I
Hay guerras de guerras, y Nicaragua sufre la más infernal de todas: la guerra sucia de la desinformación.
Hoy se ha recuperado la paz, pero en el extranjero algunos recurren a la distorsión y las artimañas de sus corresponsables hiperderechistas para pintar un terrible panorama del país.
Habrá quien aplauda cualquier ruindad en la Galería de la Infamia, porque, como denunció el rey Salomón hace casi tres mil años, “El malo está atento al labio inicuo; y el mentiroso escucha la lengua detractora” (Prov. 17:4).
Pero por más que se empecinen los artesanos de la falsedad y la manipulación, a ese deleznable cuadro le falta lo principal: los colores naturales de la vida que nos proporciona el Señor YHVH.
Veamos. Si en Estados Unidos o en Europa aplican la ley ante actos que pongan en peligro a la población, la economía y la Constitución del Estado, es lo correcto.
Si Nicaragua lo hace, es “dictadura”.
El referéndum que el movimiento independentista catalán realizó el 1 de octubre de 2017, Mario Vargas Llosa lo declaró “absolutamente ilegal, prohibido por la Constitución y las leyes vigentes en España, es decir, un golpe de Estado”.
En Nicaragua, a la toma violenta de ciudades, muertes, ultrajados, cerco armado y ataque a las estaciones de Policía, perpetrados por el ala extremista de la oposición para derrocar al presidente constitucional Daniel Ortega, algunos medios, personas y organismos lo denominaron “actos cívicos”.
La destrucción de la economía nacional y bienes estatales, los estragos provocados por francotiradores “autoconvocados”, más las dos cisternas de combustibles llevadas hasta el perímetro de las autoridades de Jinotepe para hacerlas estallar, sin importarles arrasar cinco barrios a la redonda, aún son glorificados por esos apologistas del terrorismo como “protestas pacíficas”.
Respecto a lo causado por los independentistas de Cataluña, el Premio Nobel demandó el sometimiento a la Ley. “El Gobierno de España tiene el derecho y la obligación de impedir semejante acto de fuerza, como la tendría el de Estados Unidos si Texas o California pretendieran independizarse y romper la Unión a través de una consulta local”.
Sin embargo, al derecho y obligación que le asiste al Gobierno de Nicaragua para impedir peores y mortíferas acciones de fuerza, esos medios, personas y agencias lo catalogan de “represión”, “persecución”, “violación de los derechos humanos”.
El objetivo nada democrático de esta agresión goebbeliana es erradicar un gobierno con legitimidad de origen y de ejercicio.
¿El delito? La insoportable herejía de una izquierda que, muy distante de la anquilosada de los años 70-80, administra con eficiencia una sociedad abierta.
¿Pruebas? Las Multilaterales alabaron el progreso de Nicaragua.
El 18 de enero de 2018, Mauricio Silva, Director del Banco Interamericano de Desarrollo para Centroamérica, ponderó:
“Sí da gusto ver un país que se está transformando con una visión muy clara, con un modelo diferente, un modelo que se está tomando su tiempo, pero con resultados satisfactorios”.
Días antes del frustrado golpe de Estado, el 4 de abril, la agencia EFE detalló que la tasa de homicidios se situó en 6 por cada 100.000 habitantes.
Es uno de los índices de seguridad ciudadana más bajos en Latinoamérica.
Silva comprobó la tranquilidad nacional: “El contraste es brutal, Nicaragua sobresale en Centroamérica y no solo con el triángulo norte, Guatemala, Honduras y El Salvador, sino que incluso con Costa Rica. La seguridad en Nicaragua es el factor clave”.
Si hay crisis en Nicaragua, esta es prefabricada con la materia prima del engaño que emanan algunas salas de prensa “independiente”, y de actores especializados en suplantar los hechos por sus obsesiones viscerales contra el sandinismo.
Del periodismo, Vargas Llosa expone que “puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación primordial, que es informar”.
Pero informar no significa deformar por sinrazones ideológicas.
II
Un error en que incurren algunos es confundir el acontecer nicaragüense con la difundida por los adictos a la falacia en las redes sociales.
O las redactadas por aquellos que tras pegarle fuego a los fundamentos morales del periodismo, urden “noticias” a la medida de los financistas del fake news.
Lo lamentable es que organismos supuestamente serios ocupen las redes o medios ultraderechistas como fuentes fidedignas y, a partir de ahí, elaborar sus informes, condenas, sentencias, castigos, sanciones, etc., contra un país soberano.
El asesinato de la reputación ya sea de una persona o de toda la nación como Nicaragua, no es algo que felizmente se pueda hablar en tiempo pasado. Hoy está de moda.
A las factorías de opinión les vale un bledo que los comicios de 2016 contaran con la observación y el aval de la Organización de Estados Americanos, cuando esta se regía por sus estatutos.
Ahora sí les interesa escuchar y aumentar, con mayores decibeles, todo el ruido que provoca el descarrilamiento de los principios de la OEA.
El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, quiso aturdir, en diciembre, las mentes razonables de Washington con una batahola de 485 páginas sobre la “situación de Nicaragua”.
