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La Guadalupana: tres imágenes en una.


Bajo la imagen de la Guadalupana venerada hoy en el Tepeyac, anteriormente se pintaron otras dos figuras de la Virgen. 
La más antigua de ellas —con un Niño Dios en su regazo— está firmada por el pintor Marcos Aquino y fechada en 1556. 

La segunda imagen, cuyo rostro presenta rasgos más indígenas que la actual, fue pintada en el siglo XVII, al igual que la Guadalupana moderna. 

Así, ésta se sobrepuso a las dos imágenes anteriores y probablemente la pintó el artista novohispano Juan de Arrue.

Lo anterior se desprende de un análisis que, en 1999, le realizó a la imagen el investigador Leoncio Garza-Valdés, un connotado experto en arqueomicrobiología de la Universidad de San Antonio, Texas.

El cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, así como las autoridades de la Basílica de Guadalupe, fueron quienes contrataron los servicios del especialista, reconocido internacionalmente por sus estudios del Santo Sudario de Turín, Italia.

En la amplia sala de su domicilio particular, decorada con óleos antiguos, Garza Valdés refiere:

—En enero de 1999, me habló de México monseñor José Luis Guerrero, amigo mío, para preguntarme si me interesaba estudiar el lienzo de Nuestra Señora de Guadalupe. Yo, inmediatamente, le respondí que sí, puesto que, casualmente y por esos días, la editorial estadunidense Doubleday me había propuesto escribir sobre la Guadalupana.

—¿Y también habló usted con el cardenal Rivera Carrera?

—Así es. Primero le hablé por teléfono para pedirle su permiso oficial. Después me entrevisté personalmente con él, en su casa de la Ciudad de México. Ahí me recomendó el cardenal Rivera: ‘Doctor, quiero que reporte la verdad y solamente la verdad’. Y eso es lo que he hecho al pie de la letra.

Cuenta que realizó los estudios en dos sesiones de trabajo, las noches del 4 y 5 de febrero de 1999. Pero antes de hacerlos, sostuvo un encuentro con monseñor José Luis Guerrero, las autoridades del santuario y el Consejo de Investigadores Guadalupanos.

—Esto es lo que tenemos -le dijeron al investigador. Y le pusieron sobre la mesa el estudio que, en 1982, le realizó a la imagen el perito en restauración José Sol Rosales.

En dicho documento, Sol Rosales demuestra que la actual imagen de la Virgen fue pintada por una mano humana. Detalla, incluso, su preparación, los materiales base de sus colores y los repintes que se hicieron a la figura (Revista Proceso 1333)Prosigue Garza-Valdés:

—Ese encuentro fue en la misma Basílica de Guadalupe, el 4 de febrero, día en que comencé el estudio. Recuerdo que, bajo juramento, quisieron imponerme el secreto absoluto de mis investigaciones. Por supuesto que me negué. Les dije que mis investigaciones eran precisamente para publicarlas en un libro, como ya lo había hecho con la sábana santa (Santo Sudario). Finalmente aceptaron mis condiciones.

—¿Por qué le solicitaron estudios a usted, si ya tenían los del maestro Sol Rosales?

—Anteriormente, yo había descubierto ciertas bacterias que producen plástico, sobre todo en superficies antiguas. Pensaron que el lienzo del Tepeyac pudiera tener este tipo de contaminación bacteriana, que le da cierta pátina a las superficies antiguas. Ésa fue la idea inicial de mi investigación.
—¿Y cómo descubrió luego las dos imágenes de la Guadalupana, pintadas bajo la actual?

— Déjeme serle honesto y recalcar que yo no andaba buscando eso. Yo buscaba la capa bioplástica de las bacterias. Nunca imaginé que fuera a encontrar dos imágenes escondidas bajo la actual. Fue un hallazgo inesperado, de chiripa. Hubieran excomulgado a quien antes se imaginara esto.

