Muy pocas veces en la historia del cine se ha tenido la oportunidad de asistir a un filme en el que a la eficacia dramatúrgica se suma una capacidad de síntesis y de esclarecimiento tan contundentes como en JFK – La pregunta que no quiere callar (1991) o JFK: Caso abierto, como también se retituló, del cineasta estadounidense Oliver Stone (15/sept/1946), ganador de los premios Oscar a la Mejor Fotografía, para Robert Richardson, y al Mejor Montaje, para Joe Hutshing y Pietro Scalia.
Y aquí debe señalarse algo previsible: JFK, con sus ocho nominaciones a los premios de la Academia, no es un filme para tales galardones y no porque no los merezca, sino porque no los necesita y, además, porque los mismos no están destinados para semejante tipo de cine: no cabe, precisamente, dentro del cine espectáculo, más bien dentro del cine/memoria/denuncia, que tanto daño hace a los fans de los pactos de silencio y que a toda hora hablan de “conspiraciones”: claro, porque son ellos los que las producen y ya decía Wilde que “solo hablamos de lo que nos interesa”, en especial, exorcizar, já, o, en otros casos, confesar, porque para nadie es un secreto que el asesino siempre se confiesa: aunque, en este caso, no sea, propiamente, que el asesino, EE.UU, se confiese, sino que un hombre, un artista, ético por honesto, traduce ese malestar general en una ocasión particular de esclarecer un asunto, objetivo del que el Informe de la Comisión Warren está muy lejano.
Las iniciales JFK corresponden, obviamente, a John Fitzgerald Kennedy (1917-1963), el trigésimo presidente de los EE.UU, asesinado en Dallas, Texas, el 22/nov/1963. El filme de Stone, con guion de él mismo y de Zachary Sklar, está basado en los libros On the Trail of the Assassins o En la pista de los asesinos, de Jim Garrison, por esa época fiscal del distrito de New Orleans, y Crossfire: The Plot That Killed Kennedy, literalmente, Fuego cruzado: El complot que mató a Kennedy, de Jim Marrs. Nacido en NY, Stone trabajó como maestro y marino mercante en el sureste de Asia entre 1965 y 66, antes de incorporarse al ejército para participar en la Guerra de Vietnam del 67 al 68; hecho que, a la postre, determinó la mayor parte de su quehacer posterior a 1971, cuando se graduó en la Escuela de Cine de la U. de NY.
Dos años después escribió y dirigió Seizure (1974) o Reina del mal y, más tarde, redactó los guiones de filmes tan desiguales, en argumento y calidad, como Midnight Express (1978) o Expreso de medianoche, para el filme de Alan Parker, basado en la autobiografía de Billy Hayes; Conan the Barbarian (1982) o Conan, el bárbaro, coescrito con John Milius para el filme de éste, sobre el cómic de Robert E. Howard; y Scarface o Caracortada (1983) o El precio del poder, según la novela de Armitage Trail (1902-1930), autor gringo de pulp fiction (1). Coescribió, también, con Michael Cimino, el de The Year of the Dragon (1985) o El año del dragón, sobre la novela homónima de Robert Daley; también escribió/dirigió The Hand (1981) y Platoon (1986), su mea culpa sobre Vietnam, por la que recibió ocho nominaciones en Hollywood, de las cuales obtuvo cuatro premios, sin duda merecidos, entre ellos a la Mejor Película y al Mejor Director, al igual que Globo de Oro al Mejor Filme.
