Me llama la atención que se eluda completamente la actuación de los israelíes en la ubicación y muerte de Pablo Escobar, algo que está archicomprobado. Mercenarios israelíes adiestraron a los sicarios del Cartel de Medellín liderado por Escobar y fueron también quienes luego asesoraron y respaldaron a los “Pepes” (Perseguidos por Pablo escobar) liderados por el paramilitar Carlos Castaño, que es aparentemente (él o uno de sus hombres, si es que a último momento Escobar, viéndose rodeado, no se suicidó) quien mató a Escobar o, al menos, quien llegó antes que los representantes del Estado junto a su cadáver.
La ubicación geográfica de Escobar fue posible gracias a una conversación telefónica de unos cinco minutos que tuvo con su familia, circunstancia en que su voz fue reconocida por un software israelí.
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El Gobierno de Colombia y la CIA engendraron a los “narcoparas” que inundan España de cocaína
JOSÉ MANUEL MARTÍN MEDEN* / PÚBLICO
“Vea, señor, está hecho”. A Miguel Rodríguez Orejuela, del cartel de Cali, le llamaban el Señor y fue el primero en recibir una llamada telefónica del Bloque de Búsqueda para anunciarle hace veinticinco años, el 2 de diciembre de 1993, que habían matado en Medellín a Pablo Escobar. Rodríguez Orejuela les había prometido 10 millones de dólares como recompensa por la eliminación de su rival, el patrón del cartel de Medellín.
Así lo aseguran un hijo suyo, William Rodríguez Abadía y el periodista estadounidense Mark Bowden en sus respectivos libros, No elegí ser el hijo del cartel y Matar a Pablo Escobar.
Según InSight Crime, el centro independiente de investigación internacional sobre el crimen organizado, el Cartel de Cali invirtió cincuenta millones de dólares en la cacería de Pablo Escobar.
La revista Semana, portavoz del sistema político, económico y militar colombiano, reconoce que fue un pacto con el diablo la alianza de los gobiernos de Colombia y de Estados Unidos con el Cartel de Cali y los paramilitares para matar a Escobar.
El presidente César Gaviria pidió la colaboración de Estados Unidos para el Bloque de Búsqueda, formado por especialistas del ejército y de la policía. Bowden confirma la participación de la CIA, el FBI, la DEA, la Fuerza Delta antiterrorista y la agencia de vigilancia electrónica clandestina Centro Spike.
En su libro revela que Gaviria ocultó la intervención, violando la soberanía nacional: “Gaviria les dijo a los estadounidenses que tenían carta blanca para actuar sin respetar la prohibición constitucional de desplegar tropas extranjeras en territorio colombiano”.
La operación comenzó con el presidente Bush y continuó con Clinton.
Bowden justifica que “cuando lo encontraran, lo matarían”. En su libro lo plantea sin ambigüedades: “La controversia sobre si Estados Unidos tiene o no derecho a asesinar a ciudadanos extranjeros fuera de su propio territorio merece ser estudiada y debatida con rigor pero creo que el caso de Pablo Escobar deja claro que en ocasiones debe hacerse.
Siempre ha habido en el mundo hombres poderosos y de buenas intenciones que creen que proteger la civilización justifica incursionar en la ilegalidad”.
Pacto con el diablo
La intervención de Estados Unidos incluía el pacto con el diablo para contar con la financiación del cartel de Cali y la guerra sucia de los escuadrones de la muerte de los paramilitares.
El cartel de Cali, dice William Rodríguez Abadía, “aportaba 200.000 dólares cada semana”.
El jefe de inteligencia del Bloque de Búsqueda, Hugo Aguilar Naranjo, reconoce en su libro Así maté a Pablo Escobar que “el comandante paramilitar Carlos Castaño se reunía con los agentes de la CIA en Medellín”.
Esa alianza del Estado con la CIA, los narcos y los paras está confirmada por el relato de todos los participantes colombianos y los documentos secretos de las agencias de seguridad y de la diplomacia de Estados Unidos a los que tuvo acceso Semana: “Los documentos desclasificados certifican la ayuda de Estados Unidos para una organización paramilitar terrorista a la que le dieron el impulso con el que organizaron la máquina de matar más poderosa de la historia de Colombia”.
La consecuencia del pacto con el diablo fue la impunidad para los narcoparamilitares cuya segunda oleada inunda ahora a España de cocaína.
En su libro Guerras recicladas, la periodista colombiana María Teresa Ronderos denuncia que “aquella alianza fue la levadura de la peor y más devastadora ola de paramilitarismo”.
Según InSight Crime, “la cacería contra Escobar fue el trampolín para las Autodefensas Unidas de Colombia”, la federación narcoparamilitar que se extendió por todo el país.
Carlos Castaño, el comandante de las AUC, había anunciado que “con los recursos, las armas y los contactos que nos quedan de la guerra contra Escobar, vamos a organizar la federación paramilitar”. Lo cuenta Diego Fernando Murillo Bejarano, don Berna, en su libro Así matamos al patrón. Este narcoparamilitar fue el enlace de Castaño y del cartel de Cali en la alianza con el gobierno de César Gaviria y la CIA. “Un oficial del Bloque de Búsqueda -asegura don Berna– nos dijo que se había reunido con el presidente Gaviria y le había autorizado para utilizar los métodos que fueran necesarios en la eliminación de Escobar”.
