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Neoliberalismo: una estrategia de guerra invisibilizada



Nos han engañado tantas veces que, al final, nos dimos cuenta

Cada día somos sobre-expuestos a experiencias violentas: la pérdida del trabajo, de la vivienda, de una salud pública de calidad, etc. 

El neoliberalismo es esencialmente violento y mata; no sólo condena a miles a la exclusión social, negando su condición ciudadana, sino que también nos condena a la muerte y al daño físico y psicológico.

La números no dejan lugar a duda. España es el tercer país más desigual de la Unión Europea, sólo detrás de Rumanía y Bulgaria, aunque cuenta con 25 multimillonarios (Oxfam, 2018) y la evasión fiscal de las grandes empresas y fortunas es de 140.000 millones de euros, el 80% del total defraudado en 2018 (Diario16, 2019). 

La corrupción, que es una forma de rapiña, asciende a más de 123.500 millones de euros (Casos aislados de una corrupción sistémica, s/f). Sin embargo, la mayor parte de la población sigue teniendo trabajos temporales y mal pagados, como señaló la UE este año. 

Ahora sabemos que se puede tener trabajo y ser pobre. España es el segundo país con la mayor tasa de “pobreza severa” de la UE (6.9%) y la población en “riesgo de pobreza” (un eufemismo del INE y de la UE para referirse a personas cuya renta está 60% por debajo de la media, con una carencia material severa de bienes y que tienen una “muy baja intensidad laboral”, menos de 20% de su potencial) es el 26.6% (12 millones de personas) (El Mundo, 2019). 

El 32% de los niños son pobres, lo que los convertirá en adultos pobres si no se modifican las condiciones estructurales y se acompañan de políticas distributivas, como destacan los estudios sobre desigualdad y pobreza. 

En el caso de los jóvenes la cifra sube al 37% (INE). En 2018, 60.000 familias fueron despojadas de sus viviendas a pesar de ser un año en el que supuestamente se habían reducido los desahucios (El independiente, 2019). 

Todo ello se traduce en un deterioro físico, en enfermedad, reducción de la esperanza de vida y aumento de los padecimientos mentales y los suicidios, que se dispararon (más de 7.000 en los dos últimos años); 2 millones de personas sufren ansiedad y otras 2,4 millones depresión (Efe, 2017). 

Desde las teorías individualistas serán silenciados al considerar que se trata de “problemas personales” y no psicosociales. Muchos trabajadores son tratados con ansiolíticos y antidepresivos para enfrentar el dolor y la tristeza y así ir a trabajar cada día.

Detrás de cada número hay un ser humano asediado y doblegado tratando de resistir. Sabemos desde hace más de cuarenta años, aquí y en otras latitudes, que el neoliberalismo no es una respuesta a la crisis ni un conjunto de políticas económicas. 

Es un proyecto de reestructuración del capitalismo basado en el saqueo, cuyo objetivo desde un inicio fue una concentración de riqueza y poder sin precedentes (Harvey, 2007; Vega, 2010). Las experiencias narradas por las y los afectados dan cuenta no sólo de un alto nivel de violencia en todas sus formas, sino también de crueldad. 

El despojo al que somos sometidos va acompañado de la construcción de una nueva subjetividad en la que se asienta la cultura neoliberal y sus valores (individualismo, egoísmo, crueldad, descrédito de la política, etc.), en una refundación del sujeto erigida sobre la demolición del sentir, el pensar y el hacer previos, con objeto de obtener aceptación entre la población.

 La propaganda, el miedo y la sensación de vulnerabilidad son un mecanismo eficiente para el control social.

La crueldad escala varios niveles cuando desde el poder se construye una corriente de opinión que responsabiliza a los excluidos de todos los problemas sociales y del mal funcionamiento de la economía en particular. “Han vivido por encima de sus posibilidades”, “son personas que no valoran”, “quieren chupar del Estado”.