Asimismo, Stone ha dirigido Salvador (1986), coescrita con Richard Boyle, quien cuenta su propia historia sobre las guerras civiles en Centroamérica, donde fue reportero durante la década de 1980 y descubrió el entramado de la corrupción, así como aspectos de la realidad que ignoraba y que lo llevaron al compromiso y a la toma de partido; Wall Street (1987), y su secuela Wall Street: El dinero nunca duerme: la matriz, su obra más lograda antes de JFK y en la que actúa una pareja básica de oposición: Bud Fox, literalmente el amigo zorro o el zorro camarada, encarnado por Charlie Sheen, joven y ambicioso corredor de bolsa que termina su universidad gracias a su esfuerzo y al de su padre mecánico y jefe sindical, rol a cargo de Martin Sheen, el recordado protagonista de Apocalypse Now, de Ford Coppola. Él, Bud, ansía trabajar con su admirado Gordon Gekko (Michael Douglas), sujeto sin escrúpulos, típico self-made-man que en poco tiempo ha hecho fortuna en la bolsa: ¿el resultado?, la muestra más despiadada de lo que significa el capitalismo, con su lucha implícita entre el afán de figuración, el prurito de la competitividad, la impúdica exhibición de vanidad y de desprecio por lo que represente el mundo de los seres humanos o una sociedad humanizada y no destruida aun por la cosificación, el patriarcado, el poder, con el telón de fondo de la crisis financiera; Talk Radio (1988), a un tiempo el poder del dúo teléfono/radio, con base en el guion del propio protagonista, Eric Bogosian, y del mismo Stone.
Aquél, como Barry Champlain, locutor de un programa radial nocturno en Dallas, se mueve entre el cinismo y la crueldad, entre la simpatía y el odio: dadas la claridad y firmeza con que expresa su credo, por contraste, termina por recibir serias amenazas. Partes del filme y del guion, con coautoría de Tad Savinar, se basaron en el asesinato del locutor radial judío Alan Berg, en 1984, y en el libro Talked to Death: The Life and Murder of Alan Berg o Hablando a la muerte: Vida y crimen de Alan Berg, de Stephen Singular, por el que recibió el Oso de Plata en el XXXIX Festival Internacional de Cine de Berlín y que también sirvió de inspiración para los filmes Betrayed (1987) o El sendero de la traición, del greco-francés Costa-Gavras y Brotherhood of the Murder (1999) o La hermandad del crimen, de Martin Bell; Born on the Fourth of July (1990) o Nacido el cuatro de julio, regreso a Vietnam como recurso adicional al exorcismo, la desgarrada/desgarradora aventura autobiográfica del voluntario Ron Kovic, coautor del guion, que va a defender a su país con la idea de estar al tiempo probándole su amor: al regreso, ya como veterano de guerra, su convicción cambiará de modo radical cuando se le vea postrado en silla de ruedas y atendido en un mugriento hospital, lo que, a su vez, proyecta la idea de la estulta valentía patriotera cuando se la contrasta con la idea de la sobria dignidad sin fronteras ni límites, o sea, la libertad, y con el recurso a la guerra trocado por el de la paz.
Más recientemente, The Doors (1991), filme underground elevado a la categoría de superproducción, en la que predomina la cantidad sobre la calidad: muy elaborado técnicamente, sí, pero con una más bien poco asequible, casi esotérica, visión personal no sobre el grupo musical que le da nombre y que operó entre 1965 y 73, sino sobre su cantante, Jim Morrison, la que de paso se olvida de su estrella, el compositor y organista/teclista Ray Manzarek, así como de su creador y guitarrista Robert Alan Robby Krieger, los dos cerebros de la banda formada en Los Ángeles (lo que va sin hablar del baterista John Densmore). Los que, básicamente, hicieron de ella, uno de las cuatro exponentes claves de la psicodelia en los años 60 del siglo XX al lado de Grateful Dead, Jefferson Airplane y Pink Floyd. Obra en la que la aparente crítica de lo real está al servicio del espectáculo, al contrario de lo que pasa en JFK, filme en el que el espectáculo está al servicio de la crítica de lo real. De entre los 17 largos realizados desde The Doors hasta hoy, no puede dejar de mencionarse títulos como Heaven and Earth (1993) o Entre el cielo y la tierra, una visión de Vietnam por una mujer; Natural Born Killers (1994) o Asesinos por naturaleza, dura/ácida crítica al sensacionalismo mediático; Nixon (1995), retrato político del líder de nuestra pandilla (Philip Roth) y uno de los peores ejemplos de esa entelequia llamada democracia, dentro de la cual, justamente, su antítesis es EE.UU, país que ha invadido 70 países entre 1945 y hoy, ha asesinado entre 20 y 30 millones de personas en 37 países, lo que, de hecho, lo convierte en el mayor violador de los DD.HH en el mundo (2); U Turn (1997) o Giro en U o al infierno, con guion de John Ridley, basado en su libro Stray Dogs (Perros callejeros), con un extraño triángulo en el que la amante le propone al suyo matar a su marido y este le devuelve la oferta a ella para que mate a su amante, Bobby (Sean Penn), en una trama parecida a la del filme del colombiano Felipe Aljure, El colombian dream (2005), en la que la mujer traiciona con el esposo al amante; Comandante (2003), documental que evidencia la admiración por ciertos personajes de la izquierda latinoamericana, para el caso por Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, al lado del Che Guevara y de Camilo Cienfuegos; Alexander (2004), su particular visión del rey macedonio Alejandro Magno, quien a los 30 años ya era el más poderoso de su tiempo llegando a dominar Asia Menor, Egipto (donde funda la biblioteca y universidad más grandes de su tiempo) para luego dirigirse a Babilonia, sede central del imperio persa: muere, se cree que envenenado, a los 33 años, tras una larga y difícil relación con su padre, como era la de éste con su esposa Olimpia, quien se cree que planeó el asesinato de Filipo II llevado a cabo por su guardia Pausanias; La historia no contada de EE.UU (2012), una serie para TV de diez episodios, cuyo título alude a un tratamiento de la historia distinto al de la versión oficial, por el estilo de lo que hizo Howard Zinn en La otra historia de los EE.UU, cuyo pdf, 512 pp, está en Internet (3). Por último, Mi amigo Hugo (2014), un homenaje a Hugo Chávez Frías, comandante y fundador de la República Bolivariana de Venezuela y artífice de la idea, puesta en práctica, de un socialismo para el siglo XXI, la que solo EE.UU puso en entredicho, dada la avidez del Imperio por proveerse de recursos, y a cuyo líder persiguió, vía Golpe Suave, según la teoría harto criminal e ínfimamente política de Gene Sharp, que llevan al trágico final de Chávez, no por causa de mal natural alguno sino por un cáncer inoculado a través de nanotecnología, entre 2011 y 2013: la justicia venezolana llamaría luego a juicio, por este hecho, a su ex jefe de seguridad, Adrián José Velásquez Figueroa, y a su esposa, la ex directora del Tesoro de Venezuela, Claudia Patricia Díaz Guillén, quienes extrañamente terminaron depositando el fruto de sus hazañas conspirativas, vía USA, en el barril sin fondo de los Panamá Papers.
Y, cómo no, Snowden (2016), una re-visión (sic) sobre los avatares que ha pasado el hacker gringo más famoso de la historia de EE.UU que filtró información clasificada de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) al NYT, al Washington Post y a otros medios relevantes, a partir de jun/2013, lo que desató una feroz cacería de los sistemas de control, tan solo comparables a los sufridos por esos otros verdaderos héroes nacionales como son Julian Assange, director de WikiLeaks, y Chelsea Elizabeth Manning, llamada así a partir de abr/2014, pero nacida como Bradley Edward Manning, en Crescent, OK, 17/dic/1987 (4).
JFK muestra de tal forma la misteriosa trama que rodea al magnicidio de Kennedy, el Rey de Camelot, como obliga la fábula/farsa política estadounidense, para, por contraste, terminar por hacer percibir con nitidez el modo como fue urdida dicha trama; y lo más impresionante: hace que el público tome conciencia de la situación y de sus profundos mecanismos.
Para lograrlo le lanza un desafío de principio a fin. JFK se inicia con un epígrafe de la escritora Ella Wilcox: “Pecar callando cuando se debe protestar, convierte a los hombres en cobardes”.
