En este año como ningún otro en la historia, el descaro de la derecha ha trascendido todos los límites imaginables, o mejor dicho, ha quedado tan claro como nunca antes que ese descaro no tiene límites.
Veamos el caso de Bolivia: Evo Morales gana las elecciones en primera vuelta al obtener más del 10% por encima del segundo lugar; la derecha racista vendepatria de ese país desata su furia destructiva y su odio patológico quemando casas e instituciones y linchando a partidarios de Evo con la complicidad de la Policía y el Ejército, cuyo jefe pide con total desparpajo la renuncia al Presidente, y todo porque según ellos, el líder revolucionario indígena ganó con unas décimas menos, lo que sin embargo, en el hipotético caso de ser cierto, implicaba una segunda vuelta y no una repetición de las elecciones, y menos todavía la renuncia del Presidente, quien no obstante, llamó a nuevas elecciones, pero ante la negativa de una oposición a todas luces antidemocrática, y haciendo alarde el mandatario de una flexibilidad y talante democrático y pacifista sin precedentes en la historia de ese país, en aras de la paz y ante la participación de las fuerzas armadas y la policía en lo que a todas luces era ya un golpe de Estado, renunció y salió temporalmente del país para proteger su vida, necesaria en nuevas batallas por venir.
Luego el poder legislativo, en manos de los partidarios del Presidente, no acepta su renuncia y a pesar de ello, la oposición con su ínfima minoría y sin el quórum de ley proclama como Presidenta a una diputada cuyo nombre aún no me aprendo.
Pero eso no es todo; el flamante Secretario General de la OEA dice que el golpe de Estado lo dio Evo con el supuesto fraude, que luego es negado por esa misma organización, cuando en un arranque de pudor reconoce que las irregularidades del proceso electoral (iguales a las que ocurren en todos los procesos electorales y mucho menores que las ocurridas por ejemplo, en la elección de Jorge W. Bush en Estados Unidos) no afectaban el resultado final, o sea se confirma por parte de la misma OEA que antes había legitimado el golpe de Estado contra el Presidente Evo Morales, que éste obtuvo a su favor la diferencia de votos suficiente para ganar en primera vuelta.
Esto normalmente ameritaría como mínimo, la renuncia inmediata del Secretario General de dicha organización, pero la derecha en estos tiempos no está para vender imagen, y no lo está precisamente, porque todo este comportamiento infinitamente cínico tiene una explicación, como ya veremos.
Si en algo es experta la derecha, la burguesía, el capitalismo, es en vender.
Lo venden todo (hasta la patria) y creen poder comprarlo todo (hasta la conciencia), pero sobre todo venden imagen, apariencia, empaque.
La presentación del producto es más importante que el producto mismo; lo que se parece es lo importante, no lo que se es; lo virtual es más importante que lo real.
La mentira se vende como verdad, se repite cien veces, como recomendaba Goebbels (el jefe de propaganda de Hitler) y se convierte en axioma.
Es la ciencia propagandística nazi llevada a su máximo nivel. Pero llega un momento en que todo esto se vuelve infuncional, debido a que la verdad, tarde o temprano, emerge, y lo que es moralmente superior siempre termina prevaleciendo (una idea justa desde el fondo de una cueva puede más que un ejército, decía José Martí), si bien esto nunca sucede al margen del empeño en que así sea, y aunque sea necesario esforzarse para que esto se logre antes de que sea demasiado tarde para la humanidad.
Y es que la explicación de este cinismo infinito de la derecha al cual nos referimos, se puede resumir en dos palabras: derrota y desesperación.
Cuando la derecha se despoja de sus máscaras, cuando renuncia a las apariencias, cuando ya no hace uso de su capacidad de vender y de estafar, es porque se siente arrinconada, desesperada por la inminencia de su derrota, lo que sin embargo suele hacerla en cierto modo más peligrosa, como una fiera herida.
Este había sido hasta el golpe de Estado de Bolivia, un año fatídico para la derecha continental, que creía tener todo bajo control, derrocando por golpes de Estado a los gobiernos de izquierda en tres países (Honduras, Paraguay y Brasil; e impidiendo en Honduras mediante el fraude más descarado, el regreso de la izquierda al gobierno), logrando tomar el control de un cuarto país mediante el fraude moral de un candidato que fue electo por representar un proceso de cambios sociales en marcha al que luego él mismo se opuso desde la Presidencia (el caso de Ecuador); y derrotando electoralmente a la izquierda gobernante en dos países más (Argentina y El Salvador).