Pues bien, entré a la bóveda, donde en las noches se guarda la imagen, y empecé a fotografiarla. Utilicé cámaras con filtros especiales que sólo dejan pasar radiaciones electromagnéticas de entre 250 y 400 milimicras, que es el espectro del ultravioleta. Son filtros nuevos que acaban de salir.

Me regresé a Texas. Entregué mis películas al laboratorio de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Antonio. El revelado me lo entregaron el 10 de febrero. Al analizarlo me di cuenta de que, empalmadas una sobre otra, en el lienzo hay realmente tres pinturas, es decir, que bajo la imagen actual se esconden otras dos.

La Virgen de Marcos Aquino

El científico se inclina sobre la pequeña mesa de centro de la sala, y de una carpeta extrae una fotografía que muestra al reportero. Ahí sólo se alcanza a distinguir la fecha 1556. Y, abajo, dos iniciales: M. A.Luego explica con orgullo:

—Es la firma que encontré estampada en la imagen más antigua. Como ve, data de 1556. Y la firma Marcos Aquino, el pintor de quien ya se decía que había pintado la Guadalupana.

Se arrellana nuevamente en su sillón y, de cara al espeso jardín que reluce tras los ventanales, platica sobre las referencias que ya tenía de ese pintor:

—La primera vez que supe de Marcos Aquino, o Marcos Cipac, como también se le conoce, fue en un libro del maestro Manuel Toussaint, Pintura colonial en México. Ahí, precisamente, se menciona que Aquino había pintado la imagen Guadalupana.

Aunque ya desde 1556, durante las investigaciones que mandó hacer Alonso de Montúfar, el segundo arzobispo de México, tres de los testigos afirmaban que la pintura la había hecho un indio y mencionaban a Marcos Aquino o Marcos Cipac. De manera que al descubrir esas iniciales no tuve duda de que eran las de él.

— ¿Y cómo es esa primera imagen de la Guadalupana pintada por Aquino?

— Es muy distinta a la actual. La Virgen no usa túnica sobre su cabello. Y, además, sobre su brazo izquierdo sostiene al Niño Jesús desnudo. Pero también le salen los rayos solares tras su espalda, y bajo sus pies está la media luna sostenida por un angelito. Es una Inmaculada Concepción.

— El investigador asegura que esta imagen es una copia fiel de la Virgen que se encuentra en el coro del Monasterio de Nuestra Señora, en Extremadura, España.

— Esa Virgen del coro es de 1498. Está hecha en un altorrelieve en madera. Yo viajé a Extremadura para comprobarlo.-explica.

—¿Cómo supo que Marcos Aquino copió esa Virgen de Extremadura y no otra?

— Bueno, hice un estudio iconográfico de varias imágenes semejantes a la Guadalupana. Pero, además, encontré documentos del siglo XVI que hablan sobre las similitudes entre las dos vírgenes. Claro, era cuando en México se exhibía la Guadalupana de Aquino, cuando aún no se la cubría con la segunda Virgen.

Aparte, una persona con quien trabajé muy estrechamente, el franciscano fray Domingo Guadalupe Díaz y Díaz, también me indicó que en esa Virgen de Extremadura se inspiró Aquino para pintar la Guadalupana.

Sobre Aquino, algunos historiadores señalan que fue un artista nahua formado en el colegio de San José de los Naturales, dirigido por fray Pedro de Gante. Y que pintó la Guadalupana a instancias del arzobispo Alonso de Montúfar.A lo largo de su trayectoria profesional, Garza-Valdés ha conjugado las ciencias biológicas con la arqueología. Inicialmente estudió medicina y después hizo una maestría en antropología y arqueología. Más tarde se especializó en arqueometría, disciplina que utiliza diversos instrumentos científicos para investigaciones arqueológicas.

Es profesor e investigador de microbiología en la Universidad de San Antonio, Texas. Ahí inició una nueva disciplina científica: la arqueomicrobiología, que estudia los depósitos bacterianos en superficies arqueológicas.

