Cuando se trata de obtener bienes, el ser humano está dispuesto a atacar a una persona desarmada, matarlo u enterrarlo malherido.
Así se resume el primer viaje de Cristobal Colón por las Antillas, lugar donde el hierro y la avaricia aún no enfermaba el corazón de sus habitantes, quienes entregaron sus riquezas a cambio de espejos y cascabeles de halcón.
Era obvio que el descubrimiento del Nuevo Mundo terminaría en un despojo visceral puesto que en la génesis de la expedición se encontraba una fiebre por el oro. Cristobal Colón convenció a los reyes españoles de financiar su viaje con el objetivo de encontrar rutas marítimas que llevaran al exótico continente asiático, de donde Marco Polo, siglos atrás, había recolectado objetos maravillosos.
A cambio, Cristobal obtendría un 10 % de todas las riquezas y ganaría el título de Almirante de la Mar Océano.
De esta forma, 33 días después de partir de las Islas Canarias con tres carabelas llegó a un lugar desconocido que figuraba entre Europa y Asia: las Américas.
Era el 12 de octubre de 1492 y el marinero Rodrigo vio que los rayos de la Luna impactar sobre arena blanca. Habían llegado a las Antillas.
Un dato curioso fue que se le prometió a la embarcación que el primer hombre que viera tierra ganaría una pensión vitalicia de 10 mil maravedíe, lo cual no sucedio, pues Cristobal informó a la Corona que él había visto antes una luz sobre el océano.
Colón fue quien se quedó con el dinero.
Las tres carabelas llegaron a las islas Antillas en el Caribe donde habitaban los arawak, un pueblo sumamente hospitalario y dadivoso.
En su diario, Colón escribió lo siguiente:
«Eran de fuerte constitución, con cuerpos bien hechos y hermosos rasgos. No llevan armas, ni las conocen. Al enseñarles una espada, la cogieron por la hoja y se cortaron al no saber lo que era.
Serían unos criados magníficos... Con cincuenta hombres los subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos».
Como lo describe Howard Zinn en 'La otra historia de los Estados Unidos', los arawak vivían en pequeños pueblos, cultivaban maíz, batata y yuca.
Sabían tejer e hilar; no conocían los caballos u otros animales de labranza.
No conocían el hierro aunque tenían diminutos ornamentos de oro en los aretes que portaban.
Este detalle deslumbró a Colón, quien de inmediato capturó a varios nativos y los obligó a conducirlo a la fuente del metal precioso.
Los arawak llevaron a Cristobal hacia Cuba y después a Hispaniola (lo que era Haití y la República Dominicana).
En el último punto encontró más muestras de oro, principalmente en los ríos.
En Hispaniola construyó la primera base militar Europea en el continente americano, dejando a cargo a 39 hombres que tenían la instrucción de encontrar y almacenar oro.
De regreso a España, Cristobal Colón alteró su experiencia con el fin de crear un fuerte interés en los reyes.
«Hispaniola es un milagro. Montañas y colinas, llanuras y pasturas, son tan fértiles como hermosas.
Los puertos naturales son increíblemente buenos y hay muchos ríos anchos, la mayoría de los cuales contiene oro.
Hay muchas especias y nueve grandes minas de oros y otros metales».
Gracias a ese exagerado informe se le fue otorgado a Cristobal 17 naves y más de mil 200 hombres con un único objetivo: recolectar oro y esclavos.
A su regreso a Haití ya se había corrido la voz de las malas intenciones de los europeos y los indígenas comenzaron a esconderse.
Desesperado de no encontrar oro, la tripulación de Cristobal Colón capturó a mil 500 arawaks, sin importar que fueran niños o mujeres.
Del total escogieron a 500 prisioneros que serían enviados directamente a España.
Durante el viaje murieron 200 personas y el resto fue puesto en venta por el arcediano de la ciudad quien anunció: «aunque los esclavos estuviesen desnudos como el día que nacieron mostraban la misma inocencia que los animales».
Los prisioneros que se quedaron en el Caribe fueron sometidos a trabajar arduamente para encontrar oro.
Quienes no cumplían con la cantidad de metales preciados deseado, se le cortaban las manos y morían desangrados.
Los arawaks intentaron reunir un ejército de resistencia, pero se enfrentaban a españoles con armadura, espadas y armas de fuego.
En dos años la mitad de los 250 mil indígenas que habitaban en la zona habían muerto por asesinato, mutilación o suicidio.
Howard Zinn asegura que en el año 1515 quedaban 50 mil indígenas, en 1550 permanecían con vida sólo 500 arawaks y para 1650 no quedó ninguno.
Así fue como Cristobal Colón, en su fiebre por el oro, arrasó con una cultura.
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