Hasta aquí, muchos podrán pensar que el filme no dice nada nuevo; es decir, nada que no sea la confirmación de lo que muchos, sobre todo mayores de 50 o 60 años, han intuido acerca del asesinato del mandatario demócrata John F. Kennedy, así como en relación con los posteriores asesinatos de Malcolm X, dirigente negro y musulmán muerto a bala en 1965, a quien extrañamente no se cita en JFK y de quien aún hoy se desconoce su victimario incluso cuando el principal incriminado, Louis Farrakhan, ministro/líder de La Nación Islámica, ni siquiera ha sido llamado a juicio, pese a haber dicho, a comienzos de los años 60, “Malcolm X debe morir” (5); Martin Luther King, a quien eliminó no “el loco que actuó solo”, James Earl Ray (6), como tantas veces se ha dicho, sino Henry Clay Wilson, como informó al NYT su hijo el pastor Ronald D. Wilson, quien lo hizo y “no por motivos racistas sino políticos pues lo creía comunista” (7); y Robert Kennedy, de quien hasta ahora se sabe que lo ultimó un tal Sirhan Bishara Sirhan, 24 años, de ascendencia palestina, después de que aquél, el 4/jun/1968, obtuviera la mayor victoria en su carrera hacia la nominación demócrata al ganar las primarias en South Dakota y California, así que pasada la medianoche dio un discurso de agradecimiento a sus electores en el Hotel Ambassador, de Los Ángeles. Mientras iba por un pasillo, atestado de gente, hacia las cocinas del hotel, Sirhan, de repente disparó contra la multitud hiriendo a muchas personas, entre ellas al senador, a quien se dice disparó a quemarropa; luego, reconoció su crimen por oponerse al apoyo que aquél daba a Israel y, finalmente, fue condenado a cadena perpetua.
Nadie, entonces, cuestionó esta versión (8). No deja de ser curioso, además, que uno de los tres libros que RFK escribió se titule El enemigo interior: La cruzada del Comité McClellan en contra de Jimmy Hoffa y los sindicatos laborales corruptos (1960), cuando se sepa que ambos, Robert y John F., recurrían a préstamos del propio Hoffa, presidente del Sindicato de Camioneros, quien extrañamente desapareció en 1968 y jamás se le volvió a ver. Aquí cabe recordar que, con ocasión de los disturbios en Birmingham, se detuvo a 2.500 manifestantes negros, Robert, azuzado por John, empezó a buscar “discretamente” los 160 mil dólares necesarios para pagar las fianzas que, en lo fundamental, salieron “de las arcas de los principales sindicatos del país”, como señala Marshall Frady en su biografía sobre Martin Luther King (9). Por eso, tampoco es gratuito que uno de los capítulos del libro de Wolfe se titule Jack y su pandilla, que es el apodo de John F., en la que también figura, obvio, su adorable hermano Robert Francis (10).
Pese a las conclusiones de la Comisión Warren, en el sentido de que hubo un solo asesino, Lee Harvey Oswald, y de que se hicieron apenas tres disparos en 5.6 segundos, Stone no solo muestra que la primera aseveración es simplemente una farsa, sino que, además, sobre la segunda, aporta evidencias que permiten saber que se trató de una conspiración.
En la que se hallan implicados desde los más altos jerarcas de la política gringa, empezando por el entonces vice Lyndon B. Johnson, dueño del 20% de las acciones de Helicópteros Bell, declarado militarista y el principal opositor a que JFK retirara a mil oficiales de Vietnam, y siguiendo con Gerald Ford, quien a la sazón fungía como diputado: curiosamente, ambos serían presidentes; hasta individuos de la más baja ralea, como el hipócrita “partidario de Kennedy” y rabioso anticastrista, Clay Bertrand o Clay Shaw, tantas veces mostrado en el filme y al final llevado a juicio, su homólogo David Ferrie, El Buitre, magistral rol de Joe Pesci, el “traficante” y mafioso del transporte, Jimmy Hoffa, quien después se desvanecería en el aire quizás por ser un testigo “sólido”, y el mismísimo Jack Ruby, amigo y, no obstante, victimario de Oswald, el supuesto criminal que “actuó solo”, que no tenía más que 14 dólares en el banco y que, sin embargo, compraba tiquetes aéreos por una cuantía superior a los 1.500 dólares, que viajaba por cuenta del Departamento de Estado y que trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia(CIA).
Conspiración en la que, según Stone mismo, también estuvieron involucrados funcionarios del Pentágono, del FBI, de la ya citada CIA, de la OIN y de las llamadas Black Operations: al respecto, recuérdese la escalofriante confesión que el Coronel X le hace, frente al obelisco de Washington, al fiscal Garrison, que a grandes rasgos devela todo lo que la historia oficial gringa ha escondido a lo largo de su turbio devenir.