Como producto de sus investigaciones de la sábana de Turín, escribió su libro Huellas de la sangre de Cristo, traducido a varios idiomas. Y pronto publicará su investigación Tepeyac: cinco siglos de engaño a un pueblo noble, que justamente trata sobre los descubrimientos de las tres imágenes.

La segunda Virgen

Garza-Valdés explica que la Guadalupana pintada por Aquino fue posteriormente cubierta con una capa de pintura blanca, sobre la que se plasmó la segunda Virgen.

Y aporta algunos detalles sobre ésta:

—Tiene un rostro más indígena que la actual. Es de características más bizantinas. Y está desplazada quince centímetros hacia la derecha de la Guadalupana que conocemos ahora. Por lo demás, ambas tienen una postura muy semejante.

El científico vuelve a tomar su carpeta con fotografías. Saca una en la que aparece el rostro de esta segunda Virgen, muy nítido. Efectivamente, sus rasgos son más indígenas y tiene los ojos más abiertos que la Guadalupana actual.—¿Por qué salió tan clara la fotografía de esta segunda Virgen?

—Porque, a diferencia de la primera, los pigmentos que se usaron en esta pintura tienen una gran emisión de ultravioleta. Y el filtro que usé sólo deja pasar estas emisiones.

—¿Cuándo se pintó esta imagen y quién es su autor?

—Mire, en el Archivo General de la Nación me encontré con un documento, de 1625, en el que se testifica que se le pagó al artista Juan de Arrue por haber pintado la imagen de la Virgen de Guadalupe. Pero aquí surge una incógnita: ¿Se le pagó por haber pintado la imagen de la segunda Virgen, o por pintar la imagen de la Guadalupana actual? No se sabe. Una de las dos imágenes es, pues, de Juan de Arrue y fue pintada en 1625. Eso es lo único cierto. También puedo asegurar que ambas imágenes son de ese siglo.

—¿Y quién fue Juan de Arrue?

—Sé que fue hijo de una indígena y un español. Su padre fue un pintor-escultor que vino de Sevilla. Antes de llegar a la Nueva España, trabajaba en la catedral de Sevilla. Es todo lo que conozco de él.
—¿A la segunda imagen también se le cubrió con una capa de pintura blanca para después hacer la tercera?

—Efectivamente, así fue. Se le puso su aparejo. Y esto ya lo dice el maestro José Sol Rosales en su análisis. Al igual que él, yo también comprobé que el lienzo es de cáñamo, y no de ixtle, como anteriormente se creía. Al material se le llamaba cañamazo de España, y con él se hacían, en el siglo XVI, las velas de los bergantines.

—Sin embargo, Sol Rosales solamente detectó una imagen de la Guadalupana. No encontró las otras dos que usted dice que están debajo.

—Él no podía detectar otra Virgen más que la tercera. No pudo ver las otras dos porque no tenía los filtros adecuados, que apenas acaban de salir. No tenía filtros ni para infrarrojo ni para ultravioleta. Él lo que utilizó fue luz ultravioleta.

—El lienzo del Tepeyac mide 1.72 metros de altura. ¿No es muy largo como para ser la tilma de Juan Diego?

—De ser cierto eso de la tilma, Juan Diego hubiera sido un verdadero atlante de Tula, altísimo. Pero realmente Juan Diego no existió. Lo prueban las tres Vírgenes pintadas que encontré. Para qué insistir entonces en ese asunto.

Garza-Valdés revela que, durante su análisis, en la bóveda donde se guarda por las noches a la Guadalupana, lo acompañaron las siguientes personas: Antonio Macedo, entonces rector de la Basílica; monseñor José Luis Guerrero, consultor de la causa de canonización de Juan Diego; el nahuatlato Mario Rojas Sánchez; el doctor Gilberto Aguirre, de la Universidad de San Antonio; y el fotógrafo Lester Rosebrock, de la misma Universidad.