Hasta un medio antisandinista, “Confidencial”, reconoció la extraña raíz de tan estridente elucubración ofrecida como “investigación”:
“Para producir su informe sobre Nicaragua, los expertos (GIEI) analizaron más de tres millones de tuits y más de 10, 000 videos publicados en las redes”.
Es que no se trataba de verificar nada, sino de cumplir el encargo: vestir de frac a la inmunda mentira.
La CIDH de manera irresponsable despreció el manual que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) tituló “Journalism, `Fake News’ & Disinformation”.
A su coeditora, Julie Posetti, le sorprende “la velocidad con la que se propulsa la desinformación a través de las redes sociales”.
Por eso advierte: “La capacidad de cualquier propagandista para publicar material que tergiversa el periodismo, distorsiona la verdad o fabrica palabras y acciones ahora es ilimitada” (Red Internacional de Periodistas).
El canciller nicaragüense Denis Moncada corroboró lo dicho por Posetti: quienes intentaron desestabilizar al país, desde las redes sociales enviaron “200 millones de mensajes en su momento, para 6.3 millones de habitantes” de la República.
Y hay gente que se traga toda esa basura del diablo.
III
En esta guerra nada se les escapa: quienes violaron los derechos humanos en los tranques, y que hoy enfrentan la justicia, son reciclados en “reos políticos”.
La pregunta es: ¿Qué haría la Policía, la Guardia Nacional y el FBI si en NBC o CNN, sus presentadores, periodistas o analistas agitaran las emociones hasta el paroxismo de un tipo de público para bloquear las avenidas del Distrito de Columbia, paralizar violentamente el tránsito vehicular en toda la Unión Americana y lanzarse armados contra la Casa Blanca?
Pues eso mismo instigaron en redes sociales, periódicos, radios y TV, sus propios “pacíficos” manifestantes en el país centroamericano:
“…la gente en una de estas marchas en las que participamos digan bueno, vamos a El Carmen (sede del gobierno), y aunque haya 200, 300, 400 muertos se resuelve y esa es otra salida en caliente, porque no sabemos lo que va a pasar, ya sea que lo agarren y lo cuelguen como pasó con Mussolini (Oscar René Vargas, canal 100% Noticias, 26 de julio de 2018).
El “analista” deseó, incluso, ver jóvenes estadounidenses de la USMC cayendo trágicamente en las calles de Managua. Es lo que llamó alegremente: “La salida a la Noriega, vienen, intervienen, hay muertes, heridos y todo…”.
El 28 de octubre, el diario de la familia Chamorro, “La Prensa”, le preguntó a Sofía Montenegro, activista de una oenegé de Carlos Chamorro:
“Si le dijesen que es inmortal y que ninguno de sus actos va a ser castigado, ¿qué sería lo primero que haría?”.
La feminista colocó la cereza del pastel diabólico:
“Pondría una bomba en El Carmen”.
A pesar de la “férrea dictadura”, en cierta radioemisora otro antisandinista que también presentaba todas las trazas de un poseso, invocó un genocidio en pleno siglo XXI:
“A que si podemos resistir tres millones de muertos, creo que sí, podemos resistir tres millones de muertos y ellos seguirán sin poder avanzar un centímetro. (…) Así es que no importa cuánto caigan, cuántas muertes…” (Edgar Tijerino, 14 noviembre de 2018).
Con todo, ningún miembro del ala radical de la oposición se responsabilizó de sus actos, y hasta se olvidaron del pretexto inicial utilizado para el Golpe de Estado: las reformas a la Seguridad Social.
Era lo de menos. Lo que interesaba aterrizar en mayo, con la violencia desplegada por los “cívicos”, era el texto importado:
“¡Aquí no hay diálogo, ni negociación! ¡La economía no importa! ¡Esto es una mesa de rendición, para ver cómo y cuándo se va!”, le gritaron al presidente Ortega.
Hay un fracasado Big Bang al alimón en todo esto. Si alguna duda había, el catedrático del atavismo, Arturo Cruz, la disipó sin pretenderlo:
“Hasta ahora, el alegato de los norteamericanos es: ‘Jinete, bajate del caballo, pero si no lo hacés voy a tener que botar el caballo’” (conferencia en el Instituto Centroamericano de Administración de Empresas, INCAE, 12 de septiembre 2018).
Parte del folklore de los derrocamientos en este siglo son las limpias banderas de la democracia y los derechos humanos. Es lo que una vez criticó el escritor Carlos Fuentes:
“La máscara ética disfraza una red de intereses políticos, económicos y personales inconfesables”.
Desde el origen perverso del Golpe se ocuparon como bayoneta calada las redes sociales y una prensa que nada tiene que ver con un mandamiento que dejó Gabriel García Márquez:
“En periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea”.
Si así de serio es el periodismo clásico, no podría esperarse menos de los líderes sensatos de la Unión Europea y Estados Unidos.
Y de la OEA…
Por: Edwin Sánchez
http://barricada.com.ni/la-prefabricada-crisis-en-nicaragua/?fbclid=IwAR0ijuv7ky1RtFM3yJSSKXezD6zslosjp7avgJqgpP2j6FLWbcSSH3NzAPk