La farsa de la que habla Stone está contenida en un informe de 26 tomos, elaborado por aquella comisión que fue nombrada por el principal implicado, según el mismo cineasta, en el complot contra Kennedy: Lyndon Baines Johnson, oriundo del estado donde aquél fue eliminado y quien, tras la muerte del dirigente, llegaría a la presidencia de los EEUU. La Comisión Warren estaba integrada por Earl Warren, de ahí su nombre, presidente de la misma y uno de los principales opositores republicanos a JFK; los senadores Richard Russell Jr. (1897-1971) y John Sherman Cooper (ya fallecido); los congresistas T. Hale Boggs y Gerald Ford, luego vicepresidente y presidente de EEUU; el ex director de la CIA Allen Dulles, quien había sido despedido y no “jubilado” por Kennedy, tras el fracaso de la invasión a Bahía Cochinos, en Cuba, 1962; y el ex director del BM John McCloy.
Fuera del sospechoso designio de Warren y de Dulles, cabe agregar que las dos páginas de Russell Jr. con su disenso en torno a la teoría de “un solo asesino”, fueron separadas del Informe Final. Pero, mientras la Comisión se preocupó, en apariencia, por averiguar quién mató a Kennedy, Stone se preguntó: ¿Por qué?
Detrás de su interrogante hay una honda tristeza por el descalabro moral, la traición que vuela por los siniestros corredores del poder, el cinismo de que hacen gala quienes lo detentan: no hay que olvidar la certera alusión en JFK a la tragedia Julio César, de Shakespeare, que refleja la angustia de Inglaterra a causa del miedo sobre el sucesor del liderazgo. Aunque tras el real protagonista, Bruto, se quieran esconder causas de honor y lealtad a la patria, se ve que no está menos impulsado que el resto por la envidia y la lisonja, los mismos factores al fondo del argumento en JFK. De ahí que, atando lo anterior, Stone haya descrito su filme de ficción como un “contra mito” al “mito ficticio”, de la Comisión Warren. Mito que a propósito puede extrapolarse a Colombia para hablar del Fiscal General y Jorge Enrique y Alejandro Pizano, hoy en el centro del huracán mediático salpicado de cianuro.
Daniel Coronell: “Congresista que investigará al Fiscal General es hijo de delincuentes”, refiriéndose al representante por Santander del CD Óscar Villamizar, cuyo padre, Alirio, fue condenado por la Corte Suprema a nueve años de cárcel por delito de concesión, multa fiscal e inhabilidad para ocupar cargos públicos por otros nueve años (11).
Stone no se paró en nimiedades. JFK atesora una estricta síntesis de hechos tan espinosos como la desaparición y/o eliminación de testigos (algo también similar a lo que ha pasado en el país con la historia detrás del senador Uribe relativa a la creación de Los 12 apóstoles, concierto para delinquir y homicidio, de un campesino, já); el número de disparos hechos a Kennedy: seis o siete y no tres; el tiempo requerido para efectuarlos, algo inverosímil dada la dificultad para cambiar proyectiles en un viejo fusil italiano Carcano M-38 (posterior al M-91 usado en la I GM) y más exactamente Paraviccini-Carcano, erróneamente llamado Mannlicher-Carcano, y la teoría del fuego cruzado, con las debidas pruebas de balística y la mención que se hace de la “bala mágica”; la renuencia oficial a permitir conocer la comprometedora película en 8mm de Abraham Zapruder; el montaje fotográfico sobre Oswald en la portada de Life; la omisión de testimonios en el Informe Warren, v. gr., el de Julie Ann Mercer, etc. Hechos a los que se puede agregar la revocatoria que hizo Johnson de los decretos firmados por Kennedy sobre el retiro de mil oficiales de Vietnam, como un primer paso al desarme total; el recorte al presupuesto militar para 1964, por JFK, y también derogado por LBJ; la negativa de aquél a invadir de nuevo a Cuba; el fin de la mal llamada Guerra Fría pues, de acuerdo con el politólogo Juan C. Monedero, dejó más muertos que las otras dos, por lo que “quizá le convendría mejor llamarse II Guerra Interimperialista, toda vez que la condición supranacional de la guerra estuvo motivada esencialmente por las tensiones de dominación imperial de los actores implicados.