Pero de pronto, y luego de haber sido derrotada la derecha en sus intentos golpistas en Venezuela y Nicaragua, llega la izquierda al gobierno en México, se producen estallidos populares en Ecuador, Chile, Honduras, Haití y Colombia, similares a los que años antes precedieron la llegada de la izquierda al gobierno en una buena cantidad de países del continente, y finalmente gana las elecciones la izquierda en Bolivia, contra los cálculos hechos al respecto por el imperio y sus secuaces, para finalmente producirse el regreso del kirchnerismo al gobierno en Argentina; todo esto en asombrosa correspondencia con lo que ya parece un ciclo histórico recurrente de oleadas revolucionarias cada veinte años en América Latina, desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, seguido por el de la Revolución Sandinista en 1979 y éste a su vez por la llegada de Chávez a la Presidencia de Venezuela en 1999 para dar inicio a la Revolución Bolivariana, siendo cada uno de estos triunfos revolucionarios el inicio de toda una nueva época en nuestro continente, y coincidiendo esta nueva oleada de triunfos políticos y rebeldía popular en 2019 con el ciclo de los veinte años, transcurridos ahora desde el triunfo venezolano.
Esto sin duda, ya fue demasiado para la derecha, mucho más de lo que pueden soportar los buenos modales políticos de una oligarquía lumpen-aristocrática que heredó su poder de quienes vinieron intercambiando vidrio por oro e invadieron este continente con el fuego de sus armas aquí desconocidas, la mortandad de sus virus aquí inexistentes y el opio de su religión aquí sincretizada en defensa de una espiritualidad originaria que convirtió así el opio espiritual adormecedor en estimulante moral proveedor de energía para luchar, lográndose así convertir lo que era un arma de sometimiento en un instrumento de resistencia y liberación.
Por otra parte en Nicaragua, cuando parecía que no podía haber ya mayor desfachatez de la derecha golpista, aparece este artista hace tiempo venido a menos, con un alma antes llena de gran inspiración y riqueza espiritual, que cayó en la indigencia moral y perdió todo sentido de la vergüenza, diciendo que hoy Nicaragua… ¡es un campo de concentración!, una estupidez tal que si sólo supieran de esa expresión quienes viven en este país, no necesitaría comentario alguno para ser refutada, por lo absolutamente evidente de su monumental falsedad.
El patético show de aquel ex alto funcionario de los gobiernos neoliberales que se ha convertido ahora en padrino del crimen organizado, diciendo que los “paramilitares” lo venían siguiendo (fue mejor el casting de aquella súbita actriz que gritaba “mamá perdoname”, acompañada de sujetos a los que cualquier persona normal les habría tenido más miedo que a sus supuestos atacantes), o el revelador enfrentamiento clasista entre aquel energúmeno oligárquico enfermo de presidentitis y un humilde vendedor al que él y sus acompañantes pretendían humillar y que de paso les dio una lección de dignidad inesperada para ellos, y a quien sus agresores señalaban como un “paramilitar”… ¡armado con un palo!, acusándolo además de haber agredido a una anciana, a la que según demuestran los videos, el mismo acusador había empujado hasta derribarla, causándole una lesión en su rostro, o aquella frase célebre de cierto morboso terrateniente con derecho de pernada sobre las adolescentes que viven en sus feudos, quien decía que la economía no importaba y después despidió trabajadores y empleados a mansalva como hicieron todos los grandes empresarios golpistas con el mismo personal al que obligaban a ir a sus marchas cuando ya les había fallado el plan de convertir la mentira en odio y culpa, y ambas cosas en histeria colectiva propicia para causar enfrentamientos y muerte, y hacer creer nuevas mentiras en lo que identificamos en su momento como el círculo vicioso de la violencia; aquellos sociodramas de escuela con la famosa frase “nos están atacando”… en fin, nada de lo que hasta ahora había hecho la derecha golpista como parte de sus acciones manipuladoras, demostrando su incapacidad creciente de seguir engañando a una parte del pueblo que por eso mismo es cada vez menor; ni siquiera el indeciblemente estúpido atrevimiento de pretender reivindicar a Sandino y Carlos Fonseca (a falta de héroes propios) amparados como han estado siempre en el apoyo del imperialismo al que ambos se enfrentaron y combatieron (así como lo hicieron con los malnacidos serviles que se han puesto siempre al servicio del imperio agresor), o defendiendo el capitalismo frente al que ambos opusieron siempre ese programa de transformación revolucionaria en marcha desde 1979, o sea desde que vivimos en una verdadera Nicaragua Libre y no esa que ahora ellos, los golpistas neosomocistas al servicio del mismo imperio que oprimía a nuestra patria utilizando como instrumento a la odiosa dictadura que ellos añoran, pretenden también reivindicar como propósito de sus acciones; nada de eso, decíamos, se podría comparar por su nivel de mala fe y ridiculez con esa frase ya mencionada del famoso cantautor en desgracia moral y artística, que pasará a los anales de la infamia como el ejemplo por excelencia de esa esquizofrenia (pérdida mental patológica de contacto con la realidad) tan característica del poder opresor, en este caso del imperio, pero de la cual no se sabía hasta ahora, que pudiera afectar tan gravemente a alguien que ni siquiera ejerce ese poder, sino que es un simple bufón del mismo.