Aclara que no utilizaron ninguna iluminación especial ni quitaron el acrílico que protege la imagen:

La única iluminación que usamos fue la de la bóveda. Por las noches, la imagen de la Virgen se hace girar para que entre en esa especie de bóveda bancaria. Las fotos las tomamos con el acrílico puesto. En una segunda etapa de mi investigación, aún pendiente, analizaré la imagen ya sin el acrílico.

El experto agrega que ha mantenido al tanto de sus hallazgos al cardenal Rivera Carrera y a José Luis Guerrero, quienes, paradójicamente, son dos de los más fuertes promotores de la canonización del indígena.

—Ellos han estado al tanto de cada uno de mis descubrimientos. Los he mantenido muy bien informados, dice.

—¿No ha tenido problemas con ellos, ya que ellos dicen creer en las apariciones de la Virgen?

—Indiscutiblemente que, a raíz de mis investigaciones, tomamos polos opuestos. Por eso monseñor Guerrero dice que él es mi amigo-enemigo. Yo lo aprecio mucho. Y hemos continuado con nuestra estrecha amistad. Viene a San Antonio a visitarme y seguido nos telefoneamos.Mire, la mayoría de los aparicionistas son gente muy noble y muy honesta. Ellos dicen lo que creen, de modo que no están mintiendo. Pero, a lo largo de generaciones, han estado viviendo en el autoengaño. ¿Por qué? Pues porque eso de las apariciones de la Virgen es un engaño muy bonito, y a todos nos llena de orgullo y de emoción.

Yo creo que no hay ningún problema en seguir creyendo en una leyenda. ¡Ninguno! El problema surgió al querer canonizar a una persona que no existió. Todo hubiera ido muy bien si no se hubiera cometido ese error.

—¿Y cuándo continuará usted el análisis del lienzo del Tepeyac?

—El cardenal Rivera Carrera me indicó que, por lo pronto, no quiere que yo realice nuevos estudios. Me pidió continuarlos después de la canonización de Juan Diego.

Un restaurador de la guadalupana expone detalles técnicos que desmitifican a la imagen

Cuando el restaurador José Antonio Flores Gómez tuvo a la mano la imagen de la Guadalupana, en 1947, no le quedó duda: se trataba de la obra de un artista, no el producto de un milagro. Desde entonces ha guardado silencio. Ahora, en entrevista con Proceso, relata los pormenores de los trabajos de restauración que realizó a la imagen, en la que encontró descarapeladuras propias de cualquier pintura humana, lo mismo que las huellas de otros muchos retoques hechos en el curso de los siglos.

—Cuando tuve enfrente a la imagen de la Guadalupana y la pude observar de cerca, hasta ese momento me di cuenta que no es una obra divina,- afirma José Antonio Flores Gómez, quien en dos ocasiones ha restaurado la imagen más venerada del país. Agrega:

—Inmediatamente me dije cuando vi los estragos: "Éste es causado por la humedad, éste otro por los hongos que hay en el ambiente, éste de acá es un repinte".. En fin, la Guadalupana tiene las descarapeladuras de cualquier obra humana.

—¿Es, en definitiva, una obra pintada por un ser humano?

—Sí, por supuesto. Es la obra de un artista, no es producto de ningún milagro.

—¿Dónde queda entonces Juan Diego, en cuya tilma, supuestamente, se estampó milagrosamente esa imagen?

—Eso quién sabe... Ni los historiadores han podido darle un apoyo histórico. Pudo haber existido ese indígena. Pudo ser una persona de carne y hueso, como nosotros. Pero de que la Virgen de Guadalupe imprimió su imagen en la tilma, a mí me consta que eso no es cierto.