Es por esto mismo por lo que lo que para muchos es la III Guerra Mundial se convino en llamar con el eufemismo Guerra Fría que ocultaba la enormidad de víctimas que implicó” (12); y, cómo no, el acercamiento a los rusos, en particular a Kruschev, a quien los gringos usaron de pretexto para hacer filmes de guerra, al grito mercantil de “ahí vienen los rusos”, y a quien por la crisis de los misiles, y su papel moderado, los cubanos le cantaron: “Nikita, mariquita, Nikita, mariquita, lo que se da, no se quita” (13).
Todo ello mostrado de una forma que inquieta, sacude, aterra, y que, de algún modo, terminará por cambiar la mirada que hasta ahora se pudiera tener sobre cómo se articulan los resortes del poder, cuando todos los objetivos están cifrados en el dinero.
Desde la óptica estrictamente cinematográfica y pese a una compleja estructura o, mejor, gracias a ella, basada en un montaje alterno y en superposiciones temporales, flashbacks y elipsis, Stone consiguió que no fuera nada difícil seguir la trama, obteniendo a la vez un soberbio clima de seriedad y de fluidez narrativa, sin caer en métodos vulgares, caricaturas o panfletos. Con todo, tal vez para algunos puedan parecer excesivos tanto el filme en sí como la información, y tanto cualitativa como cuantitativamente, en que se basa.
Para otros, quizás sea un filme sensacionalista, provocador, subversivo. Sin embargo, lejos de semejante fardo se halla su obra. En realidad, JFK no posee información en exceso, sino una magnífica demostración de síntesis cinematográfica: 120 horas de edición final, para 188 minutos de proyección; una insuperable simbiosis de documental y ficción y una muestra sinigual de meticulosidad en el montaje, lo que a la larga deriva en el rigor de la denuncia.
La que se hace mediante el argumento como fuerza y no al revés, un reparto versátil, convincente y magistralmente dirigido, que no intenta seducir o arrastrar al espectador, pero que termina por seducirlo, arrastrarlo y conmoverlo; bastaría la escena del juicio para comprenderlo, así como la trascendencia implícita del filme JFK – La pregunta que no quiere callar, o sea, ¿por qué mataron a Kennedy?, que ya ha comenzado a dilucidarse gracias al trabajo de un cineasta que no ha fracasado porque nunca ha dejado de ser él mismo, duélale a quien le duela, como se dice aquí para cosas que así se banalizan aunque, obvio, sean muy graves.
Como le diría el Coronel X, inspirado en Leroy Fletcher Prouty (1917-2001), coronel de la Fuerza Aérea gringa, autor, banquero y crítico de la política exterior de EEUU, en especial respecto a la CIA, al fiscal del distrito en Nueva Orleans, de 1962 a 73, Jim Garrison (1921-1992), nacido como Earling Carothers Garrison, cuyo primer nombre cambió en los años 60: “No me crea Usted… saque sus propias conclusiones”. Palabras que en realidad van dirigidas al público, al igual que las palabras y la mirada del fiscal mismo, luego de su intervención en el juicio contra Clay Shaw: “De ustedes depende…”: conocer la verdad, claro.
Así, poco importa que la verdad sobre el magnicidio de Kennedy solo sea revelada en 2029 o 2038, como decidió la señora Jacqueline Bouvier o Jackie Kennedy, luego Onassis, al acordar con la comisión investigadora que todos los documentos relacionados con el crimen, del hombre que tenía una amante que compartía con su hermano, no pueden saberse hasta entonces, porque con el coraje, la sinceridad y la decisión vertidos en su denuncia, Stone dejó sin validez alguna el informe de la Comisión Warren, compuesto por los ya inservibles 26 tomos de omisiones, componendas y mentiras. Stone termina su filme con otro desafío de cara al público, inmerso en el sutil aroma del homenaje: “Dedicado a los jóvenes en cuyo espíritu continúa la búsqueda de la verdad”.