 Se les culpabiliza y exhibe públicamente. Además, se les hace responsables de su situación, como si no hubiera contexto, ni historia, ni medidas políticas, ni relaciones de poder. Se les considera no merecedores e indignos de una vida mejor, de recibir ayuda social del Estado y de habitar los espacios donde viven los “afortunados”. 

Una posición desde la que se justifican los siguientes recortes. El maltrato y la degradación pública hacia estas personas promueven el desánimo al mismo tiempo que se les exige superarse a sí mismos (“no se esfuerzan lo suficiente”, “no creen en sí mismos”), una exigencia cruel e imposible considerando los candados estructurales de esta sociedad (Gans, 1995). 

La presión social y psicológica refuerza la autoculpabilidad y el sentimiento de inutilidad social de los excluidos (Moreno, 2011; Guinsberg, 2002).

El proceso se asemeja a una situación de guerra que, si bien no es explícita, en su sentido militar-armado, sí está más allá de la lucha de clases tal cual se concibió tradicionalmente (Rodríguez, 2017). Como en una guerra de asedio, la población trabajadora es cercada, disciplinada y doblegada, física y psicológicamente. 

Cuerpos cansados y expectativas frustradas: “no veo cómo vamos a salir de esto”, “siempre ganan”, “esto es lo que hay”. 

Al mismo tiempo que se criminaliza la pobreza y la disidencia: casi 270 M€ en multas desde que en 2015 entró en vigor la Ley de Seguridad Ciudadana, 300 sindicalistas acusados por organizar y participar en piquetes como resultado del art. 315.3 del Código Penal, y 66 personas detenidas en sólo dos años por “enaltecimiento del terrorismo” (art. 578).

La cultural neoliberal responde a las estrategias de guerra cultural, cuyo objetivo último es la derrota psicológica e ideológica. 

Como señala Lind (2004), el creador del concepto de guerra de cuarta generación, es el campo donde se define el triunfo en las nuevas formas de guerra. 

La guerra contra los pobres, dice Herbert Gans, “es una guerra librada con una variedad de armas como la retención de oportunidades de trabajo decentes, escuelas, viviendas y las necesidades requeridas… A veces es también una guerra asesina, pero más a menudo, la guerra mata el espíritu y la moral de la gente pobre y además se suma a las miserias que resultan de la carencia de dinero” (1995:1).

Asistimos a la banalización de la crueldad que normaliza el sufrimiento. Es urgente detener esta guerra que nos despoja y nos considera prescindibles. ¡No tenemos más opción que conjurar la derrota desde la lucha colectiva y tenemos que hacerlo ya!
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Fuentes de consulta

Casos aislados de una corrupción sistémica (s/f). Disponible en: https://www.casos-aislados.com/tramas.php
Diario 16, 11 de julio 2019
Efe, 23 de febrero 2017
El Independiente, 1 de marzo 2019
El Mundo, 27 de junio 2019
Gans, H. (1995). The War Against the Poor, BasicBooks, New York
Guinsberg, E. (2002). El malestar en la cultura en América Latina. Tesis de doctorado en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México
Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid
Instituto Nacional de Estadística (INE)
Lind, W.S. (2004). “Understanding Fourth Generation War”, Military Review, septiembre-octubre, pp.12-16
Moreno, F. y Casani, B. (2011). “El estado de malestar. Una conversación con Guillermo Rendueles”, en Viento Sur. Disponible en: https://www.vientosur.info/documentos/El_estado_de_malestar.pdf

Oxfam (2018). ¿Realidad o ficción? La recuperación económica en manos de una minoría, Oxfam Intermón. Disponible en: www.oxfamintermon.org
Rodríguez, M.J. (2017). La norteamericanización de la seguridad en América Latina, Akal, México
Vega, R. (2010). Economía y política en el México neoliberal. Patrón de acumulación y bloque de poder, Tesis de Licenciatura en Ciencias Sociales, UACM, México.

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