A sus 78 años de edad, el restaurador de la Guadalupana rompe un silencio de décadas, en las que se negó a dar a conocer su trabajo. Finalmente, hoy habla de las dos ocasiones —en 1947 y 1973— en que restauró la imagen; sus esfuerzos por corregir los estragos que el tiempo provocó en la pintura; los recursos técnicos que utilizó para remozarla y su relación con las autoridades del santuario que, de manera discreta, contrataron sus servicios y le indicaron las modificaciones que querían en la imagen.Aclara de entrada: Antes de mí, otros restauradores ya le habían dado retoques a la imagen. Eso lo noté desde la primera vez que intervine. Y estoy seguro que otros más intervinieron después de mí.

—¿Cuántos restauradores habrán trabajado en esa imagen?

—Es muy difícil saberlo. Dificilísimo. Pero calculo que alrededor de veinte.Cuenta Flores Gómez que en 1947 era un joven restaurador que tenía su estudio en la calle Belisario Domínguez, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Entre sus amistades había pintores, escultores, periodistas, escritores... pero también sacerdotes que trabajaban en la Catedral Metropolitana. Fue entonces cuando fue a buscarlo a su estudio, de parte del entonces abad de la Basílica de Guadalupe, Feliciano Cortés, un sacerdote para que restaurara la imagen.

—Yo tenía buena amistad con algunos sacerdotes de Catedral y con artistas de toda clase. Alguno de ellos me recomendó. Lo cierto es que un día llegó a mi estudio un sacerdote que se apellidaba Vargas, es lo único que recuerdo. Me dijo que el abad de la Basílica quería verme. Y me llevó hasta el despacho del abad, a quien noté muy preocupado. Ahí me mostró una foto de la imagen, en la que se veían unas cuarteaduras muy notables. ‘¿Qué puede hacer usted para remediar esto?’, me preguntó el abad.

Yo pensé: ‘¡Ah, caray! Si es una imagen divina, no tiene por qué pasarle esto’. Vi sobre todo una gran cuarteadura vertical que iba desde la cabeza hasta los pies de la Virgen. Aparte, tenía otras cuarteaduras horizontales menos visibles. Estoy seguro de que eran producto de dobleces. El lienzo en algún tiempo estuvo doblado y por eso se resquebrajó la pintura.

También vi que la imagen ya tenía retoques hechos por otros restauradores. Se lo hice notar a los encargados del santuario. El padre Vargas quería que repintara una parte de la túnica de la Virgen. Yo le decía: ‘Padre, no conviene meterse en eso’. Pero él me ordenó: ‘Usted hágalo’.

—¿Qué le hizo usted finalmente a la imagen Guadalupana?

—Un levantamiento de pintura en ciertas partes. Y también restaurar las quebraduras.

—¿Volvió a pintar las partes a las que le quitó la pintura?

—Claro. Una restauración implica pintar las partes dañadas, no toda la imagen, porque eso es ya una repintada, que es otra cosa. De manera que le metí mano a una parte de la túnica. Pero no a las estrellas estampadas en ella porque ya estaban repintadas. No quise meterme en más problemas.

El misterio de las estrellasFlores Gómez está en la sala de su casa. Paredes decoradas con paisajes marinos, bodegones y retratos al óleo pintados por él mismo. Su estudio está en un cuarto contiguo. Ahí tiene más óleos montados sobre caballetes de madera, que sostienen lentes circulares de aumento que agrandan los detalles de las pinturas.

Hay también varias reproducciones guadalupanas al óleo. Y fotografías... muchas fotografías de la imagen original tomadas en distintas fechas. El restaurador va a su estudio y saca una carpeta con fotos. Las muestra al reportero.Comenta:

—Con las estrellas pasa una cosa curiosa. Mire, si uno observa estas fotos tomadas en distinta época, el número de picos en algunas estrellas no coincide. De pronto, por ejemplo, esta estrella aquí tiene cinco picos, pero acá ya aparece con seis. ¿Qué significa esto? Pues que les han quitado o agregado picos durante las distintas restauraciones.

