Pablo Gonzalez

"El Mea culpa africano por Libia"


Casi una década y un caos después, África lamenta ahora su inacción frente a la agresión militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que en 2011 desembocó en el derrocamiento del Gobierno libio.

Y más: en el asesinato, previa tortura y empalamiento -suplicio ideado por la crueldad medieval- del líder Muamar Ghadafi, quien cometió entre varios, uno de esos errores que terminan en tragedia: confiar en la buena voluntad de las potencias occidentales y entregar sus armas defensivas más potentes.

Ahora, en una suerte de acto de contrición tardío, el presidente ugandés, Yoweri Museveni, afirmó que África debió detener la agresión de la OTAN: 'no debimos permitir que los países occidentales atacaran a Libia (?) los esfuerzos diplomáticos fueron insuficientes', expresó el mandatario durante una conferencia África-Reino Unido en Londres, la capital británica.

 En 2011 la aviación de la OTAN atacó al Ejército libio para apoyar a grupos armados, cuyas filas estaban engrosadas con extranjeros, lo que propició el derrocamiento del Gobierno constitucional y el asesinato de Ghadafi, quien no tenía cargo oficial contra una errónea creencia que se repite.

De haber actuado África, Ghadafi, quien llegó a proclamarse rey de los reyes del continente -dislate que le alienó voluntades a diestra y siniestra-, se habría visto obligado a modificar su conducta y varios estados del norte y otros de esa región, no estarían obligados hoy a enfrentar el auge de los grupos armados islamistas.

Tras provocar la defenestración del Gobierno libio, las potencias occidentales, en particular las europeas, repitieron el gesto de Poncio Pilatos 20 siglos atrás: se lavaron las manos en la confianza de que los acontecimientos desembocarían en la entronización de un Gobierno ajustado a su ritmo y, sobre todo, abierto al retorno de sus intereses petroleros.

Pero en la práctica lo que lograron fue abrir la caja de Pandora, esa que según la mitología griega encierra todos los males del mundo, entre ellos dos que afectan su tranquilidad: el contrabando de personas hacia sus costas y el mercado negro de armas que van a parar a manos de grupos islamistas en países del Sahel y otros más al sur del continente africano.

El Sahel (término árabe que significa borde) es la transición ecoclimática entre el Sahara y la sabana sudanesa, corre del océano Atlántico al mar Rojo e incluye el norte de Senegal, el sur de Mauritania, Mali, el norte de Burkina Faso, el extremo sur de Argelia; Níger, el norte de Nigeria, las franjas centrales de Chad y de Sudán, Eritrea, y el septentrión de Etiopía.

 En seis de esos 11 países, todos excolonias europeas, actúan grupos armados islamistas, entre estos Níger, cuyo uranio alimenta las centrales nucleares francesas.

 Ese complejo de situaciones explica el marcado interés europeo por calmar los ánimos en Libia, propósito en el cual no hay adelantos sustantivos, y también el mea culpa del presidente ugandés, valioso por sus implicaciones políticas, aunque no por ello menos tardío.

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