Sin embargo, la verdad ya está dicha. Y el mundo entero se la debe a JFK, si no una obra maestra, que lo es, en todo caso uno de los más rigurosos, reveladores y difícilmente refutables filmes de denuncia de la historia del cine: si bien el arte solo muestra, JFK, para beneplácito de los justos, a la vez, muestra y demuestra.
Notas:
(1) O ficción pulpa, eufemismo para el papel barato hecho con base en pulpa de madera, cuyas revistas se publicaron entre 1896 y 1950, en contraste con las de alta calidad, glossies, glosas o de papel brillante, y slicks, manchadas.
(3) https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf
(4) Exsoldado y analista de inteligencia del ejército de EE.UU. Cobró fama internacional por filtrar a WikiLeaks miles de documentos clasificados: los Diarios de la Guerra de Afganistán y de Irak, así como numerosos cables diplomáticos de diversas embajadas gringas y el video del ejército Collateral Murder. Tras tres años de prisión provisional, en condiciones controvertidas por períodos, el Pentágono le acusó formalmente y un tribunal militar le condenó en ago/2013 a 35 años de cárcel y a su expulsión del ejército con deshonor.
El 17/ene/2017, Obama, antes de dejar la Casa Blanca, conmutó el resto de la pena de Manning, quien dejó la prisión el 17/may/2017. El 22/ago/2013, se declaró mujer transgénero, decidió iniciar un tratamiento hormonal para modificar su cuerpo y pidió en adelante ser llamada Chelsea Elizabeth, nombre que hizo legal en abr/2014. Hay un texto en Rebelión de Glenn Greenwald, premio Pulitzer en periodismo, hoy residente en Brasil, imprescindible para conocer el viacrucis que le hizo pasar el ejército y, más allá, el Gobierno: Bradley Manning – Historia sobre las libertades perdidas en EEUU.
(6) Igual ocurriría en 1980, con Mark Chapman, lector de Salinger y de El guardián entre el centeno que asesinó, a quemarropa, a un inmigrante más que también iba, como King, contra Vietnam: John Lennon. Después se supo que era un ex veterano y que, si no se arrepintió al inicio, lo hizo en ago/2010, ante la Junta de Libertad Condicional que negó su excarcelación: “Siento que ahora, a los 55, tengo una mayor comprensión de lo que es una vida humana, he cambiado mucho. Estoy avergonzado. […] Lamento lo que hice.” Wikipedia.
(8) Aunque se diga que RFK tuvo una relación íntima con Marilyn Monroe, después de que JFK “diera por terminado el amorío con la actriz a principios de los 60” y que es citado en muchas investigaciones “como uno de los implicados” en su “deceso” (Wikipedia), también JFK lo está, como lo sostiene Donald H. Wolfe en su libro Marilyn Monroe: Investigación sobre un asesinato (Emecé, 1999, 415 pp.): “El FBI y la CIA sospechaban que el presidente Kennedy y su hermano Robert, […] revelaban a Marilyn secretos de Estado que ésta, a su vez, transmitía ingenuamente a un hombre del partido Comunista [sic]”. Al establecer fuera de dudas que la actriz no murió en su “dormitorio cerrado”, Wolfe confirma que Marilyn fue víctima de un homicidio, explica cómo ocurrió y quienes participaron en el encubrimiento. […]
Fruto de siete años de investigación y de entrevistas con más de 85 personas, el libro expone toda la verdad sobre la secreta relación de Marilyn con los Kennedy y “cambia para siempre la imagen que el público tiene de quien fue, sin lugar a dudas, una de las grandes estrellas del siglo veinte”.
(9) Frady, Marshall. Martin Luther King . Mondadori, Barcelona, 2003, 287 pp.: 161.
(10) Wolfe, Donald H. Marilyn Monroe – Investigación sobre un asesinato. 1999, 415 pp.: 300 a 305.
(12) Monedero, Juan Carlos. En: El gobierno de las palabras: de la crisis de legitimidad a la trampa de la gobernanza. UPN, Bogotá, 2005: p. 54.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Su libro Ocho minutos y otros cuentos, fue lanzado en la XXX FILBO (7/may/2017), Colección 50 Libros de Cuento Colombiano Contemporáneo (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por su trabajo sobre MLK, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión y desde el 23/mar/2018, columnista de EE.