—¿Cuánto tiempo tardó usted en restaurar la imagen en el 47?

—Unos diez días. Por cierto, la primera vez que analicé la imagen, estaba colocada en el piso y sin marco. Yo ni la saqué ni la cambié de lugar. Estaba lista para que la restaurara. Observé que unas personas remozaban el altar y limpiaban el marco de la imagen. Otros restauradores colocaban oro de hoja en el altar. Todos trabajaban a marchas forzadas porque en pocos días se celebraría un gran homenaje a la virgen, creo que ese era un año mariano.

También trabajé apresuradamente en esos diez días. Incluso, por el poco tiempo, no hice todo lo que debía para que la imagen quedara totalmente restaurada. Recuerdo que, mientras hacía mi trabajo, hubo dos fotógrafos extranjeros, un noruego y un sueco, que directamente tomaban fotos a la pintura.También tomé fotografías a la imagen. Acostumbro llevar la historia de cada trabajo importante que hago, para registrar el antes y el después. Pero las personas de la Basílica me pidieron los rollos... y tuve que entregarlos.

—¿Qué tipo de pintura usó al repintar la imagen?

—De agua. Era obligado. Tenía que ser de las disueltas en agua y no en aceite, porque son de las que se usaron originalmente. De ahí que se hayan desprendido tan fácilmente.

El deterioro

Apasionado de la pintura desde que era niño, José Antonio Flores Gómez estudió la carrera de derecho en los años cuarenta, mas no la concluyó. Prefirió dedicarse de lleno a la pintura, la fotografía y la restauración. Egresado de la Academia de San Carlos, donde estudió pintura cuando el muralista Diego Rivera era el director, Flores Gómez se especializó, con éxito, en el retrato, al grado de que, por encargo de la Presidencia de la República, realizó retratos al óleo de algunos mandatarios mexicanos, como Gustavo Díaz Ordaz, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.

Pese a su edad, actualmente el restaurador se mantiene activo: posee una modesta galería de arte en la calzada de Tlalpan y continúa pintando y realizando trabajos de restauración.

Con zapatillas de tenis y con una camiseta deportiva, el viejo restaurador relata cómo, en 1973, remozó por segunda vez la pintura del Tepeyac.

—Me contrataron de la misma forma que la vez anterior. Llegó una persona a buscarme a mi taller para decirme: ‘Tenemos antecedentes suyos, el abad Guillermo Schulenburg quiere hablar con usted’. Y fui a ver al abad. Pensé que sería muy solemne. Pero no. Fue muy simpático y amable conmigo.De entrada, Schulenburg me sorprendió cuando me dijo con naturalidad que la pintura era ‘una obra humana’ y que quería que ya no sufriera más ‘alteraciones’, así llamaba él a los retoques. No creía en el milagro. Eso sí, era muy respetuoso de la devoción popular. 

Y me contrató solamente para que reentelara y le diera una limpieza al lienzo. Habían pasado veintiséis años desde que yo había restaurado la imagen.

—¿Y cómo la encontró después de tantos años?

—Noté que estaba deteriorándose más, porque entonces la imagen se exponía casi al natural en la vieja Basílica de Guadalupe. Tenía adherido el humor del ambiente. Es ese humor invisible de la gente que muy lentamente se va acumulando en todas las obras y que nosotros llamamos la pátina.

Hoy, en el nuevo santuario, la imagen está más protegida. Se guarda por las noches en una bóveda bien acondicionada que la cuida de los daños del ambiente. Intervinieron expertos y técnicos en preservación de obras de arte. Pero a mí me tocó sin bóveda... Eran otros tiempos.

—¿En qué consistió la limpieza que realizó?

—La limpié meticulosamente con cepillo, durante tres días y en sesiones completas. Había que hacerlo con muchísimo cuidado. Nada de usar aspiradora y cosas de esas, porque se hubieran desprendido las cáscaras de pintura floja. Tan sólo mire usted aquí. ¡Fíjese!

