproclamada) de los llamados «Amigos de Siria» y la actual República Árabe Siria es la continuación de la destrucción de Cartago por Roma y el conflicto de los mismos supuestos «Amigos de Siria» y el jefe de la resistencia libanesa Hassan Nasrallah es la continuación de la persecución de Aníbal por parte de los romanos después de la caída de Cartago.
De hecho, es absurdo limitarse a una lectura de los acontecimientos entre los Estados actuales sin conocer los diferendos entre los Estados del pasado o ignorándolos deliberadamente.
Otro hecho interesante es que, al crear el ejército yihadista conocido como Emirato Islámico o Daesh, Estados Unidos amplificó la revuelta contra el orden colonial franco-británico, o sea contra los Acuerdos Sykes-Picot. El llamado «Estado Islámico en Irak y el Levante» afirma querer ni más ni menos que descolonizar la región. Antes de tratar de distinguir entre la verdad y la propaganda hay que aceptar entender cómo perciben los acontecimientos las poblaciones que los viven.
Guerra perpetua
Desde el “inicio” de la Historia, esta parte del mundo ha sido teatro de guerras e invasiones, ha dado nacimiento a civilizaciones sublimes y ha sido también escenario de numerosísimas masacres de las que han sido víctimas casi todos los pueblos de la región en diferentes momentos históricos. En tal contexto, sobrevivir es la preocupación número uno de cada grupo humano.
Es por eso que los únicos acuerdos de paz que pueden resultar duraderos son aquellos que tienen en cuentan sus consecuencias para los demás grupos humanos.
Por ejemplo, en 72 años ha resultado imposible llegar a un acuerdo entre los colonos europeos que pueblan el actual Israel y los palestinos precisamente porque no se tienen en cuenta las consecuencias de tales acuerdos para los demás actores regionales.
El único intento de alcanzar la paz que llegó a reunir a todos los protagonistas fue la conferencia de Madrid, convocada en 1991 por Estados Unidos (George Bush padre) y la URSS (Mijaíl Gorbatchov). Aquel encuentro pudo haber arrojado resultados concretos, pero la delegación de Israel seguía aferrada al proyecto colonial británico.
En medio de su historia de conflictos, los pueblos del Medio Oriente aprendieron a protegerse ocultando a sus verdaderos jefes.
Por ejemplo, en 2012, cuando los servicios secretos de Francia sacaron de Siria al «primer ministro» Riad Hijab, en París creyeron haber logrado el concurso de un “pez gordo” para acabar con la República.
Sin embargo, en el sentido estrictamente constitucional, Riad Hijab no era propiamente un «primer ministro» sino sólo el «presidente del consejo de ministros» de Siria, algo así como el jefe de gabinete o “jefe de equipo” de la Casa Blanca estadounidense, no más que un alto funcionario encargado de organizar las reuniones del gobierno… o sea no era un político.
La deserción de ese personaje no tuvo ninguna consecuencia. Aún hoy, los dirigentes occidentales siguen preguntándose quiénes son las personalidades realmente importantes alrededor del presidente sirio Bachar al-Assad.
Esa forma de organización de la dirección del Estado, indispensable para la supervivencia del país, es ciertamente incompatible con un régimen democrático pero las grandes opciones no deben discutirse en público. Es por eso que los Estados del Medio Oriente se presentan como Republicas o monarquías absolutistas. El presidente o el emir encarnan la Nación.
En el caso de las Repúblicas, el presidente es personalmente responsable ante el sufragio universal.
Los grandes carteles con la efigie del presidente sirio Bachar al-Assad no tiene absolutamente nada que ver con el culto a la personalidad que puede observarse en ciertos regímenes autoritarios, sólo ilustran la importancia del cargo que ocupa.
Todo lo que dura es lento
Los occidentales están acostumbrados a anunciar lo que quieren hacer. Por el contrario, los orientales enuncian sus objetivos pero disimulan la manera como esperan alcanzarlos.
Acondicionados por los canales de televisión que transmiten noticias durante todo el día, los occidentales creen que toda acción tiene un efecto inmediato. Piensan que es posible declarar guerras de un día para otro y “resolver” así las situaciones que les desagradan.
Los orientales saben, por el contrario, que las guerras se planifican con al menos una década de antelación y que los únicos cambios duraderos son cambios de mentalidad… que exigen una o varias generaciones.
Teniendo en cuenta lo anterior, es evidente que las llamadas «primaveras árabes» de 2011 no son explosiones espontaneas de cólera para derrocar dictaduras.
Fueron la aplicación de un plan cuidadosamente elaborado por la diplomacia británica en 2004, y que fue revelado en aquel momento por alguien cuyas advertencias no fueron escuchadas.
