ANTE LA SONRISA ESTÁTICA DE LA GIOCONDA.
Siempre me ha sorprendido, y admirado, la capacidad de las personas para fabricar historias. Y más aún, para creérselas.
Es una necesidad que a lo mejor tenemos tod@s, de inventarnos héroes, o víctimas, o transeúntes insustanciales, en los más variadas avenidas y pasajes, de una memoria, obviamente nada colectiva.
En unos, puede ser necesidad. Algo así como exceso, o carencia, de auto-estimación, que se pretende subsanar reinventándonos.
A veces, nos recreamos personajes de primera; o ignorados por otr@s personajes, que creemos de primera. Otras veces somos incisivos observadores. O silenciosos observantes. O ingenuos. O jactanciosos, todo según la historia, o la memoria.
Necesidad o necedad, quién lo sabe...? Vivir para rememorar es oficio que a muchos resulta provechoso. Provecho propio, versus provecho apropiado, para tal o cual efecto. Casi siempre, Dominó.
Se puede vivir para insertar unas cuantas fantasías, eróticas, políticas, o culturales, en un pasado personal, que talvez no fue muy fantástico, sino común, cotidiano, y a lo mejor sí, plagado de necesidades emocionales. Iras, celos, insatisfacciones, sentimientos no resueltos, se van deslizando a lo largo de eso que vamos llamando biografía.
Muchos han logrado pasajes memorables, donde el(a) autor(a) destaca, sobre todo, por sus vínculos, (malos, buenos, chocantes, pendencieros, o sublimes) con otros, ellos sí, personajes, de historia aparte, por supuesto.
El mundo es un remolino constante y uno vive en el, y muchísimas veces –casi siempre- más vale no enturbiar las aguas de la ingravidez, porque de todas formas, aguas inútiles son. Estériles para crear. Aguas inmóviles, represadas, estancadas, por el cúmulo de fatigas crónicas, que así llamo yo al cinismo, el resentimiento y la amargura.
Si no fuera porque no una, sino varias, amistades, que conocen las verdades históricas, desde la perspectiva de los más, (no de círculos selectos, obviamente), los más, que siempre fueron los menos, o los excluidos, desde ciertas ópticas, me han impulsado a exclamar, y publicar, si no mi asombro, al menos, mi objeción de presencia, es decir, mi derecho a afirmar que no estuve presente. Que yo no fui...
Yo, la verdad, desconozco un sinfín de historietas que corren, en afamados volúmenes sobre mi persona, y mi trabajo.
Afamados porque se alzan, sobre o contra, o tras la reputación de los otr@s. Es@s otr@s, que han jugado un papel, tienen una historia, y, lo demás, ya lo sabemos.
Fácil vender columnas, libros, páginas, bien o mal escritas, a costa, no del desafío a la imaginación, o la exigencia, a la creatividad. Fácil, digo, levantarse, construyendo celebridad, invadiendo la vida de otros, de manera desautorizada, intencionada, y falsa.
Fácil levantarme importancias, cantando mis propias loas, alabando mi cuerpo, dando a creer que mis fascinantes atractivos, dieron más de una guerra, a los grandes, y, que, éso, por supuesto, me hace grande.
Fácil llenar de vicios capitales a los más expuestos, a los que nos han merecidos envidias capitales, celos capitales, sentimientos nada éticos, nada constructivos, poderosos sí, para perturbar las páginas de una historia, todavía, hasta hoy, escrita, de un solo lado.
Las vueltas, las sorpresas, las agradables, o insólitas y duras, sorpresas, que nos lleva y trae, la vida, nos han preparado – o deberían prepararnos – para todo trance, todo pasaje, con el conocimiento, el convencimiento, de que siempre habrá algo más, que ver, y que hacer.
Sólo la escasez espiritual, la rigidez mental, y cultural, pueden llevarnos a observar los fenómenos en una dirección única. Nada es unilateral, o único. Siempre habrá perspectivas y realidades, según el camino, o los caminos, que vayamos transitando.
Sobre muchas cosas se escribe y lee hoy, desde lentes desenfocados, flotantes y flotadores. Mucho se dice que no és.
Que no fue, tampoco. Mucho se yerra, cuando se habla por demás. Y por los demás. Y, sobre todo, cuando se habla desde un lugar insípido, inhóspito, insustancial, íngrimo, un lugar que se llama amargura. Un llano deshabitado, desierto, donde crece poco. O nada. (Nada verdadero o valedero, al menos).
Creo que las mentiras que no se refutan, crean verdades. Durante años he escuchado y leído falsedad, tras falsedad.
Todo muy elaborado y planeado, por los habitantes del naufragio. Los náufragos de sí mismos, que son varios, y en muchos lados, y que se dedican a traficar con sus tablas y reliquias alteradas, y a amenazar (con esas mismas tablas y reliquias, falsificadas a punto) con nuevos derrumbes y mayores empequeñecimientos, de los que sólo su Dios puede salvarnos.
El fundamentalismo, como vemos, siempre es igual. En cualquier parte, o nombre, o apellido.
El fundamentalismo és absoluto y aterrador. Habla en nombre de la libertad que pisotea. Jura a nombre del Dios que profana. Advierte, a nombre de una espada y un fuego que sólo ellos, cósmicos habitantes de las galaxias perdidas, y vueltas a hallar, tienen o tendrán, para recrear los Edenes.
Siempre lo mismo. Y siempre también aquí, oídos y corazón sabios. Verlos, oírlos, sentirlos y conocerlos, cada día más. Ninguna falsedad queda oculta. La historia del mundo es la historia de los engaños descubiertos. De los fraudes, expuestos.
De las grandes falacias, hechas de pequeñez y mezquindad, derribadas por la inteligencia, y la razón.
Se podría escribir un libro con la otra cara de tanta historia.
Y, como me está picando la mano, voy a hacerlo.Un libro donde empiece por contar cómo cada uno de nosotros tuvo un sueño; y cómo unos tratamos de entender que las fragilidades van volviéndolo todavía más bello. Más fecundo y propio. Y a uno, el(la) soñador(a) también, más fuerte.
Más allá del océano de mentiras y recreaciones, no sospechosas, sino definidas, interesadamente claras, está la rosa y el viento. La ventisca pasará. Ya ha pasado lo peor.
Y cuando llegue, otra vez la primavera, volverán las fragancias. De eso, ¡podemos estar seguros!.
Cuántos de los que hoy apuestan por la pequeñez, de espíritu, estarán allí aplaudiendo a los navegantes, recibiendo los navíos, cuando arribemos a otro Puerto...? Cuántos querrán construir otra vez catedrales de vidrio, y hielo...? Cuántos vamos a verles...? Cuánto podremos creerles...?
Por: Rosario Murillo