Y el restaurador apunta a los rayos dorados que salen de la espalda de la virgen, en una fotografía a detalle. Son rayos descarapelados, escamas a punto de desprenderse.

—¿Y el reentelamiento cómo lo hizo?

—Utilicé tela de manta que antes se conocía como ‘manta del cien’. Era muy popular. Y para analizar la trama del tejido usé un simple cuentahilos, que es el que utilizan las tejedoras y los fabricantes de textiles. No hay necesidad de microscopios electrónicos ni de aparatos sofisticados. Basta con el cuentahilos.

Descubrí que la tela no es de ixtle, como se dice, pues el ixtle tiene una trama muy tosca, muy rústica, con un cordel muy grueso. En cambio, la imagen Guadalupana está pintada sobre una trama muy fina, como la que se saca del algodón.—¿Cuánto le pagaron por su trabajo?

—Como 350 pesos.—¿No es muy poco?—No, no. Yo creo que estuvo bien para ese tiempo. Tomando en cuenta que no fue mucho trabajo ni utilicé muchos materiales.

Los empastesNueve años después de haber contratado los servicios del restaurador, en 1982, Schulenburg quiso saber mayores detalles sobre la pintura. Para esto, le pidió un estudio al perito José Sol Rosales, exdirector del Centro Nacional de Registro y Conservación para Obra Mueble, del INBA.

Sol Rosales confirmó en su peritaje que la imagen era una obra pictórica humana, realizada con colores elaborados a base de cochinilla, de sulfato de calcio —conocido entonces como tizatl— y de un negro extraído del hollín del humo del ocote.

El análisis detalló otras características de la pintura: su estilo, los repintes que se le aplicaron a lo largo del tiempo, las mutilaciones sufridas, la capa de preparación que le sirvió de base y hasta las salpicaduras de agua y parafina derivadas del culto (Proceso 1333) En secreto, Schulenburg envió el estudio al Vaticano para advertir sobre los riesgos que se corrían al canonizar a Juan Diego, a quien, según la tradición, milagrosamente se le estampó la imagen en su tilma.

Igual que Sol Rosales, el restaurador Flores Gómez asegura que los pigmentos son de cochinilla, tizatl y humo de ocote, entre otros. -En la pintura se combinan pigmentos vegetales y minerales, disueltos en agua. Es una pintura al temple. Es muy lógico. En aquel tiempo sólo podían utilizarse pinturas naturales.
El restaurador destapa un pequeño frasco. En su interior hay un polvo amarillento y petrificado, listo para recibir el pincel. Explica:

—Mire, esta tierrita da una tonalidad dorada. Durante siglos se le ha llamado ‘tierra de ocre’. Con ella se pintaron los rayos de la Virgen. Aún se fabrica.

Lamenta los empastes con que algunos restauradores cubrieron partes de la imagen, provocando un fuerte contraste con la pátina original.Principalmente en el rostro de la Virgen se nota mucho un empastamiento. Y a un doblez de la túnica hasta le cambiaron su color original. De cualquier forma, es muy difícil que la pintura de los retoques, nueva y vivaz, armonice con la pátina de la pintura primitiva.
—¿Usted ha conocido a otros restauradores de la imagen?

—No. A ninguno. Los restauradores que han intervenido lo han hecho con exagerada discreción. Nunca lo han querido confesar.

—¿Las autoridades del santuario lo obligaron a guardar silencio?

—No. Más bien yo mismo me obligué a callar, por seguridad.

—¿Qué se siente haber restaurado a la imagen más venerada de México?

—Una sensación muy rara, pero al mismo tiempo como de temor. Sí, se siente temor. Pues nacimos en un medio en el que todas las familias son guadalupanas y la mayoría cree en el milagro, entre ellas la mía.

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