En otras palabras, la partió el bufón golpista, se la dejó en la mano a todo posible rival en competencia por la frase más ridícula y la falsedad más obvia, aunque no lo sea para quienes no viven en Nicaragua, que son sus verdaderos destinatarios.
Tanto en Bolivia como en Nicaragua y en todo nuestro continente, la derecha golpista, oligárquica y proimperialista, así como sus desclasados hijos de casa, o sea su servidumbre política, son la más bochornosa muestra de esa desesperación que sólo se presenta en quien se sabe arrinconado y derrotado a pesar de tener a su favor el poder mundial todavía hegemónico ejercido por el imperialismo norteamericano, y esto es así porque quienes nunca nos amilanamos ni en las peores circunstancias somos los revolucionarios, los que nos rebelamos contra ese poder mundial y más aún, los que como en el caso de nosotros los sandinistas, lo hemos hecho y lo seguimos haciendo de forma victoriosa, porque somos nosotros los que estamos acostumbrados a combatir en desventaja desde el punto de vista material, pero también porque siempre hemos combatido y seguiremos haciéndolo, con la mayor ventaja que se puede tener, que es la de contar con la fuerza de la verdad y la moral; verdad cuya luz (Luz y Verdad, llamaba Sandino a su campamento) alumbra cada vez más la mente del pueblo nicaragüense; moral cuya fuerza particularmente grande en el sandinismo, reside en la conciencia revolucionaria forjada en el fragor de la lucha y en el ejercicio del poder por el pueblo que por eso mismo está cada vez más consciente de sus intereses de clase, como en el caso del digno trabajador por cuenta propia que se enfrentó al oligarca y sus sirvientes; moral que en el caso de Nicaragua tiene su particular expresión en lo que el sandinismo identifica como su mística revolucionaria, forjada como factor sustancial del carácter de vanguardia del FSLN y abonada con el sacrificio de nuestros héroes y mártires, que nos han proporcionado ese río de sangre generosa y originaria de esa fuerza vital que hace del sandinismo, en este pequeño país difícil de notar en medio de dos océanos, una de las fuerzas revolucionarias más victoriosas de todos los tiempos, y por eso a diferencia de la mayor parte de nuestro continente, en Nicaragua ESTE PODER invencible ES DEL PUEBLO, porque ESTE PODER ES SANDINISTA, y es sandinista porque es del pueblo, y es nuestro, DEL PUEBLO SANDINISTA, no sólo porque nuestro es el Gobierno, sino porque nuestras, del pueblo, son las armas y es el Estado nicaragüense con todas sus instituciones; y seguirán siéndolo, porque ahora a diferencia del 1990, cuando acabábamos de derrotar esa agresión militar del imperialismo en la cual consistió la guerra de los ochenta, no es sólo el gobierno lo que está en disputa, sino el poder mismo, que la derecha golpista se ilusiona en conquistar para tratar de lograr lo que en aquella ocasión no pudo plantearse como meta: el exterminio del sandinismo, una temeraria aventura cuyo resultado sólo podría ser una nueva guerra, que como todas, terminaría con nuestro triunfo, pero a un costo de vidas que debemos evitar, y para eso (o sea, para defender la paz) es indispensable lo que ya sabemos irreversible, que es nuestro triunfo en las elecciones de 2021; y que sabemos irreversible porque cada militante sandinista hará en cada momento lo que le corresponda en esta contienda que ya empezó y que es parte de esta lucha a muerte entre la libertad y la opresión; entre la emancipación social y nacional, y la explotación de la clase trabajadora y de la nación por parte de la oligarquía y el imperialismo; entre el amor y el odio; entre el bien y el mal; entre la felicidad y la desolación moral.
Lucha a muerte en la que vencerán la libertad, la justicia, el amor, la paz, el bien común y la felicidad, también porque en ella los sandinistas sabremos mantener nuestra militancia activa y sabremos mantenernos firmes, cada vez más conscientes, con el Comandante Daniel al frente, unidos como es nuestra tradición, bien organizados como siempre, y porque en esta lucha los sandinistas pondremos en práctica, como corresponde en los momentos decisivos, nuestra capacidad de hacer las cosas cada vez mejor y de superarnos a nosotros mismos, tanto a nivel colectivo como individual, que es una de las características fundamentales de los revolucionarios como la más alta expresión de la condición humana, lo que no nos hace superiores a los demás, sino mejores y por eso somos cada vez más, porque lo que sí es superior es nuestra moral, son nuestros valores, nuestras ideas, la causa que defendemos, que es nuestra razón de ser.
Carlos Fonseca Terán.
26/12/19