¿Quién lo mató?
Pablo Escobar fue localizado el 2 de diciembre de 1993 en su escondite de Medellín mediante la vigilancia electrónica estadounidense y veinticinco años más tarde todavía compiten los que se atribuyen el disparo que lo mató: un balazo en el oído derecho que le atravesó la cabeza.
Mark Bowden considera que es posible que fuera un francotirador de la Fuerza Delta del ejército de Estados Unidos aunque sugiere que lo remataron a quemarropa.
La versión oficial de Hugo Aguilar Naranjo, comandante del Bloque de Búsqueda, es que lo abatió uno de sus agentes.
Carlos Castaño le aseguró a la viuda de Escobar que disparó uno de sus paramilitares. Don Berna, el intermediario fundamental en el pacto con el diablo, mantiene que a Escobar lo mató su hermano Rodolfo Murillo Bejarano, alias Semilla.
Su hijo, Juan Pablo Escobar, dice en el libro Mi padre que está convencido de que se suicidó:
“Siempre me dijo que se pegaría un tiro en el oído derecho para que no lo capturaran vivo”.
Bowden, Aguilar, Castaño y don Berna coinciden en sus relatos: un histérico presidente Gaviria, desesperado por la violencia de Pablo Escobar, se sometió a la intervención de Estados Unidos. Según Bowden, la orden compartida por los gobiernos de Estados Unidos y de Colombia era matar, no capturar, al peligroso patrón del cartel de Medellín.
El premio para Gaviria por su docilidad fue la secretaría general de la Organización de Estados Americanos.
Pero, ¿por qué en Washington (Bush y Clinton) tenían tanto interés en eliminarlo?
Por lo que sabía. Porque conocía el gran secreto de la guerra de Reagan contra los sandinistas.
Escobar fue el socio de la CIA en la financiación del terrorismo de los contras mediante el narcotráfico.
Es la versión de Juan Pablo, el hijo del gran capo: “Mi padre trabajaba con la CIA para combatir al comunismo en Centroamérica.
Cuando ya no les sirvió, decidieron matarlo”.
Los narcoparamilitares inundan España de cocaína
Desde el Estado les facilitaron una cobertura legal a los narcoparamilitares como recompensa por su participación en la ejecución de Pablo Escobar.
El gobierno de César Gaviria (1994) puso a su disposición los servicios comunitarios de seguridad privada y el de Ernesto Samper (1995) les autorizó las armas de guerra.
En Guerras recicladas, María Teresa Ronderos llega a la conclusión de que con esas cooperativas de seguridad “los paramilitares pudieron camuflarse como organizaciones civiles legales de apoyo a la fuerza pública, una auténtica patente de corso”.
La Fiscalía General reconoció que “las cooperativas de seguridad fueron diseñadas por el paramilitarismo para recibir financiación de los ganaderos y de las bananeras, incluida la estadounidense Chiquita Brands”.
Durante la presidencia de Álvaro Uribe (2002/2010), la falsa desmovilización de los paras produjo la proliferación de los nuevos grupos narcoparamilitares que cambian de denominación (Aguilas Negras, Urabeños, Rastrojos o Clan del Golfo) y ya no disfrazan el negocio con su mentira histórica de la contrainsurgencia. Ahora inundan España de cocaína.
El Observatorio Europeo de las Drogas calcula que son ya 800 las toneladas que llegan cada año a la Unión Europea a través de España, en su mayoría procedentes de Colombia. Un negocio de 25.000 millones de euros.
Los periodistas españoles Nacho Carretero y Víctor Méndez Sanguos, autores de los libros Fariña y Narcogallegos, las más recientes investigaciones sobre el narcotráfico, confirman que son esas nuevas mafias narcoparamilitares colombianas las que están inundando España de cocaína. Las vías de entrada son la tradicional de las planeadoras en la costa gallega y la nueva de los millones de contenedores que llegan a los puertos de Algeciras, Valencia y Barcelona. Según Víctor Méndez Sanguos, “en Galicia volvemos a tener organizaciones que controlan todo el negocio, con capacidad para invertir en origen y con infraestructura para dominarlo todo. Disponen de la máxima tecnología, pantallas empresariales, colaboradores en recintos portuarios y fuerzas de seguridad, mucho dinero en efectivo y la confianza de sus socios colombianos.
España ya no sólo es un país clave en la recepción, el almacenamiento y la redistribución europea de la cocaína sino también en la estructura económica de los cárteles del otro lado del Atlántico”. Así penetra en España el poder narcoparamilitar que se engendró en Colombia hace veinticinco años como consecuencia de la alianza para matar a Pablo Escobar, en la que participaron el gobierno del presidente César Gaviria, la CIA, el cartel de Cali y los paramilitares.
(*) José Manuel Martín Medén fue corresponsal de TVE en Colombia y es el autor del libro ‘Colombia feroz’.
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