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Nicaragua: El hábito no hace al monje.

EDWING HERIBERTO ROMAN CALDERON

Siempre he sostenido desde que lo que aprendí en la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo, a la que pertenezco desde hace 14 años, que la mejor relación que uno puede tener con Dios es la personal, directa y sin intermediarios y eso encierra una gran disciplina porque pasa por no dejarse contaminar con los anti testimonios de otras personas que desde el rol del profesional de la fe o el de un laico, que vistiendo santidades termina con sus acciones, actitudes y malos ejemplos haciéndote perder la fe o arrastrándote al oscuro mundo de la murmuración y de la hipocresía.
Cuando yo llegué a la Fraternidad de Hombres de Negocios, mi vida estaba despedazada y en harapos, como llegan todos los que se están iniciando en este precioso ministerio y cuando por primera vez acepté una de las cienes de invitaciones que me hicieron me gustó eso de que en la fraternidad era prohibido prohibir y lo asocié a que podía estar bien con Dios sin que me dijeran nada por mis vicios.

Aquello, pensé yo, era el escenario ideal para aceptar conectarme con alternativas espirituales que me hicieran menos difícil salir del alcohol, las drogas, el juego y todo aquello que fuera parte de todos vicios que por poco me arrastran a la muerte. 

Aquello de que en fraternidad es “prohibido prohibir” me tomó tiempo entenderlo y logré hasta que ya efectivamente Jesús de Nazaret había hecho su obra en mí porque entonces el discernimiento me hizo comprender que lo de “prohibido prohibir” era solo un imán de atracción para entrar por la puerta de fraternidad porque después uno comprende que no es posible ser borracho, drogadicto, jugador y mujeriego y a la vez servir a Dios como laico y menos aún hacer lo mismo, pero como como profesional de la fe, como sacerdote, como pastor, como rabino o como monje, porque simple y llanamente no es moral, no es edificante, no es ético y en consecuencia si en un laico es reprochable y censurable, en alguien que se diga hijo de Dios enfundado en un hábito con estatus teológico para predicar desde un púlpito con un pretendido evangelizador, amerita no solo la condena pública sino el total y pleno castigo por ser una ofensa mayúscula contra el Creador.

A finales de la semana pasada la sociedad nicaragüense fue estremecida con la nota etílica de que a eso de las 7:15 de la noche del miércoles 13 fue detenido por agentes de la Policía, el sacerdote EDWING HERIBERTO ROMAN CALDERON, párroco de la iglesia San Miguel Arcángel de Masaya, en el kilómetro 33 de la carretera Masaya-Catarina sobre la que conducía zigzagueantemente.

El referido sotanudo, Edwin Roman, fotografiado antes en una cantina de mala muerte con varias cervezas sobre la mesa, conducía en estado de ebriedad, con más chelas vacías en el interior del vehículo donde tenía de compañía a otro individuo de 29 años de edad de nombre Russel Alexander Tellez Sierra y quien también andaba de parranda.

Edwin Román, párroco de la iglesia San Miguel Arcángel, no es famoso por esta situación, porque esto solo debería ser el corolario para que la autoridad eclesial encima de él tome, más allá de la nota, decisiones disciplinarias que apliquen sobre el indolente y absurdo comunicado emitido por la Diócesis de Managua que pretende retratarlo como víctima.

Edwin Román es famoso desde muy atrás, porque se metió desde la cabeza hasta los pies, como actor, cerebro intelectual y logístico de los hechos que desde Masaya originaron la sedición financiada por Estados Unidos que nos dejaron 198 muertos, muchos torturados, saqueos e incendios de bienes públicos y privados como parte de un golpe contra el estado de Nicaragua por el cual este terrorista debería estar pagando.

Cínicamente como sucede en estos casos, avalado otra vez por Silvio Báez, el victimario de Edwin Román, a pesar de las pruebas que fácilmente se le enrostran, dice que es víctima de una campaña de desprestigio.

No hay duda que el hábito no hace al monje. Hay muchos en la iglesia católica que podrán vestirse de curitas, de monseñores, de obispos, de cardenales y hasta de Papas, como fue el caso de los Borgia que hasta Papisa tuvieron en el caso de Lucrecia, pero el asunto es a cuantos engañan, hasta dónde creen esconder su verdadero mundo, que lleno de luchas palaciegas por el poder se disfraza desde santidades que injustamente alcanzan a pastores que sí lo son.

