Como complemento de estos dos relatos de Eduardo Galeano, transcribo algunos párrafos del libro «Nosotros, esclavos de Surinam”, de Anton de Kom (1848-1945) descendiente de esclavos, y que vivió en tiempos de la colonia holandesa.
De Kom, recoge testimonios como el siguiente : «La viuda Mauricius, una dama de la más alta sociedad en Surinam, hizo atar a un árbol a una vieja esclava y azotarla hasta ocasionarle la muerte.
Ella misma explicó que lo había hecho movida por un simple capricho, ya que experimentaba un gran deseo de ver sufrir a la anciana nodriza.
Varios de sus esclavos habían corrido esa misma suerte: incluso tres niños pequeños de su plantación eran frecuentemente castigados en el potro».
Pero lo que deja sin palabras, son los anuncios de venta de esclavos, que son el genuino reflejo de una sociedad perversa. M.Mestre
1618, Lima: Mundo porco
Extraído de libro «Mujeres» de EDUARDO GALEANO
El amo de Fabiana Criolla ha muerto. En su testamento, le ha rebajado el precio de la libertad, de doscientos a ciento cincuenta pesos.
Fabiana ha pasado toda la noche sin dormir, preguntándose cuánto valdrá su caja de palosanto llena de canela en polvo. Ella no sabe sumar, de modo que no puede calcular las libertades que ha comprado con su trabajo a lo largo de medio siglo que lleva en el mundo, ni el precio de los hijos que le han hecho y le han arrancado.
Ni bien despunta el alba, acude el pájaro a golpear la ventana con el pico. Cada día, el mismo pájaro avisa que es hora de despertarse y andar.
Fabiana bosteza, se sienta en la estera y se mira los pies gastaditos.
1711, Paramaribo: Ellas llevan la vida en el pelo
Extraído del libro «Mujeres» de EDUARDO GALEANO
Por mucho negro que crucifiquen o cuelguen de un gancho de hierro atravesado en las costillas, son incesantes las fugas desde las cuatrocientas plantaciones de la costa de Surinam. Selva adentro, un león negro flamea en la bandera amarilla de los cimarrones, A falta de balas, las armas disparan piedras o botones de hueso; pero la espesura impenetrable es la mejor aliada contra los colones holandeses.
Antes de escapar, las esclavas roban granos de arroz y de maíz, pepitas de trigo, frijoles y semillas de calabaza. Sus enormes cabelleras hacen de graneros. Cuando llegan a los refugios abiertos en la jungla, las mujeres sacuden sus cabezas y fecundan, así, la tierra libre.
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