Fue un plan concebido siguiendo el esquema de la «Gran Revuelta Árabe» de 1916-1918. En aquella época, los árabes estaban convencidos de que se trataba de una iniciativa del cherif de La Meca, Hussein ben Alí, contra la ocupación otomana.
En realidad era una maquinación británica, que Lawrence de Arabia se encargó de concretar, para apoderarse de los pozos petroleros de la península arábiga y poner en el poder a la secta de los wahabitas.
Los árabes nunca lograron la libertad que creyeron poder alcanzar con aquella revuelta, que sólo reemplazó el yugo otomano por el yugo británico.
Exactamente de la misma manera, las «primaveras árabes» no tenían como objetivo ninguna forma de liberación sino sólo el derrocamiento de gobiernos que serían sustituidos por la Hermandad Musulmana –la cofradía política secreta organizada según el modelo de la Gran Logia Unidad de Inglaterra–, cofradía que asumiría el poder en toda la region.
La religión es simultáneamente lo peor y lo mejor
La religión no es solamente un intento de vincular al hombre con lo trascendente. Es también una forma de identidad. Las religiones producen hombres ejemplares y estructuran sociedades.
En el Medio Oriente, cada grupo humano se identifica con una religión. Es una región donde existe una increíble cantidad de sectas y donde la creación de una religión es a menudo una decisión política.
Por ejemplo, los primeros discípulos de Cristo eran judíos en Jerusalén, pero los primeros cristianos –o sea los primeros discípulos de Cristo que dejaron de considerarse judíos– estaban en Damasco (en la actual Siria) congregados alrededor de San Pablo (Pablo de Tarso).
Idénticamente, los primeros discípulos de Mahoma estaban en Arabia, incluso eran considerados cristianos que habían adoptado un rito beduino particular. Pero los primeros discípulos de Mahoma que se diferenciaron de los cristianos y se proclamaron musulmanes estaban en Damasco (actual Siria), alrededor de los califas omeyas.
Posteriormente, los musulmanes se divieron en chiitas y sunnitas según la manera en que siguieron el ejemplo de Mahoma y su enseñanza. Pero Irán se hizo chiita sólo porque un emperador safávida decidió que los persas tenían que diferenciarse de los turcos (sunnitas). Por supuesto, hoy en día cada religión o denominación religiosa ignora ese aspecto de su historia.
Ciertos Estados actuales, como Líbano e Irak, se basan en la repartición de los cargos en cuotas que se atribuyen a cada denominación religiosa. En Líbano, con el peor de los sistemas, esas cuotas se aplican no sólo a las más altas funciones del Estado sino incluso a los funcionarios públicos de todos los niveles, desde la cúpula hasta los funcionarios de más bajo nivel. Y los jefes religiosos son más importantes que los jefes políticos.
Eso tiene como consecuencia que cada comunidad religiosa se pone bajo la protección de una potencia extranjera: los chiitas bajo la protección de Irán, los sunnitas bajo la de Arabia Saudita –y quizás proximamento bajo la protección de Turquía–, y los cristianos buscan la protección de las potencias occidentales. De hecho, cada comunidad religiosa libanesa trata de protegerse de las demás como puede.
Otros Estados de la región, como Siria, están basados en la idea de que sólo la unión de todas las comunidades permite la defensa de la Nación, sin importar quién sea el agresor e independientemente de los vínculos que ese agresor pueda tener con alguna de las comunidades.
La religión es una cuestión de orden privado. Cada cual es responsable de la seguridad de todos.
La población del Medio Oriente está dividida entre laicos y religiosos. Pero las palabras tienen aquí un sentido particular. No se trata de creer o no en dios sino de poner la religión en el ámbito de la vida pública o mantenerla en el marco de la vida privada.
Generalmente, ver la religión como algo privado resulta más fácil para los cristianos que para judíos y musulmanes ya que Jesús no fue un jefe político mientras que Moisés y Mahoma si lo fueron.
Al mezclar la percepción de dios con la identidad de grupo, las religiones pueden provocar reacciones irracionales y extremadamente violentas, como tanto ha podido verse en el caso del islam político.
El «Emirato Islámico», también llamado «Estado Islámico» o Daesh, no es un espejismo de un grupo de locos sino que se inscribe dentro de una concepción política de la religión. Sus miembros son mayoritariamente gente normal, deseosa de hacer el bien.
Es un error demonizarlos o considerarlos adoctrinados por una secta. Más bien habría que preguntarse qué los lleva a la ceguera ante la realidad y los hace insensibles al extremo de llegar al crimen.
Conclusión
Antes de plantear algún tipo de juicio sobre este o aquel actor regional, hay que conocer su historia y sus traumas para poder entender sus reacciones ante un acontecimiento.
Antes de juzgar la calidad de un plan de paz, es conveniento preguntarse no tanto si beneficia a todos los que lo firman sino qué perjuicio puede implicar para otros actores regionales.