Gaspar García Laviana asumió una conducta política contra la dictadura dinástica de Anastasio Somoza, pero antes de hacerlo colgó los hábitos y esa decisión le mereció respeto y admiración, más cuando por los nicaragüenses ofreció su propia vida, pero lo que ahora vemos es repugnante porque sin despojarse de la sotana aquí hay supuestos “profesionales de la fe” que con el cuento de una “liberación” que nadie les pidió, nos aterrorizaron bendiciendo el odio y la violencia que se nos refrescan y nos vienen a la mente cuando suceden actos injustificables desde todo punto de vista como los reiterados por ese Edwin Román que menos mal en su borrachera fue detenido a tiempo en la carretera porque pudo seguir matando gente, de la misma forma que lo hizo en los tres meses posteriores al 18 de abril.

Ahora resulta que es víctima de una campaña de desprestigio, que Silvio Báez dice que es la continuación del asedio del estado en su hostigamiento contra la iglesia y que la Diócesis de Managua en vez de sancionarlo como corresponde más bien lo acompañará en este momento de injusta persecución.

Hay quienes sobre este caso que te ripostan preguntando qué cual es el delito que el sacerdote (Edwin Román) se tome sus rubias pues conozco dijo un opinólogo desde una radio, a pastores evangélicos que también lo hacen y de paso se llevó en el alma como pirucas a los monjes, a los rabinos y hasta a los musulmanes.

Claro que es censurable que un profesional de la fe le entre al piquisñuqui y no me vengan a hablar de las debilidades de la carne o al final de que el sacerdote, el pastor, el monje o el rabino terminan siendo hombres, porque de una misma fuente no puede brotar agua dulce y agua salada y porque el honrado no tiene solo que aparentarlo, sino también serlo.

A mí no me vengan a contar cuentos de camino con eso de que cualquiera puede cometer un desliz porque eso no es del todo cierto y no aplica para aquellos que, desde la palabra de Dios, bien te dicen que la infidelidad es pecado, pero se limpian con el celibato y profanan los votos de castidad hasta con prácticas anti naturas cuando sus preferencias son homosexuales descarada y sin ninguna vergüenza la exhiben sin rubor.

Edwin Román no está escandalizando a la sociedad porque sea piruca, porque anda acompañado de un muchacho al que tiene como referencia en uno de sus documentos para que se le avise en caso de que tenga un accidente, ni porque sea bocatero, no para nada, sino que además de eso, por lo que hizo en Masaya cuando el terrorismo quiso asaltar el poder, por la logística que prestó a los terroristas desde el mismo carrito amarillo con el que andaba parrandeando en su última aventura, porque fue quien le negó la misa de cuerpo presente a los restos mortales del maestro de generaciones Enrique Peña Hernández por el gran pecado de que este era simpatizante del partido de gobierno y porque fue el mismo que abusivamente llegó a imponerle cátedras edilicias a la alcaldesa de Niquinohomo al amparo de los morteros.

A mí no me vengan a decir que débenos ver como un desliz de la carne la actitud violenta del cura párroco de Esquipulas, Matagalpa, Jaime Montesinos, que agredió físicamente a patadas a unas pobres mujeres en el atrio del propio templo solo porque estas, como siempre lo hicieron, vendían baratijas a los feligreses.

Si esas cosas, que no son desde el punto de vista moral, faltas pequeñas en ninguna iglesia, cómo deberíamos calificar entonces a un sacerdote como aquel de San Benito que preguntó a los presentes en una misa que quienes era sandinistas y los que levantaron la mano fueron humillados y corridos del templo; cómo deberíamos considerar a quien fue el cura de la Iglesia Juan Bautista cuando en el contexto del terrorismo desatado en Masaya, lo llaman para preguntar qué hacer con un ciudadano sandinista que los vándalos tenían secuestrado para ocultarlo para que los de la CIDH no se dieran cuenta que había sido torturado y el sacerdote este, Harving Padilla, ahora prófugo, les respondió que había que lanzarlo a una letrina para esconderlo a como diera lugar.

Cómo deberíamos tratar al cura Guillermo José Berrios Delgadillo de la Iglesia Laborío de León que consintió que dentro del templo que tiene a cargo fuera torturado frente a las cámaras un ciudadano sandinista y cuando la víctima le pide que interceda por él ante sus torturadores lo que hace el susodicho cura es decir, a los bárbaros, que dejen no filmen porque eso podía, como efectivamente lo fue, ser una evidencia.
Juan de Dios Garcia
Cómo deberíamos llamar al sotanudo de la Iglesia Santiago Apostol de Carazo (Juan de Dios Garcia), padre de dos hijos y ahora prófugo de la justicia cuando hizo de la iglesia que tenía a cargo un cuartel y que escondía bajo las naguas de los santos armas de todo calibre con las quien sabe cuentos fueron asesinados.

Este asunto de Edwin Román no es un debate acerca de que ahora la Iglesia Católica de Nicaragua tenga un nuevo beato, al que vamos a identificar como San Piruca, sino de que es inadmisible la reacción de la jerarquía católica frente a monumentales tropelías que sus representantes cometen a nombre del Creador.

Por: Moisés Absalón Pastora.

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